Visitar la Europa judía

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Hola Diana. Mi hijo David acaba de volver de un viaje a Polonia y Praga realizado con otros jóvenes para mantener viva la memoria de la Shoah. Ha vuelto muy conmovido y movilizado por esta fuerte experiencia y por esto quiero publicar sus vivencias para que puedan ser trasmitida a otros jóvenes que desconocen estos eventos. Quiero solicitarte alguna reflexión tuya sobre este tipo de experiencias para esclarecer mejor sobre la importancia de la memoria. Desde ya muy agradecido. Un gran abrazo. Guido Maisuls. 21/2/17

Lo que está y lo que ya no está.

Es conmovedor ir y estar en los sitios que fueron judíos durante tantos siglos. Restos de una vida rica, potente, heterogénea, estructuras que hablan de lo que allí hubo, de lo que pasó, pero también de lo que ya no está.

Pisar esos lugares en la vieja Europa, tocar las piedras, oler el aire, caminar los espacios, dejarse cubrir por el denso silencio, nos llena de una especie de mística intangible, de una añoranza con múltiples caras. Uno se queda quieto esperando ver aparecer a un hombre barbado, con traje y sombrero negros, murmurando sus oraciones mientras su cuerpo se bambolea hacia adelante, hacia atrás, en una coreografía ancestral. O quizás se asome por una ventana una mujer con un delantal manchado, las mejillas sonrosadas por tanto atender a su clientela tras el mostrador de su taberna en el cruce de caminos. O tal vez pudiera venir un hombre pobremente vestido, con las manos callosas, sudoroso y llevando una herramienta en sus manos, un martillo tal vez, buscando algún yunque en donde moldear las herraduras que le ha pedido su cliente. O una viejita con una falda larga y ancha, un pañuelo gris cubriendo su cabeza con una cesta llena de huevos que ofrece con un pregón melodioso. O niños con rulos negros y ojos profundos corriendo contra el viento y riendo junto a niñas traviesas y juguetonas con los zapatos embarrados. O un violinista apurado llevando su instrumento al ensayo, o un intelectual cargando pesados libros yendo a dar su clase, o una costurera con el dedal puesto en el dedo mayor o un filósofo mesándose la barba frente a preguntas que no acierta a responder. ¿Dónde quedó ese mundo de tantos millones de personas que alimentaron y enriquecieron a la civilización occidental con su trabajo artesanal, intelectual, comercial, artístico y científico?

Visitar esos lugares es honrar a quienes les dieron sentido y lo llenaron de anhelos, pujanza y realizaciones, es conocer y dejarse contagiarse por aquel florecimiento y aquellas luces. Pero también es advertir, con un golpe artero y sorpresivo, que ya nada de eso está, que cada construcción, cada sinagoga, cada cementerio, cada casa de estudios, son evidencias del tsunami nazi que arrasó con todo, que dejó a la Europa central y del este casi sin judíos, sin sus shtetlaj, sin su cultura, sin sus constantes estímulos y desafíos que tanto enriquecieron al mundo.

Es doloroso ver lo que hubo y ya no está. Pero es imprescindible ir, verlo, enorgullecerse y comprometerse a trabajar para que los hechos genocidas como la Shoá vayan quedando en un pasado vergonzoso de la Humanidad y los que seguimos, miremos al frente y sigamos haciendo el bien.

Diana Wang.

22 de Febrero 2017