Otras cosas

Habitación y los niños escondidos

La Habitación poster- A partir del film “La habitación” (1) -

De este lado de la pared, todo el mundo. Del otro lado, nada.

En la primera parte de la película, madre e hijo, Ma y Jack, conviven en el espacio mínimo de Habitación de manera natural gracias al esfuerzo de Ma para que parezca totalmente normal. Secuestrados por Old Nick, Ma inventa juegos y mentiras para evitarle a Jack sufrimientos y angustias; él no tiene cómo saber que tras la pared hay otra cosa ni que se está perdiendo algo. Cercano a los delirios creativos del alocado Guido Orefice (Roberto Benigni) en “La vida es bella”, para proteger a su hijo Giosuè de la dura realidad del campo de concentración nazi, Jack crece a salvo de conocer la verdad de lo que sucede gracias a  la puesta en escena de Ma.

En la segunda parte, una vez liberados y ya del otro lado de la pared, Ma recupera su nombre, es Joy, y como tal regresa al mundo del que había sido arrancada. Jack, sin otro pasado que el de Habitación, ingresa de manera violenta al mundo que no sabía que estaba tras la pared. La liberación, tan deseada por Ma, es agridulce, compleja, penosa, difícil, no es un jardín de rosas. Durante los años de encierro la vida había continuado afuera y los padres de Joy ya no son quienes eran en el momento del secuestro.

La expulsión de Jack de Habitación y su ingreso al mundo del otro lado de la pared, lo llena de temores, incertidumbres y recelos. La escena en que intenta bajar una escalera por primera vez, es una poderosa metáfora de ese accidentado proceso de reconocimiento, aprendizaje y adaptación que encara con cautela y desconfianza. Todo es desconocido y amenazante y de pronto Jack extraña Habitación, aquel espacio acotado, chiquito, tan suyo y que conocía al dedillo. Libre, añora el encierro en su mundo conocido y confiable donde había construido su identidad. Es que no sabía que había sido una prisión.

La trama está basada en el sonado caso de Josef Fritzl, el ingeniero austriaco que mantuvo durante 24 años a su hija Elizabeth secuestrada, drogada y violada sistemáticamente. De los siete hijos nacidos, tres compartían su encierro, entre ellos Félix que tenía 5 años cuando fueron liberados.

La realidad es peor que la ficción.

También los sobrevivientes de la Shoá que fueron niños estuvieron encerrados en Habitación, escondidos en su identidad, viviendo con otras familias y con otros nombres y/o escondidos físicamente en sótanos, bosques, granjas, orfanatos. Muchos, igual que Jack, creían que lo que vivían era normal, no sabían que estaban escondidos y su liberación e ingreso al nuevo mundo fue un momento traumático.

Solo el encierro y el que los niños no supieran lo que estaba pasando tiene algún parecido con la Shoá. Éste fue un hecho colectivo generado por el nazismo mientras que la historia de Jack se debe a una patología individual del secuestrador. Pero la respuesta emocional tanto durante el encierro como luego de la liberación, es similar a lo vivido por los niños escondidos (2)  de la Shoá.

Durante la Shoá los padres judíos emprendieron una lucha descomunal en el intento de  salvar a sus hijos. Con pocos recursos, presos de una situación imposible, los que pudieron se las arreglaron para poner a sus hijos a salvo, sin saber si alguna vez los volverían a ver. Esos niños, entregados con pocos meses de vida o con muy pocos años, criados en variados contextos, no tenían memoria de sus padres, ni sus nombres y apellidos.

Los más chiquitos creían, igual que Jack, que las cosas eran simplemente así. Había que ocultarles la realidad, era peligroso que supieran que no eran quienes decían ser, tenían que ser desconocidos para ellos mismos para salvaguardar sus vidas y las de sus salvadores. Y también el momento de la liberación fue confuso y traumático porque tras la pared chocaron con otro mundo que les reveló que lo anterior había sido mentira. Recién entonces supieron quiénes eran y qué y cuánto habían perdido.

Pedro me decía que había escapado de Alemania con sus padres y llegaron a China donde fueron encerrados en el gueto de Shanghai. Estuvo allí desde sus cuatro o cinco años hasta los diez u once cuando llegó a la Argentina. Una vez acá conoció cómo habían sido las infancias de los otros chicos y recién entonces se dio cuenta de que en la suya no había sido feliz. En el gueto de Shanghai no tenía idea de que se podía estar o vivir de otra manera, eso era todo lo que había, todo lo que conocía y allí jugaba con los otros chicos que eran iguales que él y creció convencido de que era normal, de que así eran las cosas para todos los niños del mundo. Recién cuando atravesó la pared supo que había otra forma de vivir y resignificó sus años de encierro con algo de dolor y, igual que Jack, también nostalgia.

No todos los niños recuperaron su identidad, no todos salieron de Habitación, hay una incierta cantidad que siguió allí para siempre y no sabemos cómo continuaron sus vidas. Los que fueron liberados debieron despedirse de sus salvadores, llamarse de otra manera, rearmar una nueva historia con las piezas, a veces escasas, del rompecabezas disponible, conocer su identidad judía y volver a aprender a caminar.

No todos emergieron con felicidad de la difícil situación. Esta nueva identidad se superpuso a la de Habitación que resultó ser falsa y debió ser sumergida, ocultada. Los niños escondidos tienen así la experiencia de estar doblemente escondidos: la primera vez sin saberlo, en el escondite salvador, con otro nombre y la segunda, ya conscientes, al volver a su nombre e historia original y verse forzados a desechar y olvidar lo anterior. En este aprendizaje para afrontar las nuevas escaleras en las que se superponían sus dos realidades, forzados a olvidar, el olvido nunca fue total. Ocultaron con un silencio protector sus emociones y recuerdos, en especial los momentos de alegría y bienestar de cuando estaban en Habitación. Y si además extrañaban, como muestra el Jack de la película, debían enterrarlo en los pliegues más ocultos de su alma.

Maurice fue salvado por una familia católica en Francia. Cuando terminó la guerra apareció un señor que decía que era su tío a quien no recordaba. Supo que no era hijo de la familia que lo había salvado, que sus padres habían sido asesinados, que su apellido no era el que creía y que era judío. Hasta el día de su muerte Maurice cuando se le preguntaba de qué religión era decía, sin culpa alguna y con una sonrisa pícara: je suis juif-catholic, soy judío-católico. Tenía presente la gratitud a sus salvadores, fervientes católicos, a los que nunca quiso dejar de lado y olvidar.

Los niños escondidos guardan secretos y nostalgias, memorias vivas encadenadas bajo cuatro llaves. Muchos me han confesado sus añoranzas “pecaminosas” enredados en un conflicto de doble lealtad. No todos se atrevieron, como Maurice, a decirlo en voz alta.

Y hay muchas Habitaciones en nuestro mundo perverso. A los abusos y maltratos históricos de los niños se suman hoy las apropiaciones, la trata con fines pornográficos y los secuestros de ejércitos irregulares para disponer de carne de cañón sumisa y efectiva.

Hay muchos y diferentes encierros. Sabemos que los chicos no se rompen, que los humanos tenemos tal plasticidad que somos capaces de subir la empinada cuesta de la reconstrucción y albergar al mismo tiempo dos identidades dialogando. El bienhechor olvido no es tal. Todo está escondido en la memoria (3). Todo.

(1) “Room”, Irlanda-Canadá, 2015 Dirección Lenny Abrahamson. El título original, está mal traducido como “La habitación” pues no es “The room” sino “Room”, sin el artículo; los protagonistas viven en “Habitación”, como quien vive en un sitio con nombre propio como Buenos Aires, no la Buenos Aires o Tokio, no el Tokio. Novela y guión de Emma Donoghue. Protagonizada por Jacob Tremblay como Jack de cinco años y por Brie Larson que, como Ma, ganó el Oscar mejor actriz 2016.

(2) Wang, Diana: “Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires”. Editorial Marea. 2004.

(3)  La Memoria. Canción de León Giecco.

Terror en Paris. Un peldaño más.

Carta de Lectores publicada en La Nación, edición impresa del domingo 15 de noviembre de 2015. La Shoá, el paradigma del MAL del siglo XX, fue un genocidio con algunas características sin precedentes en la historia de la Humanidad. Una de ellas es que las víctimas serían asesinadas donde estuvieran, ​no había​ límites geográficos para la cacería​. La derrota militar de Alemania en la II Guerra impidió que este programa de horror se hiciera realidad. Estado Islámico aplica en su guerra santa ese aspecto de la Shoá, decidido a acabar con el infiel donde sea que esté, sin límites geográficos​ ni frontera alguna​. En París o Túnez, en Kuwait o Nueva York, en Siria o Pakistán, la Tierra entera es su teatro de operaciones y acción. Pero, sube un peldaño más​ por sobre​ el precedente de la Shoá​, al​ ensanch​ar​ la mira y globaliz​ar​ a las víctimas. Son ahora: musulmanes que no respetan a rajatablas la sharía, cristianos, judíos, hinduistas, budistas, shintoistas, taoístas, brahamanistas y el resto del mundo.

Para Estado Islámico no hay fronteras, igual que con la Shoá y, dado que ahora todos somos las víctimas designadas, ha establecido un nuevo parámetro de lo posible en la estructura del MAL.

La Shoá fue un antes y un después en la conciencia de occidente. Estado Islámico pone en duda el después de la Humanidad.

​Lic. Diana Wang. DNI 10134355
Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina​

Link en La Nación: http://goo.gl/KaGylV

Camino a Auschwitz

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En las tres historias de Camino a Auschwitz, el nuevo libro de Julián Gorodischer ilustrado por Marcos Vergara, está presente la sexualidad, pero en ninguna de las tres es una sexualidad políticamente correcta. Es un trabajo sensible y valiente. Encara con piedad las vulnerabilidades humanas en aquel contexto infernal. Se atreve a contar y mostrar cosas y momentos que suelen quedar en las sombras, glorificados con un silencio perdonador, puestos entre paréntesis. Quedan las historias de sobrevivientes como monumentos congelados de pura victimización y pasividad. No pasa esto acá. Los protagonistas asumen como pueden las conductas que hacen, se las apropian y son responsables de ellas. Los secretos, los dilemas éticos, los pasos y contrapasos están expuestos descarnadamente y son como un espejo en el que, si nos atrevemos a mirarnos, seremos más humanos. Pero la Shoá y lo judío no suelen exponerse en la misma categoría de lo falible, de los imperfecto, de lo humano. La Shoá está sacralizada, es intocable; los malos son todos, siempre y absolutamente malos, los buenos son todos, siempre y absolutamente buenos. Entre los judíos no hay putas ni ladrones, ya se sabe. Este libro se mete en sitios cenagosos y oscuros, para andarle con cuidado porque hay culebras venenosas escondidas.

Una de las cosas que siempre preguntaba a los sobrevivientes cuando era chica era por su sexualidad, y siempre me sorprendía de que hubiera existido, como si yo también me hubiera comido el relato de la prístina pureza (entendiendo que si había sexo la pureza se ensuciaba) de las víctimas, que no podía ser interrogada ni cuestionada. Por suerte entre mis padres y sus amigos la cosa era más liberal, menos moco social, y la sexualidad era parte de las conversaciones. Supe, entonces, desde siempre que la vida en la Shoá, en todo su transcurso y en las diferentes etapas, se vivía con todo el cuerpo.

Una amiga de mis padres era lesbiana. La salvó una mujer católica que era su pareja y vino con ella a la Argentina. Dormí en su casa muchas veces, escuché ahí los primeros boleros románticos en discos de pasta que ellas escuchaban a toda hora. La pobre Eva había sido ametrallada y perdió una pierna. Tenía una ortopédica y usaba pantalones. De pelo corto, hombruna, un poco brusca, la policía la detenía cada dos por tres por “conducta indecente”; mis padres la sacaron de las seccionales una punta de veces. Nos resultaba indigna y estúpida la moralina de la sociedad argentina, tan diferente de la tanto más liberal de las grandes ciudades polacas. Eva habría sido feliz con este libro. Lo agradezco por ella mientras evoco en mi memoria el chirrido de la púa y las canciones de amor que escuchábamos por las noches.

Hay otra historia que ilustra esa moralina santurrona. Mis padres y sus amigos adoraban ir al teatro ídish. Se vestían para la ocasión como lo habían hecho en Polonia, con sus mejores galas, tacos altísimos, medias con raya, sombrerito con tul que tapaba media cara, cigarrillos con boquilla (todas fumaban, era muy chic) y hablaban polaco.

En los teatros los miraban con desprecio, les hacían el vacío, a veces los insultaban. No entendían qué pasaba. Yo lo entendí años más tarde. Por un lado, el polaco era un idioma casi prohibido para los que habían inmigrado en los veintes o antes; los que vivieron en Polonia en los treintas conocieron otra vida, se asimilaron, casi despreciaban el ídish como lengua del atraso, soñaban con ser cosmopolitas, hablaban en polaco. La ropa que usaban evocaba en las mujeres locales, a las putas de la Zwi Migdal, organización que se había disuelto en 1930, pero que seguía en el imaginario colectivo judío como lacra y vergüenza. Estas mujeres maquilladas, empilchadas, fumando y hablando el polaco, evocaban a aquellas otras que solían ser exhibidas por los proxenetas en los sitios más caros de los teatros.

Julián ha vuelto a mi memoria a esta gente de carne y hueso, a recordar que el sufrimiento no cambia a nadie, no los hace ni mejores ni peores, los hace sufrir y cada uno sufre como es, como puede y sale de su sufrimiento igual, como es y como puede. Ni gloria al dolor ni adjudicarle camino de iniciación alguno. El dolor solo duele mientras duele. Usarlo como justificación de conductas ulteriores es mucho más común de lo que uno podría imaginar, como si los sobrevivientes dejaran de ser responsables de sus vidas posteriores porque el sufrimiento ha marcado un camino del que no se pueden desprender. Recordé a mis padres y a sus amigos, a sus ganas de vivir y disfrutar de cada minuto, a la felicidad de aquellos encuentros en los primeros años, cuando todavía el recuerdo estaba fresco y cada logro era un nuevo corte de manga a la sentencia de muerte de la que habían sido salvados. Julián y sus tres parientes, Paie, Berl y Luba me trajeron de vuelta ecos de mi infancia como hija de sobrevivientes del Holocausto y me hizo tener presente, otra vez, la belleza de ser libre y poder decidir -o creer que uno decide- a cada paso su propio destino.

 

Los Diez Mandamientos para el “Nunca más”. explicados

tablas de la ley

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El código moral derivado de los Diez Mandamientos, las Tablas de la Ley, fundamenta la posibilidad de la convivencia, sus imperativos éticos legislan en contra del mal. No son siempre respetados pero su incorporación como mandato cultural ha permitido que, en general, convivamos entre nosotros sin matarnos a cada paso. Los Diez Mandamientos [1] les hablan a una segunda persona sobre la conducta que debe o no debe asumir respecto de otra persona. Apelan a su voluntad para dominar e impedir el mal de su naturaleza, poner freno a las conductas que podrían llevar a un conflicto interpersonal. Se trata del mal entre dos personas, individual, voluntario, emocional, reactivo y potencial generador de culpa.

Sin embargo, el devenir de la Humanidad, en especial en el pasado siglo XX, ha revelado que hay un mal que excede la esfera interpersonal y doméstica y que atenta contra la vida de manera aterradora y, hasta ahora, imparable. Son los genocidios, persecuciones y matanzas masivas (el genocidio armenio, la Shoá, Camboya, Ruanda, los Balcanes, Guatemala, Congo, Indonesia, dictaduras militares entre decenas y decenas más) que no están considerados en los Diez Mandamientos bíblicos como un mal a impedir. Sin estar enunciados no integran nuestra cultura ni cosmovisión, quedan afuera de la órbita de la educación, tanto de la religiosa como de la secular. Solo la frase estupefacta, un “nunca más” afónico, invita a la toma de conciencia y la oposición activa contra este horror caído sobre la Humanidad como las diez plagas bíblicas, ahora globalizadas y planetarias. Las Naciones Unidas siguen naufragando en tsunamis de horror tras horror y aquel declarado “nunca más” voluntarista se ha vuelto un “otra vez y otra vez y otra vez” de espanto y desolación.

Las grandes masacres son de otro orden que el mal, pertenecen a la esfera del MAL con mayúsculas. Ya no es entre dos, una conducta interpersonal, sino que emana de un sistema -un gobierno, un estado, fuerza paraestatal- que ordena matar a quienes pertenecen al grupo que el sistema mismo ha designado como enemigo y que hay que destruir. El MAL ya no individual, es impersonal y colectivo, se hace por obediencia, no es reactivo o emocional puesto que responde a un objetivo racional/político/religioso y no genera culpa. Las religiones no lo han tomado aún como parte de sus enseñanzas o disciplinamientos. Algunos de estos hechos son consecuencias de objetivos religiosos y las religiones tienen la conciencia sucia. Pero también es cierto que recién ahora comienza a ser considerada esta distinción entre el mal y el MAL lo que puede determinar el encuentro de los mecanismos que lo impidan. Uno de ellos es el Tribunal Penal Internacional que actúa sobre los hechos consumados; su pena y castigo pueden ser, en el largo plazo, una medida disuatoria siempre y cuando esté reforzada y sostenida con una integración del tema a la educación y a la cultura.

Si no incluimos el MAL en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, seguiremos tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener los procesos genocidas.

Sabemos que se trata de entramados complejos que incluyen motivaciones geopolíticas y económicas, que el simple enunciado de lo que hay que cambiar no es suficiente. Pero por algún lado hay que empezar.

Los nuevos Diez Mandamientos, ahora contra el MAL contienen, igual que los anteriores contra el mal, prohibiciones y mandatos.

  1. No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.

  2. No obedecerás ninguna orden que no compartas.

  3. No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.

  4. No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.

  5. No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.

  6. Diferenciarás lo legal de lo legítimo.

  7. Desconfiarás de la propaganda.

  8. Conocerás y revisarás tus prejuicios.

  9. Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por ti mismo.

  10. Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.

Cada uno de estos mandamientos podría formar parte de un proceso reflexivo para ser cabalmente comprendidos, clases especiales en donde se evalúe cada proposición, se la ilustre con diferentes ejemplos, se trabaje con situaciones concretas de la vida diaria con una participación activa para que puedan ser aplicadas y comprendidas como parte esencial de la vida y de la posibilidad de su continuación.

Los Diez Mandamientos Judíos:

  1. Yo soy el Eterno, tu Dios, quien te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud.

  2. No tendrás ni reconocerás a otros dioses en mi presencia fuera de mí. No te harás una imagen tallada ni ninguna semejanza de aquello que está arriba en los cielos, ni en la tierra, ni en el agua, ni debajo de la tierra. No te postrarás ante los ídolos, ni los adorarás.

  3. No tomarás el nombre de El Eterno, tu Dios en vano.

  4. Recuerda el día de shabat, para santificarlo; no harás ninguna labor, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sirvienta, ni tus bestias de carga, ni el extranjero que habita dentro de tus murallas.

  5. Honra a tu padre y tu madre.

  6. No asesinarás.

  7. No cometerás adulterio.

  8. No robarás.

  9. No brindes contra tu prójimo falso testimonio.

  10. No codiciarás los bienes ajenos, la casa de tu prójimo, la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.

Los Diez Mandamientos Cristianos:

  1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.

  2. No dirás el nombre de Dios en vano.

  3. Santificarás las fiestas.

  4. Honrarás a tu padre y a tu madre.

  5. No matarás

  6. No cometerás actos impuros.

  7. No robarás.

  8. No darás falsos testimonios.

  9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

  10. No codiciarás los bienes ajenos.

PARA UN TRABAJO EN EL AULA (SUGERENCIAS)

Una vez enunciados los mandamientos, ¿cómo utilizarlos para que sean una herramienta formativa y educativa?

He aquí una propuesta para su trabajo en el aula viendo el racional de cada uno de los mandamientos.

Dos consideraciones previas:

  • ¿Por qué el formato de Mandamientos?  

El código moral derivado de las Tablas de la Ley, los Diez Mandamientos, fundamenta la posibilidad de la convivencia, sus imperativos éticos legislan en contra del mal. No son siempre respetados pero su incorporación como mandato cultural ha permitido que, en general, convivamos entre nosotros sin matarnos a cada paso. La humanidad ha conocido en el siglo XX el MAL globalizado y planetario ante el cual seguimos naufragando en tsunamis de horror tras horror y aquel declarado “nunca más” voluntarista se ha vuelto un empecinado “otra vez y otra vez y otra vez” que nos llena de espanto y desolación. La distinción entre el mal y el MAL puede determinar el encuentro de los mecanismos que lo impidan.  Si no incluimos el MAL en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, seguiremos tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener los procesos genocidas. Sabemos que se trata de entramados complejos que incluyen motivaciones geopolíticas y económicas, que el simple enunciado de lo que hay que cambiar no es suficiente. Pero por algún lado hay que empezar. Estos diez Mandamientos contra el MAL contienen, igual que los bíblicos, prohibiciones y mandatos.

  • ¿Qué quiere decir “para el Nunca Más”?

Terminada la Segunda Guerra Mundial, y conocidas las atrocidades cometidas por el nazismo, el grado de deshumanización alcanzado y el asesinato industrial, la sociedad tomó conciencia del profundo ataque a la Humanidad que todo ello implicó. Se enunció el “Nunca Más” como paradigma a seguir a partir de ese momento y que sería uno de los ejes de las Naciones Unidas, organismo que se instaló en esa época con el propósito de prevenir, anticipar e impedir hechos genocidas como había sido la Shoá. Pasados más de 70 años del fin de la guerra, advertimos con dolor que estos propósitos están todavía muy lejos de ser una realidad. El “Nunca Más” aludido aún es una esperanza que no se concreta. No se ha arbitrado todavía una línea formativa en el aula para prevenir en cada joven, en cada alumno, la tentación a adherirse a un gobierno totalitario y a obedecer órdenes asesinas. Estos mandamientos apuntan a la concientización, de los procesos involucrados en las campañas de lavado de cerebro y en la explotación de las carencias y vulnerabilidades personales y sociales.

  • Mandamiento 1: No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.

El mandamiento conocido como “no matarás” se traduce correctamente del arameo original, para el judaísmo, como “no asesinarás”. Es el 6º mandamiento también para el cristianismo. Matar es quitar la vida pero asesinar es quitar la vida sin una justificación. Esto quiere decir que a veces, matar es el único camino posible como hacerlo en defensa propia o en defensa de algún familiar o persona en peligro. A este mandamiento se agrega ahora el concepto de la orden recibida. Es preciso reflexionar acerca de uno de los fundamentos de la educación, que es la obediencia a un adulto o alguien con una  jerarquía superior. Esta obediencia, como ha sido probado por la experiencia de Milgram de la década del 60 en la U. de Yale, es parte de la estructura social de nuestra sociedad y de nuestra condición gregaria. Se contraponen así dos elementos: la orden impartida por una autoridad reconocida y la acción que atenta contra la moralidad social. El trabajo deberá ser revisar ambos elementos para darle a la convicción moral más peso que a la orden recibida.

  • Mandamiento 2: No obedecerás ninguna orden que atente contra los DDHH esenciales.

Es preciso revisar y conocer cuáles son los DDHH esenciales que están perfectamente enunciados en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre establecida en 1948 por Naciones Unidas que, de manera resumida, son:

Los derechos de las personas serán iguales para todos, sin distinción alguna de etnia, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen, posición económica, condición política o jurídica, a circular libremente y a la propiedad, a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, a la salud, la alimentación, la educación gratuita, la vivienda y la asistencia médica. Nadie estará sometido a esclavitud, servidumbre, o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Se presume que toda persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario.

El mismo criterio del trabajo en el primer mandamiento se aplica a éste pero ya no se trata de las convicciones morales subjetivas sino de los derechos declarados y convenidos en este organismo internacional.

  • Mandamiento 3: No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.

Una de los más efectivos argumentos de los sistemas totalitarios es que el individuo se debe someter a la sociedad y acatar lo que supuestamente es bueno para ella aún cuando no esté de acuerdo, y que nada de lo que haga le será reclamado porque lo ha hecho no por propia voluntad sino obedeciendo órdenes superiores. Es preciso dejar claro que toda acción humana es responsabilidad de quien la ejecuta y que el hecho de haberle sido ordenada no exime en nada su responsabilidad. Algunos miembros de los Einsatzgruppen no aceptaron ser partícipes de las matanzas porque su conciencia no les permitía masacrar a los civiles.

  • Mandamiento 4: No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.

Los estados totalitarios infunden y difunden por medio de la propaganda la idea de que sus conductas perpetradoras, las muertes, torturas y detenciones arbitrarias, son consecuencias de un estado de excepción que permite hacerlo. El estado de excepción que anula los derechos de una parte de la población y la hace víctima de la represión y muerte, fue creado por ellos para encubrir las atrocidades. Toda justificación debe ser revisada críticamente e invalidada de todas las maneras posibles.

  • Mandamiento 5: No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.

La indiferencia es la ropa que cubre a la comodidad. Es comprensible que la gente común desee conservar lo que tiene, su trabajo, su lugar en la sociedad,  el espacio en el que vive, la educación de sus hijos, la protección de la salud. Esa expectativa produce una tendencia a no ver las cosas que van pasando alrededor, o, si se advierten, justificarlas como parte de una política en aras del bien común. Se trata del miedo a perder lo que se tiene si se protesta o se hace pública la oposición. Se debería trabajar acerca de la comprensión de ese temor y dar como ejemplo la Alemania entre 1933 y 1939 o Argentina en los comienzos de la Dictadura Militar.

  • Mandamiento 6: Diferenciarás lo legal de lo legítimo.

Lo legal es lo que marca la ley, lo legítimo es lo que cada uno considera que está bien según sus normas morales. Los estados totalitarios crean el “enemigo interno” e imponen leyes para denunciarlo, apresarlo y exterminarlo. Quien se oponga y le preste alguna ayuda a la víctima designada como “enemigo interno”, escondiéndolo o simplemente no denunciándolo por considerar que no corresponde, asume una conducta ilegal pero legítima. Es lo que han hecho todos los salvadores en la historia de la humanidad, por ejemplo durante el Holocausto, arriesgando su propio bienestar en pos de lo que creían que era legítimo.

  • Mandamiento 7: Desconfiarás de la propaganda.

La propaganda es tan poderosa que el nazismo estableció, por primera vez, un Ministerio de Propaganda que controlaba absolutamente todos los productos culturales y formadores de opinión que hicieron posible el descomunal lavado de cerebro perpetrado sobre el pueblo alemán. El concepto proviene de la Iglesia que lo creó como herramienta para la propagación de la fe. Fue y sigue siendo utilizado por todo  aquel que quiera remodelar el pensamiento y la opinión de la masa para conseguir algún fin determinado. Sus principios son los mismos que se usan en la actualidad en las campañas publicitarias para vender un lavarropas o una candidatura política. Es esencial aprender a deconstruir los mensajes y procedimientos que usa la propaganda para construir en nosotros modelos de pensamiento y expectativas. Tenemos a nuestro alcance muchos ejemplos: desodorantes para hombres que los transforman en objetos sexuales deseados por las mujeres, bebidas asociadas con la amistad y los buenos momentos, cremas antiarrugas que garantizan la juventud eterna, zapatillas como indicadores de status.

  • Mandamiento 8: Conocerás y revisarás tus prejuicios.

Todos tenemos prejuicios. Compartimos con los mamíferos el recelo ante quien no se nos parezca, de otra tribu, de otro color, con otras costumbres. El diferente nos levanta a todos un alerta defensivo. Pero si a la percepción de la diferencia se suma la desvalorización o directamente la atribución de maldad el prejuicio se vuelve un arma letal. Trabajar sobre los propios prejuicios, darles visibilidad y presencia, es de una gran enseñanza porque permite comprender todo este fenómeno y tener abierta la visión crítica sobre nuestras miradas y opiniones cotidianas y, principalmente nuestras conductas, que, a veces sin quererlo, afectan a quienes tenemos cerca.

  • Mandamiento 9: Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por ti mismo.

El ser humano es por naturaleza gregario y depende del grupo tanto en su definición como persona como en su supervivencia tanto emocional como física. Es un deseo natural el de ser aceptado, querido y reconocido como miembro del grupo. Esta influencia es aún mayor en la adolescencia, período en el que la subjetividad se construye con lo propio y lo ajeno, con lo que viene de casa y lo que copiamos del medio y en el que la mirada del grupo de pares puede enaltecernos o destruirnos. El pensar por uno mismo exige una fortaleza mayúscula en especial cuando se opone a lo que dicta el grupo o la masa.

  • Mandamiento 10: Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.

La necesidad de ser aceptado es esencial de la vida en sociedad, nadie puede subsistir en total soledad y aislamiento. Una consecuencia no deseada de esta necesidad es que el individuo renuncie a su opinión personal en pos de la aceptación grupal. Ante la ausencia de conocimientos, de la investigación o lecturas que den sustento a las opiniones, se puede tomar una idea del grupo y darla por válida sin detenerse a pensar en su sustento y validez. En las opiniones vertidas muchas veces es más importante la necesidad de aceptación grupal que la idea misma. Si la opinión se opone a la del grupo, la única forma de no arriesgarse a la expulsión tan temida, es tener la opinión muy bien fundamentada. El conocimiento es acá para defendernos de la temida repulsa grupal. Y si somos expulsados, podremos unirnos a otro grupo, uno que nos permita expresar nuestras ideas sin que ello represente traición alguna. Esto se advierte de manera sencilla y obvia en los partidismos políticos que se sustentan muchas veces más en emociones relativas a la lealtad o a la traición que en las ideas en que se fundamenta.

"¡¿Otra vez la Shoá?!" - Charla CLICK!

[embed]http://youtu.be/Hkgvx3YwcsY[/embed] Texto:

¡¿Otra vez la Shoá?! No quiero oír más sobre eso, basta de muertos, basta del sufrimiento del pueblo judío. Ya lo sé. No me lo tenés que volver a contar.

Tal vez haya gente que piense así. Yo misma lo siento muchas veces.

Nací en Polonia a poco de terminada la guerra. Cuando la partera me vio le dijo a mi mamá “¡qué suerte tiene señora! esta nena tan blanquita, rubiecita, cuando vuelvan los nazis, se va a salvar!”. Este fue mi primer click.

Llegamos a la Argentina en 1947. Como estaba prohibido el ingreso a judíos dijimos que éramos católicos para poder entrar.

A partir de ahí nos cuidábamos y por las dudas no andábamos diciendo que éramos judíos, tampoco en la escuela. Era obligatorio tomar clases de religión.  A los 8 años me aparecí en mi casa y le dije a mi mamá: “quiero un vestido blanco”, “¿para qué?”, “para hacer la primera comunión”. Puso el grito en el cielo. “No nena! nosotros somos judíos, no vamos a la iglesia, no hacemos la comunión, no lo dije en la escuela para que no hicieran diferencias con vos, para que fueras igual que todo el mundo”. En religión me decían que los judíos habían matado a dios. Así que yo era judía, culpable por nacimiento, y encima, nada de vestido blanco ni comunión con las otras chicas. Saber que era judía fue mi segundo click.

Aquel lunes a la mañana mamá llamó desesperada. “Perdoname nena, perdoname, no sabía lo que pasaba, yo pensaba que este país era seguro, disculpame, perdoname que te trajimos acá”.v“¿qué pasa mamá, qué pasa?”  “¿¡Cómo qué pasa? ¡bombardearon la AMIA, nos quieren matar otra vez!”. ¿A mí me querían matar? ¿otra vez? ¿qué quiere decir eso? “otra vez” para mi mamá quería decir que nos querían matar acá como en Europa. “Otra vez” para mí quiso decir que la historia de mis padres era también la mía, que era hija de sobrevivientes de la Shoá. Ese fue mi tercer click.

A partir de ahí empecé este camino de estudio, memoria y difusión de la Shoá.

La Shoá es parte de mi vida. Mis padres se salvaron escondidos durante varios años en un altillo así de chiquitito. Pero ¿qué hacer con Zenus, su hijito de 2 años? ¿cómo preservarlo de una muerte segura? Hicieron lo que tantos, confiaron una familia cristiana que lo recibió como propio. Terminada la guerra, milagrosamente vivos, lo fueron a buscar. “Está muerto” les dijeron. “¿y… su cuerpo?”, no “recordaban” donde lo habían enterrado. Para mis padres era obvio: Zenus estaba vivo y había sido apropiado. Nunca lo pudieron encontrar. Solo quedó esta foto. Lo sigo buscando, sin saber ni su nombre ni donde está. El impulsa a hacer lo que hago. Zenus y todos los Zenus salvados por sus padres, entregados a manos extrañas sin saber si lo podrían volver a ver. Los Zenus de allá y los de acá. Los de entonces y los de ahora. Los rubios, los morenos, los Zenus nenas, los varones, todos los Zenus que hay en el mundo que siguen en peligro y que debemos proteger y salvar. Por ellos importa la Shoá.

Y vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Otra vez con la Shoá?  ¿Otra vez Auschwitz, el heroico levantamiento del gueto de Varsovia, los 6 millones de judíos asesinados entre ellos 1 millón y medio de niños? ¿Cuántas veces oímos estas frases en los discursos? y cuando las oímos ¿nos detenemos a pensar en qué quieren decir?

La Shoá pareciera que está de moda. Todo el mundo sabe que hubo un Holocausto. Los judíos hemos triunfado en su rememoración y difusión. Pero, igual que con la AMIA, sigue siendo un tema judío.

Solemos decir más o menos siempre las mismas cosas sobre el Holocausto. En ámbitos judíos uno puede entenderlo porque para qué explicar más, si total nos pasó a los judíos, entonces nosotros sabemos. Sin embargo no es cierto que con que a uno le pase algo nos pase uno sabe qué pasó y por qué. Creemos que sabemos y lo que es peor, no sabemos que no sabemos. Las frases hechas, los lugares comunes caen como cáscaras vacías. Y en su vaciamiento pierden sentido, y sin darnos cuenta corremos el peligro de sumarnos a la moda y a su peor consecuencia: la banalización.

Cualquier déspota, cualquier autoritario es un nazi, un Hitler. Cualquier campaña mediática es una propaganda como las de Goebbels. Cualquier ataque o discriminación negativa sea por el tema que sea, por gordos, bullying, droga, femicidio, homofobia, es un Holocausto. Si todo o cualquier cosa es un Holocausto, el Holocausto no es nada.

Se suele llamar a los sobrevivientes a dar testimonio. Es fundamental escucharlos, honrar su sufrimiento, mantener viva su memoria y así contradecir los argumentos de los negadores. Pero si queremos saber qué fue la Shoá, como dice Jack Fuchs, un sobreviviente: “no me pregunten a mí, pregúntenle a los asesinos”.

Y es cierto. El sobreviviente sabe solo lo que vivió, y si tomamos solo su testimonio no nos alcanza para entender qué fue la Shoá. Y si no lo entendemos, el testimonio queda como algo emocionante, conmovedor, pero que no explica qué pasó y por qué.

La Shoá es un antes y un después en la historia de la Humanidad, no por el sufrimiento de sus víctimas ni por su cantidad, sino por sus causas, contextos y objetivos y metodología.

El testimonio del sobreviviente refleja sólamente  lo que sufrió y eso es fundamental porque refleja, de una vez y para siempre, que no hay límites para lo que un ser humano puede hacerle a otro ser humano. Pero explica qué fue la Shoá, no sirve para enseñar, no alcanza. Es como suponer que si escuchamos a los sobrevivientes de las Torres Gemelas vamos a saber quién fue, qué pasó, cómo y por qué.

La Shoá no es una creación del pueblo judío. Fuimos los pasajeros de un tren que chocó, no sus conductores ni los responsables de que no funcionaran los frenos. Auschwitz es obra de los asesinos, de los ideólogos del nazismo, de los intelectuales, científicos y técnicos que lo hicieron posible, de la educación y la propaganda que lavó el cerebro de casi todo el pueblo alemán, de la cobardía o el error de cálculo de las potencias internacionales que dejaron que pasara. La Shoá no es un rayo misterioso que cayó sobre nosotros. Auschwitz no está en otro planeta, está acá y es producto de nuestra civilización.

Y si lo mantenemos como tema judí, estamos en varios problemas:

  • hemos construido nuestra propia trampa y mantenemos y nos hundimos en nuestra identidad de víctimas,
  • nos perdemos la oportunidad de salir al mundo y transmitir las poderosas lecciones que tiene para toda la Humanidad.
  • facilitamos el camino a la banalización. Auschwitz va a llegar a ser un símbolo, una mercancía, como la imagen del Che en las remeras o la lengua afuera de los Rolling Stones.
  • La Shoá estuvo diseñada para matar al pueblo judío, pero si lo dejamos dentro de la esfera de lo judío, matamos a la Shoá, la vaciamos de su potencia educativa y poco a poco se va deshaciendo su sentido.

Para recuperar ese sentido, propongo que subamos un nivel lógico y que hablemos del MAL. El mal con mayúsculas porque fue este MAL el que condujo a la Shoá y a todos los otros genocidios, persecuciones y matanzas de la Humanidad. Todos.

Diferencio el mal con mayúsculas del mal con minúsculas. El mal con minúscula es ese daño que una persona le hace a otra persona en una relación de dos. Es personal, individual, emocional, se hace porque uno quiere, es reactivo y puede generar culpa.  El MAL con mayúsculas tiene otros intervinientes, es el mal que hace una persona en nombre de un sistema sobre otra persona que es parte de un grupo al que hay que destruir. El mal con mayúsculas es impersonal,  colectivo, racional o político, se hace por obediencia y no genera culpa. Este es el MAL que corroe nuestra sociedad, este es el MAL que tenemos que aprender a conocer y a reconocer.

Y entonces sí hablar de la Shoá, porque en la Shoá podemos encontrar todos los aspectos y todos los elementos que caracterizan al MAL con mayúsculas. Por eso la Shoá es el modelo del MAL. Aunque no fue ni el primero ni el último. Recordemos que antes de la shoá estuvo el genocidio armenio antes y después de la Shoá, con tantas declaraciones de nunca-mases, la limpieza étnica en los Balcanes, las masacres en Camboya, Indonesia, Ruanda, las dictaduras militares entre ellas la nuestra y decenas y decenas de hechos similares que siguen sucediendo. Y si los miramos con la lente de la Shoá, si los incluimos en la categoría del MAL con mayúsculas, tal vez algún día, pudiera encontrarse algún mecanismo para que de verdad, no pasen nunca más.

Generaciones de la Shoá está formado por sobrevivientes, hijos, nietos de sobrevivientes, docentes, estudiosos, aprendices. Nosotros sabemos en carne propia que la Shoá no es propiedad nuestra, tampoco fue una distinción que se le hizo al pueblo judío, es algo que nos pasó y tenemos la obligación de salir al mundo y de contarlo y enseñar lo que podemos aprender de esto, salir de los estereotipos, buscar otras formas de enseñar y transmitir esto que nos resulta vital.  .

Hacemos Cuadernos de la Shoá, es una publicación periódica, que encara los temas de la Shoá que habitualmente no se toman en cuenta, de manera parcial desarrollamos cada uno y abrimos el foco: hablamos de las víctimas judías, de los perpetradores, los asesinos, de la mayoría indiferente y del contexto político. Lo acompañamos con  una propuesta pedagógica, con sugerencias para el trabajo  en el aula y una lista bibliográfica y películas sobre cada tema.

Y el Proyecto Aprendiz. El Proyecto Aprendiz honra el testimonio del sobreviviente. El Aprendiz oye, oye a un sobreviviente y se compromete a seguir contando esta historia varias décadas más. En un puente hacia el futuro, armando la cadena de transmisión que permite que cada una de estas historias siga siendo escuchada. Estamos empezando el 9º grupo, tendremos más de 100 parejas de Aprendices y sobrevivientes, cada una de estas historias seguirá siendo contada con las palabras del protagonista.

En los genocidios hay algunos aspectos que son comunes y que tenemos que conocer. Uno de ellos es el destino de los niños, sus víctimas más desvalidas. Los genocidios dejan  hijos huérfanos de padres, padres huérfanos de hijos. Líneas familiares que se cortan.

Esta es Mijal, mi nieta mayor, tiene 16 años. Y esta es Cesia, mi mamá, Cesia, su bisabuela cuando tenía su misma edad. Me conmueve ver el parecido de estas dos mujeres, en estas fotos tomadas con 90 años de distancia.

Rosita no tiene una foto de su mamá, no puede hacer esta comparación. Rosita nació en el gueto de Varsovia cuando los nacimientos judíos estaban prohibidos. Había que salvarla a toda costa. Sus padres tomaron la dura decisión de entregarla, no había otra salida. Consiguieron documentos a nombre de Wanda y un muchacho que se atrevió a sacar a la bebita de pocos meses en una bolsa fuera de los muros del gueto. Rosita no sabe cómo llegó al orfanato de monjas donde estuvo hasta sus cinco años. Lo único que se acuerda es que un día llegó un señor que dijo que era el papá. “¿Y cómo sé yo que usted es el padre de Wanda?” preguntó la madre superiora con mucha desconfianza.  “Porque mi bebita tiene una marca de nacimiento en la oreja izquierda. Vaya a ver”. Y la marquita estaba ahí. Wanda volvió a ser Rosita, recuperó a su papá y su identidad judía. Pero nunca conoció a su mamá, había muerto en la deportación y no quedó ninguna foto de ella. Rosita se pregunta cómo habrá sido para su mamá el momento en que le dijo adiós, cuando la arropó, cuando metió su nariz adentro de su cuerpecito y le dió un beso por última vez. Rosita no tiene memoria ni del olor de su mamá, ni de su voz, ni de su cara. Tiene dos hijos y varios nietos. Y en cada uno sigue buscando indicios: ¿se parecerá a mi mamá? ¿habrán sido así sus ojos? Nunca lo sabrá.

Rosita es una niña salvada. El mundo está lleno de niños en peligro. En cada uno que se salve se salva un mundo.

La Shoá puede ser lápida o trampolín.

Elijamos el trampolín.

Que así sea.

Setenta años y ninguna lección

Nota para publicación Tercer Sector. Aquel esperanzado “Nunca Más” al fin de la 2ª guerra no abre aún los oídos adecuados: la Humanidad sigue presa de sus peores demonios. Continuaron las matanzas. Caín sigue sin considerarse guardador de su hermano Abel.

El Genocidio Armenio, el Holodomor en Ucrania, fueron trágicos antecedentes del Holocausto. Pero el exterminio del pueblo judío cambió el umbral de lo posible, estableció que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro. El asesinato de grupos designados como enemigos continuó y floreció en “creatividad”, crueldad y horror. En Europa, Asia, África y América millones de personas han sido masacradas esgrimiendo “razones” de estado. Las Naciones Unidas han fracasado en la prevención de los genocidios, su magnífico propósito fundacional de 1948.

Pero no todo es tan decepcionante. La Shoá gestó una nueva conciencia universal acerca de los genocidios. La Corte Penal Internacional tiene la potestad de juzgar a los perpetradores sea del país que fuere. El MAL está empezando a ser considerado.

Hace setenta años que terminó la guerra y con ella el Holocausto del pueblo judío. Confiemos en que esta nueva conciencia universal conduzca más temprano que tarde a una sociedad humana basada en el respeto, en la dignidad y en la responsabilidad de todos por todos.

Lic. Diana Wang
Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina

Charla TED/TED Talk: Los aprendices de la Historia-The History Apprentices

To see the English subtitles go to settings and choose English there.

Todas las fotos del evento https://www.flickr.com/photos/tedxriodelaplata/sets/72157651871523725/

Abrir para ver la transcripción en castellano. Clicking "Continuing reading", are both transcriptions of the talk: first in Spanish and then in English.

Transcripción (a continuación de la versión original está la traducción al inglés)

Ania se quedó solita en Polonia durante la guerra. A los 12 años. Pidió limosna, sirvió en casas de familia, aprendió a rezar. Pero vivía aterrada porque pronunciaba mal la errey se le había metido en la cabeza que por esa causa descubrirían que era judía y la iban a matar. Con sus ojitos celestes casi transparentes y su voz finita y delicada, me contaba cuando yo era chica que se pasó todos los años de la guerra sin usar ninguna ni una palabra con erre. Me parecía imposible. Mi mamá me decía: “es posible! eso y mucho más. Ojalá que la vida nunca te desafíe”.

Hanka tenía 7 años. Escondida con su mamá en un ropero, contenían el aire mientras escuchaban los gritos en alemán. “¿Por qué nos tenemos que esconder mamá?. "Porque si nos descubren nos matan".“Y ¿por qué me quieren matar si me porté bien?”.

Historias como éstas acompañaron mi infancia, con preguntas acuciantes que no me dejan dormir.

Soy hija de la guerra. Nací en Polonia cuando en Japón caían las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Mis padres se habían salvado escondidos en un diminuto altillo durante varios años. Llegamos a la Argentina en 1947. Mis cuentos de hadas fueron historias como esas, algunas maravillosas, heroicas otras negras, terroríficas, que les oía contar a los sobrevivientes sentados alrededor de una mesa, tomando el té, con masitas y tortas.

Yo no viví la guerra pero siempre tuve la sensación que lo más importante de mi vida había pasado antes de que yo naciera. La guerra misma. La milagrosa supervivencia de mis padres. La pérdida de Zenus, su primer hijo, mi hermano mayor al que nunca conocí. Debieron entregarlo a una familia cristiana para asegurar su salvación, la de ellos parecía imposible. Cuando terminó la guerra lo fueron a buscar; “está muerto” les dijeron. Pidieron su cuerpo. No “recordaban” dónde lo habían enterrado. Era obvio, Zenus estaba vivo y había sido apropiado. Lo buscaron, lo buscaron. Pero nunca lo pudieron encontrar. Su ausencia fue una presencia tangible en mi casa en la única foto que se conservó. Es raro vivir con la sensación, de que tengo tal vez por ahí, alguien de mi familia, que se me parece y que no sabe quién es.

¿Tener que entregar a un hijo para que se salve? ¿Qué pudo haber hecho un chiquito de dos años? ¿de qué se acusaba a mi hermanito, a Ania, a Hanka? ¿Por qué me quieren matar si me porté bien?

Preguntas que me hicieron pensar en el MAL, no en el Mal interpersonal, el cotidiano, este que nos hacemos en medio de un enojo, de una emoción. No, no. En el MAL con mayúsculas, el impersonal, sistemático, político, el que hace alguien en nombre de un sistema sobre otro que es parte de un grupo al que hay que destruir, el que se hace obedeciendo órdenes, que produce guerras, matanzas, genocidios, pero que no genera culpa.

¿Cómo responder a la pregunta por el MAL con mayúsculas?

Creo que la respuesta está en la educación. En una educación que incluya de manera central la dimensión ética. Ni las religiones ni los abordajes voluntaristas han podido hacer nada con el MAL con mayúsculas y se nos va la vida en ello. Debería integrar toda currícula educativa. Pero si así fuera ¿cómo introducir un tema así como el MAL en la escuela? y además ¿Cómo enfatizar su importancia para que no sea una materia más: a las 9 lengua, a las 10 gimnasia, a las 11 genocidio?

¡El protagonista! El protagonista en el aula es la llave. El que está atravesado por la Historia, con su voz y su presencia nos atrapan nos abren las orejas y nos permiten conocer lo que hay de humano en todo hecho histórico.

Pero ¿cómo será cuando ya no quede ninguno? ¿Qué pasará con historias como la de Ania o Hanka? Perdidas en algún libro de historia, inalcanzables. ¿Cómo mantener viva la potencia motivadora del testimonio vivo en la clase?

En “Farenheit 451” Bradbury describe un mundo en el que los libros están prohibidos. Los rebeldes deciden aprenderse cada uno un libro de memoria para que siga existiendo.

Esa es la solución, como aquellos rebeldes, rebelarnos contra la marea del olvido y asegurarnos de que cada una de las historias siga siendo escuchada. Y así nació el Proyecto Aprendiz.

Una idea muy simple: juntar a dos personas, una que tiene algo para contar otra que la quiere escuchar y que se compromete a seguirlo contando. Como el Maestro zapatero que transmite su arte a un Aprendiz, así el protagonista entrega su experiencia y su historia a un testigo que la recibe e incorpora a su propia vida.

Contagié mi entusiasmo a la gente de Generaciones de la Shoá, una organización que se ocupa del Holocausto, y empezamos a trabajar. Al principio no teníamos idea de como hacerlo   pero el proyecto enamoraba, insistimos y a fuerza de ensayo y error aprendimos y ¡lo estamos haciendo!

Se trata de una conversación entre dos personas: el ojo en el ojo, la piel en la piel. A un testimonio escrito o filmado no se le puede preguntar, a quien uno tiene delante, sí. Y nos cuenta historias como las que conté, humanas, universales, que cualquiera puede entender No importa dónde fue ni en qué circunstancia, permiten que nos pongamos en la piel del otro. Es algo vibrante, como en el teatro, cuando la gente está acá, y lo que pasa nos atraviesa a todos. Esto no puede ser registrado por ninguna cámara, es energía pura.

El Proyecto se difunde de boca a boca. Los candidatos son adultos jóvenes de entre 20 y 35 años. Hacen primero una capacitación y llega luego el momento tan esperado: la Reunión de Emparejamiento. Ese día cada Aprendiz conoce a quien será su Maestro. Se arman las parejas y cada pareja sigue luego su propio camino, se encuentra donde quieran, cuando quieran y por el tiempo que precisen. La única condición es que el Aprendiz debe llevar un diario, una bitácora del viaje que emprende: su memoria para el futuro. Las parejas se encuentran muchas veces y la culminación se da en la Reunión de Cierre: Un ritual de pasaje ante familiares y amigos de Maestros y Aprendices. A lo largo de los encuentros cada pareja ha construido una relación muy intensa que se concreta ese día ante la presencia de todos con la firma de un compromiso ético: cada historia seguirá siendo contada.

Hasta hoy, 90 parejas, terminaron el proyecto 90 son los Aprendices que incorporaron la historia de su Maestro a la suya propia. En los cinco años que van desde que comenzamos aprendimos muchas cosas.

Aprendimos que es más fácil hablar con desconocidos que con parientes.

Cuando Dora murió, sus nietos rodearon a Sol, en el velatorio y le pidieron “contanos lo que te dijo la abuela porque a nosotros no nos contó nada”.

Aprendimos que además de mantener vivo el relato oral, se tejen nuevas relaciones de parentesco, nietos y abuelos postizos, invitaciones a fiestas, celebraciones, familiares de unos que se conocen con familiares de otros.

Gabriel dice feliz “Tengo una nueva nieta.”

Ariana invitó a Eugenia a ser testigo en su boda.

Brian bailó la historia de Lea hecha coreografía.

Aprendimos que estas conversaciones entre Maestro y Aprendiz son un puente entre el pasado y el futuro.

Aprendimos que los viejos somos depositarios de un archivo imprescindible. Somos como somos porque antes pasó lo que pasó. Seremos como seremos si aprendemos de los remeros   a ganar fuerza para avanzar mirando hacia atrás.

¿Se imaginan la potencia que puede tener contar en el aula con el testimonio vivo de un testigo de culturas en vías de extinción, la guerra de Malvinas, de la dictadura militar, de la trata de personas?

Los Aprendices son esas voces de la Historia.

Pame le preguntó a Judith si alguna vez durante la guerra había tenido vergüenza. Sorprendida por la curiosa pregunta Judith le dijo:

“sí, sabés que sí? y lo había olvidado Fue  el día que entramos en Auschwitz. Cientos de mujeres agolpadas en este horrible lugar y nos ordenaron que teníamos que desnudarnos. Yo tenía 14 años, nunca me había desnudado delante de nadie. Me moría de vergüenza, pero el miedo era muy grande, imité a todas y me empecé a sacar una a la ropa la ropa que tenía puesta hasta que me quedé en ropa interior, no podía más. pero enfrente de mí estaba este soldado alemán,   era un muchacho … no tenía ni 20 años, rubio, de ojos celestes, lindo como un sol, que cuando me vio en ropa interior, levantó su arma   y con ferocidad me dijo “¡todo! ¡todo!”. Temblando me saqué la camiseta y cuando me bajé la bombacha   vi con horror que tenía sangre. y que él también lo vió. Me quise morir. Fue lo peor que me pasó en Auschwitz, ya sé que no me vas a creer. Pero fue peor que los piojos, peor que el hambre, peor que la sed. Mi intimidad estaba ahí sobre el piso, a la vista de todos yo tenía 14 años y había dejado de ser dueña de mí.

Estas palabras hablan sobre la deshumanización con mayor elocuencia que cualquier tratado. Judith se murió cuando yo estaba preparando esta charla. Pero su relato sigue vivo en mí. Lo cuento toda vez que puedo. Nunca nunca lo olvidaré.

Y ahora que lo conté, tampoco ustedes lo podrán olvidar.

y esta es la esencia del Proyecto Aprendiz:

¡El que escucha a un testigo se convierte en testigo!

 

ENGLISH VERSION.

Ania was left alone in Poland during the war. She was 12 years old. She begged for handouts, served as a domestic in homes, and learned how to pray. But she lived in terror because she mispronounced the sound of the letter “r” and convinced herself that that was how they were going to discover she was Jewish and kill her. With her nearly transparent, baby-blue eyes and her tiny delicate voice, she would tell me when I was a child that she spent all the years of the war without using any word containing the letter “r”. I found that impossible. My mom said “it is possible, as is so much more. Let’s hope that life never challenges you”.Hanka was 7 years old. She was hiding with her mother in a closet they held their breath as they listened to the shouting in German. “Why do we have to hide momma?” “Because if they find us they’ll kill us.” “And, why do they want to kill me if I’ve been good?”Stories like these accompanied me during my childhood, with questions that would harass me and not allow me to sleep.I am a child of the war. I was born in Poland while the bombs fell in Japan over Hiroshima and Nagasaki. My parents survived by hiding in a tiny attic for several years. We arrived in Argentina in 1947. My fairytales were stories like these ---some miraculous, heroic; other sad, terrifying--- that I would hear the survivors tell, sitting around the table while drinking tea with pastries and cake.I didn't live the war, but I have always had the feeling that the most important things in my life had happened before I was born. The war itself. The miracle of my parents’ survival. The loss of Zenus, their first son, my older brother who I've never known. They had to give him away to a Christian family to ensure his survival as theirs seemed impossible. When the war was over they went back for him.  "He’s dead", they were told. They asked for his body. The family claimed not to "remember" where he had been buried. It seemed obvious, Zenus was still alive and was being kept by them. They searched and searched. But they never found him. His absence was a tangible presence in my house in the only photo that remained. It's strange to live with the feeling that maybe somewhere, there is someone with my blood who looks like me yet doesn't know who he is.

Imagine having to leave your children behind to save their life. What conceivable threat could a two year-old child pose? What were my little brother, Ania, and Hanka accused of? Why do they want to kill me if I’ve been good?

These questions led me to think about EVIL. Not the interpersonal evil, the everyday one, uttered in the midst of an argument or a heated moment. No, no. Uppercase EVIL: impersonal, systematic, political. The EVIL perpetrated by someone in the name of a system against others belonging to a group targeted for destruction.The one done by obeying orders, that manufactures wars, massive killings, and genocides, but without any guilt.

How do we answer the question posed by uppercase EVIL?

I believe the answer relies on education. An education where ethics is central. Neither religions nor cultural norms have been able to prevent uppercase EVIL yet humanity depends on this. It should be part of every curriculum. But if it were to be, how to introduce something like EVIL at school? And also, how can we highlight its importance in order that it not become just another class: 9am: English, 10am: Gym, 11am: Genocide?

The “protagonists”! Those who experienced it being in the classroom is the key. The one who was there, shaped by history. Their voice and their presence touch us It opens ears and helps us to see the human perspective in every historical event. But what will  it be like when none of the witnesses to a given event are left?   What is going to happen to stories like Ania’s or Hanka’s? Buried in the page of some history book. Unreachable. How can we keep alive that motivating force of the live testimony in the classroom?

In Fahrenheit 451, Bradbury describes a world in which books are forbidden. Each rebel decides to learn a book by heart in order to keep it alive. This is the solution: like those rebels, let us rebel against tides of forgetfulness to ensure that each story continues to be heard. And this is how the Apprentice Project was born.

A very simple idea: bringing two people together---one who has something to tell, and another who wants to hear it and commits to continue telling it. Like the master shoemaker who teaches his art to an Apprentice,   so too the “protagonists”, as Teachers, pass on their experiences and story to a witness, who masters that account and embodies it as their own.

I transmitted my enthusiasm to the people at Generations of the Shoah, an organization that deals with the Holocaust, and we began to work. At first, we had no idea how to tackle it, but the project enthralled people, we persisted, and through trial and error we learned, and we are doing it!

It’s a simple conversation between two people, eye to eye, in the flesh. You can’t ask questions to a written or recorded testimony, but if someone is sitting in front of you, you can. And they tell stories like the ones I told earlier, human, universal, stories that anyone can understand. It doesn’t even matter where or under which circumstances they happened, they allow us to inhabit someone else's shoes. It’s something vibrant, like in the theater, when people are here   and what’s happening touches all of us. This can’t be registered on any camera, it’s pure energy.

The project is spread by word of mouth. The candidates are young adults from 20 to 35 years-old. They first complete a training before the long-awaited moment arrives: the Pairing Event. That day each Apprentice meets their Teacher. The matches are made and each pair chooses its own path. They meet wherever they want, whenever they want, and for as long as they need. The only requirement is that the Apprentice must keep a journal, logging the memories of the journey---their memory for the future.

The pairs meet several times before the final moment arrives at the Closure Event: a rite of passage in front of friends and family of both the Teachers and the Apprentices. Throughout their meetings, each pair has developed a powerful relationship that is formalized that day in front of all those in attendance by signing an ethical commitment: that each story will continue to be told.

To this point, ninety pairs have completed the project. Ninety are the Apprentices who have made their Teacher’s story a part of their own lives.

Since we began five years ago, we’ve learned many things.

We have learned that it’s easier to talk with a stranger than with your own family.

When Dora died, all her grandchildren surrounded Sol at the wake and they asked “tell us what grandma told you, because she never told us anything”.

We’ve also learned that on top of keeping oral storytelling alive, new kinship networks were created: “foster” grandchildren and grandparents, invitations to parties, celebrations, the Apprentice’s family meeting the Teacher’s family.

Gabriel happily says “I have a new granddaughter”.

Ariana invited Eugenia to be a witness at her wedding.

Brian danced Lea’s story in choreographic form.

We’ve learned that these conversations between Teacher and Apprentice are a bridge between past and future.

We’ve learned that we old people are the owners of an indispensable archive. We are how we are because of what happened before. We will be who we will be if we learn from the rowers to gain the power to move forward by looking back.

Imagine the power produced when sharing the live testimony of witnesses of: a culture in danger of extinction, the Malvinas/Falklands War, military dictatorships, or human trafficking.

The Apprentices are these voices of History.

Pamela asked Judith if she had ever felt ashamed during the war. Surprised by the curious question, Judith said: “You know what? Yes, I have, and I had forgotten. It was the day when we first arrived at Auschwitz. Hundreds of women cramped in that horrible place. And we were ordered to strip. I was 14 years old. I had never stripped in front of anyone before. I was dying of shame, but amidst the terror I imitated the others and kept removing my clothing piece by piece until I was down to my underwear. I had reached my limit. But in front of me there was this German soldier, he was a young man...who couldn’t have been more than 20. Blond, light blue eyes, handsome as could be. When he saw me in my underwear, he pointed at me with his gun and fiercely shouted “everything, all of it!” Shivering, I took off my undershirt, and when I pulled down my panties I was horrified to see that there was blood, and that the soldier saw it as well. I wanted to die. That was the worst thing that happened to me in Auschwitz. I know you won’t believe me. But it was worse than lice, worse than hunger, worse than thirst. My intimacy was there lying on the ground in front of everyone. I was 14 years-old and was no longer the owner of myself.”

These words speak about dehumanization with more eloquence that any essay could. Judith died while I was preparing this talk, but her story is still alive in me. I tell it every time I can. I will never ever forget it. And now that I’ve told it, you won’t be able to forget it either.

This is the essence of the Apprentice Project:

When you listen to a witness, you become a witness!

 

Generaciones de la Shoá cumplió diez años.

Palabras pronunciadas en el acto del 18 de noviembre de 2014 en la Legislatura de Buenos Aires: Equipo completo de Cuadernos de la Shoá: Fernando Ender, Melisa Berlin, José Blumenfeld, Natalia Rus, Feigue Machabansky,  Susana Luterstein, Aida Ender, Diana Wang, Angela Waksman, Rosa Rotenberg, Viviana Rosenthal, Ruthy Fleischer, Jonathan Karszenbaum y Karen Rofchuc.

Hoy cumplimos diez años pero existíamos antes, 7 años antes, nos reuníamos de manera informal, espontánea en nuestras casas, éramos los “niños de la Shoá”. Hace diez años nos organizamos formalmente y nos pusimos Generaciones de la Shoá porque además de sobrevivientes había hijos de sobrevivientes. Fue en 2004 cuando gestamos De Cara al Futuro. Nos reuníamos en la Fundación Memoria del Holocausto, después nos mudamos a la Wizo en la calle Larrea gracias a una invitación de Amalia Pollack y finalmente José Moskovits, presidente honorario de Sherit Hapleitá, nos invitó a seguir su legado en la sede de Paso. Y allí estamos, honrando lo mejor que podemos el compromiso asumido.

Somos sobrevivientes, hijos, nietos, parientes y amigos de quienes han sufrido el Holocausto. Todos tenemos familiares perdidos en Europa, nuestra relación con la Shoá es personal. También nos acompañan docentes especializados en la temática y los jóvenes que se han ido integrando.

Las mujeres somos, como verán, mayoría, pero somos educadas y de tan amplio criterio que recibimos gentilmente a algunos hombres. Vieran cómo se sorprenden de que podamos estar hablando de cuatro cosas al mismo tiempo, no solo sobre lo que hay que hacer sino también sobre el estado de salud de cada uno, qué hija está embarazada o qué nieto tuvo un éxito en la escuela o mucha fiebre la noche anterior.

Esto hace que seamos una institución diferente y un tanto rara. Los mismos que integramos la CD participamos en las distintas áreas institucionales, discutimos, pensamos y firmamos cheques y cuando hace falta, tomamos una escoba y barremos el piso. Generamos materiales educativos y bajamos a abrir la puerta, inventamos proyectos innovadores y estamos atentos a que no falte el café ni el té ni el mate ni el edulcorante ni las galletitas. Son reuniones fértiles, donde siempre pasan cosas en un clima amable en el que da gusto estar. Y también hacemos celebraciones, festejamos los cumpleaños, nos acompañamos en las tristezas y nos alegramos con las alegrías… constituimos una impensada familia, tal vez una compensación de la que a algunos nos faltó en nuestras infancias.

Uno termina de conocerse cuando se compara con la forma en que es visto por el afuera. El reflejo que recibimos es de valoración de este clima desacartonado, de este acercamiento sin tabúes ni falsos prejuicios a lo más doloroso que hemos vivido. Aprendimos de nuestros padres y sobrevivientes, a transformar la tragedia en motivo de vida. Lo que hacemos en la institución es lo mismo que hacemos con nuestras propias historias: sostenemos una filosofía que privilegia la vida y le da sentido, orientamos nuestro esfuerzo a contar y transmitir, a veces hasta con alegría, lo que hemos aprendido. Muchos de los amigos que hemos hecho en estos diez años están acá hoy con nosotros y veo sus caras diciendo que sí, sus sonrisas relajadas y siento en mi piel sus abrazos.

Honrando esta mayoría femenina, nuestra mesa de trabajo es una gran cocina alrededor de la cual, a veces con ingredientes mínimos, inventamos -modestia aparte- exquisitos manjares. Los Cuadernos de la Shoá, que todos conocen y que ya son quintillizos, surgieron alrededor de esa mesa.

También el Proyecto Aprendiz, primero la simple idea de que el día de mañana haya alguien que cuente cada una de las historias de los sobrevivientes a lo que cada año, cada grupo, cada experiencia agregó un detalle, algo diferente que mejora el resultado. Lo que parecía que iba a ser un budincito se convirtió en una torta elaborada de varios pisos con distintos rellenos y sabores. Ya son 90 las parejas constituidas.

Entre los ingredientes de nuestra mesa, también está la tecnología, no solo no le tenemos miedo sino que la usamos como si hubiéramos nacido con ella: facebook, twitter, whatsapp, email, power points, mp4, nada de esto nos es ajeno. Nuestra lista de correo electrónico todosgeneraciones llega a cientos de suscriptores, hacemos fotos, grabamos audios y videos con nuestros celulares, internet es una de nuestras herramientas más ricas.

Los lugares comunes, las mentiras y la utilización de la Shoá para fines ajenos a ella, nos producen agudas reacciones alérgicas. Frases como “nunca más”, “recordar para no repetir”, “para las siguientes generaciones”, y tantas otras que escuchamos a diario, nos llevan una y otra vez a explicaciones y desmitificaciones. Rectificamos permanentemente informaciones falsas que distribuyen las redes sociales y las cadenas de mails. Luchamos contra la banalización cuando se menciona al nazismo, a Hitler o a Goebbels, como un sustantivo común, como un insulto. Levantamos nuestra voz contra el abaratamiento y el uso político y falaz de estos hechos y personas. Protestamos ante la espuria comparación entre la Shoá y la política del Estado de Israel señalando que el hoy llamado antisionismo es el mismo antisemitismo travestido. Salimos al cruce de estas declaraciones que toman los hechos a la ligera y superficialmente, de un modo que los tergiversa e impide revelar y comprender su contenido y alcance.

Aportamos lo que somos y lo que sabemos, los materiales que producimos y los testimonios a escuelas y universidades. Dialogamos con distintos grupos, aprendemos y enseñamos, integramos el capítulo argentino de la Alianza Internacional para la memoria del Holocausto, acompañamos con capacitaciones, testimonios y con nuestros sobrevivientes al programa Marcha por la Vida recientemente declarado de interés educativo por el gobierno de BsAs.

Como nos enseñan nuestras tradiciones, en toda fiesta hay que recordar también los momentos tristes. Hemos visto en el video inicial, las caras y los nombres de quienes nos acompañaron y ya no están con nosotros. Pero en estos diez han nacido nietos y bisnietos y cada embarazo, cada nacimiento es una celebración mística. No somos muchos pero sí muy prolíficos, en estos diez años nacieron 30 pimpollos, todo un ramillete de promesas de continuidad.

Durante la Batalla de Inglaterra, Sir Winston Churchill se refirió a quienes lucharon diciendo que “nunca tan pocos habían hecho tanto por tantos”. Generaciones de la Shoá, como aquel escuadrón de la RAF, está integrado por apenas un puñado de personas, las que ven acá. Sus voces son pequeñas, pero crecen y se amplifican, se vuelven fuertes y potentes en su persistencia por mantener viva la memoria de la Shoá.

Y, como decía Luis Sandrini -esto es solo para mayores de 60-, “mientras el cuerpo aguante” seguiremos insistiendo, desafiandonos con nuevas ideas y formas de llegar, transmitir y enseñar en la ilusión de que estamos haciendo una diferencia, de que no es solo porque hacer lo que hacemos nos es esencial para seguir viviendo sino porque tal vez, alguna vez, algo cambie y nuestros nietos y los nietos de nuestros nietos vivirán en un mundo mejor.

publicado en vis a vis   

Ni polacos ni rusos, ucranianos.

Colaboración para el libro "Mi Cocina Judía" de Silvia Plager. Ed. Sudamericana 2014.

Captura de pantalla 2014-11-02 a las 11.57.15

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Polaca. Judía. ¿Qué otra cosa que papas y cebollas podrían ser mis ingredientes preferidos? Y de entre todo lo que se puede hacer con ello, los varénikes son, definitivamente, mi comida preferida. Se presentan en distintas versiones, con diferentes rellenos y variados acompañamientos. También tienen distintos nombres. En mi casa se llamaban piroshki, el diminutivo de pirogui que es como se dice en polaco (se escribe pierogi).

Mamá me contaba que en Polonia los pirogui son una de las comidas más populares. La masa era siempre igual pero su contenido podía ser de carne, de repollo, de papa y hasta de cerezas u otras frutas, se comían con diversas combinaciones de salsas e incluso dentro de sopa. Era un concepto neutro que podía adecuarse a diferentes rellenos y momentos de la comida, podía ser un plato por sí mismo o el postre.

No conocí la palabra varénikes hasta mi adultez, en realidad, hasta que me casé con un hombre cuya familia venía de Rusia. En su casa mis piroshki se llamaban varénikes, la papa del relleno tenía cebolla frita y mucha pimienta y se acompañaba con cebolla frita en manteca y a veces con higadito de pollo.

No era así como los hacía mi mamá. Decía que de todas las versiones posibles prefería la que le hacía su mamá. El relleno era de puré de papa con un poco de ricotta o queso blanco y luego de hervidos se los cubría con crema de leche espesa. Alguna vez hizo relleno de carne o repollo y, ante la repulsa unánime, abandonó el intento. Todavía no conocíamos las empanadas de carne y la posibilidad de hacerlas fritas o al horno, no sabíamos lo ricas que eran y cuánto nos iban a gustar con el paso de los años.

La rivalidad entre los poilishe (nosotros) y los rusishe (la familia de mi marido) que se aplicaba tanto a pronunciaciones de idish como a hábitos y comidas fue un paso de comedia habitual hasta que descubrimos que ambas familias eran oriundas de lo que es hoy Ucrania. Nuestras supuestas diferencias regionales se diluyeron con la redistribución de fronteras posterior a la segunda guerra. Ni polacos ni rusos: ucranianos.

A mis 50 años hice un viaje a Polonia y a Ucrania junto con mi hermano. Nuestra familia provenía de Stryj, una ciudad polaca que a poco de terminada la guerra pasó a estar en Ucrania, pero en nuestro relato familiar Polonia era nuestra tierra de origen, el olor de la infancia de nuestros padres. Fue una fiesta caminar por Varsovia y Cracovia. Nos impresionaban muchas cosas pero lo que más nos impactó fue el aspecto físico y la gestualidad de la gente. Veíamos en ellos a mamá y a papá y a sus amigos, en pequeños detalles, en cómo tomaban la taza de té, en cómo encendían un cigarrillo y aspiraban y expelían el humo, en cómo se sentaban y en cómo miraban. Todo nos resultaba sorprendentemente familiar. Cuando visitamos alguna casa y vimos el abigarramiento, los dorados y los rojos, las carpetitas, las fuentecitas, los cristales, los adornos y adornitos, los cuadros y cuadritos, entendimos que el estilo de decoración de las casas de nuestros padres y las de sus amigos, un estilo del que nos burlábamos un poco por cursi, por sobrecargado, venía de allí, cada uno de ellos reproducía en su casa argentina la estética polaca que le era conocida. Todo nos resultaba familiar y, al mismo tiempo ajeno. Sentíamos que éramos de allí pero al mismo tiempo que no. Sabíamos que si no hubiera pasado lo que pasó nos veríamos como todos los que andaban por las calles, hablaríamos su idioma, nos miraríamos como se miraban ellos; pero al mismo tiempo estaba claro que no se podía volver atrás, que hablábamos castellano, nos gustaba el tango y el mate y en nuestro cielo conocido siempre esperábamos encontrar a la Cruz del Sur. Fue una experiencia hondamente extraña y conmovedora.

En los ecos y reflejos el pasado seguía vivo en nosotros, todo lo que veíamos nos era extrañamente conocido. Todo salvo los piroshki. El primer día entramos temblorosos a un restaurant, tomamos asiento y pedimos un menú. En nuestro elemental polaco encontramos la palabra “pierogi” y nos entusiasmamos al unísono: “¡Piroshki! ¡Tienen piroshki!”. El menú indicaba muchas variedades pero no encontrábamos los de papa. Preguntamos al mozo y nos dijo que esos se llamaban russki, o sea, rusos y que se servían con cebolla frita. Nos llamó la atención que no fuera con crema, pero igual los pedimos. Esperábamos re-encontrar el sabor y el olor de la infancia pero lo que vino en el plato y lo que gustamos no lo fue, ni de lejos. Masticamos nuestra desinflada ilusión y pedimos los rellenos con cereza como postre, para ver si la cosa mejoraba. No los pudimos terminar. Arrastrando la mochila cansada de la añoranza, nos dijimos que teníamos que probar en otro restaurant, que nos habíamos equivocado de sitio. Pero pasó lo mismo en todas partes. No encontramos ni en Varsovia ni en Cracovia los piroshki con crema de nuestra infancia.

Nuestro siguiente destino era Ucrania, específicamente Lwów (o Lviv, su actual nombre ucraniano). En la primera noche, en el mismo restaurant del hotel decidimos intentarlo nuevamente. El año era 1995, Ucrania recién emergía del dominio soviético, era pobre, se veía un creciente deterioro por todas partes, una ciudad ajada con gente gris y sombría. Nos sentamos a la mesa del Grand Hotel sin ninguna expectativa, mirando desolados el enorme salón casi vacío, los reflejos de un sitio que supo ser elegante y lujoso y que a duras penas subsistía apelando a sus viejas glorias entre bocanadas de ahogado. Pedimos el menú y nos trajeron uno escrito en ucraniano, o sea con caracteres cirílicos. No entendíamos nada. Por suerte conseguimos un ejemplar manuscrito en inglés y bajo el título de“Main Dishes”, o sea, platos principales, no solo no había mención alguna de pierogi con carne, repollo o frutas sino que decía clarito y rutilante: “Varenikes with Smetene”. Así. Literalmente. Y uno que creía que ambas eran palabras en idish… ¡¡¡y resulta que eran en ucraniano!!! Esperamos la llegada del pedido con muda y anhelante anticipación temiendo sufrir una nueva y triste decepción. Pero el plato que apareció delante de nosotros, los piroshki cubiertos de crema, se veía y olía igual que lo que nos solía servir mamá en nuestra casa de Floresta en la frías noches de invierno. Con miedo, nos servimos una puntita para probar no fuera a ser que nos volviéramos a desilusionar. Pero no, el aroma sublime no había mentido, el puré tenía el mismo gusto, la masa la misma consistencia y sabor y estaba todo todito cubierto con una crema espesa deliciosa, igual a aquélla que se compraba en la fiambrería de la vuelta de casa después de escuchar el Teatro Palmolive del Aire o, si se nos había hecho tarde, antes del Glostora Tango Club. Repetimos el suceso en todos los restaurantes en los que entramos en nuestra visita a Ucrania. En todos, los varénikes con smétene eran los nuestros, los que nos hablaban de canciones de cuna con muchos ai-lu-lus, de sonidos familiares, de risas cómplices, de caricias cicatrizantes y de pesadillas que terminaban con un abrazo de mamá y su voz que decía “ya está, fue un sueño, dormite…”. Fue en Ucrania que, cerrando los ojos, volvió a nosotros el dulce sabor perdido y que tan fielmente llevábamos guardado en nuestra memoria.