Chupahuevista Social Club | •CSC•

Chupahuevista Social Club | •CSC•

En la huevísima era de la pos-pandemia

Presidenta y fundadora: Diana Wang

Secretario General: Mariano Dorfman

Declaración de principios.

Los Chupahuevistas somos personas adultas que nos asociamos voluntariamente y que confirmamos en el acto de solicitar el ingreso aceptar las condiciones exigidas. 

Un Chupahuevista debe tener o conquistar la fortaleza de luchar contra sí mismo para instalar y desarrollar el nuevo estado de cosas y transformarse en el trayecto. 

Un Chupahuevista es alguien serio y responsable, que ama lo que hace y que lo hace de la mejor manera que puede. 

Pero a no confundirse, jamás un Chupahuevista es alguien a quien no le importa nada; ésos son los Chupahuevistas truchos, infiltrados, ignorantes y alborotadores. El Chupahuevista auténtico es el que pone sus mejores huevos ahí donde le importa y los empolla con entusiasmo. 

Mantra: No somos un yogurt ni una gaseosa, pero estamos seguros de que se puede vivir una vida más light. 

El Chupahuevista verdadero tiene los siguientes beneficios:

  • mayor ligereza en el andar

  • progresiva desintegración de la culpa

  • descenso de la presión y regulación del metabolismo

Para solicitar ingreso hay que cumplimentar al menos 5 de estos requisitos: 

  1. tener una pasión que te impulse y sumergirte en ella

  2. tomar el ocio como parte esencial de la vida 

  3. resistir el influjo de los consejos y las críticas

  4. dejar de pedirle peras al olmo, esperar solo lo posible

  5. encontrar el lado amable de las cosas y ejercitar los músculos de la sonrisa

  6. asumir no ser el centro del mundo ni que todo te está dirigido a vos 

  7. domar al ego para que se calme y no exija tanto

  8. verte y ver a los demás con benevolencia

  9. saber que solo se puede hasta ahí, no siempre querer es poder

  10. decir gracias, por favor y disculpas

No hay restricción alguna por edad, género o condición física. Si no llegás a los 5 requeridos, entrenate para alcanzalos y volvé a enviar la solicitud en 6 meses. Se te mantendrá la cuota de ingreso. Pasado ese lapso tendrás que volver a pagarla.

Nota: Si el ingreso es aceptado, el asociado se compromete a entrenar y adquirir las condiciones que le faltan a la hora de ingresar. 

Cuota de ingreso: 

fotografías de 3 sonrisas, sean de verdad o ésas con los dientes, diciendo chiiiiiis o whisky o como sean.

Frases Célebres de chupahuevistas ilustres:

Relajate, no te jugás la vida en cada cosa. 

A la gente le chupa un huevo lo que haces o dejás de hacer.

No, no vas a cambiar el mundo en cada cosa que hagas

Cuando mete la pata un chupahuevista se ríe y aprende de ello

Por último, un Chupahuevista de ley afirma 

1) que no se la cree y 

2) que no tiene garantías de seguir vivo los próximos 5 minutos. 

Si no podés firmarlo, ni lo intentes, este club no es para vos.

Si llegaste hasta acá es porque posiblemente ya te sientas parte del •CSC• y te tiente preguntarnos “¿y cómo sigue todo esto?”.

Bueno, la verdad es que nosotros nos hicimos la misma pregunta, y debemos decirte que por el momento no tenemos una respuesta para darte. Pero mientras tanto, te damos algunas ideas:

  • Podés marcar este mail o whatsapp como favorito así lo tenés a mano cuando recuerdes que queres vivir una vida más light.

  • Podés reenviarlo si pensás que a otros les va a venir bien pensar que no están solos y que el mundo está lleno de chupahuevistas.

  • Y si ya te volviste un fan del club, hasta podés hacerlo cuadrito y colgarlo en el living de tu casa.

  • Ah, y por último, y no menos importante, también podés responder este mensaje con algún comentario, idea, sugerencia o simplemente con un emoji de corazoncito 💛.



Alguien de buena familia

Luego de la desestimación de la causa Hotesur-Los Sauces que varios (¿tres? ¿cuatro?) tribunales previos habían aceptado como causa a ser juzgada.

Saber que fue protagonista de esto que tanto duele al país, duele más, si cabe porque me duele personalmente. Tiene su historia.

Duvko fue mi tío favorito. Creo que estaba enamorada de él. Tanto así que cuando finalmente se casó con la querida Nora, me vinieron a “pedir permiso”. Lo tomé bien en serio y me resultó fácil dárselo porque la quería mucho también a ella, me gustaba que pasara a ser mi tía. Nora era de esas mujeres aguerridas, fuertes y determinadas, oriunda de Grecia, había pasado la guerra en París y, después supe, con varias vidas antes de conocer a Duvko. 

Le decía tío, lo creía tío, lo sentía tío. Pero no lo era. Era el mejor amigo de papá, otro sobreviviente de la Shoá, como él. Hasta la aparición de Nora en su vida compartía la nuestra. Los fines de semana, las vacaciones, los problemas, las dificultades, la compañía, el consuelo. Era parte del grupo de esos sobrevivientes que llenaron mi infancia con tíos y primos tan solos como nosotros. Pero Duvko sobresalía entre todos. No solo porque era el único soltero sino porque era de esas personas que no les hablan a los chicos en diminutivo como si fueran flojos de entendederas. Cuando me miraba me veía y cuando me hablaba era con seriedad. Fue Duvko el responsable del nacimiento de mi hermano, fue quien insistió y sostuvo la decisión de mis padres de volver a tener un hijo, decisión que les resultaba conflictiva y dolorosa debido a la pérdida en la Shoá de Zenus, aquel primer hijo que nunca pudieron recuperar y de lo que se acusaban sin remedio ni perdón. Duvko se llamó Daniel en Argentina, tal vez mi hermano debería llamarse así. 

Era técnico dental y hacía también de dentista clandestino para todo el grupo de inmigrantes en cosas ligeras como limpiezas y caries. Fue mi primer dentista. Vuelve a mi el aroma típico a clavo de olor que inundaba el consultorio donde me encantaba ir a jugar. Estaba en la habitación del fondo de la casa de su hermano Carlos y su cuñada Greta, donde también vivía. Era un edificio viejo creo que en la calle Viamonte cerca de Pueyrredón, de ésos con un ascensor de tijera, de hierro artístico e interior de madera y espejo con la escalera al costado precedida por un cartel blanco con letras azules que decía “habiendo escalera el propietario no se hace responsable por accidentes debido al uso del ascensor”. El departamento tenía una amplia sala al frente y luego un largo pasillo que daba a varias habitaciones, no sé cuántas, pero el pasillo me parecía enorme, corría ida y vuelta por él como si fuera una pista. Creo que durante algunos meses luego de nuestra llegada a la Argentina estuvimos allí ubicados en la sala del frente, lo que era un honor, pero es un recuerdo borroso del que no estoy para nada segura porque tenía alrededor de 3 años. 

Carlos y Greta tenían dos hijos, Pupi y Chiqui, ambos adolescentes que jugaban conmigo con el mismo estilo de Duvko, es decir, con seriedad y hablándome como si fuera grande. Pupi, el mayor, un morocho lindísimo y supongo con mucho arrastre entre las chicas aunque me parecía entonces que un poco pagado de sí mismo, tal vez por eso. Chiqui era más inquieto y juguetón y el que me prestaba atención. Creo que fue él (sigo sin estar segura, todo se me hace difuso y dudoso) quien me mostró las primeras revistas “mejicanas” de Superman con las tapas lustrosas y la magia de Clark Kent cambiando de vestuario y de poderes. Sentada a su lado, lo evoco pasando una a una las páginas leyendo lo que aparecía escrito en cada globito que salía de los personajes. El mundo de las historietas hizo irrupción en mi vida para no dejarme más. Le debo esos descubrimientos y esa deliciosa sensación que uno tiene cuando es chico de que un grande -para mi Chiqui era igual de grande que mis padres o los suyos- le dedique tiempo y atención. 

No sé qué pasó pero a partir de un momento dejamos de verlos. No así a Duvko de quién estuvimos cerca siempre. Habrá sido cuando nos mudamos a Floresta a mis 6 años cuando ya había nacido mi hermano, no sé bien, pero no recuerdo que los hubiéramos visto en esa época.

Evoqué estos recuerdos y vínculos familiares cuando se hizo público el sobreseimiento de todos los acusados en la causa Hotesur y Los Sauces. Uno de los hijos de Pupi, el sobrino de mi adorado Duvko, se llama Adrián. Es Adrián Grünberg, el controvertido juez subrogante del TOF 5, miembro de Justicia Legítima y central en el fallo. 

Pedir Justicia

Hace años que estamos marchando. En aquellos jueves de la Plaza las Madres pedían la aparición con vida. En los noventa Catamarca marchó en un silencio desgarrado por la impunidad ante el asesinato de María Soledad Morales. Cuando una bomba derrumbó la AMIA, la indignación por el ataque y luego por los encubrimientos cómplices, la calle gritó Justicia, Justicia perseguirás. Pero hicieron falta unos años más para que el reclamo generalizado pidiera Justicia. 

Enero de 1997 nos golpeó con el asesinato de Jose Luis Cabezas y sus archivos de componendas y nuevos encubrimientos. En 2004 el reclamo fue por el asesinato a mansalva de Axel Blumberg, en 2006 por el esclarecimiento de la desaparición del testigo protegido Julio López y, por citar los más notorios. En 2015 fue debido al asesinato con el burdo disfraz de suicidio de Alberto Nissman horas antes de defender su denuncia contra los firmantes del (mal)entendimiento con Irán. Nada menos que un fiscal asesinado. Las sospechas hicieron temblar el piso de nuestra república. La justicia había sido lacerada, herida, subvertida e impunemente acallada. El reclamo fue, entonces sí,  por la Justicia.

Las protestas y las marchas por muertes debidas a diferentes causas, a diferentes víctimas y a diferentes victimarios, se encolumnan ahora unánimemente bajo el pedido de justicia. Ya no contra la inseguridad, contra la impunidad, contra la complicidad o la inacción. 

La exigencia de justicia elevó la demanda a un nivel superior. No se reclama por privilegios de algunos, por componendas políticas o corruptas, por gatillo fácil de fuerzas policiales venales o mal formadas. Se pide, se exige Justicia, o sea, la garantía de un Poder Judicial efectivo y confiable, ese paraguas común que nos resguarda. Una Justicia que vuelva a ponerse la venda y nos asegure que será para todos, que no importará a quién beneficia ni a quién perjudica, que sostendrá y garantizará una convivencia pacífica.  

Se ha comprendido que con la víctima muerta, no hay fuerza ni marcha que la vuelva a la vida. Pero la indignación, el dolor y la impotencia requieren del alivio de la pena y la rabia en el abrazo colectivo de empatía, sostén y acompañamiento. Por eso las marchas. Por eso la gente. Por eso las calles.

Diana Cohen Agrest eligió otro camino. Se internó en los laberintos de las leyes y su imposición tantas veces quebrada, pervertida e inútil y creó la Usina de Justicia. Luego del asesinato de su hijo y de la liberación de su asesino, buscó en la recomposición de la Justicia el camino que la reconciliara con la humanidad.

El nuevo mensaje es que cuando en las marchas se pide justicia, se instala la noción de que el daño no solo fue individual, también fue social, nos toca a todos y una a una van sumando una nueva consigna: “para que no vuelva a pasar”. Es que recién cuando a uno le pasa, uno se da cuenta de cómo es eso que estaba tan lejos cuando le pasaba a otros. Y los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que parecían abstractos se vuelven concretos y entendemos que cuando funcionan y se equilibran nos garantizan la continuidad de la vida en una sociedad organizada. 

El cachetazo que recibimos cuando lo que le pasaba a otros ahora nos pasa a nosotros, nos sacude, nos despierta y nos impulsa a la acción. Y marchamos. Y gritamos. Pero ahora, por fin, con la Justicia como horizonte. Por eso en todas las marchas se pide Justicia, una Justicia justa que funcione en el cabal entendimiento de que solo así no volverá a pasar. 

Publicado en Clarín, en El Diario de Leuco, y en la Revista Gallo.

Discursos de odio y propaganda

Intervención para un video que realiza La Casa de Ana Frank para la International Holocaust Remembrance Alliance.

1- ¿Cómo se reproduce en la actualidad este fenómeno (tema específico del video) ocurrido durante el nazismo?

Los mensajes de odio, tan hábilmente usados por el nazismo, se siguen usando. 

Los mensajes de odio ordenan el mundo en nosotros y ellos. Un mundo binario de amigos y enemigos. Si no sos como yo, si no pensás como yo, si no actuás como yo, sos mi enemigo, pensás mal, actuás mal, sos malo. 

Los mensajes de odio dividen las aguas y generan estas brechas que estamos viendo en diferentes partes del globo. 

Los mensajes de odio hacen imposible la conversación, no se puede conversar con alguien que creemos que es malo. Al malo hay que destruirlo. Es lo que planteaba el nazismo. No solo contra los judíos. Los opositores políticos fueron los primeros en ser vistos como malos esenciales, esos que se empeñaban en discutir lo que proponía Hitler. Oponerse y discutir era clara señal de maldad y de que eran irrecuperables. Lo mismo pasaba en la Unión Soviética donde decenas de millones de opositores fueron asesinados, “purgados” decían ellos, contaminaban a la sociedad, debían ser asesinados por el bien superior de la sociedad. 

Los discursos de odio son una herramienta privilegiada en la construcción de tiranías y despotismos que son el paso previo a los genocidios. Los líderes dictatoriales han aprendido muy bien la perversa lección provista por el nazismo en la división de la población entre buenos y malos, amigos y enemigos. Son una herramienta efectiva de control social y de sometimiento de los opositores. Los alemanes fueron bombardeados con mensajes de odio hacia los judíos por todos los medios posibles. Salían a la calle y veían posters en los que los judíos eran caricaturizados como malignos y diabólicos. Veían películas en los que se los hacía aparecer como ratas o insectos ponzoñosos. Discursos políticos, programas de radio y teatro, rumores, chistes, todo confluía en el odio a esos seres que amenazaban a los alemanes. Publicaciones como diarios, revistas, panfletos y textos escolares distribuían constantemente mensajes sobre la peligrosidad de los judíos y la necesidad de deshacerse de ellos por el bien de la nación. 

Los dictadores y líderes totalitarios saben muy bien el enorme poder que tiene la propaganda y luego del nazismo han aprendido a usarla y hoy se potencia con el alcance universal de las redes sociales.

Una mentira dicha insistentemente, una y otra vez, bombardeada a todas horas, de maneras diferentes, por distintos medios y apoyada por personas prestigiosas, se vuelve una verdad. “Si todos dicen que los judíos son como las ratas y que traen infecciones ¿quién soy yo para decir lo contrario? debe ser así” es la conclusión a la que llegan los que incorporan pasivamente estos mensajes. 

Todos los pueblos que encararon una guerra debieron hacerlo enarbolando un discurso de odio porque solo viendo al otro como enemigo se lo puede asesinar. El peligro de los discursos de odio es que borra la sensación del otro como un semejante y lo transforma en un otro esencial, un otro que se me opone, un otro que me pone en peligro, un otro con el que no se puede dialogar, un otro perverso al que solo me queda destruir. 

2- ¿En qué ejemplos de la realidad usted ve que se usan hechos del nazismo para violentar y distorsionar, en el presente, lo actuado o realizado por los alemanes en el pasado? 

Lo actuado por los alemanes en el pasado es visible en las decenas de hechos genocidas ocurridos luego del Holocausto, en Camboya, en los Balcanes, en Ruanda, en Guatemala, en nuestra Dictadura Militar, y en tantos otros, los discursos de odio abonaron el terreno en donde brotó el asesinato. En nuestro país fue la guerra de Malvinas en la que la propaganda tuvo una acción determinante para su legitimación. Recordemos las filas interminables de gente que iba a entregar sus cadenitas y medallitas de oro para ganarle a los ingleses, los chicos que se presentaban como voluntarios para ir al combate y recuperar lo que nos había sido robado 150 años antes con la idea de que era un paseo de domingo, de que las ganas vencerían a la poderosa maquinaria bélica de Inglaterra. Iban alegres y aplaudidos por periodistas y medios, por la gente en la calle, iban a defender el orgullo nacional y a darles una paliza a los piratas ingleses que se iban a dejar ganar sin ofrecer resistencia. “¡Qué venga el principito!” gritaba Galtieri como un gallito provocador desde el balcón de la rosada y la intensidad de la propaganda acallaba el descontento de lo que se vivía en otros órdenes, se encolumnó a toda la gente tras esta ilusión y por unas semanas parecimos haber olvidado a la opresión de la dictadura y los desaparecidos. 

3- ¿Qué piensa sobre el uso de hechos o situaciones de la época del nazismo para calificar, violentar o denigrar personas o grupos en la actualidad? 

El uso de lo sucedido durante el nazismo aplicado para calificar, violentar o denigrar, me parece un uso espurio y perverso. Denominando hechos, situaciones o personas actuales basándose en la información superficial que se tiene sobre el nazismo tomada de series y películas y no de un conocimiento fundado, revela el desconocimiento de qué pasó y cómo fue la vida durante el nazismo. En especial para los judíos, los discapacitados, los opositores y todo aquel que era designado como enemigo a ser detenido y silenciado en unos casos y exterminados en su mayoría. 

Llamar nazi a una persona autoritaria es desconocer que nazis eran los que querían exterminar a gran parte de la gente, no solo  a los judíos, empezaban por los judíos y las primeras víctimas de otros colectivos, pero su plan era global, era la reingeniería de la raza humana, una reingeniería según sus propios criterios. Para un nazi estaba permitido y justificado el exterminio de todo aquel que no correspondía a lo que creían que era la raza superior. Un nazi no es solo alguien autoritario y despótico, es alguien que cree tener el derecho de decidir quien vive y quien no. Es de un orden lógico muy alejado de cualquier situación cotidiana, aunque sea de autoritarismo y sometimiento. Llamar nazi a cualquiera a tontas y a locas es poner en evidencia su ignorancia, su superficialidad y su carencia de argumentos.

4- ¿Qué opinión le merece el uso de elementos o consignas del holocausto para agredir o descalificar a organizaciones o personas en nuestros días? 

El uso de palabras derivadas del holocausto es impropio y tergiversa los hechos al dejar de lado aquel contexto. Se denigra e insulta incurriendo en una falsedad histórica, y así se violenta tanto aquella realidad como ésta. El nazismo determina una fuerte repulsa social, un profundo rechazo emocional porque se lo visualiza como el mal absoluto. Al usar esos elementos y consignas del holocausto se apela a esta emoción, se superpone el pasado al presente, se confunde y distorsiona al tiempo que se tiñe con el manto de maldad absoluta a quien se quiere denigrar, cubriendo a la persona que tuvo una supuesta conducta maligna con una mancha tóxica y pegajosa. 

En los discursos de odio las palabras que tienen que ver con el nazismo vienen como anillo al dedo. El Holocausto ha tenido tanta difusión que algunas de sus cosas han pasado a ser parte del habla común pero con un abaratamiento de su contenido. Se toman ideas impactantes sin revisión ni conocimiento y se las aplican a situaciones menores, alejadas de lo que fue el horror del exterminio nazi. Palabras como “hitler, campos de concentración, goebbels, nazi…” (con minúsculas porque se dicen como sustantivos comunes) pueden referirse a diferentes cosas usualmente sin relación con muertes o asesinatos. Autoritarismo, despotismo, arbitrariedad y cosas por el estilo pueden ser denominadas a modo de exageración o enfatización con este tipo de palabras. Dan a entender por un lado que lo que quieren denominar es terrible pero por el otro abaratan, banalizan lo que pasó durante el Holocausto, le quitan peso, lo transforman en algo no tan terrible, algo que le puede pasar a cualquiera. Los sobrevivientes y los que estamos atravesados por aquel horror sentimos que nuestro dolor es tergiversado, ofendido y menospreciado. Si cualquiera es un nazi o un hitler, también lo que pasó es algo común que no merece ser señalado de manera alguna. Si cualquiera es un hitler, si la orden de quedarse en casa durante la pandemia es como estar en un campo de concentración, entonces hitler al final no era como se dice que fue ni los campos de concentración son para tanto. Transformar en ordinario lo extraordinario es darle permiso. Es más que banalizar. Es legitimarlo, darle la oportunidad de que vuelva a suceder.

5- ¿Qué situaciones, consecuencias o elementos puede disparar el uso de un discurso de odio para agredir, denostar o denigrar a sujetos, organizaciones o hechos en la sociedad contemporánea?

El uso de los discursos de odio es una conocida técnica manipulatoria para construir y desviar la así llamada “opinión pública”. Dicho de otro modo, una manera de instalar en la población la idea de que un determinado colectivo o persona perteneciente a un determinado colectivo, representa el mal y debe ser silenciado, detenido, excluido y, si la escalada continua, asesinado. 

La propaganda totalitaria conoce muy bien este recurso y lo entroniza de manera privilegiada. Una de las maneras de aglutinar a una población heterogénea es instalando la idea de un enemigo común, ese colectivo entre nosotros que atenta contra nuestro bienestar. Un enemigo común junta a todos. Por ejemplo un ataque exterior, una guerra, una pandemia, un terremoto, cualquier ataque lima las diferencias y tendemos a responder de manera homogénea. Pero cuando no hay un ataque real, el nazismo nos enseñó que es igualmente útil inventarlo. Los judíos fueron para la Alemania nazi el enemigo inventado al que había que señalar, excluir y finalmente asesinar. Es el recurso que adoptan todas las dictaduras y regímenes totalitarios y lo hemos visto repetirse una y otra vez en los genocidios que siguieron al del Holocausto. 

Durante la dictadura el terrorismo subversivo era el enemigo común que debía ser detenido no importa si de manera legal o ilegal, lo importante era detenerlo por el bien del país. Y así se perdió el estado de derecho que es lo que se pierde siempre cuando se justifica el daño con el supuesto bien superior.

Por ello, toda vez que se pretenda emprender alguna política que no asegure la aceptación de la mayoría, apelar a la lucha contra ese enemigo común permite la homogeneización y el acuerdo. Pero no olvidemos que el fin no justifica los medios, los medios son el fin. 

6- ¿Qué propone como posible solución a este problema?

Los discursos de odio y su uso por la propaganda totalitaria están instalados alrededor del globo. La causa es sencilla: El enemigo común une a los diferentes, les da un propósito común que licúa las diferencias y los hace manejables. 

Enseñar sobre el Holocausto y sobre genocidios en general es imprescindible pero no alcanza. Es preciso extraer de allí las enseñanzas que se instalen y formen una nueva conciencia. Enseñanzas que muestren cómo aquello sucedido allá y entonces se aplica aquí y ahora, en ejemplos y situaciones concretas que toquen personalmente a quien lo oye. La discriminación hacia ciertos colectivos como la gente con sobrepeso, con determinado aspecto o condición social, de género o de etnia por mencionar unos pocos, está presente todo el tiempo en todas partes y genera situaciones de penuria, ataques, bullying, exclusiones y arbitrariedades. Es ahí donde hay que apuntar porque es ahí donde duele, donde está vivo. Todo conocimiento es incorporado si viene con la carga de sentido y emoción que lo hace pertinente, solo así se oye, solo así se apropia, solo así puede producir algún cambio. Los modos de hablar, las palabras que se usan, las conductas verdaderamente inclusivas y los conceptos que lo sostienen deberían atravesar toda la escolaridad, desde el jardín hasta el post doctorado. 

La ética de la aceptación del otro cuando es diferente, y especialmente cuando es diferente, sigue estando poco presente en la formación y la reflexión cotidiana. Lo inclusivo es más que las terminaciones de algunas palabras. Incluir implica conocer, comprender y aceptar lo diferente, lo no familiar, lo que no es como uno, lo que no es como uno cree que debería ser, lo que no es como uno está habituado a ser o pensar. Requiere un esfuerzo porque no es sencillo aceptar a quien no es como uno. Una particularidad de los mamíferos es que nos sentimos cómodos con los que se nos parecen, los que son de nuestra misma “familia” o “tribu” y tendemos a ver a los diferentes como potenciales enemigos. Es una herencia filogenética porque antiguamente, en la época de las cavernas, los de otras tribus eran peligrosos, nos podían robar el fuego o el alimento de varios meses. Seguimos estructurados de manera similar y el aceptar al diferente nos pide una conducta nueva que, para que suceda, debe ser sostenida por la formación y la educación. 

Hasta ahora ni las religiones ni la educación formal han conseguido diluir la potencia de la instalación de ese enemigo común, el temor que implica y la aceptación de modos de evitarlo. Todos los mamíferos tenemos el mismo temor ante el peligro de eso que nos amenaza, pero solo los humanos lo usamos para manipular al grupo. Creo que esclarecer este fenómeno es esencial para empezar a pensar en cómo resolverlo, en políticas educativas que integren en las currículas la formación ética, la reflexión crítica y el aprendizaje de pensar. Sería interesante que una materia sea “El mundo de las redes sociales” que enseñe a usarlas, leerlas y defenderse de tantos de sus contenidos lesivos y peligrosos. Es un desafío que todavía espera ser encarado. 

7- Si tuviera que idear una guía para periodistas y comunicadores, ¿Qué recomendaciones sugeriría para evitar el uso de la banalización y distorsión del holocausto y el discurso de odio?

Los periodistas y comunicadores debieran hacer una seria reflexión acerca de la responsabilidad que porta su tarea y prestar atención al uso oportunista de la banalización del holocausto y de los discursos de odio. Los requerimientos actuales en los medios, la sed de rating que asegura la llegada y la facturación que permite vivir al medio del que se trate, terminan siendo una trampa mortal. Sin caer en el amarillismo que requiere sangre, impacto y mucho morbo, el rating es tan voraz y perentorio que avasalla la capacidad crítica. ¿Hasta dónde llegarán para conseguir un punto más? ¿Cuál es el límite? Ante la necesidad de conservar el trabajo, de prevalecer, de ser reconocido, no pareciera que muchos se lo pregunten o lo cuestionen. Creo que debemos instalar la necesidad de un tal cuestionamiento para que cada uno entienda por qué es necesario y cuál es el daño que le hacen al tejido social, a sus propios hijos y nietos. Las distorsiones y banalizaciones así como los discursos de odio, cuando no son a propósito y guiados por algún objetivo particular, son una consecuencia de la ignorancia, de la no reflexión ética y también de la falta de tiempo y disposición para hacerlo. Así como se requiere el elemental triple chequeo de cada noticia que se difunde, cosa que tantas veces no sucede y se derraman fake news distorsivas, conocer y comprender los pasos que llevan a un genocidio es un camino, que en principio, puede permitir esa reflexión ética imprescindible. 

8- Si el discurso de odio fue constructor del nazismo, ¿ante qué riesgos estamos si se utiliza el discurso de odio en la actualidad?

Los discursos de odio, una columna central del nazismo, son un riesgo poderoso en la actualidad. Pretenden homogeneizar a la población, instalar el partido único, la desaparición de los opositores, la obediencia ciega ante consignas que no se deben cuestionar ni combatir. El riesgo en la actualidad suma a este propósito la enorme potencia difusora y virósica de las redes sociales con su llegada universal. Las redes sociales fagocitan las subjetividades porque para ser visto, para ser leído, para ganar seguidores, los mensajes deben ser contundentes, simples y provocativos.  No hay tiempo para pensar ni para conceptualizaciones ni argumentos. El impacto requiere brevedad y consignas explosivas. Gran parte de la población mundial convive con hambre, carencias básicas y expectativas sombrías, pero el teléfono celular es una potente herramienta globalizadora. Todos podemos subir un mensaje, se genera una proximidad inédita, una horizontalidad que nunca antes vivió la humanidad y para ser visto en esa marea de mensajes se genera una nueva necesidad, los likes y los seguidores que aseguren que existimos. De este modo las redes sociales potencian los discursos de odio y los entronizan, a veces como el único recurso disponible que da la ilusión de ser visto, de ser reconocido y considerado, especialmente para quienes no son vistos ni reconocidos ni considerados, o para los que tienen la habilidad de usar las redes para instalar enemigos, ideas y odios con la pretensión de reacomodar las piezas de este mundo a su gusto y antojo. Los discursos de odio difundidos por las redes han subido un nuevo nivel el riesgo de la convivencia humana.

Morir por una foto

Cuando en aquel poblado perdido de Grecia se puso de moda el suicidio de adolescentes el alcalde decretó que serían exhibidos desnudos en la plaza. No hubo más suicidios. La idea de que su desnudez sea vista aún después de muertos resultaba insoportable. Pero ésta no es una anécdota aislada. La imagen que mostramos tiene un enorme peso en el mundo de hoy. Es nuestra carta de presentación y ponemos mucho esfuerzo para que muestre cómo queremos ser vistos. Con la mejor pose y la iluminación perfecta, los filtros que nos proveen las aplicaciones y las correcciones de un photoshop o similar, podemos disimular nuestras imperfecciones y acatar la norma estética vigente. Las fotos terminan siendo fake fotos y contradicen, a veces dolorosamente, lo que vemos cuando nos miramos al espejo. Esa imagen privada e imperfecta, tan diferente de la foto pública, genera una sed inmediata de corrección estética. Las cirugías son a nuestro cuerpo lo que el photoshop es a nuestras fotos. 

¿De qué somos capaces para ser perfectos, emerger del anonimato y conseguir ser vistos? El fenómeno de las selfies de alto riesgo es un nuevo recurso que está empezando a preocupar. Son fotos tomadas desde el borde más alto de un rascacielos, desde la orilla de una catarata ríspida, tirándose en un paracaídas, jugando con animales salvajes y con armas de fuego, la sonrisa desafiante y en poses triunfalistas que muchas veces son el momento anterior a una tragedia. 

Según la investigación de la fundación iO especializada en Medicina Tropical y del Viajero, los accidentes registrados desde 2008 en todo el mundo sumaron 379 personas muertas, una cada 13 días. Pero en lo que va de 2021, ya son 31, el doble, una muerte por semana, en su mayoría gente muy joven, 41% adolescentes y 37% veinteañeros. 

Tanto los adolescentes que no soportaban la idea de ser vistos desnudos después de muertos como estos jóvenes que creyéndose eternos eligieron fotografiarse aunque en ello se les fuera la vida, nos confrontan con el peso de vivir bajo el imperio de la imagen.

Esa foto insólita, sorprendente y escalofriante tomada en sitios peligrosos, se sube a las redes y con suerte se viraliza, se multiplica ad infinitum. Se consigue atención, visibilidad y likes, la ansiada validación social que, según el ranking de seguidores, mide cuánto vale cada uno. El peligro, el riesgo implícito es parte del placer junto con la anticipación de la recompensa de los 5 minutos de fama, y con ellos la conquista de reconocimiento y admiración, la necesidad de aceptación y amor. Temas que nos tocan a todos pero que son especialmente sensibles para adolescentes y jóvenes.

Vivimos una época icónica con un mercado muy competitivo. “Dime cuántos te ven y te diré quién eres” es la premisa que genera el diseño de un marketing personal con especial énfasis puesto en un packaging que nos muestre hermosos, jóvenes, alegres y exitosos. Pero es tanta la marea homogénea de sonrisas y poses en escenarios soñados o inéditos en las que todos nos vemos igualmente felices que está dejando de ser original. No hay forma de diferenciarse y sobresalir. Terminamos siendo parte de una masa indiferenciada, desapercibidos y anónimos. Insoportable. Hasta las fotos íntimas, sexuales, impúdicas, provocativas y/o eróticas están dejando de escandalizar por su frecuencia, van perdiendo espectacularidad e interés. 

Cuando se ha probado todo, cuando se ha estirado el límite del buen gusto hasta extremos inéditos ¿cómo ser “alguien” ante tanta oferta icónica de toda calaña y color?

Una imagen vale mil palabras. Milan Kundera decía en “La eternidad” que si un hombre tuviera que elegir entre pasar una semana en la intimidad con una modelo famosa o pasear con ella dos horas por un sitio concurrido en que fuera visto, pero sin poder tocarla, la mayoría elegiría lo segundo. Renunciaría a la experiencia del disfrute íntimo en pos de la anticipación de la eternidad. Ser visto por muchos replica la imagen guardada en infinitos ojos mientras que la experiencia íntima solo es recordada por uno, es evanescente, desconocida y anónima. 

Es parte de lo que se juega en las selfies tomadas en situaciones de riesgo que tantas veces conducen a la muerte. Tal vez son, además, un intento de eternizar la lozanía de esos cuerpos poseídos de invulnerabilidad que desafían y dialogan con la muerte, tan lejos de todo cálculo a esa edad. No hay vientos ni desequilibrios ni fallas en el terreno que les preocupen, alta la adrenalina ante el placer de imaginar esa foto viralizada y premiada con vistas, likes y seguidores. 

Mundo vidriera, mundo consumidor de imágenes. Cuantos más nos vean más importantes seremos. Si no nos ven, no somos. Las fotos de lo que vivimos multiplican y reviven aquel placer sentido con los ojos trás la cámara así el momento se guardaba, luego se publicaba y compartía para que fuera visto y conservado por toda la eternidad. La cámara como proyección de nuestro cuerpo e intermediaria de la experiencia entre uno y el momento, la foto como reservorio del momento y garantía de su persistencia en el tiempo. 

Mundo de imágenes, de ilusiones vendedoras de fantasías que nos prometen trascendencia, validación y terminan siendo falsas promesas. ¿Eternas? Ya no. Son tantas las que se publican que como un pacman perverso, una se va comiendo a la siguiente. Los cinco minutos de fama ya son cuatro y en poco tiempo serán tres y luego menos que nada porque hoy más que nunca ”la fama es puro cuento”. “No será así conmigo, haré que la fama persista y me haga feliz para siempre” se ilusionan quienes se desvelan por sobresalir y  se toman una foto allí donde nadie se la había tomado antes, aún a riesgo de la propia vida, especialmente a riesgo de su propia vida y en el momento del click orgástico creen tocar la eternidad que exorcise para siempre a la muerte. 

Publicado en Infobae y en Gallo.


Oratoria de Hitler

Puede verse las dotes de oratoria que hicieron de este líder despótico y genocida ese personaje arrollador que atraía e hipnotizaba a las masas. Atención a su postura, sus gestos pero, fundamentalmente, al uso de los increscendos en su voz y al de los silencios, en especial, al del comienzo en el que espera a estar seguro de concitar sobre sí todas las miradas y todas la atención. Excelente para usos pedagógicos en los que se estudie la construcción de genocidios y las características de los líderes genocidas.

Jugar en serio

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La serie coreana, El Juego del Calamar, ganó a la audiencia. Sus rutilantes colores primarios y suaves pasteles dulcificados por valses de Strauss, despliegan una fábula desgarradora: solo uno ganará, los demás morirán. ¿Cómo tender una red de solidaridad cuando, tarde o temprano, será uno o el otro? ¿De qué nos habla? ¿Capitalismo salvaje? ¿Codicia extrema? ¿Diversión de los poderosos que lo financian? Los perpetradores y ejecutores ocultos tras máscaras negras ponen en acción el juego y las ejecuciones, siguiendo las reglas aceptadas por los jugadores. Macabro. Atroz. ¿Por qué su éxito? ¿Qué atractivo poderoso ejerce sobre espectadores en todo el globo?

Algunos deportistas de alta competición nos dicen que la presión, el stress y el acoso en las redes les resultan insoportables. Hay que ganar. Prevalecer. Subir al podio. Sobresalir. Ser el mejor. El tenista Leo Meyer, la nadadora Delfina Pignatiello, la atleta Simone Biles, entre otros, han debido elegir entre seguir compitiendo o mantener su salud mental. Aman el deporte que practican pero el grado de exigencia anuló el placer de jugar, lo volvió dolor, tristeza y angustia.

Los deportes masivos transmitidos online a todo el mundo pueden ser leídos como una sublimación de la guerra, ganar equivale a vencer en el campo de batalla. Como en el circo romano los espectadores se enardecen con su preferido, se identifican con el ganador y sufren con su derrota. El código lingüístico deportivo es igual al bélico, disparo, defensa, ataque, matar, salvarse, enemigo, pero lo bueno es que no es preciso matar de verdad. Salvo los jóvenes gladiadores que se “matan por ganar”.

Las redes sociales suman una exigencia feroz especialmente sobre los más chicos que necesitan asegurar que son vistos, aceptados, likeados, para sentir que existen. La dependencia de la aprobación online es una nueva guerra con víctimas silenciosas y silenciadas. Las depresiones, los suicidios adolescentes, los trastornos alimenticios y de imagen corporal, son sus dolorosas consecuencias.

El hombre es el lobo del hombre decía Thomas Hobbes. La cultura domestica el deseo de matar y lo desvía hacia el juego adulto, los deportes. Aunque los jugadores puedan herirse debido a la enorme exigencia, vencer ya no requiere la sangre del contendiente. Pero llega la serie coreana que derrama violencia y gana todos los ratings. Exhibe con impudicia su contenido políticamente incorrecto que desnuda el simulacro y lo vuelve real. La cancelación borró la violencia en los cuentos infantiles como si no mencionarla la hiciera desaparecer. La serie, a modo de contra-cancelación reactiva, exhibe nuestro lado más oscuro, el impulso de matar y el placer de ver matar, nos dice “¡no se canceló, sigue acá!”

Deportes de alta competición, series de regodeo con el asesinato, redes que exigen ideales imposibles, son juegos que traicionaron la idea del juego que se jugaba en serio y subvierten la idea misma de juego en escenarios de vida o muerte que ya no subliman la guerra, son la guerra.

Cuando somos chicos, jugamos en serio. Jugamos a jugar. Aprendemos roles y normas de convivencia, fieles al juego y a sus reglas. Los roles se intercambian, hoy doctor, mañana enfermo, hoy policía, mañana ladrón, hoy maestro, mañana alumno. Ganar y perder son parte del juego y el único malestar que sentimos es cuando no podemos jugar. Aprendemos, jugando, a vivir en sociedad, convivir y respetar a nuestros semejantes, lejos de que sea necesario matarlos o dejarse matar para existir. Lejos. Bien lejos.

Publicada en Clarin como El juego del Calamar, una fábula desgarradora.

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