Mis Ayeres - libro de Lena Faigenblat

“Lo más importante que me pasó en la vida pasó antes de que yo naciera”. Frase que puede identificarnos a muchos hijos de sobrevivientes de la shoá. También a otras muchas personas, porque todos nosotros somos herederos de las vidas de nuestros padres, somos consecuencias de sus andares y encrucijadas y tenemos toda una vida para tratar de encontrarnos a nosotros mismos permaneciendo al mismo tiempo fieles a nuestro pasado. No sé si es verdad que “los padres comieron dulces y los hijos tenían caries”, pero sí creo que las vidas de nuestros antepasados, la forma en que ello los ha constituido, nos sigue atravesando a nosotros. Uno es quien es porque es hijo de quien es hijo, porque sufrió y fue feliz de una manera determinada, en un clima determinado, con expectativas determinadas. ¿Y qué hace uno con las expectativas? Puede pasarse toda una vida contrariándolas, haciendo toda la fuerza posible por ser uno mismo. Muchas veces se entiende "ser uno mismo" como ser diferente, o mejor aún, opuesto a lo que querían que fuéramos, hasta descubrir, a veces demasiado tarde, que ser como se esperaba que fuéramos es lo que más cómodo nos calza. Un sabio filósofo decía que ser adulto es ser como los padres querían que uno fuera pero porque lo quiere uno. Elegir acomodarse a las expectativas, a los sueños de nuestros padres, es una forma de elegir ser libres porque hay una lucha estéril que se abandona y queda la energía necesaria para seguir construyendo. Paradojas de la vida, paradojas de la libertad.

¿A qué viene todo esto? No es un delirio desatinado, aunque bien podría serlo. Esto fue lo que me produjo la lectura de “Mis ayeres” de la querida Lena. “Lo más importante de mi vida pasó antes de que yo naciera” es una frase que podría definirme en muchas búsquedas. Cuando estuve en Polonia, cuando miré a sus gentes, hablé su idioma, olí sus olores, me senté en sus casas, comí sus comidas, comprendí cuánto de lo que yo creía que era judío era también polaco. No es de sorprenderse. Si uno toma a un judío de Buenos Aires hoy, un judío que come asado, que le gusta el tango, que toma mate, que le gusta el fútbol, y cree que así es ser judío, pierde de vista que así es ser judío en la Argentina, y esa particular forma de ser judío la llevará donde quiera que vaya. Así como se cristianiza así se judaiza, dice un conocido refrán en idish, es decir, los judíos, trashumantes de la historia, aprendemos a vivir como se vive en el lugar que nos cobija y con ello vamos enriqueciendo tanto al lugar como a nuestro ser judío. Polonia nos ha cobijado por diez siglos. No es de extrañarse que en sus calles yo haya re-encontrado mis propios gestos, esas formas de moverse y decir, la forma de decorar una casa, aspectos a veces intangibles pero claramente reconocibles para mí y que, hasta ese momento, consideraba judíos. Era la forma en que éramos judíos en Polonia. Pero no lo sabía hasta que lo ví allá. Hasta ese momento, no sabía por qué en mi casa hacíamos algunas cosas de manera diferente que en otras. Pensaba que era porque éramos europeos, pero nunca encontré gestos familiares en Francia, en Italia, en Austria. Recién los encontré en Polonia. Y entonces sentí con fuerza arrolladora el dolor de lo perdido, el dolor de no recordar lo no vivido y que sigue vivo en mi cuerpo, en mis gestos, en mis movimientos, en mis gustos. Tengo encuentros con sobrevivientes y a veces los inundo con preguntas, como queriendo hacer míos sus recuerdos, poder verme allá, entonces, apropiarme de lo que soy y que me es tan esquivo. Lena me presta, con sus cálidas fotografías en palabras, retazos de vida, instantes robados a la memoria, que me permiten estar allí una vez más. Mi familia no era de Varsovia, mi familia no era ni por asomo de su nivel social ni cultural, pero hay tanto ecos que encuentro que me permite vivir la ilusión de lo vivido. “Mis ayeres” el libro de Lena, es (¿son?) en muchos sentidos también “mis” ayeres. No creo que ella lo haya escrito pensando en mí o en otros como yo, pero debe saber que nos ha prestado un servicio impagable: el de contarnos de primera mano eso que nuestros padres no han podido hacer.

He sufrido en diferentes oportunidades el escarnio que ha caído sobre el idioma polaco entre algunos miembros de la comunidad judía de Buenos Aires. En mi casa, como en tantas otras de judíos de Polonia, se hablaba polaco. El polaco es mi lengua materna. Leer en las páginas de Lena sus “mamusha”, “tatush”, “nania” han sido, otra vez, un resaltado confirmatorio, un espacio común entre los que mamamos de similares sonidos, y una forma sutil de decirnos que los idiomas son inocentes. No podemos caer en lo mismo que quienes confunden idiomas con genética, idiomas con destinos.

Por último, un comentario agradecido sobre el estilo elegido por Lena.

Una de las cosas que más atentan contra el interés en los libros de testimonios, es la pretensión de contar La Historia, La Economía, La Geopolítica. Dejemos eso para los historiadores, los economistas, los políticos. En un libro de testimonios uno quiere encontrar el testimonio, el relato de vida, el rincón que la memoria suele olvidar y que tan eficaz es en la reconstrucción de un momento del pasado, que ilumina siempre un cuadro mucho mayor. En la poca pretensión se encuentra habitualmente la mayor riqueza. Lena nos ha ahorrado las a veces tediosas descripciones y se adentra con delicadeza y pudor, con una brillante frescura, con una ligera ironía a veces, con una inteligencia ejemplar siempre, en momentos verdaderos de su vida. Cada uno de esos momentos, expresados con palabras justas, respetuosas del lector porque no lo abruman, son como manos tendidas que nos dicen “vení conmigo, acompañame, mirá, me acordé de otra cosa más” . Y ahí se abre la puerta. Vemos una mesa cubierta con un mantel blanco, bordado a mano, un servicio de té con vasos de vidrio -en portavasos de plata, claro-, una tetera humeante y los cálidos, curiosos, agudos ojos de Lena invitándonos a su mesa. Nos tiende el recipiente con los terrones de azúcar y uno toma uno con esa pinza pequeña y delicada, se lo pone sobre la lengua de modo que cuando el té lo moje se endulce justo lo necesario. En el aire un pianísimo nocturno de Chopin en la media luz del atardecer y uno no puede más que entregarse, acomodarse confiado, con ganas de que le cuente otra cosa más.

If Irena Sendler would also have saved my little brother...!

On October 23,2003, Irena Sendler received the Jan Karski Award in Washington D.C. The Local Polish Embassy, echoed this event by honouring her in Buenos Aires. A lot of people gathered on the occasion. Jews and Christians, mostly Polish, Shoah survivors with numbers tattooed, children of survivors, members of the Polish local community, members of the intellectuality, lots of people. Irena Sendler is a Polish Catholic woman that saved 2.500 Jewish children from the Warsaw Ghetto. Not only her story must be told, but it should be an example of the “positive pedagogical teaching”. Irena Sendler shows that there were acts of Absolute Goodness during the Shoah. I must admit that they were quite a few, but given the conditions, let us see them as role models to show our children and grand children the difference between legal and legitimate, the ethic affirmation enriched with pedagogic potentiality. It is essential for our persistence as human humanity.

There were some speeches at the Embassy the night of October 23. The words of the Ambassador Ratajski praising Irena´s behaviour, pointing it as a model for dignity to the Polish people covered us with oniric unreality. It overlapped with the images and stories we had about so many anti-Semitic, murderous accomplices, treacherous Poles, and built a complex mosaic coloured with hope. But I won’t write about the speeches, nor about the personalities that were present. I want to share what happened with a song. Four songs were sang. Two, from the Polish resistance, in Polish; two beautiful songs that were followed by some of the assistants, even some Jewish survivors. The other two songs were yiddish songs. Yes, at the Polish Embassy, over Polish land and with the official presence of the Ambassador, Yiddish was spoken. First “Ich benk aheim” by Leib Rosenthal, the tore woe of having lost home, street, daily horizons, belongings, smells, the song that was sang in the ghettos because it expresses the horror of the five thousand Jewish communities lost. The other yiddish song was the Partisaner hymn, the Jewish hymn by Hirsh Glick, the other face of the Hatikva, the strength and persistence of life. When announced, some of us decided to sing it along with the singer. We use to sing it in acts, in Jewish activities, where it means chutzpah, daring, rage, pain. On the night of October 23 it was pride, honour, dignity and humanity. Our Jewish voices repeating the words we all know so well: “mir zainen do!” –we are here- looking ahead, eyes wide open, chest firm and the promise “vi a parol zol guein dos lid fun dor tsu dor” –our song will be our password from generation to generation-. Around us, the non Jewish witnessed this recovery of rights with certain surprise while our voices stood firmly, may be for the first time, over Polish soil. A thousand years of Jewish life in Poland is more than transitory. More than 90% perished in the Shoah, whichh is much more that statistics. We were part of the surviving 10%, its seed and its energy, we were there and we were listened respectfully, with consideration and emotion.

It is true: one can never say that this is the last path. Life is unpredictable. And as Tevie used to say “when God closes a door, a window opens somewhere".

I regret two things. One is that my parents are no more with us therefore they did not have the opportunity to experience what I did last October 23 at the Polish Embassy. The other is the thought that if Irena Sendler would have been in charge of the salvation of my little brother, I would not be still looking for him. Why? Because Irena Sendler, not only saved 2.500 children, but she also wrote down their names and the names of the adopting families, put the lists into glass bottles, buried them, so after the Shoah was over, the children were able to recover, if not their families, at least their true identities.

The Raoul Wallenberg Foundation, that hosted the Award, distributed a biography of Irena at: http://www.irwf.org.ar/Isendler/indexen.htm. Please read it thoroughly, tell others about it, and honour her example by offering your hand to the needy without asking if he/she is the same as you, and say, as she says: “I could have done more".

Si Irena Sendler hubiera salvado a mi hermano..!

Primero un flash de abril 1995: veníamos cansados después de un largo vuelo. Buenos Aires-Río, Río–Roma, Roma–Varsovia. Las bocas secas, los ojos enrojecidos, las piernas encogidas, el aliento contenido. Mirábamos hacia abajo, apretándonos ante las ventanas amarretas que tienen los aviones. Buscábamos los bosques, esos bosques de los que tanto habíamos escuchado hablar, esos bosques polacos con hongos, humedad, frambuesas, silencio, protección, escondites. Doce argentinos. Doce argentinos volvíamos a Polonia. En realidad sólo una de nosotros volvía verdaderamente, la querida Tauba que ya no está entre nosotros. Llevaba una placa de mármol para dejar en Auschwitz, último lugar donde había visto a su hermana. El resto de nosotros iba con un volver ancestral, íntimo y reivindicatorio. Cuando oímos el consabido “Levanten las mesitas, vuelvan los asientos a posición vertical, ajusten los cinturones que estamos descendiendo sobre el aeropuerto en Varsovia”, Miguel dijo con voz ronca: “cantemos el himno de los partisanos” y de las doce gargantas brotó incontenible el “zug nisht keinmol az du gueist dem letstn veg” y, no sé qué les pasó a los demás, pero yo no pude contener las lágrimas. El 23 de Octubre 2003 se le otorgó a Irena Sendler el premio Jan Kasrki en Varsovia. La Embajada de Polonia en Buenos Aires, como eco del premio, hacía un homenaje a su compatriota. Había mucha gente en la residencia de Palermo Chico, mucho calor. Judíos y católicos, casi todos polacos, sobrevivientes de la Shoá con números tatuados, hijos de sobrevivientes, miembros de la comunidad polaca, representantes del mundo de la cultura, mucha gente, mucho calor.

Para los que no lo saben, Jan Karski es otro Justo entre las Naciones, un hombre que llevó la información al mundo de lo que pasaba en Polonia pero no fue escuchado. Irena Sendler, la homenajeada, es una polaca católica que sacó a 2.500 niños del gueto de Varsovia y los salvó de los nazis. Su historia no sólo merece conocerse, sino que debiera ser el eje de lo que Marcos Aguinis llamó, cuando hizo uso de la palabra, “la pedagogía positiva”. Irena Sendler es un ejemplo de la Bondad absoluta que fue ejercida por algunos durante la Shoá. Me dirán que fueron pocos. Lo concedo. Pero dadas las condiciones, veámoslos como modelos alrededor de los cuales enseñar a nuestros hijos y nietos la diferencia entre legalidad y legitimidad y su afirmación ética preñada de potencialidad pedagógica. Es esencial para nuestra persistencia como humanidad humana.

Hubo varios discursos en la embajada la noche del 23 de octubre. Escuchar las palabras del embajador Ratajski loando la conducta de Irena, estableciéndola como modelo de dignidad para todo el pueblo polaco nos sumía en una irrealidad onírica. Se superponía con las imágenes y relatos de tantos polacos antisemitas, usurpadores, entregadores, en un mosaico que pinta con color esperanza, como canta Diego Torres, al género humano. Pero no quiero hablar de los discursos, ni las menciones, ni las personalidades presentes. Quiero hablar de una canción. Se cantaron cuatro. Dos de la resistencia polaca, en polaco, dos bellas canciones que fueron seguidas por algunas personas, incluso algunos sobrevivientes que las reconocían y recordaban. Y también se cantaron dos canciones en idish (sí, en la embajada de Polonia se habló idish): “Ij benk aheim” de Leib Rosenthal, el lamento desgarrado de haber perdido la casa, la calle, los horizontes cotidianos, las pertenencias, los olores, canción que se cantaba en todos los guetos y que expresa hoy el horror de las cinco mil comunidades judías perdidas. Y también se cantó El himno partisano, el himno judío de Hirsh Glick, la otra cara del Hatikva, la de la fuerza y la persistencia de la vida. Cuando lo anunciaron, algunos decidimos cantarlo junto con la cantante. Me ví otra vez en aquel avión, en aquel viaje llegando a Polonia. Y lo que entonces fue chutzpá, atrevimiento, rabia, dolor, en la embajada fue dignidad, honor, humanidad. Nuestras voces judías diciendo las palabras que todos conocemos tan bien: “mir zainen do!” mirando al frente, con los ojos bien abiertos, la frente alta, el pecho erguido, y prometer “vi a parol zol guein dos lid fun dor tsu dor”. Veía a nuestro alrededor a los polacos no judíos ser testigos de este acto de derecho recuperado, con cierta sorpresa, y nos veía a nosotros mismos animándonos a pisar firme, tal vez por primera vez, en territorio polaco. Mil años de vida judía en Polonia no son un mero tránsito. El 90% exterminados en la shoá no es un dato estadístico. Éramos parte del 10% que había sobrevivido, éramos su savia y su energía, estábamos ahí y éramos escuchados con respeto, consideración y emoción.

Es verdad: nunca se puede decir que uno pasa por última vez por un camino. La vida es impredecible. Y como decía Tevie “cuando Dios cierra una puerta, en algún lado se abre una ventana”.

Dos cosas que lamento. Una, que mis padres hayan muerto sin haber vivido lo que yo he tenido la fortuna de vivir el 23 de octubre en la embajada de Polonia. Y la otra, es el dolor de pensar que si Irena Sendler hubiera sido la encargada de salvar a mi hermanito yo no estaría buscándolo como lo sigo haciendo. Porque Irena Sendler, no sólo salvó 2.500 chicos sino que registró sus nombres y los nombres de las familias que los adoptaron, guardó la lista y la enterró, de modo que cuando la shoá terminó, los chicos pudieron recuperar, cuando no a sus familias, por lo menos su identidad.

Biografía de Irena Sendler en: http://www.irwf.org.ar/Isendler/indexsp.htm. Ruego leerla con detenimiento, difundirla y honrar su ejemplo dando una mano a quien lo necesita sin preguntarse si es igual que uno, y decir, como ella “podía haber hecho más”.

VICTIMIZACIÓN E IDENTIDAD. Reflexiones serias a partir de textos humorísticos

Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

¿RESCINDIMOS EL CONTRATO?

Ha circulado por e-mail un texto en inglés, sin mención de autor, llamado “Terminación de contrato”. Expresa, de modo humorístico la relación carnal que mantenemos los judíos con las desgracias y, en especial, una cierta vocación a ser blancos designados, a ser víctimas de cuanto cataclismo suceda o se invente. Es un texto agridulce, como mucho del humor judío que nos caracteriza. Ese humor tan judío que nos hace decir “mazltov” cuando se rompe una copa, o que nos convence de que la lluvia no arruina la fiesta sino que, por el contrario, trae suerte. “Terminación de contrato” me pareció tan paradigmático que lo traduje y lo hice circular también por e-mail, no sólo para compartirlo sino para ver qué efectos producía. El eco casi inmediato confirmó mi impresión: el texto expresaba un sentimiento colectivo, el de ser víctimas, algo que parece que nos identifica. Al menos a los judíos Ashkenazíes. No conozco cómo se expresa esta condición en los Sefaradíes. Hay quien dice que no es constitutivo de su identidad y que, por ende, su particular visión del mundo no está constituida por relatos que lo transmitan y mantengan vivo.

El texto de marras es un documento que el pueblo judío le dirige al creador en el que rescinde el contrato por el cual había sido designado como su pueblo elegido. Es una crónica exhaustiva de las desgracias derramadas sobre el pueblo judío a lo largo de su existencia documentada (las destrucciones de los templos, los griegos, los romanos, la dispersión, la diabolización en la Edad Media, las cruzadas, el nazismo, etc). Ya lo había resumido magistralmente Sholem Aleijem con su aguda frase: Pueblo elegido, pueblo elegido..., Dios mío no podrías haber elegido a otro pueblo?

OTROS EJEMPLOS.

Pero no sólo ese texto. Hay otras citas provenientes de la literatura humorística judía ashkenazí que resaltan el aspecto mencionado. A título de ejemplos:

Billy Cristal, con una sorprendente concisión dice que las fiestas judías podrían resumirse en una oración: “nos quisieron matar, no pudieron, a comer!”

Rudy, nuestro querido humorista, inventó un shtetl que llamó Tsúrenberg. Ya el nombre mismo, monte de los tsures, resume lo que tanto en nuestro folclore centroeuropeo se ha construido. Dice allí:

“Nunca fue fácil la vida en el pequeño poblado de Tsúrenberg. Dicen que fue fundado hacia fines del siglo IX d.C. a la vera del río Szmendrik, afluente ignorado del Vístula”, Shmendrik es alguien que es poca cosa, casi nada o menos que nada y encima hasta el afluente es un afluente ignorado, (...) “por un grupo de judíos que venían huyendo de los romanos que habían destruido el Sagrado Templo de Jerusalem” , o sea, en la fundación misma estaba el hecho fundante de la persecución, de la huída, de la destrucción.

(....) “el progreso llegaba a Tsúrenberg. Hasta los pogroms habían progresado. Ahora los cosacos venían uniformados, con un traductor que venía gritando en idish lo que les podía pasar a los judíos que se escondiesen”. Asocia la idea del progreso al progreso en la agresión, como si en el único momento en el que los judíos eran tomados en cuenta era cuando eran atacados.

( ...). “Llegamos así a la turbulenta primera década del siglo XX. La Belle Epoque de la burguesía francesa y la Pogrom Epoque del proletariado judío de Tsúrenberg”, mientras en otras partes, otros pueblos, tenían ricos, los judíos tenían pobres –dicho como si fueran los únicos-, mientras otros disfrutaban de cosas bellas, los judíos se hacían expertos en pogroms.

(....) “Los únicos que podían entrar a la sinagoga sin cubrirse eran los cosacos porque no entraban a rezar sino a saquear”, otra vez, para el no judío éramos sujetos a rapiñar.

(...) “Se cuenta –dice de un personaje- que fue perseguido por la policía zarista por su condición de comunista, otros creen que lo perseguían los polacos por su condición judía”, a los judíos se nos persigue por comunistas y por capitalistas, por voluntariosos trabajadores y por banqueros, por religiosos o por ateos, por intelectuales o por proletarios, en suma, se nos persigue por cualquier cosa, cualquier pretexto es bueno.

Mel Brooks explica por qué se dedicó al humor: “Observa la historia judía. La lamentación constante sería intolerable, por eso, por cada diez judíos golpeándose el pecho, Dios designó a uno para que sea el loco y divierta a los que se golpean. Desde los cinco años supe que ese loco era yo.”

Groucho Marx: “Ya lo ve, yo empecé de la nada y sin embargo ahora estoy en la miseria más absoluta.”

Y no quiero dejar afuera a esa construcción que tanto nos identifica, la idishe mame. De los infinitos chistes que se han hecho a su costa, cito dos carteles sugeridos para pegar en el auto: “Vos tocá la bocina nomás que yo sufro en silencio” y “No me choques que mi mamá sufre.” O aquel texto en la matzeive que decía: “¿vieron que era cierto que estaba enferma?” o el conocido mensaje del contestador telefónico que dice: “Este es el teléfono del consultorio del doctor Goldstein. Deje su nombre y teléfono y ojalá que lo llame pronto porque a mí, que soy la madre no me llama nunca”.

SÓLO EN IDISH.

El sufrir desgracias parece sernos tan patognomónico que en idish hubo la necesidad de distinguir con más precisión a las personas que las sufrían y se diferenció así entre el shlimazl y el shlemil. Como tuvo a bien explicarme Eliahu Toker: el shlimazl es un desgraciado en el sentido de un hombre de muy mala suerte. El shlemil, es un torpe, un infeliz al que las cosas se le caen siempre de las manos. El shlemil tropieza y se le vuelca la sopa, el shlimazl es quien la recibe sobre su traje, preferentemente recién estrenado. Tanto shlimazl como shlemil significan “desgraciado” en el sentido de “infortunado”, el que tiene mala suerte, aquél a quien siempre le suceden las desgracias. Lo curioso es que en castellano, “desgraciado” también podría corresponder a “mala persona”, sentido que no encontramos en idish.

EL HUMOR, UN FORMA DE HABLAR DE LA REALIDAD.

En esta Buenos Aires tan colonizada por el psicoanálisis, no es preciso explicar cuál es el sentido, uso e importancia del humor. Sabemos que se construye con materiales de la realidad y que permite su abordaje de una manera inteligente y amable, pero al mismo tiempo incisiva y contundente. Por ello, tanto el texto mencionado de la “Terminación de contrato” como la pequeña muestra de humor, me ha servido de punto de partida para reflexionar sobre esa noción de “pueblo elegido” ligado a la sucesión de desastres sufridos, que parece ser una de las ideas que nos constituyen como pueblo.

PUEBLO ELEGIDO.

Curiosamente, la idea original de “pueblo elegido” tenía como sentido, ser el pueblo portador de la original idea del monoteísmo y de una edificio conceptual con reglas morales, relatos y estructuras que legislaran la vida cotidiana. Este sentido ha sido tergiversado. Los judeófobos nos leen como arrogantes, creídos de ser mejores por haber sido elegidos. Para muchos de nosotros, por el contrario, el lugar de elegidos nos sume en la más negra victimización.

¿SIEMPRE PERSEGUIDOS?

La idea de que siempre fuimos perseguidos es una falsedad histórica. Hubo grandes períodos en los que no sólo no hemos sido perseguidos sino que nuestra presencia ha sido valorada, tuvimos un florecimiento e integración fluidos con el medio circundante y pudimos desarrollarnos y crecer. Menciono, por ejemplo, los siglos de coexistencia en la España de las tres culturas, período que está siendo reflotado afortunadamente por el Centro de Cultura Sefaradí. No son pocos los judíos que se sorprenden ante estas informaciones, como si la idea de la persecución constante formara parte de la definición de nosotros mismos y este nuevo dato produjera la necesidad de una redefinición.

Pareciera ser, en consecuencia, que parte de nuestra autodefinición como judíos está sustentada en la hipótesis de la victimización. Y para que la hipótesis siga viva, es necesario alimentarla constantemente.

¿TENEMOS LA CULPA?

Patricio A. Brodsky, sociólogo, que acaba de publicar “Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo”, dice que los judíos de Israel, confrontados con la afirmación de que "Los judíos -de la diáspora- poseen pautas de conducta que generan hostilidad en su contra", acuerdan en un 55% con esta proposición. En países con una fuerte tradición antisemita como Polonia, Austria, Eslovaquia o república Checa, las opiniones afirmativas con relación a este estereotipo alcanzaron sólo el 19%, el 14%, el 14% y el 6% respectivamente. O sea que los judíos de Israel triplican o cuadruplican estos valores. Los judíos de Israel creen, en un 55% de los encuestados, que los judíos que vivimos fuera de Israel hacemos cosas que nos ponen en el lugar de víctimas de ataques antisemitas. Es decir, siguiendo con el razonamiento, los judíos de Israel nos ven como buscando ser victimizados. Esta posición es consistente con el propósito explícito de construcción del nuevo judío en Israel, uno de cuyos fundamentos fue una redefinición opuesta a la condición de víctimas.

EL ALMA JUDÍA DE EUROPA.

Dice la periodista catalana Pilar Rahola: ....”el alma judía es parte esencial de Europa. Europa no puede ser explicada sin el alma judía pero tampoco puede ser explicada sin el odio a los judíos. Europa puede ser explicada por su componente judío y por su odio a los judíos....En un análisis final ¿quién, si no Europa, ha creado el problema judío para el mundo? En cierto sentido uno puede decir incluso que Europa es el fundador real del Estado de Israel.... Europa expulsó a sus judíos –a sus judíos españoles, a sus judíos rusos, a sus judíos franceses, a sus judíos alemanes... Los expulsó de su cuerpo aún cuando estos judíos se sentían profundamente europeos.”

Y no hay dudas de que nuestra definición como judíos, me refiero, repito, a los ashkenazíes, está profundamente enraizada con los siglos vividos en Europa. Si la hipótesis que propone Rahola es correcta, hemos sido para Europa su lado “víctima” en muchos momentos, chivos expiatorios, el “otro” por antonomasia. Y uno termina creyendo que es o siendo lo que ha ido viviendo.

ASPECTOS DEL LUGAR DE VÍCTIMA.

El lugar de la víctima, que tan conocido nos resulta, tiene aspectos cómodos y aspectos incómodos. Merece una mirada más detenida, pero a los fines de esta presentación, esta aproximación puede bastar.

Lo que espera la víctima. La víctima pretende y espera recibir empatía, simpatía, compasión, apoyo, sostén porque es el “padecedor” directo y concreto, es alguien sufriente. Pero para recibir lo que espera debe seguir sufriendo. Más aún si no recibe la respuesta que espera. Puede volverse entonces una persona demandadora y centrar sus interacciones con los demás desde su condición de víctima en un círculo autoconfirmatorio creciente: cuánto menos reconocimiento recibe más persiste en su victimización.

Lo que suele recibir. Generalmente recibe poco o nulo reconocimiento porque genera en su interlocutor dos sentimientos diferentes y paralelos: irritación y culpa. Estas reacciones se incrementan si se trata de alguien cercano, un hijo, el cónyuge. La irritación podría deberse a esta conducta de la víctima de sentirse con derecho a la queja, al reclamo, con una impronta de resentimiento y pesadez. La culpa podría ser una reacción tanto a la queja de la víctima que se vuelve acusación y también a la molestia por tener que escucharla.

Rechazo y manipulación. En una espiral vertiginosa también la víctima puede generar desconfianza si asume conductas manipulatorias y a veces hasta agresivas y hostiles. La persistencia en el relato de la victimización se vuelve una justificación en las relaciones que, paradojalmente, va siendo un factor de aislamiento y resentimiento creciente. La víctima que tanto reconocimiento y aceptación necesita y solicita recibe en cambio rechazo.

La deuda eterna. Desde el reclamo, la víctima propone una jerarquía en la que se ubica en una posición superior al interlocutor: a la víctima se le debe, siempre se le debe, a la víctima parecen corresponderle derechos compensatorios. Ya lo señalaba Freud respecto al Ricardo III descripto por Shakespeare cuando decía que la naturaleza había sido tan cruel con él habiéndolo construido defectuoso que ya había pagado todo lo que la vida le exigía y que ahora sólo le correspondía cobrarse de ella, que todo lo que hiciera, cualquiera fuera la atrocidad, le estaba permitido. De hecho es ésta una de las acusaciones que recibimos los judíos de parte del mundo judeófobo, que, culpable por su sentimiento anti judío y su conducta consecuente, se escuda en nuestro trabajo por la memoria y nuestra búsqueda de justicia y reconocimiento para acusarnos de manipulación y aprovechamiento.

Sujeto del otro. Pero, mirado más profundamente, la víctima ocupa esta jerarquía superior de manera superficial. Desde su definición en la relación interpersonal, es sujeto del otro, depende del otro, es el victimario quién lo define. La culpa del daño y la fuente del resarcimiento están siempre en el otro. La víctima es de una dependencia extrema, tanto así que otra de sus características es la pasividad, dado que lo que sucedió, le sucedió, le fue hecho por decisión y voluntad de otros. La noción de víctima está asociada, en un deslizamiento de sentidos, con la de impotencia, incapacidad o imposibilidad de defensa o acción activa o reactiva. Y son estos contenidos –culpa, desconfianza, pasividad- con los que solemos vernos los judíos, como si nuestra condición de víctimas fuera natural, como si formara parte de la mochila de nuestra identidad.

VICTIMIZACIÓN IGUAL A PASIVIDAD: ¿LA SHOÁ?

Pues así como es una falsedad histórica que hemos sido siempre perseguidos, es también falso que hemos recibido pasivamente los ataques. Son los relatos los que han ido modelando esta noción, los relatos nos han congelado en la victimización. Uno de los ejemplos más flagrantes de esta falsedad tomada y dada como cierta, es la conducta durante la shoá. La frase “marcharon pasivamente a su propia muerte como ovejas al matadero” es una cabal expresión de ello. Encaré en otros textos la impertinencia de la misma y lo impropio de su descripción. Ha sido precisamente al revés: ninguno de los pueblos ocupados por los nazis en Europa se ha levantado de manera espontánea del modo que lo hemos hecho los judíos. No sólo en los diferentes levantamientos armados en guetos y campos de trabajo y de exterminio, no sólo en las luchas de los partisanos, los sabotajes, sino en los mil y un aspectos de la continuidad de la vida en los largos años de la shoá. Los cien mil niños salvados, pudieron ser salvados gracias al empeño de sus padres, a las redes de salvataje tendidas en toda Europa. Permítaseme citar parte de la hagadá de la shoá que hemos escrito con Charles Papiernik: resistimos con todas nuestras fuerzas y de todas las formas posibles: en los guetos manteníamos escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, un sistema de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños; en los campos tratábamos de mantener alta la moral y fuimos capaces de conductas de solidaridad que siguen siendo ejemplares dado el grado de inhumanidad al que nos pretendían someter. Los judíos nos hemos comportado con dignidad a pesar de la aceitada maquinaria nazi que nos pretendía deshumanizar para hacer más fácil para ellos nuestro asesinato: casi no hubo suicidios entre nosotros y emprendimos las luchas que fueron posibles, salvando gente, escondiendo, alimentando, curando, consolando, desde la clandestinidad, actuamos con heroísmos cotidianos sosteniendo la vida y resistiendo a las fuerzas de la muerte, huimos cuando pudimos a Rusia y nos escondimos en bosques, casas, graneros, cambiamos de identidad, fuimos ayudados algunas veces por personas no judías, pocas es cierto, pero debemos recordarlas por su valentía, intervinimos en actos de sabotaje y debemos rendir un homenaje especial a nuestros niños, los pequeños contrabandistas que sostenían la vida en los guetos entrando alimentos primero y armas después. Morir no enorgullece a nadie, pero sostener la vida cuando todo a nuestro alrededor nos muestra su inutilidad, es un acto de heroísmo y eticidad.

DE VÍCTIMAS A PROACTIVOS.

Sin embargo, muchos de nosotros nos seguimos viendo en el lugar de las víctimas y alimentamos esta definición. Observo un cambio poderoso en la Argentina en este sentido: a partir de la bomba en AMIA, hemos salido a la calle, empezamos a dejar de llamarnos por eufemismos, “israelitas”, “hebreos” “paisanos”, “de la cole” y hoy somos “judíos” sin que ese sonido raspado de la jota caiga como una mancha en el discurso, lo estamos diciendo con naturalidad, propiedad y derecho. Las marchas públicas, los reclamos, las acciones emprendidas, no siempre con el apoyo debido de las instancias oficiales, grupos como Memoria Activa, nos están definiendo desde otro lado. La posición de víctima nos está empezando a resultar ajena, como un ropaje que se vuelve cada vez más incómodo.

EL LUGAR DE VÍCTIMA: ¿ESPACIO POLÍTICAMENTE DESEADO?

A muchos de nosotros nos resulta desgarrador el actual estado de cosas en el conflicto entre árabes y judíos en Medio Oriente donde la condición de victimización, para algunos medios supuestamente esclarecidos, se ha invertido dolorosamente en una mueca caricaturesca, una burla desgarradora. Los encargados de difundirlo son algunos medios periodísticos prisioneros por un lado de sus compromisos económicos y también por la izquierda europea, culpable, como dice la mencionada Pilar Rahola, por viejos pecados contra los judíos. Señalarnos como culpables hoy de perversidad y crueldad contra las nuevas víctimas, los palestinos, exonera de pecados a los europeos que fueron indiferentes al intento de exterminio durante la segunda guerra.

El lugar de víctima parece ser un lugar anhelado dado que permite el reclamo, da derechos, genera un espacio de demanda y reivindicación. En este mundo maniqueo de extremos, blancos y negros, buenos y malos, sólo parece caber ser víctima o victimario. Víctima es bueno, victimario es malo. Víctima es inocente, victimario es culpable. Víctima es pasiva, victimario es activo.

LA SALIDA DE LA VICTIMIZACIÓN

La salida del lugar de víctima, implica un movimiento de gran profundidad y de algún riesgo. Si la condición de víctima es una de las constitutivas de nuestra identidad judía, su cambio implicará un cambio también en la vivencia y expresión de esa identidad. La bomba contra la sede de la AMIA fue un antes y un después para el colectivo “judíos argentinos”. Pero nuestra reacción, que parecía local, trasciende las fronteras nacionales y pasa a formar una comunidad con otras, por ejemplo en estos días la francesa. Las digresiones de nuestros representantes comunitarios en oportunidad de los atentados acerca de la pertinencia o no de salir a la calle, el riesgo de volvernos demasiado visibles y por ello, blancos de nuevos ataques, están siendo replicadas en la actualidad en la comunidad judía francesa ante los más de mil ataques antijudíos sufridos en los dos últimos años; también ellos, también sus dirigentes, se cuestionan, como los nuestros entonces, qué es mejor, si esperar a que todo se calme o si salir a la calle de una manera proactiva. Se preguntan, en suma, qué hacer: seguir ubicados en el lugar de las víctimas o tomar de alguna manera las riendas de nuestro destino y hacernos oír con pleno derecho.

Los judíos argentinos hemos salido a la calle, aparecemos en los medios en nuestra condición de judíos, y hay un pisar más firme, una voz mejor timbrada, una actitud que quiebra, de manera pública y explícita la vieja condición constitutiva de víctimas. El reclamo de justicia, gritado a voz en cuello por ejemplo por los asistentes semanales a Memoria Activa, es una expresión de esta salida del estado de victimización.

IDENTIDAD

Nos resulta familiar vernos como víctimas, como víctimas casi naturales, como representantes de un pueblo que ha sufrido tortuosas y múltiples violaciones a su derecho a vivir, a restringir su residencia en lugares determinados, a asumir funciones y tener impedido el acceso a otras, a no poder ejercer con plenitud su libertad de ser y decidir. Como trabajadora en el tema de la shoá, vengo hace un tiempo reflexionando alrededor de la condición de víctimas en el intento de salir de la misma, de vernos y hacernos en otra posición. Reconociéndonos como víctimas, que lo fuimos, pero saliendo del lugar de la victimización cuando damos testimonios, cuando difundimos las lecciones de la shoá, cuando enseñamos, cuando producimos hechos de reflexión y comprensión, cuando buscamos y encontramos sentidos en la transmisión misma.

Tal vez esta mirada sobre nosotros mismos como víctimas tenga una raíz muy profunda en la poderosa exigencia ética que nosotros mismos alimentamos. No sólo hemos sido, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, el único que tuvo levantamientos y resistencias espontáneas y populares, también, y esto es esencial a esta presentación, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, somos los únicos que nos hemos cuestionado si hemos hecho lo suficiente, los únicos que nos hemos cuestionado en nuestras reacciones defensivas y hasta hemos llegado a acusarnos de cobardía o pasividad.

Tal vez de lo que somos víctimas, en un sentido hondo y esencial, es de nosotros mismos, de un relato en el que nos hemos constituido y de la resistencia a reconocernos potentes y a tener que asumir la responsabilidad que ello comporta. La victimización nos sumerge en lo más profundo del gueto impuesto de la identidad negativa. Digamos y vivamos “judío” con suavidad y firmeza. Digamos y vivamos “judío” acariciando la jota inicial que es también la de júbilo y jubileo, la de juego y juglar, la de junco, la de juntos y, por sobre todas las cosas, la de justicia.

BIBLIOGRAFÍA

Brenner, Marie: “France´s Scarlet Setter”, Vanity Fair, Junio 2003.

Brodsky, Patricio: Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo. Publicado en “La voz y la opinión” junio 2003

Hayley, Jay: “Tácticas de poder de Jesús Cristo”. Editorial Siglo XXI, Buenos Aires,1975.

Papiernik, Charles- Wang, Diana: “Hagadá de la Shoá”. 2003.

Rahola, Pilar: Entrevista con Marc Tobiass, 2 de octubre 2002.

Rudy-Toker, Eliahu: “La felicidad no es todo en la vida, y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2001

Rudy-Toker, Eliahu: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2003.

Toker, Eliahu: comunicación personal.

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[1] Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

Silencio y Palabras. Sobrevivientes de la shoá en Argentina

SILENCIO Y PALABRAS. SOBREVIVIENTES DE LA SHOÁ EN ARGENTINA[1]Diana Wang[2]

“Perdoname, perdoname” decía la voz de mi madre, desgarrada, por teléfono ese lunes a la mañana “no sabía que iba a pasar esto. No sé por qué nos odian. Otra vez. No sabía. Perdoname que te traje a este país. No sabía”. Sin comprender lo que sucedía, esperé hasta que se hubiera calmado y entonces supe: “destruyeron la AMIA[3]. Otra vez nos quieren matar”.

Por qué Argentina. Vinimos de Polonia a la Argentina en 1947. No habíamos elegido venir acá, fue el último recurso luego de la imposibilidad de ir a Israel o a los Estados Unidos. En la Europa arrasada y caótica de la posguerra emprendimos una búsqueda desesperada de visas. Sólo pudimos conseguir una para Paraguay, palabra que evocaba frutas exóticas, imágenes desconocidas. El barco se detenía en el puerto de Buenos Aires. En Buenos Aires, que hacía pensar en prostíbulos y delincuencia, vivía una amiga de nuestra ciudad. Ante la incertidumbre y las búsquedas sin rumbo, nos quedamos. Ilegales primero, reconocidos un poco más tarde, nos establecimos aquí con la esperanza de comenzar de nuevo. No sabíamos entonces que había una expresa prohibición para el ingreso de judíos. No sabíamos que mientras nuestro ingreso no era permitido, el gobierno de Perón buscaba activamente la entrada de nazis. No sabíamos muchas cosas que después fue imposible no saber.

Un punto de inflexión. Para mi familia, una familia de sobrevivientes como tantas otras, la destrucción de la AMIA -47 años después de nuestro ingreso al país- fue un punto de inflexión. La vida normal vivida hasta entonces, que implicaba el “olvido” de lo sucedido en la shoá, se trastocó de cuajo. El pasado volvió con una fuerza incontenible.

Las familias de sobrevivientes se comportaron de maneras diversas. Muchos, la gran mayoría, habían guardado un preservador silencio en los cincuenta años posteriores a la Shoá. Silencio incompleto, por supuesto, silencio fragmentado y que derramaba contenidos a menudo inexplicados, pero un silencio que se desbordó en 1994[4].

LOS AÑOS DE SILENCIO Es difícil conocer la cantidad de judíos ingresados en la Argentina entre 1945 y 1950. Muchos lo hicieron de manera ilegal con lo cual no han quedado registros precisos. Sabemos que adoptaron distintas formas para integrarse a la sociedad argentina en relación a la decisión de vivir como judíos en esta nueva vida. Algunos optaron por el ocultamiento de su identidad, como sucedió durante la Inquisición con los judíos españoles y portugueses, mezclándose con el resto de la sociedad (algunos de sus hijos soy hoy los que buscan conocer la historia, rearmar el rompecabezas de su origen y condición). Otros, eligieron un camino más suave; sin renegar, evitaron la exhibición de su condición judía y la participación en alguna institución comunitaria. Y otros, se asumieron plenamente como judíos e intervinieron con distintos niveles de la vida comunitaria.

Diferentes caminos. Estas diferencias pueden ser encontradas en los distintos países que alojaron a los sobrevivientes. Debemos resaltar que los judíos, tanto antes como después de la Shoá, no han sido un grupo monolítico ni homogéneo. No todos los judíos europeos habían intervenido de la misma manera en la vida comunitaria en sus lugares de origen. También hay que tomar en consideración la crisis de fe de muchos sobrevivientes que no podían responderse a la pregunta de dónde había estado Dios durante la Shoá. Esa ausencia de respuesta los condujo a un profundo y doloroso descreimiento. Otros sobrevivientes, tomaron la decisión de alejarse de cualquier manifestación judía con la ilusión de que, si no vivían como judíos, protegerían a sus hijos de los sufrimientos que habían pasado ellos. En todo el mundo, los judíos entablaron juicios comunitarios debidos a acusaciones de colaboración con los nazis sobre algunos sobrevivientes. Muchas de estas acusaciones fueron falsas, pero la ordalía de los juicios y el tener que probar la inocencia condujo a algunos sobrevivientes a desconfiar de los organismos comunitarios como espacios protectores.

Argentina, tierra de diversidades. Pero hay ciertas particularidades vividas específicamente en la Argentina para comprender las diferencias de integración de los sobrevivientes a la vida judía y su largo silencio. A diferencia de otros países latinoamericanos, la cultura en Argentina tuvo una clara hegemonía europea. La comunidad judía argentina ha sido muy numerosa, multifacética y de una gran pluralidad política y cultural. Religiosos y no religiosos, de izquierda y de derecha, sionistas y no sionistas, idishistas y hebraístas, sefaradíes y ashkenazíes, la expresión judía en la Argentina ha cubierto casi todos los aspectos de su vida cultural y profesional. Esto puede corresponder a cualquier gran población cosmopolita, pero hay factores que distinguen a los judíos argentinos de otros: el enorme poder de la Iglesia Católica local, el terror y la represión sufridos en la Guerra Sucia (la Dictadura Militar entre 1976 y 1983) y los dos grandes ataques antijudíos, la destrucción de la embajada de Israel en 1992 y la de la AMIA dos años después, el mayor ataque sufrido por la comunidad judía después de la Shoá.

Antisemitismo. Argentina es una sociedad eminentemente católica y los argentinos católicos han recibido por siglos sermones antijudíos en las iglesias y las pequeñas parroquias. Los judíos éramos mirados, aunque no explícitamente, con desconfianza y sospecha. Si bien los ataque antisemitas eran, salvo algunas excepciones, verbales, había posiciones que nos resultaban inalcanzables, lugares donde no podíamos pertenecer. El argentino común, descendiente de italianos y españoles llegados en la gran ola inmigratoria de fines del siglo XIX igual que muchos judíos, es tolerante y amable; tiene un antisemitismo que llamaría latente pero que, hecho conciente, no reconoce ni defiende. Los focos antisemitas en la actualidad pueden ser hallados en las fuerzas de seguridad especialmente, la policía, el ejército, las fuerzas “protectoras” de la sociedad y en grupúsculos marginales acotados.

La Guerra Sucia. Durante la dictadura militar que sufrió la Argentina entre 1976 y 1983, un altísimo porcentaje de los desaparecidos era judío. Según el informe de la CONADEP, Nunca Más[5], sobre la cifra estimada de 30.000 desaparecidos, más de un 10% eran judíos -diez veces más que la proporción en relación a la población general.

Fela es frágil, pequeña y canta con nostalgia y melodiosidad las viejas canciones húngaras de su infancia en Budapest. Sobrevivió a Auschwitz, o, como ella suele decir “siguió viviendo”. Llegó a la Argentina en 1948, se casó, tuvo tres hijos, un varón y dos mujeres. En agosto de 1976 su hija mayor, que estaba por casarse, no volvió una noche de la universidad. Cuando la espera se hizo insoportable, dada la dictadura militar, Fela comenzó a llamar a las amigas. Nadie sabía nada, la hija había salido de su clase como siempre, a la misma hora. No volvió esa noche. Lo que siguió fue lo que tantas madres pasaron: búsquedas en oficinas, en destacamentos, malos tratos, ninguna explicación ni noticia. Fela se unió al primer grupo de lo que después se llamó Madres de Plaza de Mayo. Su propia vida no tenía importancia, no temía los riesgos de su búsqueda: debía encontrar a su hija. Luego de varias semanas milagrosamente lo consiguió. Tuvo la suerte que otras madres no tuvieron. Lo curioso es que Fela no lo quiere contar (éste no es su nombre verdadero porque prometí guardar el secreto de su identidad).´No lo quiero contar´, me dice, ´porque nunca se sabe qué es lo que puede pasar en el futuro y no quiero poner en peligro su vida ni la de sus hijos´. Los judíos, como prisioneros, sufrían torturas suplementarias, más humillaciones y crueldades que los demás[6]. Esto fue para los sobrevivientes una confirmación de lo peligroso de mostrarse judíos, peligro que podía hacerse extensivo a los hijos. Algunos sobrevivientes han tenido, efectivamente, la cruel desdicha de haber tenido hijos en condición de desaparecidos y siguen sin saber nada de ellos. No hay datos ciertos sobre su número porque como Fela, muchos no lo han querido contar. Conozco personalmente unos diez casos así que supongo que habrá algo más que eso.

LA RUPTURA DEL SILENCIO Los judíos ganan la calle: AMIA. El atentado y la impunidad posterior que aún persiste han instalado el tema de los judíos en la Argentina como nunca antes había sucedido[7]. La sede de la AMIA era el corazón de la vida social judía. El golpe ha sido tan profundo que los judíos en pleno nos volcamos a las calles a demostrar nuestra oposición e indignación. Nunca como antes la presencia judía fue tan evidente para los argentinos. Nunca como antes la presencia del sentimiento antijudío fue una realidad más evidente para los judíos. Nunca como antes muchos argentinos no judíos pudieron expresar su repudio a semejante ataque. La palabra “judío” empezó a ser pronunciada con un tono renovado. Había sido hasta entonces, una palabra que, pronunciada, afectaba al resto del discurso de un modo muy particular. Se empezó a llamar “judíos” a los judíos en lugar de los eufemismos habituales, israelitas, hebreos, paisanos, rusos. Comenzamos a salir a la luz, a exponernos en tanto judíos, a ser escuchados en tanto judíos, tal vez, por primera vez, a ser conocidos. También nuestras instituciones adquirieron un lugar protagónico en los centros urbanos porque están protegidas por bloques de cemento para impedir otro ataque con un coche bomba como los sucedidos. De esta manera, nuestros lugares, con la pretensión de ser preservados, están marcados. Una re-edición lúgubre de la estrella con la palabra Jüde.

La legitimación de Spielberg. No sólo el atentado a la AMIA, “La lista de Schindler” tuvo también un peso decisivo en la apertura del dique tras el cual los sobrevivientes vivían protegidos de sus recuerdos. Fue en ella que por primera vez se vieron legitimados y pudieron hablar. Así como en otras partes del mundo, el film de Spielberg legitimó la existencia de los sobrevivientes de la shoá y les permitió salir del encierro del silencio.

Nuevos oídos. La sociedad, paralelamente, se mostró progresivamente interesada en conocer nuestras experiencias. Fuimos y somos llamados a escuelas y diversas instituciones, judías y no judías. Los sobrevivientes tienen hoy presencia en la sociedad en general. Distintos grupos e instituciones que se ocupan de estos temas[8] llevan adelante la tarea de difusión y de enseñanza en ámbitos judíos y no judíos[9].

Hoy, nuevos problemas. La Argentina está viviendo su cuarto año de recesión económica. Esta profunda crisis ha destruido prácticamente a la clase media y muchos sobrevivientes enfrentan nuevos desafíos y penurias. La devaluación sorpresiva, el desempleo, el elevado costo de los gastos en general y los médicos en particular, resultan en que un tercio de los sobrevivientes deben recurrir a la ayuda económica. Pueden cubrir sus necesidades básicas gracias a la Fundación Tzedaká de Buenos Aires que distribuye el dinero provisto por organizaciones judías locales e internacionales. Por otra parte, los sobrevivientes, como tantos adultos mayores en Argentina, ven a sus hijos y nietos en un camino de emigración, con lo cual deben vivir, otra vez, el desgarramiento que implica la separación de sus seres queridos. Según estimaciones, cerca de 200 hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá están entre los 20.000 judíos que se fueron de la Argentina en los últimos dos años.

Las siguientes generaciones. Hoy los sobrevivientes de la Shoá saben que el destino de la memoria está en nuestras manos, en las manos de sus hijos y de sus nietos, acá o donde sea que la vida nos haya llevado. Igual que en otras latitudes, en la Argentina algunos de sus descendientes asumimos nuestro lugar en la cadena dorada con la esperanza de dejar nuestro mensaje ético y humanista.

[1] Versión en castellano del texto publicado en “Jewish Renaissance. Summer 2003”, Julio 2003, Londres como “Silence an Speech, Holocaust Survivors in Argentina”. [2] Con la colaboración editorial invalorable de Natasha Zaretsky , doctoranda en antropología en la Universidad de Princeton -su tesis está centrada en la memoria y la violencia en la comunidad judía de Buenos Aires-, quien, con calidez y paciencia, mejoró mi versión en inglés e hizo algunas sugerencias muy atinadas respecto del texto. [3] AMIA, Asociación Mutual Israelita Argentina, institución social y cultural central de la comunidad judía. Se ocupa de la red de escuelas judías, de los cementerios, de la cultura y las artes, de la asistencia social de los necesitados y enfermos, bolsa de trabajo, el sostén del asilo de ancianos, la biblioteca, la vida cultural, la representación comunitaria. [4] En “El silencio de los aparecidos” Acervo Cultural, Buenos Aires 1998, describo las diferentes razones –personales, familiares, sociales- para este silencio. [5] Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas. Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1984 [6] Mario Villani: Nazismo y antisemitismo en los campos de concentración de la Argentina. Informe presentado al Juez Garzón, Madrid, España, en abril 1999 y en el Ministerio de Justicia de Israel con la intención de someter a los genocidas a juicio en un tribunal internacional, cosa que aún no se ha conseguido. [7] Es imprescindible mencionar, que durante los años de la dictadura militar, hubo una reacción de algunos miembros de la comunidad judía liderados por el Rabino Marshall Meyer y el periodista Hermann Schiller y crearon el Movimiento Judío por los Derechos Humanos, que tuvo el coraje de exponer sus denuncias y exponerse a pesar del enorme riesgo que ello implicaba en aquellos momentos. [8] Sheirit Hapleitá, la Fundación Memoria del Holocausto-Museo de la Shoá, el proyecto de tomas de testimonios de la Survivors of the Shoah Visual History Foundation de Spielberg, Fundación Raoul Wallenberg, Centro Simon Wiesenthal, March of the Living, grupos de Niños de la Shoá y su film testimonial “Aquellos niños” dirigido por Bernardo Kononovich y el grupo de segunda generación de sobrevivientes [9] El pasado martes 15 de abril, el grupo “Niños de la Shoá en Argentina” ha sido honrado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su trabajo en la “construcción de una Argentina ética y humanista” en un acto público en el que cada uno de sus miembros recibió de manos de los legisladores un diploma de agradecimiento. La mayoría de los honrados había entraron ilegalmente al país dado que la política de inmigración de entonces prohibía el ingreso de judíos. El reconocimiento oficial habla a las claras del cambio en la relación no sólo de los judíos con las esferas oficiales sino específicamente de los sobrevivientes de la Shoá respecto al sentido de testimoniar su experiencia.

Memoria Activa, discurso 2003

El doceavo mandamiento: no serás víctima. Era 1938. Sigmund Freud estaba por abandonar Viena, su Viena querida. Tenía 82 años. Había rechazado las reiteradas invitaciones para establecerse en el exterior porque consideraba que Austria era su lugar a pesar de haber sido echado de la Universidad, a pesar de que sus libros habían sido quemados por difundir la ciencia judía. Cuando una de sus hijas, Anna, fue detenida por la Gestapo, decidió que era suficiente, que debían irse. La escena es en la puerta de su casa en el 19 de la Bergasse. Freud sale de allí para siempre rumbo a Inglaterra. En la calle está el camión cargado con todas sus pertenencias, y se acerca un oficial uniformado quien, gentil pero firmemente, le dice “firmeg esto” y le entrega un papel. Freud comprende que es su salvoconducto, la condición para poder alejar a su familia del peligro. Lo lee. El documento era una declaración delirante sobre el excelente trato deparado por las autoridades alemanas, y dejaba constancia de que abandonaba Austria por su propia voluntad y en total libertad. Freud se encontró ante un dilema. Si, luego de las humillaciones sufridas, firmaba semejante barbaridad, excusaba a los nazis de todo lo que le habían hecho y dejaba un testimonio falso de su proceder. Pero, si no lo firmaba, estaba claro que ni él ni su familia podrían ponerse a salvo. Luego de un instante de reflexión, con una sonrisa en los labios dijo: “Firmaré esta declaración con mucho gusto Sr Oficial. ¿Me permite que agregue algo?”. El oficial aceptó de buen grado, y Freud agregó: “y puedo recomendar a los nazis a todo aquel que así lo solicite”. Con lo cual, magistralmente, resolvió su dilema, pues firmó la declaración según se le exigía y al mismo tiempo, aunque aparentemente la confirmaba, la descalificó de plano y desnudó la maniobra al incluir la palabra “recomendar”.

La carta pretendía ponerlo en un callejón sin salida. No sólo lo obligaba a testimoniar sobre la “cordialidad” de los nazis y su “don de gentes”, sino que lo instalaba en el lugar de la víctima, de alguien que está con las manos atadas y que no puede más que someterse pasivamente a lo que sucede. Con una magistral maniobra, no aceptó ese lugar y, al mejor estilo de los yudokas, invirtió las posiciones: de víctima se volvió en denunciante.

Los judíos hemos sido caracterizados muchas veces como víctimas. Para muchos, incluso para muchos judíos, la condición de víctima es parte central de su identidad. Eliahu Toker y Rudy acaban de nacer su segundo libro de humor judío. El título es un milagro de inteligencia y síntesis: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Hay allí la famosa frase atribuida a Billy Cristal que dice que las fiestas judías se pueden resumir así: nos quisieron matar, no pudieron, a comer! El humor judío, tan revelador de nuestra fibra más íntima y vulnerable, tan impúdico en mostrarla, es elocuente: nos vemos a nosotros mismos como víctimas. En nuestro diálogo con Dios, ese diálogo personal que todo judío siente que tiene el derecho a tener, sea creyente o no, lo increpamos en primera persona, le reclamamos, ya sin ningún humor, ¿por qué hemos sido elegidos, por qué la gente no mira para otro lado y busca a otro pueblo con el cual agarrársela, qué tenemos de atractivo, cuál es el imán? En lugar de la marca de Caín, ¿cuál es la marca de Abel que llevamos en la frente?

Freud con su magistral maniobra, no acepta inscribirse en la condición de víctima, se sacude la impotencia, la desesperanza.

Es lo que siento cada lunes acá, en esta plaza. Memoria Activa también se ha sacudido el lugar de víctima. La víctima es pasiva, la víctima es inerme, la víctima se encierra para lamentarse, la víctima es impotente, la víctima, para seguir siendo víctima sólo puede llorar y aguantar. La condición de víctima nos ata las manos porque desde la posición de víctimas, estamos en manos del otro, dependemos de sus decisiones y conductas, nos anulamos como sujetos de acción y pasamos a estar objetos del otro. La condición de víctima, si bien para algunos pueda ser un espacio seguro de identidad porque es el conocido, nos hunde más y más en el regodeo del sufrimiento. Porque para seguir siendo víctimas, hay que mantener bien vigente el sufrimiento, no hay que emprender ninguna acción para cambiar nada, sólo sentarse a esperar la siguiente situación de ser victimizados, dicho así, en voz pasiva.

No es lo que pasa en Memoria Activa. No es el espíritu de esta gente. Lejos de guardarnos escondidos en un lamento perenne, el grito de “justicia, justicia perseguirás” invoca a la acción. Para perseguir hay que moverse, hay que caminar, hay que hacer, interpelar, reclamar, protestar, insistir, ser obstinados, inventar recursos, adivinar brechas. En este camino, lo que estamos haciendo, como Freud en la escena que describí, es salir del rincón supuestamente seguro y protector de la víctima al espacio inclemente de la calle, al aire libre de las bocinas y la gente que pasa pensando en otra cosa. Este movimiento es un riesgo, ocupamos espacios que no nos son tradicionales, espacios en los que decimos “judío” así, desnudo, sin necesitar de otros eufemismos más delicados, para que suene mejor. Nos hemos vuelto visibles de un modo que antes no había sucedido.

Siempre recurro a la Shoá, no sólo porque es parte de mi vida, sino porque sigue siendo una fuente inagotable de lecciones y aprendizajes. Algunas personas, no muchas, conocen cómo vivían los judíos en los guetos de la Europa ocupada por los nazis. Lo que pocas personas saben es todo lo que hicieron los judíos, además de los conocidos levantamientos, para salir de la condición de víctimas, las innumerables resistencias que emprendieron. Déjenme mencionar tan sólo algunas: mantenían escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, redes de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños. No aceptaron ser víctimas, no fueron pasivos, no había calles exteriores donde salir a demostrar a los no judíos, pero hicieron de las vidas de los que estaban en los guetos un espacio de dignidad que hoy reeditamos acá, ya no en un gueto sino en la calle, al aire libre, públicos y expuestos.

La Shoá sigue siendo una escuela tanto de lo peor como de lo mejor del ser humano. Voy a terminar con una cita del profesor Yehuda Bauer, erudito historiador de la Shoá, que propone que agreguemos tres mandamientos a los diez existentes:

Décimo primero: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca perpetradores”;

Décimo segundo: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”; y

Décimo tercero: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca jamás observadores pasivos de asesinatos masivos, genocidios o –ojalá que nunca más suceda- una tragedia como la que fue el holocausto”.

Estos nuevos mandamientos le hablan a nuestra responsabilidad, tanto individual como social y querría que fueran enseñados en las escuelas, rezados en las oraciones, repetidos e incorporados a la ética humanista. Situaciones como la Shoá, como la Guerra Sucia que sufrimos los argentinos, los atentados y las oscuras complicidades de los perpetradores, y todas las situaciones de victimización, que son infinitas, que siempre se renuevan, sostenidas en la codicia, en el ansia de poder, nos fuerzan a revisar nuestra conducta constantemente y a medir cada paso.

Memoria Activa viene honrando estos tres nuevos mandamientos. El onceavo porque hace un firme rechazo y denuncia de las conductas criminales de los perpetradores. El décimo tercero porque ésta ha sido tribuna de denuncia de cuanto ataque ha sufrido la comunidad argentina y muchas veces la internacional, en formas de asesinatos, masacres y ejercicio criminal del poder. Pero en donde Memoria Activa es un ejemplo, es en relación al doceavo mandamiento, aquél que dice, y lo repito, “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”. Memoria Activa es un ejemplo de rebelión contra la victimización. Aún cuando la justicia perseguida nos sea esquiva, el sólo hecho de no aceptar ser víctimas, es un hito en la órbita de lo judío. Y el no aceptarse como víctima es un acto que va de adentro hacia fuera. Nadie lo hace por otro, ningún candidato en la reciente campaña política hizo mención alguna sobre el tema de AMIA. Pues así son y así están las cosas. No nos aceptamos como víctimas, y sabemos que no es sólo por nosotros: es por nuestra y por vuestra dignidad.

Odio a los judíos: virus mutante - Edward Rothstein

Traducción libre: Diana Wang En el congreso sobre antisemitismo que tuvo lugar esta semana en el Center for Jewish History (Centro de Historia Judía), un panelista contó este chiste judío clásico: Un judío se ofreció como anunciador en una radio y fue rechazado. Un amigo le preguntó por qué. “Es sencillo” y agregó con un agónico tartamudeo: “anti-s-s-s-semitismo”. El chiste se burla de la idea misma del antisemitismo y también de la excesiva sensibilidad judía sobre las frustraciones.

Lejos de una idea burlona sobre el antisemitismo, el congreso -organizado por Leon Wieseltier y Martin Peretz del New Republic y Leon Botstein, presidente del Bard Collage-, encontró el viejo virus colándose vital y fresco por el tejido de la cultura occidental, tomando nuevos senderos, buscando nuevos huéspedes y proponiendo nuevas amenazas.

Auspiciado por el IWO, Instituto de Investigación Judío, el congreso de cuatro días incluyó una lista impresionante de historiadores y académicos de las ciencias sociales, estudiosos del antisemitismo, periodistas y dirigentes de organizaciones judías. El tema del resurgimiento del antisemitismo también inspiró otro congreso esta semana, en París, organizado por el Centro Simon Wiesenthal y la UNESCO. Y el mes pasado, un simposio de un día sobre el mismo tema fue llevado a cabo en Ámsterdam en la casa de Anna Frank.

Esta confluencia de preocupaciones es también evidente en las siguientes publicaciones: "The Anti-Semitic Moment: A Tour of France in 1898" (El momento antisemita: una gira por Francia en 1898) por Pierre Birnbaum (Hill & Wang) y el que está a punto de aparecer, "The New Anti-Semitism: The Current Crisis and What We Must Do About It" (Jossey-Bass) (El nuevo antisemitismo: la crisis actual y lo que debemos hacer sobre ello) por Phyllis Chesler.

Tanto interés expresa preocupaciones que no son infundadas. En Francia, durante los últimos dos años, sucedieron cientos de incidentes antisemitas con sinagogas quemadas y ataques físicos a personas entre otros. En el congreso del IWO, el escritor judío, Konstanty Gebert, que usa solideo, dijo haber soportado más insultos durante unos meses en Paris que los recibidos en toda su vida en Polonia. El historiador Simon Schama contó que cientos de tumbas judías, entre las que estaban las de su familia, habían sido profanadas en el cementerio judío de Inglaterra dos semanas antes. Los ejemplos más paradigmáticos, sin embargo, vienen del mundo árabe donde florecen por doquier tiras cómicas al estilo de Der Stürmer y de los libelos sangrientos de la Edad Media.

Muchos de los incidentes de Europa occidental son ejecutados por jóvenes criados en comunidades musulmanas que convirtieron a los judíos en su principal objetivo de ataque. Pero los incidentes y las reacciones oficiales han generado una mayor amplificación del fenómeno del antisemitismo. Durante un cierto tiempo, el gobierno francés fue renuente a encararlos como actos antisemitas. En algunos casos los ha justificado o explicado como reacciones contra la política de Ariel Sharon en Israel o por la guerra contra el terror del presidente Bush. No sólo el gobierno, sino también la condena de estas políticas desde la izquierda europea han producido una benevolencia contagiosa.

Una cierta forma intelectual del antisemitismo asociada con la aguda crítica a Israel se hizo más frecuente. Por supuesto, la crítica a Israel no es forzosamente antisemita, y no es válido acusar de antisemitismo a toda crítica a Israel. Pero la crítica es antisemita cuando demoniza al sionismo, lo iguala al nazismo o justifica a organizaciones como Hamás y Hezbolá uno de cuyos propósitos constituyentes es la destrucción de Israel. Si la analogía nazi se aplica tan ávidamente a Israel podríamos pensar que es porque parece aliviar y absolver al acusador mientras que condena al estado de Israel al nivel más profundo del infierno. Pronto, la acusación se hace extensiva a los otros judíos.

En esta transformación del antisemitismo, los viejos mitos y nociones del pueblo paria reaparecen a menudo con nuevos disfraces. Por ejemplo, la idea de que los judíos se sacian con la sangre de los gentiles para objetivos rituales, se ha reencarnado en el chiste gráfico del diario The Independent de Londres el pasado enero que generó una firme protesta del gobierno israelí. Mostraba en una caricatura goyesca a un Ariel Sharon dibujado con rasgos étnicos propios de las imágenes antisemitas, engulliéndose la cabeza de un niño palestino mientras helicópteros israelíes tiraban bombas a su alrededor. "¿Cuál es el problema?" gruñe Sharon. "¿No vieron nunca antes a un político besando a un niño?"

¿Por qué estas nuevas formas de antisemitismo se volvieron familiares en Europa? ¿Por qué prosperan aún cuando el antisemitismo tradicional es abiertamente condenado?

En el congreso del IWO, Mark Lilla, que enseña Historia Intelectual Europea en la Universidad de Chicago, argumentó que los brotes antisemitas estuvieron asociados en la historia de la humanidad con crisis políticas. Con el conflicto entre la Iglesia y el estado en la Edad Media, con el Iluminismo en el siglo 18, con la crisis del totalitarismo en el siglo 20. Ahora, continuó, está sucediendo otra transformación, Europa se rebela contra la idea misma del estado-nación.

En la conciencia europea, el estado-nación está asociado a la fuerzas diabólicas del nacionalismo, la xenofobia y el fascismo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, dijo el Sr Lilla, Europa pudo dejar de pensar en el tema de la soberanía; los EEUU y la NATO se hicieron cargo del paquete. Una de las consecuencias, agregó el Sr Lilla, es que las organizaciones no gubernamentales son vistas como un ideal político en contra de los estados-nación soberanos. En este escenario, Israel aparece como una anomalía, una nación-estado joven que insiste en su status, fuerza y soberanía, violando esa visión internacional contemporánea. Tal vez sea una de las razones para que Israel fuera tratado como paria en las Naciones Unidas, imposibilitado incluso de pertenecer a la Comisión de Derechos Humanos (su lugar lo ocupa Libia) y que sea sujeto de resoluciones que confirman la legitimidad de la lucha armada en su contra.

El Sr Lilla desarrolla argumentos propuestos por Robert Kagan sobre las diferencias entre los EEUU y Europa. Dice que tanto al anti-norteamericanismo como al anti-sionismo son la expresión de la oposición a la noción moderna de nación-estado que insiste en viejas ideas de poder. Europa no niega de plano los temas de soberanía. Por ejemplo apoya la inviolabilidad de las fronteras o la necesidad de un estado palestino. Pero son excepciones examinadas raramente con seriedad. En palabras del Sr Lilla: “Incluso el apoyo a los palestinos tiene una extraña cualidad apolítica en Europa”.

Pero no es sólo cuestión de ideología política. Alain Finkielkraut, el intelectual francés, sugirió que luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó obsesionada con el “nunca más”: “Nunca más políticas de poder. Nunca más nacionalismo. Nunca más Auschwitz”. Mientras los Estados Unidos podían celebrarse a sí mismos abiertamente, para Europa el recuerdo de la Segunda Guerra abría “un abismo”. Entonces, Europa se reivindicó a sí misma imaginando un mundo nuevo “un mundo tan humano, tan desprejuiciado, tan libre-pensador” en el cual la idea misma de un pueblo enemigo no era tomada con seriedad.

Pero entonces, en medio de este sueño ideal, aparecen los judíos. Sólo que esta vez “no son acusados de persistir tenazmente en su judaísmo sino de traicionarlo”. El nacionalismo israelí, su ejército y obstinación ofenden al universalismo de la izquierda europea y las simpatías antiglobalizadoras y evocan el pasado catastrófico.

Un antisemitismo de derechas sigue siendo injustificable, pero pasa a ser virtuoso cuando se sostiene en este pretendido universalismo antiglobalizante. Dice el Sr .Finkielkraut que son acusaciones que invocan las viejas tradiciones antisemitas: “Ven a los judíos como ese pueblo tan creído e intoxicado con su condición de elegido que rehúsa la idea de la humanidad universal”. En este pretendido rechazo, el judío, en su caricatura, termina siendo el racista arquetípico, o sea, el enemigo, el nazi.

Mientras que el judío fue otrora atacado por su asociación con la modernidad y el internacionalismo, ahora lo es por no aceptar el post-modernismo y el internacionalismo. Estos ataques, se sobreimprimen al antisemitismo más tradicional de radicales islámicos y nacionalistas palestinos que, paradójicamente, desconfían de la modernidad liberal universalista, cantan “muerte a los judíos” y proponen su propia imaginería sobre el nazismo.

Pero a pesar de todo esto, observamos también signos de cambios positivos a la luz de los eventos recientes. En el ultimo año, bajo la presión norteamericana algunas características concretas del gobierno palestino fueron revisadas. El mes pasado, Yigal Carmon, cuyo Instituto para la Investigación de los Medios en el Cercano Oriente ha traducido regularmente material del mundo árabe relacionado con los conflictos con EEUU e Israel, argumentó que hay ahora “significativos precursores de cambio en el discurso antisemita en el mundo árabe” (www.memri.org), con una disminución notoria de expresiones de extremo antisemitismo.

Algún día, tal vez, el viejo chiste judío sobre el locutor tartamudo podría tener menos niveles de lectura y ser expresión de que el antisemitismo se ha vuelto, tan sólo, motivo de broma.

Texto original en inglés: http://www.nytimes.com/2003/05/17/arts/17CONN.html?ex=1054183828&ei=1&en=23f285696d65b00c

El pianista (2002)

Yo, que soy una llorona, no lloré. Como el protagonista de “La naranja mecánica” en su proceso de rehabilitación cuando lo obligaban a mirar escenas de violencia, tenía los ojos bien abiertos frente al deslizamiento progresivo del Mal. No lloré. Tampoco escuché llorar a mi alrededor en el cine. Es que “El Pianista” no es una de llorar. “El Pianista” es una de pensar, de sentir, de dejarse penetrar por esa historia, nuestra historia. Polanski toma el relato de Szpilman y lo mezcla con sus propios ecos y le habla a los míos. No nos quiere contar la shoá, no se propone como historiador ni transmisor de mensajes. Tampoco hace un documental supuestamente objetivo, aunque hay un ahorro de comentarios y golpes bajos que uno agradece a cada paso. Nos cuenta la historia de la supervivencia de un judío durante la shoá, uno solo, con su pequeño universo de complejidades, sus cobardías y sus grandezas. Nos dice: “miren lo que nos fue pasando, miren quiénes éramos y cómo nos fueron haciendo deslizar en lo que nos era imposible anticipar” y nos muestra los seis años de reinado del Mal.

Cuenta la historia de Władek Szpilman un judío que se salvó. Como mis padres. Su historia, como todas las historias de sobrevivientes, se parece y no se parece, es siempre la misma y siempre es algo diferente. Vemos su camino particular y concreto que nos permite acompañarlo paso a paso, ser testigos del progreso en el plan de destrucción de la vida judía y observar, mudos y agradecidos, al azar que le permitió seguir viviendo contra toda expectativa.

La historia de la supervivencia de Władek Szpilman transcurre desde septiembre de 1939, en la Varsovia floreciente, hasta 1945, entre lo que quedó, las ruinas y su desgarradora soledad. La vida de los judíos en la Varsovia de fines del treinta, cosmopolita, urbana, sofisticada, nos es devuelta en imágenes y sonidos. La cotidianeidad, la ropa, los muebles, los adornos, los carteles, los pequeños detalles son lenguajes sensibles que evocan sabores, olores, aquello más primario del recuerdo. Vemos los nombres de las tiendas, los carteles, los afiches, los anuncios, en polaco y algunos también en idish con tal sensación de realidad que uno espera oír polaco, oír idish. Y muestra cómo esa vida va siendo atacada y se desliza en una caída fatal hacia la abyección y la muerte. El traslado forzado hacia el gueto, las restricciones progresivas, las humillaciones, las deportaciones, el “paso” al lado ario, los caminos tortuosos de la supervivencia y, para algunos pocos, la salvación.

Una vida puede ser relatada en pequeños detalles, detalles que nos permiten atisbar algo de ese mundo del gueto, de la persecución, de la impotencia, del miedo que nos es tan desconocido, del que la mayoría sólo tenemos un registro intelectual. ¿Cómo comprender desde nuestra “seguridad” cotidiana la progresión del hambre, del frío, el desamparo, la sed, de las pérdidas de personas, objetos, refugios, “seguridades”, “certezas”? En “El Pianista” están esos detalles que atraviesan las palabras y le hablan directamente a nuestra piel.

Temas caros a los sobrevivientes como las vergüenzas y los actos de arrojo –tanto de judíos, polacos, nazis-, las inconciencias y el puro azar, el horrible, maravilloso, injusto y arbitrario puro azar. Sin baraturas ni simplificaciones, no se nos ahorran las miserias ni las grandezas humanas. Se ve el sufrimiento judío pero también se ve su aprovechamiento por otros judíos. Se ve el judío que actúa como corrupto y en otro momento como salvador. Se ve la complicidad de la población polaca pero también se ve la ayuda que algunos proporcionaron. Se ve la crueldad de los nazis pero también la conducta de alguno que lo contradice. Polanski se atreve con la vida y con las cosas como de verdad son: grises mayores, grises menores, grises grises.

Los sobrevivientes se preguntan si “El Pianista” servirá para algo, si conseguirá acercar la experiencia a los afortunados que la desconocen. Difícil responderlo. Tal vez para muchos, incluso para muchos judíos, esta película será la primera aproximación a una de las irreparables pérdidas de la shoá: la vida judía polaca en su riqueza y complejidad. Lejos del habitante del shtetl, (esa imagen algo romántica del judío ingenuo, bonachón, crédulo y religioso de comienzos de siglo), en los varsovianos judíos de los años treinta vemos a los citadinos, a los profesionales, a los estudiantes, a las amas de casa, a los comerciantes, a los militantes, a los subversivos, y también a los criminales, los mafiosos, los aprovechadores. Los judíos, igual que cualquier otro grupo humano, se ven como fueron, en su diversidad real, dolorosa, compleja.

Se puede tener una idea de las dimensiones y alcances del monumental, abigarrado y superpoblado gueto de Varsovia, de las diversidades que anudaba, los interiores de las casas, las actividades, las ambigüedades y contradicciones, la confrontación de la opulencia de algunos frente a la total desesperación de otros... una pintura sin pretensiones de moralejas ni estridencias. El famoso muro, frontera de la vida y la muerte, escenario del heroico accionar de los pequeños contrabandistas que se jugaban la vida cotidianamente entrando comida primero y armas después, es un protagonista mudo y elocuente. Se ve también el puente que unía el gueto grande con el gueto chico y no puedo resistirme contar una anécdota que refleja el modo en que uno se va integrando a lo que le toca vivir, aún a lo más terrible: una sobreviviente que tenía diez años cuando se cerró el gueto, me contó que cuando cruzaba ese puente con sus amiguitas, jugaban a correr y no ser alcanzadas por las balas que disparaba algún nazi “divertido” desde abajo y cuando llegaban al otro lado lanzaban un triunfal “no me dio!”.

La película no es de llorar. No vi gente llorando en el cine. No tiene golpes bajos, es despojada, cruda, sin comentarios ni explicaciones. El protagonista parece transitar por su historia con cierto desapego, como si no creyera que eso le está pasando realmente. Muchos sobrevivientes cuentan la historia de la misma manera, sin dramatismos ni sobreactuaciones, ni iluminados protagonismos, como pidiendo perdón por el atrevimiento de contar.

Se les pregunta a los sobrevivientes cómo es posible que hayan continuado sus vidas casi normalmente, cómo es posible que la shoá no los haya convertido en monstruos o en psicóticos irrecuperables. Władek solo, escondido, desgarrado, digita en el aire escalas mudas, practica pianos ausentes, mantiene su cordura, arroja anclas que lo conservan humano, con obstinación, con sencillez. Lo hace sin heroísmos, sólo acunado por la fuerza de la vida. Y no se vuelve loco, no se vuelve un monstruo.

Suelo describir al período vivido por los sobrevivientes en la shoá como “el bache”. “El bache” es ese accidente que sobrevino de pronto, sin esperarlo, sin estar preparados, que los arrancó de sus vidas normales hacia esa otra legalidad desconocida y arbitraria, un pozo negro en el que fueron cayendo sin saber cuándo terminaría la caída o si alguna vez tendría fin. Al cabo de un tiempo infinito, un día tan misterioso y sorpresivo como el primero, salieron de “el bache” y fueron relanzados a la normalidad que ya creían haber perdido para siempre. Lo que habían sido y vivido en “El bache” quedaría sin procesar, sin poder ser integrado entre los normales pues debían reintegrarse a la vida, olvidar. Władek toca un concierto en la radio antes de entrar en “el bache” y lo vemos en el mismo lugar una vez afuera. “El bache” quedó en su corazón, encapsulado, guardado, esperando que el milagro de la música, de nuestra oreja, de nuestra compasión, preste algún sentido a lo que parece haberse perdido para siempre.

Un comentario final sobre la vida, su fuerza e irracionalidad sublime. Me refiero a la escena en la que nuestro protagonista toca el piano ante el oficial nazi: él no sabe, como no solían saberlo los judíos, qué haría el oficial con él, tal vez matarlo, tal vez burlarse. “Toque el piano” le había ordenado A uno se le detiene el aliento: ¿cómo hará para tocar? ¿cómo conseguirá volver del infierno y saltar en una vuelta carnero imposible de vuelta a la “civilización”? ¿recordará las armonías, volverán los acordes? ¿le responderán los dedos? ¿el hambre, el frío, el deterioro, la falta de práctica no le impedirán hacer lo que tiene que hacer? Las manos bajan lentamente sobre el teclado, dudando de sí mismas, se apoyan en algunas notas tímidas y pudorosas, y se dejan llevar por la misma música que sucede casi por propia voluntad en la voluntad de imponerse por sobre el horror, y se despliega y asciende y nos dice que sí, que milagrosamente la vida continúa, que la pérdida de lo humano es transitoria, que será olvidada y superada. La vida seguirá viviendo con la inconciencia de lo primitivo, de lo que no tiene razón.

Ruptura de contrato

Texto que circuló por internet sin mención de autor. Traducción: Diana Wang

Memorandum para: El Señor Todopoderoso, también conocido como Ha'shem, Shadai, Elohim, etc. De: Los Judíos: también conocidos como El pueblo Elegido Asunto: Terminación de Contrato/Status Especial (Pueblo elegido)

Como sabés, el contrato que hiciste con Abraham debe ser renovado periódicamente. Este memorandum es para informarte que, tras varios milenios de consideración, nosotros, los judíos (el Pueblo Elegido) hemos decidido, respetuosamente, que ya no deseamos dicha renovación. Dejamos por sentado que este convenio no consta por escrito y que, a pesar de la creencia popular, nosotros (los judíos) no nos hemos beneficiado realmente demasiado con él. Si volvieras a la lejana época de nuestro arreglo, observarás que ya desde el principio todo comenzó definitivamente con el pie izquierdo.

No sólo Israel y Judea fueron invadidos casi cada año, sino que nosotros, los judíos (el Pueblo Elegido) tuvimos que invertir mucho esfuerzo para levantar no sólo uno sino dos templos. Y ambos fueron destruidos. Todo lo que quedó es una pila de piedras viejas llamada Muro de los Lamentos (por supuesto que sabés todo esto pero creemos que es bueno refrescarlo para dar cuenta de las razones por las que queremos declinar el honor que nos has conferido y concluir nuestro contrato).

Después los hititas, los asirios, los Goliats, etc, no sólo nos castigaban a diario sino que nos vendían como esclavos a Egipto, lo que nos hizo perder cientos de años de desarrollo.

Reconocemos que te pusiste en muchos problemas al mandarnos a Moisés para que nos sacara de Egipto, y a los pobres egipcios los castigaste con todas aquellas plagas. Lo que no conseguimos comprender es por qué tomó cuarenta años cubrir el trayecto que El Al hace ahora en 75 minutos. Además, y no deseamos parecer desagradecidos, durante años nos hemos preguntado ¿por qué Moisés nos llevó hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha, al Sinaí? Si nos hubiera llevado allí, habríamos tenido el petróleo en vez de sólo el desierto!

Entendemos, el petróleo no era parte del trato, pero después vinieron los romanos y estuvimos in dredarain hasta el cuello. Es cierto que los romanos nos proporcionaron agua potable, acueductos y baños públicos, pero era desconcertante caminar bajo esas construcciones y al levantar los ojos ver a uno de nuestros amigos o familiares clavados en tres partes como si fueran estampillas o señales camineras.

Incluso una de nuestros príncipes, Judah ben Hur, fue capturado vestido de romano y anduvo dando vueltas como un loco en la arena del Coliseo. Tal vez por culpa de Hollywood o vaya uno a saber por qué, mucha gente juraba que Ben Hur tenía un inquietante parecido con Moisés! Y esto no es nada, encima de todo, uno de nuestros rabinos (maestros) se declaró a sí mismo “Hijo Tuyo” (sin mencionar siquiera a Abrahamcito) y antes de que nos despabiláramos, teníamos encima toda una nueva religión.

Y sobre llovido, mojado: fuimos luego dispersados por todo el mundo dos o tres veces mientras esta nueva religión se enraizaba más y más! Lamentamos mucho saber que los romanos lo ejecutaron igual que a tantos otros, pero..., -y esto te va a hacer reír por la reiteración del acontecimiento- adiviná a quién culparon. Sí, a NOSOTROS! En este tema preciso hay algo que no conseguimos comprender. Aquel rabino, hermano nuestro y tu propio hijo, siguió un camino curioso. Millones de personas lo reverenciaban y adoraban su nombre y enseñanzas... y sin embargo nos seguían matando por millones. Reclamaban que bebíamos la sangre de los recién nacidos y que controlábamos los bancos mundiales (Oy! Oy! Si tan sólo eso fuera verdad! Podríamos haberlos comprado a todos y controlar los medios de comunicación mundiales y más y más y se hubieran terminado nuestros problemas.)

¿Vas comprendiendo lo que queremos decirte?

Adelantemos entonces algunos siglos hacia las Cruzadas. ¡Mamita! ¡Otra vez quedamos como jamón del sandwich! Ellos, los Señores y Caballeros, venían de toda Europa para echar a los árabes y liberar los Santos Lugares, pero antes de que dijéramos “agua va” ya nos estaban matando a diestra y siniestra y también al centro junto con muchos otros más. Toda vez que un rey o un papa andaba mal en las encuestas, convocaban a una Cruzada o a una Guerra Santa y se mandaban una epopeya de asesinatos sobre nosotros. Hoy se llama Jihad.

Ya ves, nos pusiste un poco a prueba entonces, pero enseguida vino un brillante clérigo español y se inventó la Inquisición. Todos pensamos que era un nuevo show de entretenimientos pero otra vez nosotros y, debemos admitirlo, también algunos otros, fuimos usados como leña para la iluminación pública de las mayores ciudades de España. Está bien, eso terminó hace unos cien años o algo así. Visto en la perspectiva de la historia, cinco siglos no es mucho tiempo.

Pero mientras, cada vez que nos establecíamos en un país o en otro, nos pateaban y nos echaban! Y así vagamos unos siglos por ahí, pero la cosa no cambiaba.

Al final, nos quedamos en algunos países en donde insistieron en que viviéramos en guetos...Nos fuimos entonces a los guetos, cuando ¡ni te imaginás lo que pasó! Los rusos se aparecieron con los pogroms. Creímos que era una falta de ortografía, que lo que traían eran programas, pero estábamos fatalmente equivocados (lo de fatal no quiso ser un juego de palabras). Aparentemente, cuando no tenían nada más que hacer, la diversión era matar judíos (los así conocidos como El Pueblo Elegido, no sé si me entendés...).

Ahora viene una parte francamente fuerte. La estábamos pasando bastante bien, gracias, en un pequeño país europeo llamado Alemania, cuando a un pintor de casas se le ocurrió escribir un libro con ideas que prendieron en el pueblo y se volvió su líder... ¡¡¡Uau!!! Ése sí que fue un mal día para nosotros, ya sabés, tu Pueblo Elegido. La verdad es que no nos imaginamos dónde estabas en lo que en la Tierra eran los años 1940 a 1945. Sabemos que todos necesitamos un descanso de vez en cuando, incluso el Señor Todo Poderoso necesita un tiempo de relax. Pero de verdad, cuando más te necesitamos, no apareciste. Tal vez estés enterado de esto pero por si te lo olvidaste, unos seis millones de tu Pueblo Elegido junto con algunos otros no elegidos, fue asesinado entonces. Hicieron pantallas de lámparas con nuestra piel.

Mirá, no queremos insistir con el pasado, pero la cosa todavía se pone peor! Acá estamos, es 1948 y millones de nosotros vagan nuevamente desplazados y te mandaste una buena! Hemos recuperado por fin nuestra tierra! Sí!!!! Después de todos esos años, conseguiste que volviéramos a nuestro hogar! Pero, debemos confesarte que a veces tu sentido del humor se nos escapa, entonces los países árabes nos declararon la guerra.

Y ganamos todas las guerras, y ahora estamos en el 2002 y nada ha cambiado. Seguimos recibiendo los golpes, los secuestros, las acusaciones, los atentados, las muertes. Seguimos sin paz.

Nuestra paciencia se agotó. Ya es suficiente. Esperamos que comprendas que nada es para siempre (excepto vos por supuesto) y que desearíamos respetuosamente declarar nulo nuestro acuerdo verbal de ser tu Pueblo Elegido. Mirá, a veces las cosas funcionan y otras no.

Seamos tan sólo amigos los próximos eones y veamos qué sucede. ¿Qué tal si buscás por otro lado? Seguro que te acordás que Abraham tenía otra familia de parte de Ismael (los mismos que consiguieron el petróleo). ¿Qué tal si los hacés a ellos tu Pueblo Elegido por unos miles de años? Nos despedimos vos con todo respeto. Atentamente,

Los judíos.

Memoria activa, discurso 2002

En estos cien meses Después de 100 meses, uno ya no sabe qué más decir.

Se ha dicho todo. En estos 100 meses se ha dicho todo.

Se ha denunciado, se ha expresado el dolor, la rabia, la injusticia. Se ha prometido no cejar hasta el total esclarecimiento, se ha señalado a culpables, instigadores, aprovechadores, obstaculizadores y también a colaboradores, simpatizantes.

En estos 100 meses se ha dialogado con probos y corruptos que juraron, prometieron, insistieron, aseguraron que se llegaría a las últimas consecuencias, que no cejarían en su empeño sin que se castigara a los culpables.

En estos 100 meses se han transitado los vericuetos más que sorprendentes y curiosos que los funcionarios y estamentos de los distintos gobiernos han determinado. Distintos gobiernos, distintos funcionarios, el mismo callejón sin salida, la misma inconducencia; al mismo tiempo, la misma eficacia en tapar, disfrazar, oscurecer.

En estos 100 meses somos testigos de un juicio en marcha, una especie de premio consuelo, con muchos vicios de procedimiento y que juzga aspectos marginales que deja afuera el quiénes, el cómo, el por qué, el cuánto y el con qué.

En estos 100 meses se ha escuchado el desgarrado sonido del shofar semana a semana aullando a voz en cuerno nuestra impotencia por sobre el ruido de las bocinas y la gente que va y viene a nuestro alrededor y no se detiene, salvo algún curioso, a ver de qué se trata, qué hacen estos locos parados en la plaza, con cara seria, con lluvia o con calor, un shofar que a veces se queda afónico de tanto grito al aire, de tanto grito sin destino aparente.

En estos 100 meses hemos unido nuestras voces pidiendo justicia tantas veces, tantas veces, tantas veces que uno se para acá sabiendo que no hay nada nuevo que decir. Memoria Activa: crónica del país

Memoria Activa se ha constituído en testigo, víctima y crónica de estos últimos años de la vida argentina. Las distintas voces que han desfilado por estos micrófonos fueron dibujando en estos 100 meses la trama oculta y desgarrada del día a día de un país que ha perdido su rumbo. Así como las Madres de la Plaza fueron las que se animaron a hablar cuando el resto estábamos paralizados, aterrados de sacar la cabeza no fuera a ser que nos señalaran y nos secuestraran, torturaran y desaparecieran, y fueron las primeras que denunciaron lo que estaba pasando, de modo similar, las voces de Memoria Activa expresaron precozmente lo que hoy nadie duda. Un Estado que no sólo no cobija y protege a sus habitantes, sino que es la misma fuente de las injusticias y los delitos. Fue aca en donde la fiesta menemista dejó ver los entretelones, las trampas y los hilvanes, las manchas de grasa que no se veían por televisión. Fue acá donde la gente venía a poner la cara y el cuerpo y a expresar con su presencia, su profundo desacuerdo con un estado de cosas que nos ha llevado adonde hoy nos encontramos.Y no sólo fue la fiesta menemista. Lo que siguió, y que me eximo de recordar porque confío en la memoria de quienes me escuchan, no sólo no pudo mejorar nada, sino que ahondó aún más la huella que ellos habían marcado.

Lunes a lunes, Memoria Activa albergó los testimonios que reflejaban un país en caída libre. No es difícil de entender cómo no se ha encontrado a los culpables del ataque a la AMIA y a la embajada de Israel en medio de tanto rincón oscuro, de tanta mano sucia, de tanta codicia impúdica. Lo difícil es entender cómo, lunes a lunes, seguimos estando aquí. Lo difícil es entender cómo algunas cosas, a pesar de todo, sobreviven, siguen funcionando, los hospitales, las escuelas, los colectivos, la luz, el teléfono, el gas... Lo que no sabemos es por cuánto tiempo. El huevo de la serpiente

Se le atribuye a Bertold Brecht este texto famoso que tantas veces ha sido citado en este foro público:

Primero vinieron por los judíos, y yo no protesté, porque yo no era judío.

Luego vinieron por los socialistas, y yo no protesté, porque yo no era socialista.

Después vinieron por los sindicalistas, y yo no protesté, porque yo no era sindicalista.

Entonces vinieron por mí, y ya no quedaba nadie que protestara por mí.

Brecht se cansó de negar su autoría de este texto que hoy es universal y que en realidad le pertenece al pastor Martin Niemoeller de la Iglesia Confesional Alemana, luchador por los derechos humanos que sufrió siete años en campos de concentración.

Sí, algo de eso pasó con Memoria Activa y el país. Lo que pasó con los ataques, con los símiles de investigaciones, con los embarramientos de canchas, con las mentiras, con las trampas, pasó con todo el país. Hoy la protesta es de todos. La humillación y la vergüenza

Hoy el país hace agua por todos lados. Lo que hace unos años era una denuncia potente en Memoria Activa, algo que parecía importar sólo a los judíos, hoy es el contexto de todos. Pero ha habido cambios. Hoy el tema ya no pasa por la corrupción, por las estrategias y los negocios del poder. Hoy el tema ha bajado a todos y pasa por la vergüenza y la humillación en especial del desempleo, del país que se ha ido achicando y que nos duele en cada centímetro de la piel. La vergüenza y la humillación pertenecen a la esfera de lo individual, son sentimientos que muchos de nosotros sentimos frente a una realidad que nos es tan esquiva, que nos ha dejado, como el chiste de Jesús caído del crucifijo vagando “en pelotas y sin documentos”. Hoy, pedir justicia, es más que exigir el juicio a los culpables, ahora se trata de la dignidad del trabajo, del sustento diario. La vergüenza y la humillación van minando la autoestima, la dignidad y el honor. Los extranjeros nos dicen que les sorprende cuán severos que somos con nosotros mismos. Vienen y se encuentran con estos discursos, el que estoy haciendo yo en este momento por ejemplo, desanimados, autoconmiserativos, desesperados. Ven gente decente, trabajadora, inteligente, sensible, que se siente idiota por haber creído, que no sabe dónde dirigir su dolorosa desilusión y lo hacen contra sí mismos. Vergüenza y humillación. En carne y viva y llagados. Pido perdón a los que esperan una voz esperanzada, pero lo único que atiné a componer, es estas palabras que me permiten compartir con ustedes mi propio dolor, mi propia vergüenza y mi propia humillación. La continuidad de la vida

Como ustedes saben, soy hija de sobrevivientes de la Shoá. Yo sé de la fuerza de la vida. No puedo dejar de mencionar indicios alentadores que están pasando, las irrefrenable fuerza de la vida. Vemos, sin mucho ruido, el surgimiento de algunas formaciones originales, sorprendentes, con destino aún desconocido, pero que le hablan a nuestra fe en el futuro. Huertas comunales, asociaciones de trueque, cooperativas de trabajo, diferentes organizaciones que buscan salir de la vergüenza y la humillación, con decisión de unirse y prepotencia de trabajo. La vida continúa y la vida misma busca nuevos canales que le permitan vivir. Resistir, siempre resistir

Termino citando al filósofo y epistemólogo Edgar Morin§ que, hablando de este momento del mundo, dice y es mi homenaje a estos 100 meses de Memoria Activa:

“Debemos resistir a la nada. Debemos resistir a las formidables fuerzas de regresión y de muerte. En todas las hipótesis, es preciso resistir. El porvenir ya no es una fulgurante marcha adelante, o más bien, hay que resistir también a la fulgurante marcha delante de las amenazas de sometimiento y destrucción.... Tenemos que resistir sin cesar a la mentira, al error, a la salvación, a la resignación, a la ideología, a la tecnocracia, a la burocracia, a la dominación, a la explotación, a la crueldad. Más aún, debemos prepararnos para nuevas opresiones, es decir, para nuevas resistencias... Aunque deseemos sobre todas las cosas ver el cese de la humillación, el desprecio, la mentira, ya no tenemos necesidad de certidumbre de victoria para continuar la lucha. Las verdades exigentes prescinden de la victoria y resisten para resistir. Pero preparémosnos también para las liberaciones, incluso efímeras, para las divinas sorpresas, para los nuevos éxtasis de la historia... Resistir a la nada. Resistir a las formidables fuerzas de la muerte. Resistir.”

Diana Wang

§ Tomado de “Para salir del siglo XX”, Edgar Morin, citado en “Seis millones de veces uno” de Eliahu Toker y Ana Weinstein, publicación del Ministerio del Interior, 1999, pág.219.