Diana’s anatomy

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Mi cuerpo fue cambiando con el paso del tiempo. Empezó a tener cosas y partes que antes no tenía.

Como hasta los sesenta tenía aparato digestivo, es decir, estómago, intestino delgado, intestino grueso, boca y ano. Una vez por mes tenía ovarios y útero y mis tetas eran las protagonistas anuales a la hora de la mamografía. A veces tenía dientes, hígado y, cuando me agitaba, tenía corazón y pulmones. Eso era todo. 

Aunque no. Dado que hago gimnasia sobre el teclado de la computadora cuando escribo debo confesar que ya tenía falanges, falanginas y falangetas, aunque nunca me dieron motivo de queja ni llamaron mi atención.

Pero después de los sesenta, empezaron los milagros, las novedades y las sorpresas. Hay 206 huesos en el cuerpo de un humano adulto. Los voy empezando a conocer a todos.

Un día sentí un adormecimiento en algunos dedos de la mano. Consulté y luego de una radiografía, me entero que tengo vértebras cervicales y que se achicaron o no sé qué y el nervio que pasa por ahí y llega a los dedos a veces se comprime. Tenía columna vertebral, claro que tenía, pero como siempre había estado en silencio me había olvidado de ella.|

De pronto el maxilar me empezó a hablar sin que lo hubiera llamado. Me entero por mi dentista que tenía retracción ósea y que debía hacerme transplantes para mantener mi dentadura. El taladro horadando mi maxilar fue un grito desgarrador con el que no contaba. 

Y fueron apareciendo, sin solución de continuidad -eso, sin solución aunque parece que continúa- diferentes huesos de los que no tenía idea. Un tirón en un hombro y se hicieron presentes la clavícula y el húmero. Me empezaron a doler los pies, fasciitis me dijeron y ahí estaban el tarso y el metatarso. Una progresiva dificultad al ponerme de pie cuando estaba sentada en asientos bajos y la pelvis y el fémur me saludaron con salvas y platillos. Algo me empezó a pasar en las rodillas y ahí hicieron su aparición el triunvirato formado por la tibia, la rótula y el fémur que no quisieron pasar desapercibidos. 

Pero no  fue todo. Además de los huesos hicieron su debut algunos músculos, tendones y nervios. El psoas y los gemelos, el nervio plantar, ciático, el tendón de aquiles, el líquido sinovial ¿líquido sinovial? ¿tenía esa cosa también?

No contento con eso, mi cuerpo siguió su seminario intensivo de anatomía e hicieron su aparición rutilante esas partes desconocidas de mi corazón, aurículas y ventrículos,  válvulas, venas y arterias, y encima el músculo cardíaco había perdido elasticidad, ya no bombeaba como antes.

Cursando mi octava década, este año cumplo los 75, veré qué nuevas lecciones de anatomía me esperan en esta gesta cotidiana que es vivir. Tenemos 206 huesos, 639 músculos, de los nervios mejor no hablemos porque andan de a pares y de a uno y recorren todo el cuerpo así que ya habrá oportunidad de que alguno se haga oír. Y encima están las articulaciones, el W40 que se nos va evaporando y que en cada movimiento hace sonar una alarma. 

Como dice el viejo dicho, si después de los 60 no te duele nada, es que estás muerto.