Convivencia en pandemia, Radio Mitre, con Jorge F.D.
http://actualidadenfoco.com/pensandolo-bien-programa-completo-de-jorge-fernandez-diaz-20-04-20/
Iom Hashoá 2020: Entrev a Rosa Rotenberg
Iom Hashoá 2020: Entrevista para la OSA
Entrevista para el Depto. de Educación de la Organización Sionista Mundial (Jerusalem), Baruj Zaidenknop y Anabela Jaroslavsky
Cansancio, cuarentena, pantallas y entuertos.
En estos tiempos de encierro y aislamiento, el acceso a internet es una herramienta de trabajo y conexión y también un escape mágico. Se volvió, para todos, tan vital como el aire que respiramos. Y más aún porque no nos amenaza con contagio alguno.
Pero las conferencias y clases, las reuniones tanto de grupos de trabajo como de amigos o familiares, resultan sumamente cansadoras. No sé si a todos les pasa lo mismo, pero a mí me agotan. Dos horas sentada frente a la pantalla de la computadora o del celular, quieta, atenta y focalizada en lo que se ve y se oye, me dejan de cama y con los ojos desorbitados.
Algunos sugieren que es el efecto que produce la imagen plana, la bidimensionalidad de las pantallas, que la ausencia de la dimensión de profundidad que a uno le permite medir la distancia exige más atención y un trabajo perceptivo suplementario.
Los tuertos, los que ven con un solo ojo, reconstruyen en su cerebro la dimensión que les falta para poder moverse y relacionarse con los objetos sin equivocar la distancia. Es lo mismo que estamos forzados a hacer nosotros en nuestras interacciones bidimensionales: miramos, oímos, prestamos atención y al mismo tiempo intentamos medir en todo momento esa distancia imposible de medir porque estamos en lugares diferentes. La pantalla no nos da la información que nuestro cerebro requiere para tener el registro de las ubicaciones mutuas tan esencial para la interacción humana y la convivencia. Tal vez sea un resabio neurológico defensivo que en la antigüedad, gracias a la visión estereoscópica, permitía medir la distancia ante el eventual ataque de algún predador, que era vital entonces (y también hoy).
Nos falta una información esencial ante las pantallas, es como si estuviéramos tuertos, como si viéramos con un solo ojo, chato, solo en plano. Tal vez por eso ese cansancio abrumador...
Tuerto y entuerto tienen el mismo origen etimológico. Vienen de tortus, torcido.
En singular, entuerto quiere decir ofensa, agravio, insulto. En plural, los entuertos son las contracciones bruscas y dolorosas del útero en el puerperio, los cuarenta días posteriores al parto.
¿Cuarenta días?
¡Cuarenta días!
¡Oh! !Qué coincidencia!
Publicada en Clarin, 26 de julio 2020
Publicado en El Diario de Leuco, 27 de julio 2020
Convivir estos días. Charla con Gerry
Cercanía forzosa.
El mundo barajó y está dando de nuevo. Cada uno en su casa protegiéndose y protegiendo. Estamos ante un desafío global inédito y deberemos ponerle la mejor onda a esta convivencia tan próxima, tan inescapable, tan provocadora.
Esta cercanía, parecida a cuando nos vamos de vacaciones y tenemos que estar juntos tooooodo el día tooooodos los días, se complica hoy con la restricción geográfica de no poder salir de las cuatro paredes que limitan nuestro espacio de vida y no podemos huir de nosotros mismos.
Me hace acordar a lo que me pasó cuando comencé a usar lentes de contacto. De pronto descubrí cómo era mi cara de verdad porque no pude más que ver todo lo que antes no veía. La miopía no te deja ver bien, es como si todo estuviera más lejos.
Y de lejos todo es más lindo.
La cercanía puede ser cruel porque revela los detalles mínimos. Lo mismo pasa ante alguien que no se conoce, se lo ve como a la distancia y con bordes poco nítidos y parece tener cualidades, colores y condiciones que, a medida que nos vamos acercando y viendo con más precisión, advertimos que no siempre estaban.
Solemos ser miopes con los desconocidos y los investimos con lo que esperamos, lo que necesitamos, lo que nos gustaría que tuvieran. Ellos tampoco ayudan porque se presentan con su mejor cara, como las fotos que elegimos publicar en las redes sociales.
Esta combinación, tantas veces tramposa, se va desmoronando a medida que nos vamos acercando y los detalles comienzan a dibujarse con mayor claridad. Lo que brillaba se opaca. Lo que era cuidado y nítido se vuelve desaliñado y desprolijo. A medida que la distancia se va acortando, la diferencia entre lo que se creía ver al principio y lo que hay puede ser fatal para la continuación de la relación. O no, puesto que a veces, mirar de cerca permite ver cualidades que de lejos pasaban desapercibidas y no se valoraban.
Pero a veces, más de lo que imaginamos, la imagen primera, aquella promesa de perfección, sigue existiendo como promesa y si el otro resulta no ser tan bello, tan dulce, tan amoroso, tan inteligente, tan comprensivo, tan ordenado, creemos que nos lo hace a propósito. Lo que veíamos a la distancia era tan maravilloso que reconocer la realidad es un doloroso golpe a la ilusión mágica de perfección y felicidad total e instantánea. Por algo los cuentos de hadas terminan con el matrimonio. La convivencia es como mis lentes de contacto, acorta la distancia y las imperfecciones se hacen visibles. Nos sentimos traicionados y aquella ilusión de felicidad se va borroneando y nos deja con la pregunta atormentadora de si era éso lo que esperábamos, lo que nos merecíamos, con lo que tendremos que vivir el resto de nuestra vida.
Dan Ariely, académico de la universidad de Duke, lo dice claramente en este video animado (https://bit.ly/2tSnLmJ, activar subtítulos) donde hace una analogía entre una pareja y un departamento alquilado. Imaginemos, nos dice, que el contrato de alquiler es de día por día, el inquilino no sabe si seguirá al día siguiente. ¿Hará alguna mejora en el departamento? ¿lo pintará si comienza a descascararse? ¿resolverá algún problema que pudiera aparecer? ¿lo embellecerá? ¡Claro que no! si no está seguro de que seguirá allí no hará ningún esfuerzo. Lo mismo pasa con la pareja. Cuando ya no brilla ni nos entusiasma como esperábamos, nos aferramos a la idea de mudarnos, “¿y si me voy y busco otro?” estamos como el inquilino de día por día. ¿Para qué invertir en mejorar la convivencia si deseamos que termine? El divorcio parece la única salida.
Estamos en un momento en que debemos asumir que el alquiler seguirá por un tiempo, que no podemos dejar pasar las cosas que se deterioran o descascaran porque es el espacio en el que vivimos. Limpiemos las telarañas que se acumularon, pongámoslo lo mas lindo que podamos, cambiemos los muebles de lugar y busquemos los espacios en los que nos vemos mejor, en los que vemos a nuestro otro mejor. Hoy lo que soñábamos al principio está puesto en cuestión y nos encuentra en un lugar que tal vez no habíamos buscado pero en el que se nos va la vida. Hay que barrer todos los días, poner flores, arreglar esa canilla que gotea y el enchufe que está en corto. Es un esfuerzo, pero el mantener las cosas lo mejor posible hará que la casa -es decir, nosotros- se vea mucho mejor. Aprovechemos este torcimiento de la vida que nos fuerza a convivir tan cerca para encontrarlo que habíamos pasado por alto, lo que dábamos por supuesto, lo que habíamos dejado de ver y valorar.
Demasiado lejos enciende nuestra imaginación y no nos deja ver. Demasiado cerca atenta contra nuestra perspectiva y tampoco nos deja ver. Encontrar la distancia óptima, una nueva perspectiva, es uno de los secretos de esta convivencia insólita para volverla a nuestro favor lo más que podamos. Respetemos nuestros momentos de aislamiento dentro del aislamiento: si hace falta cerremos una puerta y quedémonos solos recuperando el aire. La presencia constante del otro que opina, critica y juzga es desgastante. Recordemos además que nosotros somos el otro de nuestro otro y evitemos, en lo posible, opinar, criticar y juzgar porque intoxica el aire. Encontremos la distancia óptima para que esta convivencia no se vuelva un infierno. Sartre decía “el infierno son los otros”. Prestémosle mucha atención y pongamos todo nuestro esfuerzo en que no lo sea.
Tal vez suene cursi y meloso, pero esta cercanía forzosa nos desafía a bajar un cambio y reencontrar aquello que nos enamoró, aquello que nos puede hacer bien aunque nuestro otro se empeñe en no ser todo lo perfecto que esperábamos. El amor no es un estado de pasión y entusiasmo estable e inamovible, cambia, por momentos parece que ya no está, tiene diferentes caras, como la luna. Parafraseando a John Lennon, démosle una oportunidad al amor.
Ahora vuelvo a ser humano...
Diez minutos con Gerry en su cumpleaños
Gerry Garbulsky cumplió años y también los cumplió su invento Aprender de Grandes, un regalo que se hizo a sí mismo cuando llegó a los 50. Cuatro años después, volvió a hacerse un regalo. Esta vez reunió a unos cuantos de los que habíamos participado en el podcast y nos preguntó, en los diez minutos que nos correspondían, qué habíamos aprendido en estos años. Honrada de estar junto a esta gente brillante. Mis diez minutos están entre 2:43:40 y 2:53:50.
Una libertad inesperada
¿Qué vas a ser cuando seas grande? nos preguntaban en nuestra infancia y adolescencia. “Qué vas a ser” era que vas a hacer, en qué te vas a ocupar, cómo justificarás tu lugar en el mundo.
Y está viniendo el coronavirus (todavía no estalló acá el pico tan temido pero nos vamos acercando día a día) y mi lugar en el mundo se puso en cuestión.
La pregunta que me hacían en la infancia me encuentra grande. Hoy soy grande. No solo eso sino que integro la población de riesgo. Tengo 74 años y una insuficiencia cardíaca. Así que solo espero no haberme contagiado y, en caso de que sí, que la gripe curse lo más benévola posible.
Mientras tanto estoy en cuarentena. Junto a mi marido, también grande, también con una condición física de riesgo. Veo con admiración y desconcierto cómo otra gente parece desarrollar una actividad insólita. Lo veo en mis contacto online, claro. Proyectan, planean, inventan, entusiasmados y enfervorecidos. ¡Qué maravilla! A mi no se me cae una idea. No me dan ganas de nada. Leo novelas policiales. Miro series que me distraen. Hago solitarios. Limpio, lavo, cocino, acomodo. Atiendo a todo lo que veo en las redes sociales, facebook, twitter, whatsapp, instagram, lo que me lleva mucho tiempo. Y lo agradezco. Hablo por teléfono, hago la siesta todos los días.
Pero nada creativo. Nada.
Y lo peor, o lo mejor, porque de eso se trata este texto, es que no me da culpa ninguna. No me siento obligada a hacer absolutamente nada lo que me disculpa ante lo que normalmente me estaría acusando y criticando. La vida activa que seguí toda mi vida, los compromisos, las agendas con las citas y los encuentros, los proyectos a planificar y realizar, los trámites, las gestiones, convencer a los descreídos, limar asperezas de los que siempre encuentran lo que está mal, no tener que aceptar a los que cortan un pelo en cuatro, no hacer reformulaciones positivas en una reunión de equipo para mantener el clima amable, no poner el despertador para levantarme a una determinada hora porque TENGO que ir a alguna parte, no tener pendientes ni check lists para tildar diariamente… Resulta que este encierro, esta abstracción de lo regular, normal y habitual, son nuevos límites que dibujan un espacio interior renovado, un nuevo permiso que nunca me había dado. Había que hacer, había que estar, había que cumplir, había que justificar mi lugar en el mundo.
Debido a mi edad ya me había dejado de importar lo que los demás pensaran de mí. Incluso ya podía hacer como hacía mi mamá que entre lo que pensaba y decía los filtros se le iban haciendo más y más porosos. Sumado a todo eso, y gracias al aislamiento físico mandatorio, estoy ganando una nueva libertad: la de no estar obligada a hacer nada que no tenga ganas de hacer, la opción a elegir se limitó tanto que ya no tengo que elegir ni decidir ni salir al mundo a justificar mi presencia.
No sé si nos alcanzará el dinero que tenemos.
No sé cómo saldremos de esto si es que salimos ni cómo la pasaremos si nos enfermamos.
Es decir, no sé si saldré viva de todo esto.
Mientras, tomo sorprendida este cachetazo de la realidad que termina siendo, por el momento, un acceso a una libertad inesperada.
