Una libertad inesperada

Captura de Pantalla 2020-03-27 a la(s) 18.53.28.png

¿Qué vas a ser cuando seas grande? nos preguntaban en nuestra infancia y adolescencia. “Qué vas a ser” era que vas a hacer, en qué te vas a ocupar, cómo justificarás tu lugar en el mundo.
Y está viniendo el coronavirus (todavía no estalló acá el pico tan temido pero nos vamos acercando día a día) y mi lugar en el mundo se puso en cuestión.
La pregunta que me hacían en la infancia me encuentra grande. Hoy soy grande. No solo eso sino que integro la población de riesgo. Tengo 74 años y una insuficiencia cardíaca. Así que solo espero no haberme contagiado y, en caso de que sí, que la gripe curse lo más benévola posible.
Mientras tanto estoy en cuarentena. Junto a mi marido, también grande, también con una condición física de riesgo. Veo con admiración y desconcierto cómo otra gente parece desarrollar una actividad insólita. Lo veo en mis contacto online, claro. Proyectan, planean, inventan, entusiasmados y enfervorecidos. ¡Qué maravilla! A mi no se me cae una idea. No me dan ganas de nada. Leo novelas policiales. Miro series que me distraen. Hago solitarios. Limpio, lavo, cocino, acomodo. Atiendo a todo lo que veo en las redes sociales, facebook, twitter, whatsapp, instagram, lo que me lleva mucho tiempo. Y lo agradezco. Hablo por teléfono, hago la siesta todos los días.
Pero nada creativo. Nada.
Y lo peor, o lo mejor, porque de eso se trata este texto, es que no me da culpa ninguna. No me siento obligada a hacer absolutamente nada lo que me disculpa ante lo que normalmente me estaría acusando y criticando. La vida activa que seguí toda mi vida, los compromisos, las agendas con las citas y los encuentros, los proyectos a planificar y realizar, los trámites, las gestiones, convencer a los descreídos, limar asperezas de los que siempre encuentran lo que está mal, no tener que aceptar a los que cortan un pelo en cuatro, no hacer reformulaciones positivas en una reunión de equipo para mantener el clima amable, no poner el despertador para levantarme a una determinada hora porque TENGO que ir a alguna parte, no tener pendientes ni check lists para tildar diariamente… Resulta que este encierro, esta abstracción de lo regular, normal y habitual, son nuevos límites que dibujan un espacio interior renovado, un nuevo permiso que nunca me había dado. Había que hacer, había que estar, había que cumplir, había que justificar mi lugar en el mundo.
Debido a mi edad ya me había dejado de importar lo que los demás pensaran de mí. Incluso ya podía hacer como hacía mi mamá que entre lo que pensaba y decía los filtros se le iban haciendo más y más porosos. Sumado a todo eso, y gracias al aislamiento físico mandatorio, estoy ganando una nueva libertad: la de no estar obligada a hacer nada que no tenga ganas de hacer, la opción a elegir se limitó tanto que ya no tengo que elegir ni decidir ni salir al mundo a justificar mi presencia.
No sé si nos alcanzará el dinero que tenemos.
No sé cómo saldremos de esto si es que salimos ni cómo la pasaremos si nos enfermamos.
Es decir, no sé si saldré viva de todo esto.
Mientras, tomo sorprendida este cachetazo de la realidad que termina siendo, por el momento, un acceso a una libertad inesperada.