Cuando tus palabras no te pertenecen

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Esos gritos que me contás, esas palabras que dijiste, no pueden volverse atrás. Hablar en medio de un enojo, no solo no comunica, no solo es un ataque, sino que es probable que quede guardado en la memoria del otro.

Si creés que los mensajes del celular, Whatsapp y Facebook se borran al cerrar la aplicación estás en un error que puede serte fatal. Pedile a alguno de tus hijos, sobrinos o nietos que te instruya cómo hacer desaparecer del todo y para siempre lo que querés que nunca sea encontrado por nadie, especialmente ya sabés por quién.

Pero, ¿cómo hacer para que se borre de la memoria de quien te oyó algo que dijiste en un momento de enojo, ese puñal que clavaste con la palabra, esa acusación ofensiva, esa andanada filosa y envenenada?

En el momento de la ira, en medio de una discusión o pelea, cuando te sentís en un rincón y en el enredo de la furia, lo único que querés es contra atacar, herir, lastimar, derrotar y pisotear al caído, que calle para siempre. Y ahí se te escapan esos estiletes hirientes que, una vez pasada la explosión y vuelta la calma, esperás que se olviden porque fueron, para vos, como alfileres que escupías para hacer doler, muchas veces lejos de lo que sentís o pensás. Pero resulta que al otro le siguen clavados, no se los puede arrancar. Guarda tus palabras en el archivo más negro, se transforman en arañas pollito malolientes, venenosas y tóxicas que amenazan con escaparse en cualquier momento y exigir venganza y destrucción.

Hay quien vomita y escupe explosivamente salpicando todo y desparramando detritus a diestra y siniestra. Y cuando la erupción del volcán se detiene, se le pasó y olvida todo. Hay quien recibe este baño tóxico y tiene un piloto incorporado sobre el que resbalan las balas y cuando el ataque termina, se sacude lo que pudo haberle quedado adherido y santas pascuas. Pero hay quien no puede hacerlo, no tiene ese filtro protector, recibe todas las estocadas en la piel, queda abierta la herida, sangrando y, lo peor de todo, no se olvida.

Si tenés la mala suerte de explotar fácilmente, de creerte incapaz de pesar y medir tus palabras cuando la furia te posee y si tenés la super mala suerte complementaria de que tu pareja tenga la piel tan expuesta que recibe e incorpora todo y lo guarda en su memoria, estamos mal. Estamos muy mal. El escenario pinta para guerra sin cuartel, desdicha, penuria y sufrimiento. Ganas de huir, de matar, de suicidarse, de romper cosas como descarga de la impotencia ante esa tormenta emocional que parece imparable.

Si algo de esto te pasa, tengo un pequeño tip que puede ayudarte a comenzar a frenar esta avalancha tóxica que, una vez desatada, no parece poder ser detenida. Se llama "abandono del campo". Se trata de dejar el lugar en el que se desarrolla la acción y de poner un obstáculo visual entre los dos -una puerta por ejemplo-. La presencia, la mirada y la energía del otro, en estas situaciones, es altamente perturbadora, chupa toda la energía y obnubila tu capacidad de reacción. Salí del lugar, fuera de su mirada, de su presencia y de su influencia. Recuperá tu aire. Respirá hondo, inspirá por la nariz y sacá el aire lentamente por la boca, tres veces. Y recién entonces volvé. Es imprescindible que vuelvas porque si no el otro se queda rabioso y el frente queda abierto en la guerra declarada.

Pero antes de abandonar el campo es preciso que aprendas a darte cuenta cuándo se te está por soltar la chaveta. Tenés que poner atención a tu registro corporal que te avisa que estás por perder el control y ahí, justo en ese momento, es que tenés que tomar un respiro y salir. Buscalo a ese registro corporal: ¿la boca seca? ¿taquicardia? ¿manos húmedas? ¿contracción muscular? ¿opresión en medio del pecho? ¿dónde lo sentís? ¿cómo lo sentís? Y ése será tu alerta, la luz amarilla que te indica lo que se viene.

Cuidado con lo que decís cuando tus palabras no te pertenecen.

Cupido: el que une corazones, no personas.

Cupido

El amor ¡ah! el amor... ¡"No me ama! ¡yo lo amo pero él a mi no!". Y estalla la tragedia. "Mal de amores" le llaman, "amores contrariados", "desencuentros amorosos", "amores en cadena" (ella lo ama pero él ama a otra que a su vez ama a otro y así sucesivamente).

El amor tiene entidad propia, es algo concreto, casi un objeto que está o no está, y que no depende de uno. A uno se le instala de manera misteriosa justo acá, en el costado izquierdo del tronco, donde está el corazón. Se ubica en una diminuta cajita que a su vez contiene otras cajitas, cada una conteniendo el amor hacia cada una de las personas que amo. Pero ¿cómo llegó ese amor a la cajita?, ese sentimiento, ese intenso compromiso emocional que nos habitó sin que lo hubiéramos advertido o decidido. Es una especie de alien, un okupa que exige alimento y reciprocidad. Porque pareciera que de cada cajita emana una especie de tentáculo invisible dirigido hacia cada uno de los nombres de cada una de las cajitas que están en el corazón con el deseo de que tengan, dentro de sí, en su corazón, una cajita similar con nuestro nombre y que venga a nuestro encuentro.

Cada cajita parece tener vida propia, una vida misteriosa y cuando el tentáculo de alguna de las cajitas no se encuentra con el tentáculo del otro a mitad de camino, nos decimos que nuestro amor no es correspondido, es decir, esa persona que amamos no nos ama. Y claro, ¿dónde duele?... acá, en el pecho.

El amor tiene en nuestra cultura una existencia potente, implacable y predeterminada. "Está escrito", "la media naranja", "el zapato justo", "el otro que nos completa". El angelito ciego y travieso que imaginaron los griegos, Eros (Cupido para los romanos), con su arco y su flecha une dos corazones -no dos personas- sin importarle aparentemente quiénes son, de qué la van, si tendrán algo que ver y de ahí proviene la convicción que reina sobre todas de que "el amor es ciego". Los griegos explicaban los misterios del mundo con escenas, personajes e historias mitológicas, es decir, inventos, metáforas. Eros les explicaba de manera poética esa atracción apasionada entre dos personas, ese deseo sexual arrollador y ese ansia de estar juntos.

Después del romanticismo literario en el siglo XIX, nos tomamos en serio la metáfora y nos creímos que Cupido era de verdad, como lo del flechazo, el amor verdadero y eterno y otras construcciones culturales afines que traduje en la analogía del comienzo, lo de las cajitas.

Esta idea del amor, que casi siempre se refiere al amor de pareja y deja de lado todos los otros amores que intervienen en nuestras vidas, es una construcción social que no tiene más que dos siglos. La influencia del romanticismo literario es tan potente que una relación amorosa es un romance y un clima amoroso es romántico. Y todo esto es una novedad en la historia de la Humanidad. Dos siglos son fracciones de segundos en la evolución humana.

Un poco atrás, la unión conyugal era una consecuencia de la necesidad de generar descendencia, guiada por conveniencias económicas o de linaje familiar; también intervenía la atracción sexual pero no venía "mejorada" con lo que hoy llamamos romance. La decisión de unirse en pareja e iniciar una familia no seguía los lineamientos actuales.

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¿Y para qué toda esta disquisición? Pues para responder a tu dolor, a tu penuria cuando a quién creés que amás no te ama. (De paso, ¿cómo fue que cambiamos nuestro histórico y delicioso "te quiero" por este cursi, edulcorado y engolado "te amo" que a los más viejos nos sigue sonando a falso o a novela barata?).

Es que el amor no existe. No hay una cajita cerca del corazón, no es una pertenencia que uno posee dentro de sí y que ojalá que el otro también la tenga. El amor es una consecuencia del "entre". Eso que llamamos amor, es un registro que hacemos de lo que sucede cuando estamos con el otro, de cuánto nos gusta vernos en su mirada, del placer y el gusto al estar juntos. ¿Y cómo es que no siempre las dos personas registran lo mismo? Es que estamos tan impregnados del pegote social romántico que muchas veces registramos mal lo que pasa, desoímos lo que nos dice la piel, disfrazamos el disgusto, la incomodidad, la molestia, lo que sea que suceda cuando estamos con el otro. Si al estar juntos nos sentimos bien, si nos gusta, si nos vemos confirmados en quienes somos y cómo nos gusta que nos vean, esas sensaciones son construcciones hechas de a dos y para el otro será igual. El amor está en el "entre", en la interacción, en cada momento, en las miradas y en los silencios, en las esperas y en los encuentros. No solo el amor, también cualquier otro sentimiento: la alegría, el aburrimiento, el disgusto, la diversión, la ternura, la desconfianza. todo esto y mucho más, sucede en el "entre" y si los dos tienen bien calibrado el registro, "sentirán" lo mismo.

Para el amor de pareja, para el amor de cualquier orden y para cualquier otro sentimiento, está en el "entre" y es siempre recíproco.

Un día como hoy, hace 70 años...

Hoy hace 70 años que llegué.

Era un barco de carga. Con mis padres y otro matrimonio de sobrevivientes de la Shoá, cruzamos el Atlántico y llegamos al puerto de Buenos Aires. Faltaba un mes para mi segundo cumpleaños. No tengo memoria del viaje ni de esos día. Tengo guardado un flash, una foto detenida que mi mamá confirmó: me veo sentada sobre las piernas de alguien, frente un espejo y delante de mí hay un tocadiscos de esos grandes con el cuerno y un disco que se movía y que yo miraba hipnotizada. No recuerdo sonido alguno, solo esa imagen como de película muda. Cuando se la conté a mi mamá se sorprendió mucho y me contó que yo era la mascota del capitán que amaba la música y me pasaba mucho rato con él oyendo sus discos y que, efectivamente, el gramófono estaba sobre una saliente delante de un espejo.

No recuerdo la llegada a Buenos Aires ni aquellos primeros días y meses en esta nueva lengua. Había una foto que se perdió no sé cómo ni cuándo en la que se me veía a mí sentada sobre la borda, toda vestida de blanco, con mamá y papá a cada lado, una foto tomada desde el muelle. Creo recordar que nos veíamos bien en ella, como mirando con expectación esa nueva vida que se nos abría fuera de los límites del puerto.

Me llamaba Danuta (se ve en el pasaporte de mi mamá, también se ve el mes de mi nacimiento con un agujero de cigarrillo; era para poder hacer el primer grado inferior libre, nacida en agosto no me lo permitían). A poco de llegar alguien comenzó a llamarme Diana creyendo que era la traducción de mi nombre polaco. Cuando me hice la cédula con los datos de testigos que aseguraban quien era yo, donde había nacido y tal, elegí usar los dos nombres. Soy Danuta Diana Wang en mis documentos.

Después supe que habíamos ingresado como católicos y años más tarde, luego de la derogación de la Circular 11 emitida en 1938 y que prohibía el ingreso a judíos, solicité que en mi registro migratorio se cambiara el “católica” por “judía”. Y así fue.

Hace unos días, Uki Goñi, el insistente propulsor del reconocimiento de la existencia de la Circular 11 y de su derogación en 2005, me envió este documento que encontró en sus archivos:

El escribiente transformó el Danuta en Damita en mi ficha de pasajero de ultramar. Claro, Danuta rimaba feo en castellano, ¿cómo ponerle a una hija un nombre con una rima tan ofensiva? debe ser Damita que suena distinguido, estos inmigrantes son tan raros…!  (La Dama y el Vagabundo se estrenaría recién en 1955 así que este hombre fue un pionero de la nominación).

Llegué el 4 de julio de 1947, en el Bialystok procedente de Gdynia. Sexo femenino, edad 2, soltera y sin profesión alguna. No leo ni escribo, hablo polonés (sic), nací en Polonia, en Byton, -en realidad es Bytom pero el hombre hacía lo que podía, pobre-,  en tránsito, nunca había estado antes en la Argentina y no entraré al Hotel (¿será el de inmigrantes?).  No tengo defectos, gozo de buena salud y soy católica. En las observaciones del visitador de inmigración, subraya que no tengo visado y agrega que estoy detenida a bordo.

Nuestra visa era para Paraguay. No sé cuántos días estuvimos “detenidos” en el barco ni cómo conseguimos bajar con nuestras magras pertenencias, salir del puerto y entrar en la ciudad. Me imagino que este documento fue en su momento un tesoro de supervivencia  porque nos aseguraba un lugar donde vivir. A mi y a mis padres que seguramente tenían sendos certificados similares. Una cartulina rosa, con el borde doblado en una oreja como la que se nos hacía en los cuadernos cuando le pasábamos el brazo con descuido y en el otro lado un manchón en rojo, un trazo que vendría tal vez de otro escrito y de otra historia.

Hoy hace 70 años que llegué a la Argentina.

Hace 70 años  que nací a un nuevo idioma, a nuevos olores y comidas, a nuevos códigos  y culturas. Hoy el tango, el dulce de leche y el mate son parte de mi, míos como mis canas y mis arrugas  y se me suman al idish y al polaco, al guefilte fish y los piroguis, en un acorde variopinto y armonioso entre Guebirtig, Chopin y Piazzola.  

Hace 70 años.

Hoy.

Agnès et nous. Ministra de salud francesa, hija de sobrevivientes de la Shoá

La nueva ministra de salud de Francia es hija de sobrevivientes de la Shoá. Agnès Buzyn es la hija de Elie Buzyn, protagonista del film “Elie et nous” (Elie y nosotros) dirigido por Sophie Bredier. Elie se había quitado su tatuaje, lo había convertido en pergamino e iba con él a dar sus testimonios. Pero un día le robaron el abrigo en uno de cuyos bolsillos llevaba su tesoro.Desesperado, lo buscó en tachos de basura y en la oficina de objetos perdidos, sin suerte. Había perdido su documento más preciado. Un día se le ocurre que podría volverse a tatuar el número tomando como modelo una foto que había conservado de su pergamino. Su idea era repetir el mismo procedimiento que había hecho antes, es decir, una vez tatuado, hacérselo quitar y convertirlo en un pergamino para que su preciado documento hecho en su propia piel siguiera vivo.  Se lo comunicó a su familia y amigos sobrevivientes y las reacciones, los comentarios, las idas y vueltas, son el contenido del conmovedor documental mencionado.

Su argumento es que quiere que ese pedazo de su piel quede como testimonio después de que él haya muerto, que no sea enterrado junto con él. Finalmente, decidido a hacerlo, consulta a un cirujano que, luego de escucharlo, le dice: “... pero es falso, si yo se lo hago es por su propia voluntad, no soy un nazi que lo está tatuando a la fuerza a su ingreso al campo…”

Queda abierta la resolución.

Queda abierta la pregunta por la verdad, por el documento, por la representación.

La hija de Elie, un hombre que se asoma a planteos de tal hondura, que es tan consciente del valor de su testimonio, será la nueva Ministra de Sanidad del gobierno de Francia.

Y para más sorpresa: estuvo casada con un hijo de Simone Veil que falleció hace unos días.

El amor ¡ah! el amor

¡”No me ama! ¡yo lo amo pero él a mi no!”. Y estalla la tragedia. “Mal de amores” le llaman, “amores contrariados”, “desencuentros amorosos”, “amores en cadena” (ella lo ama pero él ama a otra que a su vez ama a otro y así sucesivamente). El amor tiene entidad propia, es algo concreto, casi un objeto que está o no está, y que no depende de uno. A uno se le instala de manera misteriosa justo acá, en el costado izquierdo del tronco, donde está el corazón. Se ubica en una diminuta cajita que a su vez contiene otras cajitas, cada una conteniendo el amor hacia cada una de las personas que amo. Pero ¿cómo llegó ese amor a la cajita?, ese sentimiento, ese intenso compromiso emocional que nos habitó sin que lo hubiéramos advertido o decidido. Es una especie de alien, un okupa que exige alimento y reciprocidad. Porque pareciera que de cada cajita emana una especie de tentáculo invisible dirigido hacia cada uno de los nombres de cada una de las cajitas que están en el corazón con el deseo de que tengan, dentro de sí, en su corazón, una cajita similar con nuestro nombre y que venga a nuestro encuentro.

Cada cajita parece tener vida propia, una vida misteriosa y cuando el tentáculo de alguna de las cajitas no se encuentra con el tentáculo del otro a mitad de camino, nos decimos que nuestro amor no es correspondido, es decir, esa persona que amamos no nos ama. Y claro, ¿dónde duele?... acá, en el pecho.

El amor tiene en nuestra cultura una existencia potente, implacable y predeterminada. “Está escrito”, “la media naranja”, “el zapato justo”, “el otro que nos completa”. El angelito ciego y travieso que imaginaron los griegos, Eros (Cupido para los romanos), con su arco y su flecha une dos corazones -no dos personas- sin importarle aparentemente quiénes son, de qué la van, si tendrán algo que ver y de ahí proviene la convicción que reina sobre todas de que “el amor es ciego”. Los griegos explicaban los misterios del mundo con escenas, personajes e historias mitológicas, es decir, inventos, metáforas. Eros les explicaba de manera poética esa atracción apasionada entre dos personas, ese deseo sexual arrollador y ese ansia de estar juntos.

Después del romanticismo literario en el siglo XIX, nos tomamos en serio la metáfora y nos creímos que Cupido era de verdad, como lo del flechazo, el amor verdadero y eterno y otras construcciones culturales afines que traduje en la analogía del comienzo, lo de las cajitas.

Esta idea del amor, que casi siempre se refiere al amor de pareja y deja de lado todos los otros amores que intervienen en nuestras vidas, es una construcción social que no tiene más que dos siglos. La influencia del romanticismo literario es tan potente que una relación amorosa es un romance y un clima amoroso es romántico. Y todo esto es una novedad en la historia de la Humanidad. Dos siglos son fracciones de segundos en la evolución humana.

Un poco atrás, la unión conyugal era una consecuencia de la necesidad de generar descendencia, guiada por conveniencias económicas o de linaje familiar; también intervenía la atracción sexual pero no venía “mejorada” con lo que hoy llamamos romance. La decisión de unirse en pareja e iniciar una familia no seguía los lineamientos actuales.

¿Y para qué toda esta disquisición? Pues para responder a tu dolor, a tu penuria cuando a quién creés que amás no te ama. (De paso, ¿cómo fue que cambiamos nuestro histórico y delicioso “te quiero” por este cursi, edulcorado y engolado “te amo” que a los más viejos nos sigue sonando a falso o a novela barata?).

Es que el amor no existe. No hay una cajita cerca del corazón, no es una pertenencia que uno posee dentro de sí y que ojalá que el otro también la tenga. El amor es una consecuencia del “entre”. Eso que llamamos amor, es un registro que hacemos de lo que sucede cuando estamos con el otro, de cuánto nos gusta vernos en su mirada, del placer y el gusto al estar juntos. ¿Y cómo es que no siempre las dos personas registran lo mismo? Es que estamos tan impregnados del pegote social romántico que muchas veces registramos mal lo que pasa, desoimos lo que nos dice la piel, disfrazamos el disgusto, la incomodidad, la molestia, lo que sea que suceda cuando estamos con el otro. Si al estar juntos nos sentimos bien, si nos gusta, si nos vemos confirmados en quienes somos y cómo nos gusta que nos vean, esas sensaciones son construcciones hechas de a dos y para el otro será igual. El amor está en el “entre”, en la interacción, en cada momento, en las miradas y en los silencios, en las esperas y en los encuentros. No solo el amor, también cualquier otro sentimiento: la alegría, el aburrimiento, el disgusto, la diversión, la ternura, la desconfianza… todo esto y mucho más, sucede en el “entre” y si los dos tienen bien calibrado el registro, “sentirán” lo mismo.

Para el amor de pareja, para el amor de cualquier orden y para cualquier otro sentimiento, está en el “entre” y es siempre recíproco.



 

 

 

Descartar la primera orina de la mañana

Foto: Pixabay

Sí, es cierto, son terribles y desgastantes esas discusiones que se disparan por una estupidez y van creciendo como una bola imparable y de pronto te ves cubierto por una furia enceguecedora y, al menos en la mirada y en la voz, asesina. 

Sí, ya sé que tu mujer te provoca, que te irrita, que no entendés qué le pasa ni qué quiere de vos y que te pone del tomate su reclamo, su exigencia, su desconsideración. O lo que ves de esa manera. No estamos para discutir si es así o no. No importa. Porque lo que tu mujer hace o deja de hacer es cuestión de ella. No es tu decisión ni responsabilidad. Y entonces te podrás preguntar: "cómo salgo de esto, ¿es que no hay nada que se pueda hacer? ¿tengo que dejar que diga lo que se le ocurra y callarme la boca? ¿tengo que seguir viviendo con ella y aguantar día a día esta catarata insoportable? Quiero tomármelas, quiero estar tranquilo y que no me rompa más la paciencia. Pero. ¡ay! no sé. los chicos, la casa, los amigos, las comidas juntos, los cumpleaños, no me quiero perder todo eso, ¿por qué dejarlo?"

La convivencia matrimonial no es elegida día a día, se da por hecho y es parte del contrato de quienes han decidido vivir juntos. Pero sostenerlo cotidianamente, no siempre es fácil. Recuerdo una escena de "El huevo de la serpiente" la película de Ingmar Bergman en la que encierran a una pareja y les hacen inhalar un gas que inhibe los frenos morales y estimula la violencia. Pasan de ser amables y educados a atacarse en una escalada de furia que parece irrefrenable. La convivencia forzada y forzosa, a veces puede tener un efecto tan tóxico como ese gas inodoro y puede transformarse en un pequeño infierno. ¿Se puede parar? Yo que vos lo intentaría y depende de cómo elijas reaccionar frente a la conducta de tu mujer.

Lo que sea que haga o diga tu mujer que vivas como ataque te dispara esa reacción. Y ¿qué hacemos los mamíferos ante un ataque? Tenemos tres respuestas posibles: contraataque, sometimiento o abandono del campo.

Elegiste contraatacar, evacuar tu ira o tu desesperación con hostilidad. El grito, la reacción verbal agresiva, es una descarga motriz que te proporciona el aparente alivio de no someterte. Pero es una descarga ineficaz puesto que te deja más cargado que antes. Además de los síntomas y las alteraciones físicas inmediatas, tu contra ataque provoca una escalada de violencia que, una vez desatada, no es fácil de frenar. Y terminan diciéndose cualquier cosa, ataques desnudos y descarnados destinados a destruir al adversario como fieras destrozándose dentro de una jaula.

Es un poco como cuando te indican un análisis de orina de 24 hs, llamás al laboratorio y te dicen: descarte la primera orina de la mañana, colecte la de todo el día y la primera del día siguiente. Y es una excelente analogía de lo que podés hacer cuando te sentís atacado y el cuerpo te dice que la violencia está por salir como un vómito imparable. Esa primera reaccción: descartala. Pegá media vuelta, abandoná el campo como haría todo buen mamífero que no quiere enroscarse en una pelea, andá al baño y cerrá la puerta o a la cocina y servite un vaso de agua o al dormitorio y cambiate las medias, salí del lugar en donde pasó lo que viviste como un ataque. Descartá la primera orina de la mañana. Es tóxica, no es buena, no sirve. Todo lo que digas y lo que tu mujer te responda si no lo hacés no tiene valor comunicacional, es puro ataque, las palabras son armas que pueden ser letales porque después no se olvidan, son corrosivas, oxidan lo que tocan y es difícil volver de ahí.

Haceme caso. Es menos difícil de lo que parece. Salís del lugar de víctima y elegís el lugar de quien decide sobre su conducta y no se deja avasallar. Cuando contraatacás te estás sometiendo al ataque, aceptás el escenario bélico y pierden los dos.

Si elegís descartar la primera orina de la mañana elegís el escenario en el que querés vivir.

Diana Wang

JUEVES 29 DE JUNIO DE 2017 •

00:42

http://www.lanacion.com.ar/2037274-no-me-sirve-de-nada-pelear-con-mi-pareja-pero-no-lo-puedo-evitar

Con la conciencia sucia: Objetos nazis encontrados en Argentina

Se ha producido esta semana el descubrimiento de una colección de objetos relativos al nazismo, ocultos por un anticuario detrás de una biblioteca. La causa fue iniciada por la Interpol hace 9 meses en prevención del tráfico de bienes del patrimonio arqueológico y palentológico (arqueología prehispánica de la cultura Condorhuasi, piezas egipcias, estatuillas chinas) y por ello se ordenaron los allanamientos. En ese contexto se encontraron los objetos nazis con toda esta repercusión mediática. Integrarán la colección que se conservará en el Museo del Holocausto. Son varios los impactos que proporciona la noticia y sus derivaciones.

La biblioteca. El que el escondite estuviera tras una biblioteca remite en mi memoria al escondite de Ana Frank y su familia. Dos mismos escenarios, una biblioteca y un secreto, guardan dos cosas tan vinculadas y fuertemente opuestas entre sí. En ambos casos los libros eran una barrera contra el MAL, solo que el MAL estaba en distintos lados. En el caso de los Frank estaba del lado de afuera, en el del anticuario del de adentro. Si no hubiera pasado de verdad merecería ser parte de alguna ficción.

La sorpresa. Todo el mundo parece haberse sorprendido, como si el nazismo hubiera desaparecido del mundo, como si toda esta simbología fuera vista igualmente por todos como ecos y herramientas del MAL. Pues parece que no es así, parece que sigue habiendo gente que ve al nazismo, a Hitler y a lo sucedido, no solo con ojos amistosos sino hasta con admiración. El ideólogo del nazismo permanece para ellos como modelo de líder y su política algo a replicar. No se reconocen necesariamente como antisemitas aunque, dado que la ideología nazi tiene una base en la supuesta “teoría racial” y en la amenaza de la existencia del pueblo judío,  estos seguidores probablemente dirían que, aunque no estén del todo de acuerdo con exterminarlos, la implementación de cualquier política siempre conlleva daños colaterales. Hay gente que piensa así. No es ninguna sorpresa. Es doloroso.

Los objetos en sí. No tanto las cruces gamadas y las caras de Hitler, lo más fuerte es ver el instrumental de medición. Guardar esos objetos, atesorarlos, es como guardar el garrote vil o cualquier otra herramienta de tortura. Son evidencias del grado de ignominia alcanzado y es escalofriante ver lo bien hechos que estaban, de manera “profesional”, con buenos materiales, diseñados por algún experto, guardados en finos estuches como si se tratara de gemas preciosas. Revelan el grado de ingenio para el MAL y hablan sin palabras de los expertos, ingenieros e intelectuales que estuvieron detrás de todo esto. No eran brutos salvajes exiliados de la cultura, eran personas educadas, con excelente nivel formativo y sofisticación intelectual y artística. Es el verdadero horror de la civilización.

La difusión internacional. Los titulares de todo el mundo y los contenidos de las notas publicadas se centran casi exclusivamente en que este hallazgo confirma a la Argentina como EL lugar de ingreso de nazis. Hay una curiosa complacencia en ello que vale la pena desmenuzar un poco. Que a la Argentina ingresaron nazis es un hecho. Pero también lo es que no ingresaron solo acá, muchos otros países los han recibido y algunos, como EEUU y la URSS, con gran beneplácito porque alimentaban la escalada armamentística y el desarrollo espacial; se quedaron con lo mejorcito y nos dejaron el resto a los países menos poderosos de América Latina. También algunos siguieron en Europa incluso ocupando cargos como si nada hubiera pasado. Aunque es verdad que algunos llegaron a la Argentina, no fueron todos ni Argentina fue el único lugar. Pero es una noticia deseada la confirmación de que el gran puerto de refugio de los perpetradores nazis fue la Argentina, como si fuera el único.

¿Noticia deseada? El concepto lo desarrolló Miguel Wiñazki y se refiere a aquellos mitos que alimenta la cultura basados en un prejuicio o en una necesidad social (Yabrán no murió, los americanos no llegaron a la luna, Disney está congelado). Todo aquello que aparezca confirmando el deseo se convierte en noticia y se autoalimenta y nutre el prejuicio. ¿Qué deseo satisface el hallazgo de estos objetos nazis y su inmediata relación con la Argentina como su receptora voluntaria? Tal vez simplemente la conciencia sucia de muchos países que se comportaron indignamente: aplaudieron la “milagrosa” reconstrucción de Alemania en la década del treinta, denunciaron a sus ciudadanos judíos, hicieron la vista gorda ante el plan de exterminio, no permitieron el ingreso a judíos ni antes ni durante ni después de la guerra. Cuando la conciencia está sucia viene muy bien encontrar un chivo expiatorio y cargarlo con toda la culpa. A la Argentina le ha tocado ese triste lugar.

Junio 2017

publicado en

Agencia Judía de Noticias: http://agenciaajn.com/opinion-la-conciencia-sucia/

Iton Gadol: http://www.itongadol.com/noticias/val/104699/opinion-con-la-conciencia-sucia-.html

Video de AFP https://www.youtube.com/watch?v=3CngQMhPIyA

Noticia difundida por AFP https://www.afp.com/es/noticias/209/hallazgo-de-piezas-nazis-en-argentina-la-fascinacion-por-el-horror-sigue-vigente

Publicada en TVN Noticias, Panamá: https://www.tvn-2.com/mundo/suramerica/Hallazgo-piezas-Argentina-fascinacion-vigente_0_4786771349.html

Caminemos... con Eva y María

Se oye “caminemos”, lo canta un hombre. Entro en el hall y me recibe un olor… ¿a qué? ¡café! ¡huele a café! café recién filtrado, pero no es para mí. “Para vos hay Toddy con leche” dice Eva. Su amiga está en la cocina… ¿cómo se llamaba? ¡María! ¡se llamaba María!

Eva se reía de mi mamá con lo que llamaba sus “krembuleunsh”, esa palabreja burlona que había inventado para mofarse de los frunces, adornos y puntillas que usaba mi mamá con coquetería.

Eva andaba de pantalones, camisa y cinturón, zapatos bajos acordonados. Tenía una pierna ortopédica. La habían ametrallado cuando se tiró del tren que la conducía a la deportación y a vaya uno a saber qué nefasto destino posterior (aunque me lo puedo imaginar). Una bala la hirió de tan mala manera que hubo que amputarle la pierna. Se cortaba el pelo a la garçon, se lo peinaba para atrás con un poco de gomina y se recogía con una hebilla negra un mechón rebelde que le caía sobre la frente. No usaba aros ni collares ni adorno alguno.

A veces pasaba varios días en casa. Mis padres la protegían. Era después de que la rescataban de alguna comisaría. “¿Por qué la metieron presa?” preguntaba yo. “Porque usa pantalones, está prohibido que una mujer use pantalones por la calle” me decían y yo lo creía. No ponía en dudas todavía lo que me decía un adulto. Intuía, olía, que había secretos, silencios sospechosos, me daba cuenta de que callaban cuando yo me acercaba. Yo hacía como que no me daba cuenta de todo ese juego, Les aseguraba que seguía sin saber, que seguía siendo inocente, que me habían cuidado para que no supiera lo que de verdad pasaba. Los tranquilizaba haciéndoles creer que no me había dado cuenta de que Eva era lesbiana, aunque esa palabra todavía no existiera para mí. No se podía hablar de eso en la década del cincuenta. Ni de eso ni de tantas cosas más.

Aún hoy cuesta hablar de la sexualidad durante la Shoá. “¿Y si te abrías de piernas te salvabas?” reflexionaba mi mamá con total naturalidad, “es barato, no entiendo por qué hacen tanto lío con eso” agregaba irritada ante la moralina hipócrita de la sociedad judeo-argentina de entonces. Mamá veía a la sexualidad como parte lógica de la vida pero sabía que hablar de la homosexualidad de Eva era más complicado.

Supe después que Eva lo había asumido tempranamente ya en su adolescencia en Polonia, andando en su moto junto con los motoqueros de la ciudad. Su vida no había sido para nada fácil. Aún antes de los nazis. El amor de María la salvó. Sobrevivió escondida por ella en el tambo de su familia, ocultándoles tanto que escondía a una judía como que se trataba de la mujer que amaba. Cuando terminó la Shoá y algunos quisieron tomar represalias con los polacos, le tocó el turno a Eva de salvarla. Dijo que era su cuñada y con ese engaño consiguió traerla a la Argentina haciéndola pasar por judía.

Me avergüenza hoy haberles seguido el juego a todos y hacer como que no sabía, no haberle preguntado cosas a Eva, no haberle confirmado que su sexualidad no era, para mi, ni buena ni mala, no haber hablado más con María y su sonrisa melancólica, sus ojos transparentes y tristes. Pero era el color de los tiempos. Me alivia pensar que las miraba con la mirada más límpida posible, nada de juicio ni crítica, nada de pensarlas como bichos raros. Admiraba a Eva. Era muy lectora, siempre tenía un libro cerca que leía con arrobo. Y fumaba, claro. Escuchábamos las tres juntas la novela de las 5 de la tarde de Radio Splendid y tenían una enorme colección de discos de boleros de los cuarenta. “Caminemos” era el preferido. Tomé mucho de Eva, fue un importante modelo de identificación, sin saberlo, una mentora de provocación, jutzpá y libertad; también del costo asumirse con honestidad y de sus consecuencias.

Y como dice al final del bolero…. “caminemos, tal vez la vida nos vuelva a juntar”.

Despacito... ¿con tu pareja?

¿Eso te dijo? ¿Que te quiere respirar el cuello despacito y decirte cosas al oído? ¡Ah! ¿y te lo dijo cantando? ¡Uau! ¡qué romántico! ¿El "mudo"? ¿y después de 23 años? Aunque... pará un poco, no te hagas ilusiones, capaz que te estaba cargando, con tus reclamos de siempre de que hacía las cosas rapidito, que ya no te sentías única, ni elegida ni adorada, que ya no te busca ni te seduce porque, total, estás ahí.

Aunque... ¿sabés que no sé?, por ahí él también extraña los mágicos momentos del enamoramiento cuando todo brillaba y estaba más vivo. Y, como vos, se pregunta qué pasó con el encantamiento, ¿cuándo se atenuaron las luces y todo se volvió un poco gris? No lo muestra y frente a tus reclamos hace como que no oye o pone cara de "¡Uf! ¿a estas alturas romanticismo? estoy cansado, dejame en paz". Me hace acordar a un amigo mío que se preguntaba cómo recuperar el romanticismo después de hablar con su esposa sobre el service del lavarropas.

Se sufre cuando la magia desaparece y ya no te quieren "desnudar a besos despacito y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito". Hay quien busca revivir la magia con otra relación en la ilusión de que, con la persona adecuada, se encontrará el amor verdadero con la promesa de plenitud, poder y felicidad eternos. Solo para descubrir que con una nueva persona la magia revive pero, como con La Cenicienta, tiene vencimiento.

¿Te acordás de "Los puentes de Madison"? Francesca vive una vida normal, rutinaria, con un marido que parece que no la ve, dos hijos adolescentes y nada apasionante a su alrededor, cuando irrumpe Robert, un fotógrafo aventurero y atractivo que enciende la llama del amor y la felicidad que ya estaba apagada. (Aviso, se viene un spoiler, si no viste la película me vas a matar). Pero Francesca elige quedarse con su vida rutinaria y conocida y renuncia a la promesa de la felicidad junto a Robert. ¿Fue por cobardía, no se animó? o ¿se quedó por lealtad y responsabilidad?. Yo prefiero pensar que fue sabiduría, que entendió que los encantamientos terminan y que sus tres amores cotidianos, aunque menos mágicos, eran anclas sólidas, sustento de su identidad. Sentís en el final de la película que te pincharon el globo, que la Princesa volvió a ser la Cenicienta y vos seguís siendo la misma que eras.

¿Viste que las historias románticas terminan con la muerte del héroe cuando es joven? Las más modernas llegan hasta el supremo momento en el que se resuelven las dificultades y se casan. No hay capítulos siguientes. Pero el amor no termina, cambia, se actualiza y las novelas no lo cuentan, no te preparan para ello. Por eso cuando la magia termina creés que se terminó el amor. Tu vida ya no es un perpetuo descubrimiento sino que son estos dos que se ven todos los días, menos sorpresas, menos excitación, bastante previsibles o sea un poco aburridos. Pero también estas rutinas te dan certezas que antes no tenías, son tranquilizadoras, no tenés que estar inventando algo a cada paso.

Entonces ¿cómo aplicar el "despacito" burlón, a esta vida tuya de hoy? Lo que yo hice después de más de 40 años de convivencia es patear el tablero de vez en cuando, hacer mi "despacito" onda juego para volver a reírnos juntos. Está en mis manos. Y en las tuyas.

Diana Wang

JUEVES 15 DE JUNIO DE 2017 •

00:11

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