Shoa

Posters 1939-1945. Libro "Continuidad".

Capítulo del libro "Continuidad" publicado por CUJA.

1939-1945. La Shoa, concientizar al mundo. Diana Wang

1943 - Si pudieran verlo mis padres.

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Mis padres no habían conseguido hacer aliá antes de 1939 y sobrevivieron en Polonia el infierno nazi. ¿Cómo verían ellos estos posters? Aislados del mundo, solos, creyéndose abandonados, seguramente no imaginaban que en su amada Palestina sabían, que les importaba lo que pasaba, que había una campaña para conseguir fondos y emprender su rescate. Estas imágenes son de 1943, año en el que el asesinato del pueblo judío estaba en plena ejecución, año en el que los primeros campos de exterminio dieron paso al infausto complejo de Auschwitz-Birkenau-Monowicz, año de los levantamientos de los guetos (Varsovia en abril, Czestochowa, Bendzin y Bialystok en agosto, Vilna en septiembre y tantos otros), año de las liquidaciones de los guetos, de la huida a los bosques y a los escondites, del recurrir a falsas identidades, de luchar con las brigadas partisanas. Imagino las afiebradas discusiones entre los dirigentes del Yishuv que evidentemente sabían lo que pasaba aunque tal vez no en su cabal medida: ¿dedicar esfuerzos en enviar gente a Europa con el objetivo de salvar a los judíos o intensificar la construcción de un puerto seguro para los sobrevivientes y para todos los judíos? ¿Qué impacto podría haber en la lucha dados los esmirriados recursos bélicos disponibles frente al colosal enemigo? ¿Salvar unos pocos o preparar un sitio para todos? Éste ha sido uno de los dilemas éticos que debió enfrentar el pueblo judío durante la abyección nazi. La decisión del Yishuv fue dedicar la mayoría de los esfuerzos a hacer realidad el gran sueño sionista, el Estado de Israel. Así y todo, grupos de judíos provenientes de Palestina lucharon en Europa y algunos otros integraron la Brigada Judía en el Ejército Inglés.

Los judíos encerrados en Europa, los dirigentes empeñados en elegir el mejor camino, los sueños, los peligros, las utopías, todo esto está contado en estas imágenes de 1943. ¡Como me gustaría volver el tiempo atrás, entrar en el mísero altillo donde estuvieron escondidos mis padres desde fines de 1942 hasta mediados de 1944 y mostrarles estos posters! Les diría, “Aguanten, no se desanimen, no están solos, en Palestina están pensando en ustedes, Palestina los espera, tengan fe, aférrense a la vida que un día la noche terminará.”

1945 - El fin de la guerra y el 25º aniversario del Keren Hayesod: un sueño a punto de hacerse realidad.

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La guerra había terminado. La aparentemente invencible Alemania nazi había firmado la rendición incondicional. Un nuevo mundo estaba en gestación. La URSS y los EEUU, todavía aliados, hacían acuerdos, se repartían tierras y espacios de poder e influencia, luego del cataclismo totalitario y genocida del nazismo. Todavía no se lo nombraba como Shoá o como Holocausto. En 1945 era Eso, era Hurbn, era La Guerra, era Allá, era Los Nazis. Todo estaba muy cerca, el estupor de lo vivido y el de haber sobrevivido era sobrecogedor. Europa era un vasto cementerio con cuerpos sin sepultura y cenizas anónimas. En las fosas comunes de los Einsatzgruppen, en las de Treblinka, en los hornos de Majdanek y Auschwitz, había perecido, entre la noche y la niebla, un tercio del pueblo judío. El esfuerzo del Keren Hayesod debía multiplicarse, debía prepararse el terreno para el renacimiento y la reconstrucción. Los posters hablan de trabajo, de creación, de generación de bienes y alimentos, muestran la pujanza de un sueño, la realidad de una posibilidad que tan pocos años antes se veía tan remota, casi imposible. La chimenea de una fábrica, limpia, orgullosa, central, muestra que no todas las chimeneas su usan para lo mismo. Ésta, junto con la  pala y el campo de trigo, hablaba de futuro, hablaba de sol y calor, hablaba de la vida. Los sueños sionistas de mis padres, el entrenamiento agrícola-militar que habían tenido en Polonia, las conferencias motivadoras de los enviados del Yishuv, todo esto se refleja en estas imágenes de un sueño hecho realidad. En los años previos a la Shoá muchos jóvenes alentaban el sueño de alcanzar Palestina para rehacer allí una vida judía en libertad. En este1945, con el aliento de la muerte aún cubriéndolos con un manto pegajoso y maloliente, la idea de un futuro justificaba el haber sobrevivido. Muchos sobrevivientes se preguntaban por qué estaban vivos, era un misterio que no terminaban de comprender. ¿Por qué ellos y no algún otro? ¿Cómo fue que tal que era inteligente o tal otro que era fuerte o el de más allá que conocía a tanta gente no sobrevivió? ¿Por qué yo? En 1945 estas preguntas estaban a flor de piel pero muy pronto fueron desplazadas con la fuerza de la vida que arrollaba cualquier hesitación y mandaba seguir, buscar donde, encontrar cómo y con qué. El Keren Hayesod lo tenía todo dispuesto, había trabajado para ello durante los 25 años anteriores. Lo único que hacía falta era llegar a Palestina.

1945 - Para llegar a Palestina.

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“Hermano, ayudame a volver a casa”. Un pedi-do en forma de alarido, con las manos sobre el alambre de púas con este llamado a conseguir los fondos para el rescate de los que habían sobrevivido al exterminio en Europa.

Un cuerpo emaciado, blanco como un fantasma, está iluminado en medio de la oscuridad y su mirada se eleva al cielo. “Desde el fondo de las profundidades hacia Palestina”, las rayas del traje del campo de exterminio comienzan en los pies y terminan en las letras de la palabra PALESTINE.

Estos posters responden al “cómo llegar”, en una campaña del Yishuv y el Keren Hayesod para recaudar los fondos que lo harían posible. El Mandato Británico mantenía la prohibición del ingreso de judíos, las naves se lanzaban al Mediterráneo en una aventura arriesgada. Algunos llegaron, otros fueron detenidos antes y enviados a Chipre o devueltos a Europa. Esta fue una de las razones por las que no todos los sobrevivientes se atrevieron a emprender semejante aventura. Mis padres, por ejemplo, teniéndome a mi como recién nacida, temieron ponerme en riesgo en una barcaza descuajaringada o llegando a un sitio de desiertos, pantanos y malaria o cayendo en manos de los ingleses. Palestina había sido su sueño más preciado pero debían cuidar esta nueva vida que tenían en sus manos. Los se animaban, huérfanos, solos, perdidos, sin destino ni referentes, se sumaron a la Brijá ese portentoso éxodo hacia la libertad que llevó a los sobrevivientes judíos a Palestina, liderado, entre otros, por Abba Kovner, poeta y miembro de la resistencia del gueto de Vilna. No les importaba ni la ilegalidad del viaje ni las condiciones ni los peligros. No solo habían sobrevivido a los campos de concentración y exterminio sino que muchos de ellos habían seguido caóticas trayectorias pasado los últimos tiempos en los Campos de Desplazados donde se alojaron los cientos de miles de sobrevivientes que habían quedado sin familia, sin hogar, sin referencia alguna. Mal comidos, deteriorados, humillados, estas columnas de migrantes fueron llevadas a puertos, alojadas, alimentadas y por último subidas a los barcos que las llevarían a casa. Peones de las alternativas de la política internacional, fueron recobrando su mejor humanidad en las aguas turbulentas del mar. El Keren Hayesod apoyó esta epopeya migratoria que los llevó, como señala el poster, desde el fondo del pozo de la iniquidad hasta el horizonte de la recuperación de la vida y la dignidad. A poco de llegar, estos sobrevivientes integraron las fuerzas que lucharon contra el ocupante inglés y, luego de la partición votada por la UN en 1947 y del abandono de los británicos en 1948, participaron en la encarnizada lucha contra los árabes que no habían aceptado la partición y que estaban decididos a echarlos al mar. Estos judíos desharrapados, venidos de guetos, shtetls y jederim, de campos, campamentos partisanos, de la clandestinidad y el horror, pelearon con valentía en la defensa de la tierra reconquistada, hicieron valer cada una de las monedas recaudadas por el Keren Hayesod y le dieron al Estado de Israel la savia vital del futuro.

Por qué los textos y los posters.

Los textos prologan los afiches elegidos por la autora para la publicación "Continuidad" promovida por CUJA,  el primero de una serie de libros coleccionables siguiendo la solicitud que le ha sido enviada y que figura a continuación:

El eje se centrará en representar y narrar la historia del pueblo judío y el Estado de Israel, a través de los posters de época que forjaron la comunicación del Keren Hayesod en distintas etapas del último siglo.

El libro fue dividido en siete capítulos, y le hemos solicitado a distintos referentes del arte, la cultura, el periodismo y la filosofía argentina (Marcos Aguinis, Thomas Abraham, Gustavo Perednik, Marcelo Birmajer, entre otros.) que realicen un breve prólogo introductorio al desarrollo posterior de la información y estética de los diferentes posters.

En vuestro caso le proponemos: 1939-1945. La Shoa, concientizar al mundo

En los años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y después de esa conflagración, Keren Hayesod lanza una serie de campañas de urgencia, solo o junto con otras organizaciones, para cooperar con el esfuerzo bélico de las fuerzas aliadas contra la Alemania nazi y, al ser liberados los campos de concentración y exterminio, contribuye al transporte de miles de sobrevivientes de la “aliá ilegal” al país, a la sazón bajo Mandato Británico. Muchos de los dirigentes de KH perdieron la vida en la Shoá y la organización se ve en el brete de recomponer rápidamente sus filas y su labor dadas las necesidades imperiosas en aquellos años cruciales

 Elegir como eje uno o varios de los afiches de la época para editorializar el capítulo, relacionándolo con el contexto de la época, tanto en la diáspora como en el Estado de Israel. Buscamos una apreciación personal inspirada en los flyers, que introduzca al lector dentro de las imágenes que en las páginas subsiguientes narrarán cronológicamente esos años para el pueblo judío, sus necesidades, dificultades y aspiraciones. 

 

 

 

 

En busca de un hermano (nota clarin)

Publicado en Clarin 24 de enero 2014: http://goo.gl/sBDiLo

Perdimos a mi hermano en la Segunda Guerra: aún lo busco

POR DIANA WANG PSICÓLOGA, PRESIDENTA DE “GENERACIONES DE LA SHOÁ”. AUTORA DE “LOS NIÑOS ESCONDIDOS” Y DE “HIJOS DE LA GUERRA”.

Decisión terrible. Cuando los nazis entraron a Polonia, los padres de la autora, judíos, ya tenían un hijo de dos años. Lo entregaron a una familia católica a ver si lograban salvarlo. Al finalizar la guerra les anunciaron que había muerto pero no les supieron decir dónde estaba enterrado. Persiste la duda de si les dijeron la verdad.

Antes del Holocausto. Zenus, poco antes de la separación obligada de sus padres. Es la única imagen que guarda su hermana: sabe que si él sobrevivió seguramente le ocultaron su origen e identidad.

Por qué uno buscaría a alguien que no conoció? Yo vengo buscando desde siempre a mi hermanito Zenus perdido en Polonia durante la ocupación nazi. Su foto era el tesoro más grande que había en mi casa. Este niñito rubio comparte conmigo el ADN familiar. Pero no lo sabe. ¿Habrá sobrevivido?

¿También él me buscará?

¿Qué le contaron cuando comenzaron sus preguntas? ¿Hizo preguntas? ¿Sabía que había nacido judío? Cuando se veía circunciso, ¿cómo lo entendía y procesaba? Su ausencia ha llenado mi vida de preguntas.

De chica eran: ¿Se parecerá a mí? ¿Le gustará cantar tanto como me gusta a mí? ¿Por qué lo abandonaron? ¿No lo querían?

¿Se habrá portado mal? ¿Podrían mis padres dejarme a mí si no me porto bien?

Durante mi adolescencia lo veía en mis sueños y pesadillas. Era como un fantasma que siempre podía aparecer. Cuando llegaba un barco polaco me iba al puerto a hablar con los marineros.

Miraba cada cara, los colores, el pelo, los ojos, buscando parecidos, familiaridades. Tal vez, quién te dice, mirá si es alguno de ellos… y en mi trabajoso polaco les preguntaba de dónde eran, cómo se llamaban sus padres, cuándo habían nacido, si tenían hermanos… O buscaba en cada nueva película polaca a algún actor de la edad que tendría mi hermano para ver si se nos parecía.

Son otras las pregunta que me hago hoy.

¿Será posible tejer cercanía con alguien que no se conoce? ¿La sangre es suficiente?

La guerra es cruel. La II Guerra Mundial lo fue. La Shoá (el Holocausto que los judíos sufrimos bajo el nazismo) nos enfrentó con decisiones que desafiaban la naturaleza humana. Los padres desarrollaron una insólita creatividad para salvar a sus hijos. Cuando la única oportunidad era dejarlos con extraños ejercitaron una nueva virtud: el desprendimiento. Mis padres creían que no sobrevivirían, pero estaban decididos a que su hijo sí, por eso lo entregaron a una familia cristiana.

Los polacos que protegían a judíos eran asesinados, cualquiera los podía denunciar y cobrar su recompensa. No era fácil encontrar familias que se atrevieran. Un varoncito circuncidado que no era rubio- ario , hacía la gesta casi imposible. Zenus fue aceptado a cambio de dinero, un dinero vital para esa familia que, sin trabajo estable, pudiera proveerse de alimentos y tuviera carbón para caldear los ambientes en el duro invierno. Si la salvación tuvo un precio, si intervino el dinero, tal vez “valga” menos para algunos. Pero es preciso reconocer el valor de estos salvadores que se arriesgaron a tan dura represalia.

En mi adolescencia juzgaba duramente a mis padres; leía su desprendimiento como abandono, egoísmo, incapacidad. Solo más tarde comprendí que fue altura moral y amor en su máxima expresión porque renunciaban a la posesión por el bienestar del ser amado.

Mis padres fueron los primeros sorprendidos al encontrarse vivos al final de la guerra. Solos, sin trabajo ni recursos, sin vivienda ni elemento alguno, no llamaron “liberación” a ese momento. Aunque libres, la libertad venía con confusión, amargura y desolación. Lo único que querían era encontrar a Zenus entregado casi dos años antes.

Llegaron donde lo habían dejado y les dijeron: “ Se enfermó y teníamos miedo de llamar al médico y que descubriera que era judío. No pudimos hacer nada por él.” –¿Dónde está su cuerpo?, fue la pregunta obligada.

–Bueno, ustedes saben…, la guerra fue terrible, no sabemos donde está, lo enterramos por aquí, no nos acordamos justo dónde… ¿Cómo no iban a recordar en qué sitio habían enterrado al niño que estaba a su cuidado? Mis padres pensaron que no lo querían entregar. Lo buscaron durante meses en hospitales, orfanatos, escuelas, seguían pistas tortuosas que los llevaban a casas de familia, en la misma ciudad, más lejos, preguntaban. Lo buscaron pero nunca lo pudieron encontrar.

Fui concebida en el transcurso de esos meses, cuando ya Zenus parecía estar perdido y comenzaron desgarradoras discusiones entre mis padres acerca de si continuar o no con el embarazo. Papá no podía superar el dolor; se acusaba de no haber podido cuidar a su hijo adecuadamente. “No quiero traer más hijos a este mundo”, decía en un alarido contenido y furioso. Mamá quería continuar, volver a generar una familia. Ganó mi mamá y yo nací. Resignados a la dura evidencia de haber perdido a su hijo, mis padres debieron tomar otra difícil decisión. Al antisemitismo polaco ahora se sumaba el comunismo.

No eran tierras amigables.

La única razón para seguir allí era la esperanza de recuperar a Zenus, que ya habían perdido. Sabían que emigrar era despedirse definitivamente de ello.

Polonia bajo dominio soviético era dura. Papá siempre recordaba el día en que la policía secreta, la NKVD, irrumpió en el departamento que les había sido otorgado después de la guerra y encontraron en la biblioteca libros anticomunistas. Lo llevaron a la sede del servicio secreto, lo interrogaron. ¡Imagínense el terror de estar en sus manos sin saber qué estaba pasando con mi mamá embarazadísima! El departamento había pertenecido supuestamente a un nacionalista polaco que dejó todos sus libros y mis padres no se deben haber detenido a revisar uno por uno.

Papá había sido designado director de una fábrica, creo que de escobas, y era tanta la corrupción reinante que alguien debió haberlo delatado. Esto fue el colmo. Había una bebita de meses, yo, que exigía un sitio seguro para vivir. Y en lugar de seguir hundiendo sus pies en el lodazal de lo imposible, decidieron seguir adelante y así llegamos a acá.

Otro mundo. Diana, junto a un libro de canciones en yiddish -la lengua de los judíos de Europa del Este- que su padre trajo de Polonia./RUBEN DIGILIO

Años después, ya en la Argentina, nació mi hermanito Alberto. Era varón, había que decidir sobre su circuncisión. Los gritos, l os llantos, el abatimiento, la tragedia cubrieron mi casa. “Somos judíos –decía mamá–, lo queramos o no y si no lo quisiéramos siempre alguien nos lo recordará, y él es nuestro hijo, carne de nuestra carne, judío como nosotros, no podemos hacer como si no lo fuera”.

Sus argumentos chocaban siempre con las mismas espinosas respuestas: “Nunca, jamás, no lo voy a marcar, si Zenus no hubiera estado circuncidado estaría vivo, habrían llamado al médico y se habría salvado. No quiero que mi hijo viva el terror y la humillación de que alguien alguna vez lo fuerce a bajarse los pantalones”. La pérdida de Zenus era su horizonte final, el borde de la cordura, la frontera del perdón, la palabra sepultada por una muerte sin tumba. Agotado, descorazonado, sin poder disfrutar el nacimiento de su hijo varón, papá se hizo a un lado, empañados sus ojos con el desánimo y la culpa, y se rindió. ¿De qué se acusaba tanto papá? ¿Qué no se perdonaba?

Cuando los nazis ocuparon Stryj, mis padres, que no habían sido arreados en la primera redada, debieron buscar cómo salvarse.

Zenus tenía 2 años, era parlanchín, alegre y travieso, la idea de huir con él era casi imposible, serían blanco fácil para la denuncia, la deportación y la muerte. La alternativa era esconderse. ¿Cómo, dónde, por cuánto tiempo? Habían caído en un bache oscuro y sin fondo, en la negrura. Día tras día. Hora tras hora. Sin saber cuándo terminaría.

¿Quién se arriesgaría a esconderlos?

Encontraron a una familia que aceptó hacerlo a cambio de dinero sabiendo que si eran denunciados los matarían. Los escondidos debían estar en completo silencio. ¿Cómo asegurar que un chico de 2 años no emitiera sonido alguno? Cualquier llanto, estornudo, quejido, los delataría y sería la muerte de todos, incluso la suya.

–Con el chiquito no, tienen que encontrar donde dejarlo.

Ese fue el gran dilema que debieron resolver. Como todo dilema ninguna solución es buena. Quedarse con Zenus implicaba el riesgo de sentenciarlo a muerte y junto con la suya, la de todos. Dejarlo en manos extrañas podía significar su salvación, pero,¿cómo separarse de él?

Muchos padres tuvieron dilemas similares impuestos por el nazismo, disyuntivas crueles e inhumanas que debían responder en pocos instantes. Cuando fui madre me pregunté qué habría hecho yo. Era una pregunta retórica porque afortunadamente tuve el privilegio de que la vida no me enfrentara con ello. Mis padres no tuvieron esa suerte. Se acusaban de haberlo abandonado y no se lo perdonaban.

Nada alivió su culpa, nunca olvidaron a Zenus, ese primer hijo perdido para ellos y que tal vez seguía vivo en algún lugar de Polonia o, cuando cambiaron las fronteras, Ucrania.

¡Cómo me gustaría decirles hoy que cumplieron la promesa que le hacemos a un hijo cuando nace, que haremos lo que sea por él! Y ellos lo hicieron: lo entregaron a otros para asegurar su vida. Pero el calor de su piel, la ternura de su abrazo, la caricia de su mirada, verlo crecer, todo esto les había sido robado para siempre.

Estos sentimientos vivieron agazapados en los intersticios de los silencios familiares. La culpa de mis padres, callada, mordida, torturante, enturbiaba su vida y teñía de gris el milagro de su supervivencia y reconstrucción. ¿Hicimos bien?, se preguntaban de día y de noche. ¿Y si nos hubiéramos quedado con él?

Lo comencé a buscar a mis 50 años. Ya papá había muerto y mamá estaba grande. No le dije nada, no podía encarar el tema con ella. Hacíamos como que todo estaba bien, como si hubiera habido una vez un niño que tuvo la desgracia de ¿morir? Cosas que pasan.

Pero si no hay un cuerpo, no hay evidencia de muerte. Igual que con los desaparecidos de la dictadura argentina, el muerto sin sepultura es un fantasma. No está pero está. O puede estar. O puede aparecer. Uno no puede más que esperarlo.

Sigo buscando a mi hermano. Lo busqué por varios medios, sin suerte hasta hoy. No sé su nombre ni donde vive, no tengo datos, sólo esta foto de un niño de 2 años que no alcanza para individualizar al adulto de más de 70. Publicado en cuanta página web encontré, mi último intento fue enviar mi ADN al Banco de Datos del DNA Shoah Project , con la esperanza de que si Zenus sobrevivió en la Polonia católica profunda, tal vez al estar circuncidado, se pregunte quién es y empiece a buscar.

En Polonia hay mucho interés en estas historias. De hecho desde hace unos 15 o 20 años es común que gente en su lecho de muerte confiese a algún hijo que en realidad no era hijo suyo o que lo averigüen por una cuestión de parecidos físicos. En Polonia hay gente que no sabe claramente quiénes fueron sus antepasados, pero la mayoría prefiere no preguntar. A pesar de que hay archivos y se emprenden búsquedas, investigaciones. No me sirven a mi porque no tengo ningún dato para empezar a buscar: nombre, fecha, lugar, nada.

Pero lo más curioso es que temo encontrarlo.

Si sobrevivió, su crianza, su historia, su cultura tendrá pocos puntos en contacto con la mía. Nuestra hermandad no es la amasada en encuentros cotidianos, con los mismos padres y la misma historia, solo nos une el ADN. Mis padres se preguntaban si habían hecho bien en dejarlo, yo me pregunto si hago bien en buscarlo. Es uno de los ejes de mi vida. Aunque la esperanza de encontrarlo sea casi nula y encontrarlo me enfrente con nuevas preguntas y oscuridades, no puedo dejar de hacerlo.

Hay alguien por ahí a quien le robaron su historia y su identidad y yo poseo parte de la información. Es raro que añore conocer a quien nunca vi y que es tan parte de mí. Pero aún sabiendo que, como dice el tango, ahora que estoy frente a ti, parecemos, ya ves, dos extraños… , el impulso es más fuerte, sigo buscando y sigo esperando. Busco a mi hermano para que cierre la historia, para que esta hilacha que quedó suelta se entreteja finalmente en el tramado familiar, para que esta presencia fantasmagórica y las preguntas que me acosan, reciban su debido punto final.

La complicidad de los famosos en la Alemania nazi.

La Folha de Sao Paulo, un importante periódico de Brasil, publicitó su diario con un video clip inquietante. Mientras se ve una imagen de puntos aislados se escucha la voz del locutor que dice: “Este hombre tomó una nación destruida, recuperó su economía y devolvió el orgullo a su pueblo. En sus cuatro primeros años de gobierno el número de desempleados cayó de 6 millones a 900 mil personas. Este hombre hizo crecer el Producto Bruto Interno un 102% y duplicó el ingreso per cápita, aumentó el lucro empresario desde 175 millones a 5.000 millones de marcos y redujo la hiper inflación a un máximo de 25% anual. Este hombre adoraba la música y la pintura e imaginaba, cuando joven, que seguiría la carrera artística”. En ese momento, la cámara se aleja velozmente y lo que parecían puntos aislados se revelan como la cara de Hitler. Sobre esta imagen el locutor dice: “Es posible contar muchas mentiras diciendo solo la verdad”. Este clip permite mostrar de qué forma la propaganda puede manipular la opinión pública y de cuán importante es la visión crítica en todo momento. Pero no es solo mediante la propaganda que algunas ideologías o estados de situación son aceptados de manera masiva. En este sentido, como en tantos otros, la Shoá es un laboratorio impiadoso para los sociedades humanas cuyas lecciones son siempre fértiles y potentes.

Joseph Goebbels comprendió rápidamente que para conseguir el apoyo de las masas, se requería un trabajo descomunal. Desde el Ministerio de Propaganda del III Reich, arbitró todos los medios a su alcance, no solo para que la política nazi fuera apoyada, en especial respecto a los judíos, sino para que las familias alemanas enviaran con gusto sus hijos a la guerra.

La radio tuvo un protagonismo central. También el cine, las publicaciones, los afiches en la calle, los chistes que circulaban, los rumores, todo estaba orquestado para conducir al mismo fin. Pero Goebbels comprendió que no era suficiente. Convencer a las masas requería algo más contundente. El sustento legal proporcionado por el reconocido jurista Carl Schmitt fue solo el comienzo. Para que la credibilidad fuera incuestionable, fue indispensable el apoyo intelectual de artistas, profesores, académicos, deportistas, periodistas; personalidades famosas, gente admirada y reconocida de la vida alemana como el gran profesor y filósofo Martin Heidegger, un artista reverenciado como el director de orquesta Wilhelm Furtwängler, el Ministro de Justicia Franz Gürtner, el campeón de box Max Schmeling, la directora de cine Leni Riefenstahl y tantos otros. Estas personas prestigiosas fueron esenciales para que el nazismo haya sido apoyado del modo en que lo fue. Si gente de este calibre se pronunciaba como nazi, si ofrecía su experiencia, sus habilidades y conocimientos, así como sus voces para difundirlo. El ciudadano común, a duras penas había terminado la primaria, aferrado a su trabajo para el sustento familiar, sin tiempo ni ganas de leer los diarios a fondo y sin posibilidad de conocer los entretelones de las decisiones políticas, recibía estas voces autorizadas com subrayados incuestionables ante los cuales ninguna duda era admisible, ¿quién era él, a fin de cuentas, para pensar de otra manera? El apoyo de estas personalidades era el punto final para conseguir el encolumnamiento mudo y obediente.

Algunos, más de los que uno podría imaginarse, eran nazis declarados y antisemitas fervorosos; para ellos el quiebre del Estado de Derecho y las medidas totalitarias no eran un conflicto moral porque creían que el fin justificaba los medios. Pero para no todos fue igual. Muchas de las personalidades que se prestaron al juego político de Hitler no lo hicieron por convicción sino por temor o por conveniencia poniendo sus principios entre paréntesis. El temor a las represalias fue un estímulo eficaz. Por otra parte, no estar afiliado al partido nazi implicaba una auto exclusión de la vida pública y laboral. No todos los afiliados, en consecuencia, lo eran por identidad ideológica sino porque era una condición imprescindible para seguir ocupando el sitio que ocupaban en la sociedad, en la academia, en las letras, en las artes. Pero también tuvo importancia el cálculo y la auto complacencia, la oportunidad que se les abría a estos personajes respetados para  continuar con sus actividades y para encarar nuevos caminos y desarrollos. El dinero y el apoyo eran un hecho. La tentación era muy grande. El precio era ponerse anteojeras y caminar derechito haciendo lo suyo, no mirar a los costados, tomar por cierto lo que el régimen difundía y quedarse tranquilos, profundizando en su actividad, recibiendo recursos, aplausos y honores a granel. ¿De qué servía mirar los detalles y oponerse al estado totalitario? Cárceles, campos de concentración, torturas, vejaciones, todo caía tal vez en una bolsa rotulada “por algo será” justificadora que no les quitaba el sueño.

¿No veían? ¿No sabían? ¿No les importaba? ¿Cómo podían seguir viviendo como si tal cosa sabiendo que muchas de las ideas que siempre habían sostenido estaban siendo devastadas? ¿Hasta dónde llega una persona, hasta qué grados de egoísmo, ceguera, comodidad en su vanidad desnuda, para permitir lo que siempre había creído que jamás permitiría?

Los seres humanos, a pesar de lo que nos gusta creer sobre nosotros mismos, no somos perfectos a la hora de tomar decisiones. Creemos que analizamos la información de manera objetiva para luego sacar conclusiones pero, lamentablemente y sin que nos demos cuenta, nuestro pensamiento es influenciado por varias alteraciones perceptivas, como por ejemplo el “sesgo de confirmación” (confirmation bias). Merced a este mecanismo, se toma una decisión o se forma una creencia en forma rápida y, a partir de ahí y de manera casi automática, se pone en acción: sólo se ven, registran y procesan las evidencias que confirman la decisión ya tomada. No es que se ignora lo que la contradice, simplemente no se lo ve. Se lo considera una limitación de los procesos cognitivos humanos aprovechada por los ideólogos de los estados totalitarios en sus campañas de propaganda y construcción de consensos.

Como en el video clip de La Folha de Sao Paulo, estos personajes notables puestos al servicio del régimen veían tal vez lo que tenían solo a 2 centímetros de su nariz y habían decidido no ver más allá. Si ellos estaban bien, si ellos podían desarrollar su quehacer que a la larga sería útil a la sociedad, su trabajo era seguir haciéndolo sin oponer esos principios que nadie parecía necesitar o respetar ya. Seguramente justificaban su accionar para que sus principios puestos en el freezer no se lastimaran demasiado y quedaran listos para ser usados, como nuevos, cuando el estado de cosas lo hiciera posible otra vez.  Imagino que se decían que es imposible hacer una tortilla sin romper algunos huevos, que en los avances sociales hay daños colaterales esperables, que para llegar a la sociedad ideal es imprescindible dejar afuera a los que insisten en principios morales inútiles que solo obstaculizan el camino a la felicidad, que es preciso ser duro y paciente porque la retribución será el soñado futuro de la perfección.

El sueño de aquel futuro es hoy una pesadilla que acosa a la Humanidad. La vulnerabilidad de la condición humana que se hizo evidente durante el nazismo no ha cambiado. Cualquiera de nosotros, dadas la condiciones, puede terminar siendo cómplice de algo que denosta sea por interés, temor, comodidad, cobardía o por vanidad. ¿Quién puede tirar la primera piedra? ¡Qué frágiles somos! ¡Con qué poco pueden fragmentarse o perderse nuestras convicciones y principios! Con qué poco.

Lic. Diana Wang

 

Nadie quiere enterrar a Priebke

Carta de Lectores (publicada en La Nación, oct 24, 2013 http://www.lanacion.com.ar/1631829-cartas-de-los-lectores)Nadie quiere enterrar a Priebke. Ningún país lo quiere en su suelo. Como si sus restos humanos fueran tóxicos y amenazaran contaminar la tierra. Los despojos de su cuerpo centenario errarán en consecuencia buscando una hoguera benevolente que deshaga sus acciones y borre todo rastro de su paso por este mundo. Priebke fue un criminal, pero también es el símbolo del perpetrador, el que ejecuta y mata en nombre del Estado. Es contra este mal político, fruto del totalitarismo y de las dictaduras, que se enuncia el "nunca más". Ensañarse con el cadáver de un viejo sería sólo venganza. No permitir que sus despojos sean enterrados en ninguno de los países que podrían acogerlo es, sin embargo, una declaración política. Como el "nunca más"

El perpetrador cree, en el momento de la perpetración, que será impune, que obedecer lo salvará de la responsabilidad y la culpa. El perpetrador no sabe que sus actos seguirán vivos en la sociedad que los ha generado y serán sus hijos y nietos y la sociedad que lo cobijó los que deberán responder, una y otra vez, por sus acciones deleznables y su crimen contra la humanidad.

En discursos sobre la Shoá. Palabras habituales y frases hechas. Reflexiones y sugerencias. 

Introducción

Los actos relativos a la Shoá se multiplican año a año, se suman las conmemoraciones y los homenajes a los sobrevivientes. Al antes solitario acto en honor al levantamiento del gueto de Varsovia ahora se agregan Iom Hashoá en la misma fecha, el Día Internacional del Holocausto en enero, el recuerdo del Pogrom de Noviembre conocido como Kristallnacht en noviembre, el aniversario de la Capitulación de Alemania en mayo, el cumpleaños de Ana Frank en junio y el inicio de la Segunda Guerra en septiembre.

Los sobrevivientes son siempre convocados y se sienten agradecidos por este súbito protagonismo del que son objeto luego de tantas décadas de ausencia. Sin embargo, no se atreven o no quieren expresar públicamente la incomodidad, desazón o molestia que sienten en algunos momentos de los discursos por las imprecisiones, los lugares comunes y las, ya a esta altura, garrafales faltas de pronunciación de los disertantes. 

Todos entendemos que nadie tiene por qué ser un experto en Shoá, que no todos deben conocer las reglas de pronunciación de una lengua tan diferente como el alemán, pero tras tantos años y luego de todo el esfuerzo de transmisión, difusión y enseñanza emprendido, hay cosas que cualquiera que tome la palabra debe saber, en especial si es un dirigente de la comunidad judía y habla en su nombre.  Habiendo recogido el malestar de los sobrevivientes, al que sumo el mío propio, lo que sigue tiene la intención de mover a la reflexión y de colaborar en la fuerza, la potencia y el peso de verdad de las palabras que se enuncian en los momentos en que se honra a los sobrevivientes y a la memoria de la Shoá.

1.- Con las mejores intenciones: frases y lugares comunes.

"No olvidar para no repetir” 

Se repite, lamentablemente se repite, aunque no se olvide, aunque se recuerde, se repite, se sigue repitiendo. La segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI lo prueban con creces. Los genocidios, las matanzas masivas a manos de fuerzas estatales o para-estatales no se han detenido ni tienen la intención de hacerlo. No olvidar es esencial pero parece no ser suficiente. Es necesario enseñar, reflexionar, aprender, trabajar con la conciencia social y la responsabilidad civil, aprender a convivir y a resolver situaciones sin apelar a la violencia. Pero se trata de condiciones que no siempre son asumidas de buen grado por gobiernos, grupos para-estatales o intereses económicos diversos para los cuales, el fin justifica los medios. Y si el fin es, por ejemplo, vender armas, el fin y los medios son los mismos y las víctimas no importan, son solo daños colaterales. Seguir esgrimiendo el no olvidar para no repetir como justificativo de homenajes o conmemoraciones suena tan útil como pedir que llueva con una danza india. Los sobrevivientes agradecen la memoria pero saben en carne propia que la expresión voluntarista peca de ingenuidad y promete algo que no puede cumplir. Los únicos satisfechos son los enunciadores de la frase en la que redondean la idea complaciente de que con el acto ya está, se recordó y eso será suficiente.

"Queridos sobrevivientes” 

Cuando se desliza esta invocación edulcorada, algunos sobrevivientes se sienten incómodos sin saber a ciencia cierta si las palabras son sinceras o si una ligera hipocresía está al servicio de encubrir algunas culpas a ser ventiladas. Culpas por no acordarse de ellos más que en ocasiones de discursos. Culpas por no apoyar sus esfuerzos en la enseñanza y difusión de las trascendentales lecciones que portan. Culpas por haber hecho oídos sordos a sus memorias durante décadas. Y también algún oportunismo. Oportunismo porque ahora tiene rédito ocuparse de la Shoá, invitar a sobrevivientes a exhibirse y brindar testimonios, tomar el tema como si la importancia de la Shoá hubiera sido recientemente descubierta como un bastión garantizado de eticidad. Ayer nomás casi no se mencionaba a la Shoá salvo en la conmemoración del levantamiento del gueto de Varsovia, y mucha gente incluso desconocía que había sobrevivientes viviendo tan cerca. La explosión del tema los ha instalado en el candelero de la comunidad judía que es ahora poseedora de este argumento fuerte desde el cual reclamar, exigir, fortalecerse y tal vez unirse alrededor de un eje sólido y homogéneo. 

Los sobrevivientes, al ser invocados, homenajeados y aplaudidos en sus años de vejez tienen una nueva vida, adquieren un nuevo protagonismo, impensado unos pocos años atrás. Les gusta, pero no siempre se sienten queridos. Distinguen claramente entre palabras y acciones. Se sienten llamados cuando hace falta, mostrados y a veces incluso escuchados, pocas veces atendidos. Por eso, mejor tal vez sería de buen tino ahorrarles lo de queridos. Goles son amores, cambiemos los queridos por acciones que así lo demuestren.

"¡Nunca más!” 

Esta frase es breve, contundente, definitiva. Es potente y suena bien como final de una alocución, como chan-chan que estimula un aplauso enfervorecido. Pero es solo otra expresión de deseo, otra más, que tiene adicionalmente dos aspectos contradictorios:

  • uno positivo, la convención casi universal que instala como inadmisibles los genocidios y crímenes de lesa humanidad y

  • uno negativo, puesto que a pesar de este acuerdo inédito en la historia de la Humanidad, estas cosas siguen pasando de modo que la frase, además de voluntarista, suena a naif, ingenua pero con la ingenuidad proporcionada por la negación de los hechos, porque no solo no es verdad que nunca más sino que lo que sucede es un todavía sigue y seguirá porque no hay perspectiva realística de que se detenga.

Exclamar ¡nunca más! debería ser siempre puesto en su adecuado contexto de deuda de la Humanidad consigo misma y un recordatorio de lo que cada uno, desde su pequeño lugar, podría estar haciendo y no hace. 

"Como ovejas al matadero” 

Ya está explicado hasta el cansancio que los judíos no nos hemos dejado matar, que no hemos ido mansamente como ovejas al matadero, que nos hemos resistido de todas las maneras posibles en aquellas condiciones imposibles, que no hemos sido más cobardes o pasivos que otros pueblos en condiciones similares. Por el contrario, nos hemos rebelado y hemos apelado a luchas inéditas con recursos ingeniosos y que no parecían posibles dadas las circunstancias, que nuestro ejercicio cotidiano de memoria es un ejemplo para otros colectivos sociales que han sido atacados y no han guardado tanto registro documentado como nosotros. Todo esto ya está dicho y probado, cientos de veces, pero seguimos oyendo esta analogía ofensiva con las ovejas que se desprende como sin querer en algunos discursos pretendidamente aguerridos. 

El pueblo judío no es un pueblo de ovejas cobardes, nunca lo fue. Ha sido históricamente un pueblo pacífico y tranquilo que apetecía, solamente, ser dejado en paz, que se le permitiera vivir, desarrollarse y que sus miembros fueran mejores personas allí donde residieran. En sus idiomas construidos en el exilio -idish  y ladino por ejemplo- no existían palabras que denominaran armas porque no las utilizaban en sus intercambios cotidianos con sus vecinos. El pueblo judío ha vivido en distintos lugares, a veces mejor, otras veces peor, pero siempre adaptándose a las tierras donde vivía y, cuando le era permitido, hacía aportes que beneficiaban y enriquecían a todos. La frase como ovejas al matadero encubre una acusación implícita de vergüenza y cobardía que, además de falsa, es ofensiva e injusta y expresa el grado de desconocimiento sobre la conducta de los judíos durante la Shoá. 

"Futuras generaciones” 

El alegato expresado en los discursos es invariablemente para las futuras generaciones, lo que está muy bien porque se trata de nuestros nietos y bisnietos, pero a veces se tiene la sensación que pensar en el futuro encubre el desentenderse del presente. Y sería deseable que, tanto en discursos como en acciones, asumamos lo que podemos hacer hoy para nosotros, para la sociedad en la que vivimos, para hacer de este mundo un sitio más amable donde convivir en paz. La Shoá, con sus múltiples lecciones y ejemplos, aporta una gran riqueza para el trabajo en la formación de seres humanos conscientes de sus responsabilidades y obligaciones para con los demás. Hoy, aquí y ahora. Sería más útil y generoso que en lugar de esperar que las futuras generaciones se beneficien con algo, veamos qué podemos hacer hoy y reemplacemos la frase hecha con una acción concreta, algo pequeño, tal vez tan solo un gesto, que haga alguna diferencia y que porte la fuerza modélica del ejemplo.  Hagamos nuestra la frase famosa del mayo francés seamos realistas, pidamos lo imposible.

2.- Palabras difíciles, disonancias y desafinaciones.

Aunque la pronunciación no es lo central en el mensaje conceptual y ya nos hemos acostumbrado a oír algunas disonancias, es ésta una buena oportunidad para comentar algunas y sugerir, por el bien de algunos oídos sensibles, la manera de evitarlas.

Es habitual que los locutores contratados tengan dificultades con algunas palabras. También algunas personas que no están habituadas a manejar el vocabulario de la Shoá. Las palabras originadas en alemán son particularmente complicadas por las combinaciones de consonantes cuyas pronunciaciones no coinciden con las de la lengua castellana. Y ni qué decir de las polacas.

Decir apropiadamente las cosas connota que quien habla se preocupó por saber cómo se decían, habla de respeto tanto por la temática como por la audiencia. Sería bueno que todo aquel que esté por hablar en público, en especial los dirigentes, y no esté familiarizado con algunas palabras o pronunciaciones que las revise y practique con antelación, para lo cual en las páginas siguientes hay algunas sugerencias. No son muchas las palabras en cuestión, así que es relativamente sencillo su aprendizaje.

Auschwitz 

Es una de las palabras más usadas puesto que representa el símbolo del Mal. Aunque muy conocida, no siempre resulta fácil su pronunciación. Imagino que alguien no habituado, al ver tantas consonantes juntas y tan poquitas vocales, debe ver el conjunto como un enredo paralizante. Es común, entonces, oír que sale del paso lo mejor que puede diciendo, por ejemplo ashuits bajo el influjo de esa w central que atrapa su atención.

Un buen recurso es separar la palabra en dos sílabas, cada una con su particular dificultad.  Veámoslas parte por parte. 

Primera sílaba: au+sch. 

  1. El diptongo au seguido de tres consonantes es un escollo y parece imposible de pronunciarse. Si decimos Mau Mau, náufrago, cauto, auto y después solo au, se ha superado el primer contratiempo.

  2. Atención al problema especial para los francófonos: ven au y leen o, y dicen oshvits. La palabra no es de origen francés, sino alemán, el diptongo au en alemán se pronuncia igual que en castellano: au.

  3. Superado el au, se agrega el sonido sh como quien pide silencio, sh…. porque en alemán sch se pronuncia así. Ahora se une todo: a u s h… y ya está la primera sílaba.

Resumiendo: Ausch se pronuncia a u sh

Segunda sílaba: partícula witz. 

En alemán la w se pronuncia v. Colonizados como estamos por el inglés sale espontáneamente u al ver w, luego witz suele ser pronunciado uits. Pero, como la w se pronuncia v, lo correcto en alemán y la forma en que los sobrevivientes están acostumbrados a oírlo y decirlo es: vits. 

Resumiendo: Witz se pronuncia vits.

Uniendo las dos sílabas: a u s h …. v i t s (recomiendo pronunciarlas de manera separada al principio porque se hace más fácil). 

Es decir: AUSCHWITZ se pronuncia AUSH-VITS. 

Dachau, Buchenwald y Mauthausen

Estos dos campos de concentración no suelen ser citados tan habitualmente pero presentan dificultades similares. En ambas palabras, se agrega al diptongo au y a la w ya encarados la combinación ch, que en alemán se pronuncia j, como en jueves.

Así Dachau une el sonido de la combinación ch, o sea j, con el au ya mencionado en Auschwitz. DACHAU se pronuncia DÁJAU, con acento en la primer sílaba. Recordar los francófonos lo señalado antes frente a la tentación de aplicar las reglas de pronunciación del francés, no es Dajó o Dashó como se oye algunas veces, sino Dájau.

Buchenwald no ofrece dificultades nuevas. Está el sonido de la ch, que es j y la w que se v. BUCHENWALD se pronuncia BÚJENVALD.

Y tenemos a Mauthausen, otra palabra que enreda la mirada del hispano parlante. El diptongo au, como en las palabras alemanas anteriores, se dice au. Pero está la hache después de la t que no se sabe cómo encarar. Para pronunciarlo correctamente es bueno dividir la palabra en Maut y en hausen diciendo MAUT-JAUSEN pero también se puede tomar el atajo de decir MAUTAUSEN como si la hache fuera muda.

Shoá

Poco a poco la palabra Holocausto está siendo reemplazada por la más apropiada Shoá. El conjunto sh con su familiar pronunciación inglesa se pronuncia con un susurro suave, como cuando se pide silencio, shhhhh…! Pero ha cundido una extraña moda en la Argentina que introduce una novedad en la pronunciación y se escucha que las palabras con sh son a veces pronunciadas como y, como en yerra. Así, en lugar de shoá, dicen yoá un sonido ajeno y corrupto. No pasa solo con esa palabra, estos innovadores fonéticos dicen, por ejemplo, yok en lugar de shock o you en lugar de show. Curiosas transformaciones de nuestro idioma en aras de diferenciarse, ser originales, o vaya uno a saber por qué. 

Repito: no es yoá sino shoá. En todo caso, siempre se puede apelar a la vieja palabra que no ofrece ninguna dificultad, aunque no tan apropiada, mejor decir Holocausto que yoá.

Palabras en polaco

Hay otras palabras, en especial ciudades de Polonia y otros países eslavos con dificultades de pronunciación específicas que no encararé acá porque no son palabras usadas frecuentemente en los discursos aunque cada tanto un disertante se ve atacado por alguna cuando tiene que mencionar algún apellido o localidad. Las escalofriantes sucesiones de “eses y zetas”, de “eres y zetas”, de “eses y ces”, los acentos y signos extraños en consonantes, acobardan al más valiente. Por ejemplo Rzeszów, Częstochowa, Zamość, Zając, Łódź se pronuncian de maneras sumamente “creativas” para nuestros hábitos castellanos con sonidos que no acostumbramos a usar.

Conclusión

La súbita y aparentemente progresiva proliferación de actos sobre la Shoá tiene dos caras. Una positiva, puesto que su difusión y conocimiento comienza a trascender la órbita judía y a hacerse patrimonio común. Pero también está la otra cara, la de la mención superficial y hueca que amenaza con ser negativa porque el hablante mismo -máxime cuando se trata de un dirigente o referente de la comunidad judía organizada y está hablando en nombre de la misma- se descalifica en su  elección de frases hechas o en su descuido enunciativo, le resta credibilidad a la Shoá, vuelve trivial el tema, lo abarata y degrada y favorece su dolorosa banalización que seguramente declara lamentar. 

Sumemos al lado positivo, hablemos con propiedad y con respeto si queremos transmitir y enseñar. 

Si queremos honrar a los sobrevivientes, démosles el reconocimiento que les debemos de una manera digna y enaltecedora. 

Diana Wang. Hija de sobrevivientes de la Shoá

Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina

 

 

Las marcas no se borran. Poema

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Quedaron marcas.

Marcas de números. Pestilencia y vacío. Humillación

y vergüenza.

Hambre. Frío. Hambre. Dolor. Hambre. Tifus.

Hambre.

Balas. Fosas. Gas. Fuego. Humo.

Trenes. Silbatos. Rieles. Puertas. Gritos. Empujones.

¡Juden Rauss!

¡Derecha! ¡Izquierda! ¡Rechts! ¡Links!

Perros. Látigos. Duchas. Chimeneas.

Cuerpos manipulados, intervenidos, violados, arrasados.

Solos. Aislados. Marcados. Sentenciados.

Asustados. Denigrados. Impotentes. Asesinados.

Decenas. Cientos. Miles. Millones.

¿Millones? ¡MILLONES!

Niños, también ellos. Rubios. Morenos. También ellos.

Todos.

Quedaron otras marcas

en la mano obediente que tomó una aguja entintada y

tatuó la mano de un niño

en la piel del puño ciego que empuñó la palanca que

abrió el tubo para que saliera el gas 

en la retina del ojo de quien vio toda esa vergüenza

amontonada en cadáveres

en el alma envilecida de aquel país culto y arrogante

que fue nido de semejante espanto

en la memoria travestida de inocencia de los testigos

que no supieron ni vieron, que no pudieron o, Dios los

perdone, no quisieron,

en la memoria de los herederos de esas marcas y de los

herederos de quienes las hicieron.

Las marcas no se borran.

Ni las unas -dolientes-, ni las otras -asesinas-.

No se borran. Se ahondan. Siguen vivas.

Marcas instaladas en la memoria de la humanidad

como la irrevocable, imperecedera e incobrable deuda

moral que ha dejado esta evidencia de lo que humanos 

pueden hacerle a sus hermanos, los humanos.

¡Oid mortales!

Las marcas no se borran.

Autoras Aida Ender y Diana Wang

Publicado en el Cuaderno de la Shoá 4 sobre “Deshumanización”.