De pronto el dique explotó. Siglos de vidas femeninas fueron haciendo de las memorias de los abusos sexuales un océano profundo e inconmensurable que ahora derrama de manera incontenible relatos, angustias y memorias secretas, humillantes y avergonzadas.
¿Qué mujer no ha tenido en el transcurso de su vida un momento o un hecho de abuso que guarda como recuerdo emponzoñado? El “mirá cómo me pongo” es un cachetazo a la sociedad porque permite que comience a asomar la falaz naturalización del abuso.
El cuerpo de la mujer, endiosado como portador de nueva vida, también estuvo teñido de sexo y pecado. Solo cuerpo, cuerpo sagrado cuando gestante y amamantante, cuerpo pecaminoso cuando deseante y provocador, cuerpo culpable. Ellas y sus pechos turgentes, sus caderas rotundas, sus cinturas voluptuosas, sus piernas abrazantes, sus ojos hechiceros, ellas ofrecen, ellas buscan, ellas piden. Nublan la voluntad y encienden el deseo. Son diabólicas. El canto de sirenas femenino atrae de manera hipnótica y los hombres van tras ellas atontados, atrapados en sus redes seductoras y privados de voluntad.
Las mujeres también lo creíamos. Por eso ante el abuso, el acoso o la violación nos sentíamos oscuramente culpables, temíamos haber hecho algo para encender el deseo de ese pobre hombre que no había podido contenerse. No sabíamos qué pero por las dudas callábamos como si fuera una evidencia más de nuestra “natural” culpabilidad.
“Ni una más”, “me too”, “mirá cómo me pongo” son consignas desgarradas que se gritan colectivamente, fuego en los ojos, rabia acumulada vuelta alarido. Cuando el péndulo del silencio, tantos siglos frenado, se destraba, salta con violencia y rebota en el extremo opuesto. Los primeros casos son los paradigmáticos. Weinstein y Darthés son los primeros receptores de aquella rabia, aquella mordaza, aquella humillación cuando no hay más vergüenza y un colectivo de mujeres se anima a decir “a mí también me pasó, yo también me sentí culpable sin saber por qué, yo también lo callé con vergüenza”.
No me gustan los escraches ni el escarnio público de nadie, pero sé que el péndulo liberado salta con un resorte que lo impulsa sin freno. Habrá que aguantar el embate. La denuncia y la exposición son inevitables porque Weinstein y Darthés son más que Weinstein y Darthés. Además de lo que hicieron, representan a todos los hombres que nos miraron con lascivia, que nos sobaron y toquetearon, que nos vendieron y compraron como cuerpos sin derecho ni voluntad, que nos golpearon, que nos violaron, que nos castigaron y asesinaron.
Llegará un tiempo de temperancia cuando la rabia tenga un cauce socialmente aceptado y el abuso sea vivido como delito. Se abren nuevas conversaciones para mujeres, para hombres y entre mujeres y hombres.