Tenía casi 2 años cuando subí con mis padres al barco de carga que nos trajo a la Argentina. Sobrevivientes del nazismo, veníamos de una Europa cubierta de sangre. La guerra fue dura para todos pero para los judíos como nosotros, fue trágica. Traíamos la memoria reciente de redadas, escondites, huidas, terrores, peligros y de los más desgarradores dilemas éticos. Mis padres, vivos después de aquella ordalía de espanto, escapaban de ese cementerio en busca de un nuevo lugar. El destino fue Argentina. Llegamos luego de caminos sinuosos porque las autoridades no nos admitían acá. Nos declaramos católicos y esa mentira abrió las puertas. Los 19 días del viaje fueron el comienzo de nuestro renacimiento. Era la única nena en aquel barco, mimada por todos, la mascota de unos marineros, duros, secos y solitarios. “Nunca te mareabas” decía mamá, “corrías ligera y segura como si fuera tu casa”. Debo haber sido feliz. Pero ¿cómo era para mis padres? ¿Cómo era Argentina para ellos con esas referencias imaginarias de pampas chatas y ciudades infestadas de prostíbulos? “¿Adónde estamos yendo?” se decían visualizando salvajes con plumas, crimen y perversión en las calles, algo así como un far west desangelado. Las peores fantasías se confirmaron al ver unos changadores en el puerto. Era una tierra incivilizada y brutal donde la gente echaba carne sobre el fuego que después comía sangrante, casi cruda. Con ojos extranjeros y tanto miedo a flor de piel no sabían entonces que adorarían comer asado. No sabían que podrían comer tanto pan blanco y bananas como se les antojara y que mamá aumentaría 25 kilos el primer año. No sabían que seríamos recibidos por la gente con cariño y generosidad. No sabían que tendrían una buena vida y que morirían, como debe ser, de viejos.
Con la mirada perdida en aquel horizonte lejano y desconocido, en la borda de aquel barco que nos traía a la libertad, la incertidumbre y el desconocimiento de lo que estaba por venir cargaba con nuevos temores a su mochila cansada.
Hoy, en esta pandemia, vuelve a mi aquel momento con la inminencia de las tan esperadas vacunas. No una sino siete corren en la recta final de esta carrera imprecedente. Pfizer-BioNTech, Moderna, Janssen, Oxford-AstraZeneca, Cansino, Sputnik V, Sinovac y otras 320 en desarrollo, 37 en fase clínica, y más de 150 en fase preclínica.
Llegaremos y superaremos el año de aislamiento antes de que sean distribuidas y estemos inmunizados. Un año que pareció eterno, constreñido y sin salida pero ya estamos en el barco hacia la libertad. Pero, como mis padres hace 73 años, también nos vemos ante la incógnita de cómo será, qué nos espera cuando lleguemos.
¿Cómo será la vida vacunados una vez libres del peligro? Habrá que seguirse cuidando, tapabocanariz, distancia social, lavarse las manos y no tocarse la cara o hacerlo con la mano izquierda (para los zurdos, la derecha). De paso habrá menos gripes también. No volveremos a besarnos y nos tocaremos menos. De las cosas que tanto cambiaron, ¿cuáles quedarán?
Este barco que nos lleva al 2021 se parece un poco a aquél en el que llegamos lastimados, tristes pero esperanzados a una tierra mítica y desconocida. Espero que los miedos sean tan infundados como entonces, que las vacunas nos lleven a buen puerto y que todo esté bien, como para mis padres. Este 2021 será el año en el que el Covid19 empezará a ser un triste recuerdo, una línea más en los libros de historia, algo que nuestros nietos les contarán a los suyos: “me acuerdo, yo lo viví, fue duro, pero sobreviví”.
Publicada en Clarín