Shoa

Velas jánuca 2020

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Mis padres decían que sobrevivir a la Shoá fue un milagro. No lo creían posible. Lo deseaban, vaya si lo deseaban, igual que todos los judíos sentenciados por el nazismo, pero todo decía que no lo lograrían. ¿Por qué irían a sobrevivir ellos? ¿Qué tenían de particular para ser beneficiados por la suerte? Nada. Ni eran más fuertes. Ni más ricos. Ni más inteligentes. Nada. Hicieron lo mejor que pudieron, igual que todos y sin que supieran bien por qué, un día todo terminó, los nazis fueron vencidos y pudieron salir a la luz.  Fue un milagro por lo inesperado, anhelado e imposible, como aquel aceite suficiente para un día que ardió durante ocho. 

Así son los milagros. Extraordinarios. Impredecibles. Sorpresivos.

¿De qué están hechos los milagros? ¿Qué hay que hacer para que sucedan? ¿Cómo convocarlos en esos momentos en que nos hacen tanta falta? Pregunté y pregunté pero nadie supo responder, nadie pudo nunca convocar un milagro a voluntad. Aprendí entonces que los milagros, como la suerte, no se dejan asir, no los podemos anticipar, les gusta sorprendernos. No los podemos dominar ni domesticar. Sin embargo cada tanto nos sucede un milagro que nos maravilla y que, mirado de cerca, es un gran maestro. Los milagros nos recuerdan que no lo podemos todo, que toda nuestra lógica, nuestra voluntad y racionalidad, nuestra ciencia y tecnología, no son suficientes para conseguir lo que sea que queramos. O sea que los milagros tienen decisión y vida propia y se ríen de nuestra infantil arrogancia que nos alimenta la ilusa esperanza de poder dominarlos algún día. 

Los milagros son una luz de esperanza, la promesa de que la palabra imposible se puede torcer. Pero al mismo tiempo derriba de un hondazo nuestra omnipotencia y desnudos de superpoderes y disfraces, nos devuelve a esa dimensión que tan poco nos gusta donde no podemos más que asumir nuestra pequeñez con la cándida humildad de ser solo eso que somos, pequeños seres humanos, minúsculas partículas de polvo estelar de un universo maravilloso y misterioso cuyas leyes desconocemos. 

Entrevista a Rudi Haymann.

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Rudi nació en 1921 en Berlín, en el seno de una familia judía En 1938 logró escapar de la Alemania nazi y llegó hasta la Palestina británica, donde fue pionero en un kibutz, secando pantanos. En 1942, ante el avance del ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial, Rudi se alistó en el ejército Británico y luchó en África, Italia y Grecia como miembro del Servicio de Inteligencia Británico. Al terminar la guerra, en 1948, Rudi se asentó en Chile y se dedicó al diseño de interiores, un pionero de esta profesión.

Agradecemos especialmente al @museojudiochile por la colaboración, y a Gastón Donzis y Andrés por su ayuda.

Construcción de subjetividades y testimonios

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