Shoa

Generaciones de la Shoá cumplió diez años.

Palabras pronunciadas en el acto del 18 de noviembre de 2014 en la Legislatura de Buenos Aires: Equipo completo de Cuadernos de la Shoá: Fernando Ender, Melisa Berlin, José Blumenfeld, Natalia Rus, Feigue Machabansky,  Susana Luterstein, Aida Ender, Diana Wang, Angela Waksman, Rosa Rotenberg, Viviana Rosenthal, Ruthy Fleischer, Jonathan Karszenbaum y Karen Rofchuc.

Hoy cumplimos diez años pero existíamos antes, 7 años antes, nos reuníamos de manera informal, espontánea en nuestras casas, éramos los “niños de la Shoá”. Hace diez años nos organizamos formalmente y nos pusimos Generaciones de la Shoá porque además de sobrevivientes había hijos de sobrevivientes. Fue en 2004 cuando gestamos De Cara al Futuro. Nos reuníamos en la Fundación Memoria del Holocausto, después nos mudamos a la Wizo en la calle Larrea gracias a una invitación de Amalia Pollack y finalmente José Moskovits, presidente honorario de Sherit Hapleitá, nos invitó a seguir su legado en la sede de Paso. Y allí estamos, honrando lo mejor que podemos el compromiso asumido.

Somos sobrevivientes, hijos, nietos, parientes y amigos de quienes han sufrido el Holocausto. Todos tenemos familiares perdidos en Europa, nuestra relación con la Shoá es personal. También nos acompañan docentes especializados en la temática y los jóvenes que se han ido integrando.

Las mujeres somos, como verán, mayoría, pero somos educadas y de tan amplio criterio que recibimos gentilmente a algunos hombres. Vieran cómo se sorprenden de que podamos estar hablando de cuatro cosas al mismo tiempo, no solo sobre lo que hay que hacer sino también sobre el estado de salud de cada uno, qué hija está embarazada o qué nieto tuvo un éxito en la escuela o mucha fiebre la noche anterior.

Esto hace que seamos una institución diferente y un tanto rara. Los mismos que integramos la CD participamos en las distintas áreas institucionales, discutimos, pensamos y firmamos cheques y cuando hace falta, tomamos una escoba y barremos el piso. Generamos materiales educativos y bajamos a abrir la puerta, inventamos proyectos innovadores y estamos atentos a que no falte el café ni el té ni el mate ni el edulcorante ni las galletitas. Son reuniones fértiles, donde siempre pasan cosas en un clima amable en el que da gusto estar. Y también hacemos celebraciones, festejamos los cumpleaños, nos acompañamos en las tristezas y nos alegramos con las alegrías… constituimos una impensada familia, tal vez una compensación de la que a algunos nos faltó en nuestras infancias.

Uno termina de conocerse cuando se compara con la forma en que es visto por el afuera. El reflejo que recibimos es de valoración de este clima desacartonado, de este acercamiento sin tabúes ni falsos prejuicios a lo más doloroso que hemos vivido. Aprendimos de nuestros padres y sobrevivientes, a transformar la tragedia en motivo de vida. Lo que hacemos en la institución es lo mismo que hacemos con nuestras propias historias: sostenemos una filosofía que privilegia la vida y le da sentido, orientamos nuestro esfuerzo a contar y transmitir, a veces hasta con alegría, lo que hemos aprendido. Muchos de los amigos que hemos hecho en estos diez años están acá hoy con nosotros y veo sus caras diciendo que sí, sus sonrisas relajadas y siento en mi piel sus abrazos.

Honrando esta mayoría femenina, nuestra mesa de trabajo es una gran cocina alrededor de la cual, a veces con ingredientes mínimos, inventamos -modestia aparte- exquisitos manjares. Los Cuadernos de la Shoá, que todos conocen y que ya son quintillizos, surgieron alrededor de esa mesa.

También el Proyecto Aprendiz, primero la simple idea de que el día de mañana haya alguien que cuente cada una de las historias de los sobrevivientes a lo que cada año, cada grupo, cada experiencia agregó un detalle, algo diferente que mejora el resultado. Lo que parecía que iba a ser un budincito se convirtió en una torta elaborada de varios pisos con distintos rellenos y sabores. Ya son 90 las parejas constituidas.

Entre los ingredientes de nuestra mesa, también está la tecnología, no solo no le tenemos miedo sino que la usamos como si hubiéramos nacido con ella: facebook, twitter, whatsapp, email, power points, mp4, nada de esto nos es ajeno. Nuestra lista de correo electrónico todosgeneraciones llega a cientos de suscriptores, hacemos fotos, grabamos audios y videos con nuestros celulares, internet es una de nuestras herramientas más ricas.

Los lugares comunes, las mentiras y la utilización de la Shoá para fines ajenos a ella, nos producen agudas reacciones alérgicas. Frases como “nunca más”, “recordar para no repetir”, “para las siguientes generaciones”, y tantas otras que escuchamos a diario, nos llevan una y otra vez a explicaciones y desmitificaciones. Rectificamos permanentemente informaciones falsas que distribuyen las redes sociales y las cadenas de mails. Luchamos contra la banalización cuando se menciona al nazismo, a Hitler o a Goebbels, como un sustantivo común, como un insulto. Levantamos nuestra voz contra el abaratamiento y el uso político y falaz de estos hechos y personas. Protestamos ante la espuria comparación entre la Shoá y la política del Estado de Israel señalando que el hoy llamado antisionismo es el mismo antisemitismo travestido. Salimos al cruce de estas declaraciones que toman los hechos a la ligera y superficialmente, de un modo que los tergiversa e impide revelar y comprender su contenido y alcance.

Aportamos lo que somos y lo que sabemos, los materiales que producimos y los testimonios a escuelas y universidades. Dialogamos con distintos grupos, aprendemos y enseñamos, integramos el capítulo argentino de la Alianza Internacional para la memoria del Holocausto, acompañamos con capacitaciones, testimonios y con nuestros sobrevivientes al programa Marcha por la Vida recientemente declarado de interés educativo por el gobierno de BsAs.

Como nos enseñan nuestras tradiciones, en toda fiesta hay que recordar también los momentos tristes. Hemos visto en el video inicial, las caras y los nombres de quienes nos acompañaron y ya no están con nosotros. Pero en estos diez han nacido nietos y bisnietos y cada embarazo, cada nacimiento es una celebración mística. No somos muchos pero sí muy prolíficos, en estos diez años nacieron 30 pimpollos, todo un ramillete de promesas de continuidad.

Durante la Batalla de Inglaterra, Sir Winston Churchill se refirió a quienes lucharon diciendo que “nunca tan pocos habían hecho tanto por tantos”. Generaciones de la Shoá, como aquel escuadrón de la RAF, está integrado por apenas un puñado de personas, las que ven acá. Sus voces son pequeñas, pero crecen y se amplifican, se vuelven fuertes y potentes en su persistencia por mantener viva la memoria de la Shoá.

Y, como decía Luis Sandrini -esto es solo para mayores de 60-, “mientras el cuerpo aguante” seguiremos insistiendo, desafiandonos con nuevas ideas y formas de llegar, transmitir y enseñar en la ilusión de que estamos haciendo una diferencia, de que no es solo porque hacer lo que hacemos nos es esencial para seguir viviendo sino porque tal vez, alguna vez, algo cambie y nuestros nietos y los nietos de nuestros nietos vivirán en un mundo mejor.

publicado en vis a vis   

Cuadernos de la Shoá

Colección publicada por Generaciones de la Shoá en Argentina. Se entrega de manera gratuita. Solicitarlo a dirección@generaciones-shoa.org.ar

Tapas de cada ejemplar y enlaces para verlos en pdf y en youblisher.

Nº 1: Justos y Salvadores (2010)

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Nº 2: Las dos guerras del nazismo (2011) 

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Nº 3: Resistir y Sobrevivir (2012)

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Nº 4: Caras de lo Humano (2013)

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Me queda la palabra.

Comentario sobre la película de Bernardo Kononovich. Tener que comentar este documental me ha hecho mirarlo de otra manera e ir atendiendo a cuestiones que, como simple espectadora, tal vez no me habrían estimulado a pensar, a entender, a ver las entrelíneas y a adivinar intenciones, objetivos o propuestas. Ya había visto el film en ocasión de su estreno, hace diez años, pero esta nueva mirada me trajo otras reflexiones. Tal vez debidas al paso mismo del tiempo, tal vez a mi propio camino en mi contacto habitual con sobrevivientes, tal vez al gran cambio sucedido en el abordaje de la Shoá desde 2004 hasta hoy.

El título.

El título mismo del film es un resumen que, lejos de ser explícito y unívoco, es polisémico y atractivo. Tiene dos términos que me llaman a la reflexión y me abren preguntas: el “me” que refiere a la primera persona y “la palabra” que puede ser la voz, plural o individual, o simplemente el discurso de alguien, una palabra de alguien que le ha quedado a alguien.

De quién es la palabra. Según el título: ¿de quién es la palabra que le ha quedado a alguien? ¿Es del director? ¿es del sobreviviente? ¿es el relato de la escena de horror e inhumanidad? ¿en su enunciado universal es una forma de sugerir que cualquiera de nosotros podría estar en ese lugar? y, si fuera así, ¿cuál sería ese lugar en el que cualquiera de nosotros podría estar? ¿el del testimoniante, del que toma el testimonio o el del receptor? Y la palabra, ¿es una palabra o es la voz? Y si fuera la voz, ¿la voz de quién? ¿La del testimoniante? ¿la del tomador del testimonio? ¿la del realizador del film? ¿la de aquellos a los que está destinada, los espectadores? ¿al futuro?

A quién es dicha la palabra. No se trata de una confidencia a un familiar o amigo, tampoco es una crónica histórica ni social ni política ni antropológica dicha en un contexto académico. No es una declaración en un juicio en cuyo caso estaría dirigida a un jurado. Esta palabra, la palabra del testimonio de hechos de lesa humanidad, está emitida en este caso ante alguien interesado en escuchar la dimensión humana y personal de quien habla. También es alguien, Kononovich, que lo registra en un film, es decir, que lo hace para que llegue, a su vez, a otra gente. El director no es invisible, se involucra concretamente en los momentos del testimonio y se lo ve ante la pantalla en el momento de la reflexión y edición. Esta exposición habla de la complejidad del hecho en el que está envuelto y de los distintos niveles involucrados.

 

La danza de la palabra.

Es un triángulo coreográfico en el que esta palabra baila entre uno que dice, otro que oye y registra y otro que oirá más tarde, uno que pregunta, otro que reacciona y más tarde revisa, elige, edita y hace el documental, uno que se conmueve y llora, otro que se conmueve y respeta el llanto pero al mismo tiempo va computando lo que recibe para ver cómo transformarlo en una película que diga eso que quiere decir. La palabra sube y baja, grita y murmura, y en ese juego tiene ecos y resonancias que nos llegan a nosotros, ese tercero anónimo durante la conversación pero para quien estaba dirigido el encuentro, somos el sentido de esa conversación, es para nosotros, para cada uno de nosotros, un nosotros diferente cada vez que se proyecta. Y cuando nos llega, la palabra nos toca y nos invita a bailar también. Eso es lo que me resulta más rico del documental y lo que me deja con tantos interrogantes, a cual más interesante.

La pregunta del director acerca del hecho de testimoniar puede ser leída tanto desde el punto de vista del testimonio propiamente dicho como desde el punto de vista del hecho de la toma del testimonio y también desde el punto de vista del efecto del testimonio en quien lo toma y en quien después lo recibe. Palabra del sobreviviente. Palabra del entrevistador- transmisor. Palabra del receptor. Palabra triangulada que es dada y recibida de diferentes maneras en los sucesivos momentos relativos al film.

 

El testimoniante y el hablar o el callar.

En los testimonios mismos se plantea el tema del silencio en varios momentos, la necesidad de tomar distancia (Leonie Gabriel), el no querer dar lástima (Ela Bernath), las cosas que no se cuentan a nadie (Judith Rieger) y la reflexión de Abraham Huberman acerca de la revivencia del hecho de que quien testimonia. Pero también la necesidad de llevar la palabra para afuera (Mario Villani), el alivio al aligerarse de los fantasmas. Callar o hablar se presenta en este film como un tema a resolver. Hoy, diez años después, los testimonios se derraman sin dique alguno. Los oídos parecen haberse abierto y las pieles se muestran más porosas a la escucha de estos viejos que dan cuenta de aquellos horrores que han pasado. Pero en las primeras décadas el silencio fue casi una constante y se debió a múltiples razones, no solo a que no había aún oídos, sino también a otros aspectos en los que no me detendré ahora. Pero, entre ellos, quiero mencionar uno, los contenidos que suelen impedir el relato no son los relativos al horror, al dolor o al sufrimiento; lo que no se puede contar es lo relativo a la vergüenza, a la humillación y a la culpa, territorios del cuerpo, donde viven las emociones pero donde se revela de manera sórdida la apropiación del otro. En contextos de sometimiento y crueldad, se produce una insólita modificación del self y las personas se descubren en conductas, sentimientos y pensamientos que desconocían, un nuevo self los habita para que les sea posible vivir en la nueva realidad. Al salir de ella -lo que llamo el “bache”, ese accidente sorpresivo en el que se cae, pozo negro y oscuro, pura caída, sin fondo ni temporalidad, ni final anunciado- y recuperar la vida “normal”, al volver a caminar por los lugares de antes dejando el “bache” atrás, se recupera el viejo self, el de antes, y queda una especie de extrañamiento acerca de quien se fue cuando se estaba dentro del “bache”, un otro self con otras leyes y capacidades, un self que ahora se ve como ajeno, que no se adapta a la vida “normal”. De ese extrañamiento no se puede hablar, de cuando el hambre tergiversaba las percepciones de lo que estaba bien o estaba mal, cuando la exhibición de la desnudez o el ejercicio de alguna sexualidad era parte de la supervivencia, cuando aceptar la humillación era mejor que ser asesinado. De todo eso no se puede hablar porque se trata de una especie de alien que habitó ese cuerpo durante su derrumbe en caída libreo dentro del “bache”, un alien con quien es difícil convivir en el mundo recuperado.

 

Leonie plantea un tema ríspido, digno de reflexión: la pregunta de si siempre es bueno hablar. Después que lo hizo la primera vez tuvo un infarto, situación que no es común en los sobrevivientes que, en general, se alivian al poner en palabras lo que siempre guardaron en rincones oscuros y malolientes. Pero para algunos no solo no es un alivio sino que abre una especie de caja de Pandora que libera arañas pollito tóxicas y las consecuencias se ven en síntomas físicos, a veces graves. Tampoco me puedo extender acá sobre este tema pero menciono que considero que hay dos silencios diferentes como consecuencia de hechos traumáticos diferentes (el texto completo se puede ver acá). Que cuando el ataque es entre dos personas, cuando intervienen los sentimientos (odio, resentimiento, venganza, codicia, deseo sexual, de posesión, ejercicio del poder, etc) es un hecho entre dos, del orden de los mamíferos, y es beneficioso ponerle palabras lo más rápidamente posible y así volverlo operable. Cuando el ataque es de un colectivo sobre otro, cuando el individuo que ataca no lo hace por algún sentimiento personal sino por ser miembro de un estamento que se lo ordena y cuando quien lo recibe no lo recibe de manera personal sino en tanto miembro del otro colectivo a ser atacado, la cosa es de otro nivel, de un orden solo humano, el ataque es racional -ideología o política- subvierte valores fundantes de la convivencia civilizada. En este caso, el observable en distintos hechos genocidas es que hay un silencio de décadas en las cuales se recompone la confianza en la estructura social y, cuando ello ha sucedido, recién entonces se puede hablar en condiciones saludables. Para estos sobrevivientes haber callado es lo que permitió su salud física y mental y la reconstitución de sus mundos quebrantados. Los que hablaron asincrónicamente enloquecieron a sus familias según testimonian sus hijos.

 

Es potente la analogía que hace Judith, cuando dice que ha guardado sus memoria en un placard con distintos cajones y que en su testimonio “se abrieron todos juntos”. Cajón habla de muertos, de lugares en donde se entierra lo que se quiere guardar y hablar, para ella, este testimonio corresponde a un literal y metafórico desentierro.

 

Por último, respecto del testimonio mismo, menciono que su valor como documento histórico es relativo. El testimonio no es una foto fija, es móvil y refleja tanto el hecho sucedido como las circunstancias en la que es relatado. Cambia, crece, hay partes que se olvidan o dejan de lado, otras que se privilegian e iluminan, se agregan elementos que aparecen de pronto y que no habían estado antes, nunca es igual, aún en aquellos relatos que parecen estructurados y rígidos. Sin embargo, cuando varios testimonios de personas que no se conocen entre sí coinciden en algunos elementos relatados, eso se transforma en un documento con validez histórica, algo del orden de la verdad. Por eso este film como los otros realizados por Kononovich son de un gran valor documental.

 

Las películas de Kononovich

Bernardo Kononovich tiene un estilo particular de entrevistar y filmar. Lo sé porque he participado en dos de sus films. Es un hurgador del testimonio y de la persona del testimoniante. Te quiere sorprender, escudriña tu reacción, la espera, la provoca, quiere mostrar ese fragmento de verdad que escondés detrás de tu versión estructurada de tu historia, esa versión que construiste y te permite seguir viviendo. Con el cuidado de su larga experiencia como psicoanalista y mano suave, se acerca, te pide permiso y te pone un poquito en ese lugar incómodo que permite que produzcas algo nuevo, algo que te sorprende a vos mismo porque no lo habías pensado antes así. Investiga tanto en quien da el testimonio como en sí mismo, en como preguntarlo y producir ese momento que quedará registrado y que llegará al tercero de esa danza, al espectador, de modo que lo involucre, lo comprometa, le haga pensar y sentir que eso que pasa ahí es humano, que podría pasarle a cualquiera. En cada film, en cada testimonio, Kononovich apela a lo universal y cuanto más se acerca su cámara a la lágrima que se desliza por una mejilla ajada, cuanto más sigue la crispación de unos dedos que son todo un discurso cuando la palabra se ha silenciado, ahí estamos todos en nuestras vulnerabilidades y penas, en nuestras fortalezas y descubrimientos.

 

La eternidad.

Un último comentario acerca que representa la fijación en un film.

“Me queda la palabra” fue filmada hace 10 años. Leonie y Abraham hoy ya no están. Impresiona la fuerza de la imagen y la voz, la manera en que nos eterniza. El cine cumple finalmente la promesa de la eternidad, no hace falta ya imaginar que seguiremos vivos en infiernos ni paraísos o reencarnaciones como premio o castigo, allí estaremos todos los que alguna vez hemos sido capturados por una cámara, vivos para siempre de manera inédita en la historia de la humanidad. Antes quedábamos tan solo en la memoria de los nuestros, memoria que se desleía con el paso del tiempo hasta quedar en fragmentos de anécdotas o frases sueltas. Ahora en un vuelco un tanto siniestro, hasta esa memoria está siendo subvertida y reconfigurada. Veo a Abraham y a Leonie como los recuerdo vivos, hasta casi puedo evocar sus energías y sus olores y me extraña mirar a mi alrededor y no verlos y saber que ya no están. Pero están allí y, curiosa y misteriosamente, estarán siempre, aún cuando nos hayamos muerto los que los hemos conocido. Es raro. En el film estás detenido en un momento de tu vida, en una edad que contraría el paso del tiempo y la experiencia humana. En el film Me queda la palabra, quedan muchas otras cosas. Además de todas las preguntas que he planteado, quedan estas personas vivas para siempre contando ad eternum su mismo relato que será resignificado una y otra vez por los nuevos públicos que encontrarán en sus palabras otras coreografías y, esperemos, mejores horizontes.

 

Diana Wang en la Sociedad Hebraica Argentina, 16 de julio 2014

 

Circular 11 - el documento

Texto completo de la Circular 11 e imagen de la misma.

Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto

Buenos Aires, Julio 12 de 1938

CIRCULAR Nº 11

Reservada - Estrictamente Confidencial

Señor Embajador:

Este Gobierno prepara actualmente una nueva reglamentación de la Ley 817, a fin de ajustar la inmigración en los límites que imponen las necesidades económicas y sociales del país. Junto con estos propósitos, será necesario considerar también los compromisos que ha contraído la Nación en los convenios bilaterales últimamente celebrados para la admisión de agricultores extranjeros, y los que puedan derivar de nuestra participación en las Conferencias y organizaciones internacionales que estudian en estos momentos una solución general al respecto. Se señala así la necesidad de mantener por lo pronto un control riguroso, extremando todos los medios de selección, a fin de impedir que las corrientes inmigratorias se dirijan desordenadamente sobre nuestro país, y se anticipen al plan definitivo que el Gobierno crea del caso establecer contemplando los diversos aspectos del problema.

En consecuencia, se servirá V.E. comunicar al Cuerpo Consular de su jurisdicción que, en adelante, la visación de pasaportes en general, para el traslado de extranjeros a la República de cualquier categoría que sean, queda reservada a los Cónsules rentados, de carrera, salvo autorización expresa de esta Cancillería en favor de determinados Vicecónsules o Cónsules Honorarios.

Asimismo, y en carácter estrictamente reservado, se servirá V.E. poner en conocimiento solamente de los Cónsules rentados de esa jurisdicción las siguientes instrucciones:

"Sin perjuicio de las demás disposiciones establecidas para la selección de los viajeros destinados al pais, y salvo orden especial de esta Cancillería, los Cónsules deberán negar la visación - aún a titulo de turista o pasajero en tránsito - a toda persona que fundadamente se considere que abandona o ha abandonado su país de origen como indeseable o expulsado, cualquiera que sea el motivo de su expulsión. Este Ministerio espera que el celo y buen criterío del Señor Cónsul suplirán a este efecto la información formal que no sea posible obtener en cada caso, lo que permitirá establecer la capacidad del funcionario para el cargo que ocupa. Todo caso de duda deberá ser consultado a la Cancillería, así como el de toda persona cuya incorporación al pais considere el Señor Cónsul inconveniente. Estas instrucciones son estrictamente reservadas y por ningún motivo deberán ser invocadas ante el público o ante las autoridades del país donde ejerce sus funciones. Quedan derogadas todas las instrucciones anteriores en cuanto se opongan a la presente. Los Señores Cónsules se servirán acusar recibo de la presente Circular, directamente al Ministerio de Relaciones Exteriores".

Al recomendar a V.E. quiera servirse dar cuenta a este Ministerio del recibo de esta Circular, me complazco en saludarlo con mi consideración más distinguida.

 José María Cantilo

A S.E. el Enviado Extraordinario y Plenipotenciario de la República en Estocolmo, Embajador Doctor Ricardo Olivera.

 

CIRCULAR 11 - 1938 - 1CIRCULAR 11 - 1938 - 2

Desagravio en Vicente López - Lea Novera, una mujer en Auschwitz

La Municipalidad de Vicente López organizó una serie de actividades dedicadas a mujeres. En cada encuentro se encararía un par de mujeres notables por alguna característica. Uno de ellos se refería a la mujer en el poder y las figuras elegidas fueron Eva Perón y Eva Braun. vte lopez eva braun El Centro Simon Wiesenthal envió inmediatamente un firme repudio al que se plegó Generaciones de la Shoá. Sergio Widder, representante del Centro en América Latina, recibió un llamado del intendente, Jorge Macri, pidiendo disculpas e informándole que ya mismo suspendía la actividad. Widder le propuso hacer otra con una mujer que expusiera los efectos que el marido de Eva Braun había determinado en su vida. Elegimos a Lea Novera para hacerlo. Captura de pantalla 2014-03-27 a la(s) 15.46.35

Reconocimiento del error, disculpas y reparación.

A instancias del Centro Simon Wiesenthal, junto con Generaciones de la Shoá, la intendencia de Vicente López suspendió una serie de actividades que había propuesto por el mes de la mujer. Una de ellas era el paralelo entre Eva Perón y Eva Braun como mujeres del poder. La protesta fue inmediata y la reacción del intendente también. Reconoció su error, pidió disculpas públicas y actuó en consecuencia. Uno de los efectos fue el ofrecimiento de hacer un acto de desagravio con la voz de un sobreviviente de la Shoá._DSC5785-001

Se realizó en la noche del lunes 31 de marzo en el CineTeatro York, ícono histórico de Vicente López. Acompañaron a Lea Novera, el intendente Jorge Macri, el Director del Centro Simón Wiesenthal, Sergio Widder y la Presidenta de Generaciones de la Shoá, Diana Wang._DSC5751-001_DSC5724-001

El numeroso público estuvo constituido por vecinos de la zona, miembros del gabinete de la intendencia, periodistas, sobrevivientes y sus familiares quienes escucharon conmovidos el discurso de la sobreviviente.

_DSC5771-001Las palabras de Lea Novera pusieron el contenido y el tono necesario para exponer qué y a quién representa Eva Braun, figura insignificante y totalmente alejada del poder, que simboliza los peores horrores sufridos por la Humanidad en el siglo XX. Fue una comprometida puesta en contexto que conmovió hondamente al auditorio que aplaudió de pie sostenidamente. Ante la constante banalización de la Shoá, el uso y abuso de sus conceptos sin tener cabal de idea de a qué se refieren y qué comportan, debemos reaccionar de viva voz toda vez que suceda. La respuesta debe ser inmediata, pedagógica y aleccionadora.

Bernardo Kononovich sobre "Salvar al niño"

en la pag web del director Salvar al niño Entrevista hecha por Osvaldo Quiroga en su programa Otra Trama, en marzo 2014.

Crítica, Nueva Sion.

Publicado por Aurora, en Israel:

Un film de Bernardo Kononovich en Yom Hashoá. La TV israelí proyectó el documental argentino “Salvar al Niño”. Por Efraim Zadoff

En el reciente Yom Hashoá, se proyectó en el Canal 10 de la TV israelí, “Salvar al Niño”, un film deBernardo Kononovich.

Bernardo Kononovich nació en Buenos Aires. Psicoanalista y docente universitario, egresado de “Cinema”, escuela de cine y video de Buenos Aires, realizó desde 1991 hasta la fecha, cinco mediometrajes y dos largometrajes documentales: “Crónicas de Ciegos” 1991, “Atención (Achtung)!” 1992, “Lunes 9:53” 2000, “Aquellos Niños” 2002, “Me Queda la Palabra” 2004, “Kadish” 2009 y “Salvar al Niño” 2013. Dos de estas películas fueron emitidas por la TV abierta de Israel y en varios canales de cable como así también fueron elegidas para la programación del "Jerusalem Jewish" film Festival en varias de sus emisiones. Kononovich, desarrolla el género testimonial, explora la capacidad expresiva y narrativa de los protagonistas de sus películas: los testigos. Pone particular cuidado en facilitar la palabra con toda su carga subjetiva. El interés temático de su obra gira en torno a los derechos humanos: a la discapacidad y su superación, a la lucha ciudadana por la justicia en el caso AMIA, al genocidio perpetrado por los nazis, el Holocausto y a las consecuencias de la represión militar en la Argentina.*

¿Es posible identificar un hilo conductor que recorra tus documentales? Este film, “Salvar al Niño”, así como todos los demás, están vinculados a la defensa de los Derechos Humanos, al rescate de la palabra, del testimonio y al sostén de la memoria por sobre la crueldad y la destrucción de la dignidad humana. Estos serían los temas que se trabajan en mis documentales. Este film pivotea sobre el testimonio de tres mujeres radicadas en la Argentina, sobrevivientes del nazismo, cuyo pasado está atravesado por historias en las cuales hay un niño para ser buscado, para ser salvado, para ser rescatado.

La búsqueda de niños desaparecidos, perdidos, apropiados es un tema de actualidad en el mundo y en particular en América Latina. ¿Esta realidad jugó un papel inspirador en este documental?  Sí, en gran medida lo fue. Los niños son las víctimas privilegiadas de las máquinas genocidas y si no son eliminados, quedan expuestos a la apropiación, a la pérdida de su identidad y al despojo de sus raíces. Esta experiencia de horror fue habitual durante el nazismo y también en la Argentina en los años de terror de la última dictadura militar.

¿No plantea para el realizador un verdadero desafío transmitir vivencias tan extremas como las que padecieron las víctimas de un genocidio? Sí, absolutamente. A menudo suelo preguntarme: ¿Cómo

comunicar el horror sin provocar rechazo y repulsión? Las protagonistas de “Salvar al Niño”: Judit Horvat, Jacqueline Albzajt yDiana Wang hablan desde el corazón para establecer un puente, un espacio de identificación con el espectador. No hay en su decir ni exabruptos ni desmesuras. Por otra parte me interesa investigar acerca de la relación que establece el testigo con su propio relato, relato que construyó y que lo brinda cada vez que se le solicita. Me pregunto si la repetición del relato no establece un formato fijo que preserva al testigo de las emociones intensas cada vez que evoca esos recuerdos ominosos. También pienso si es legítimo alentar al entrevistado a que se abra a los requerimientos expresivos que le propone el entrevistador. Intento en esta película que el testimonio brindado sorprenda también al propio testimoniante, que le abra preguntas, que le devuelva algo más que un espejo conocido, que le permita explorar los alcances de su propia capacidad narrativa ampliando su repertorio expresivo.

En base a tu experiencia, ¿por qué habla el sobreviviente, qué lo lleva a relatar lo vivido una y otra vez? Hasta los primeros años de la década de los '90, eran muy pocas las producciones cinematográficas dedicadas a documentar el Holocausto. Durante largos años la mayoría de los sobrevivientes se llamaron a silencio. De hecho muy poca gente, incluso entre los más allegados, tenía alguna disposición a escucharlos. Se llegaba al extremo de considerar a los sobrevivientes como personas sospechadas, fabuladoras, desequilibradas o que trataban de obtener algún beneficio personal. Mis primeros videos sobre el tema datan de aquella época y a la distancia, los veo como un intento de abrir la circulación de la palabra, fomentar el relato de aquellas vivencias luctuosas, darles curso, sacarlas del secreto yla vergüenza. Al mismo tiempo traté de abrir un espacio de investigación para explorar de qué manera aquellos hechos traumáticos inciden sobre las otras generaciones, sobre sus hijos y sus nietos. Cuando, aproximadamente cincuenta años después, los sobrevivientes comenzaron a hablar, sentí la necesidad de recoger sus imágenes y sus palabras. En relación a los niños, más de un millón de niños judíos fueron exterminados, varios miles fueron salvados. Una de mis películas registra sus historias porque pienso que merecen ser conocidas y difundidas. En “Salvar al Niño” se investiga el lugar del testimonio como valor en sí. Me quedan muchas preguntas y esto constituye mi mayor estímulo para seguir trabajando e investigando. El que quiera ver el documental puede aún hacerlo en la siguiente dirección: http://docu.nana10.co.il/Article/ ?ArticleID=1053404&sid=186

* Ver filmografía completa en: http://bernardokononovich.com

The Holocaust and Jewish Identity. A Dilemma.

During the first 50 years of my life, I never thought that being Jewish differentiated me from others.

In order to be admitted as immigrants to Argentina in 1947, my family ominously arrived under the pretense of being Catholic. During those first years, we avoided speaking about Judaism or being Jewish in our daily interactions, both within and outside of our family. We did not belong to any Jewish organizations. We did not deny our identity, but we did not broadcast it either.

Forgive me,I heard my mother's trembling voice over the telephone that Monday morning.  Now decades later, it was the 18th of July, 1994.  “It’s happening again, forgive me for bringing you to this country–I did not know.” After catching her breath, she explained herself, referring to that day’s deadly terrorist attack on the building of the Argentine Israelite Mutual Association in Buenos Aires: “AMIA was bombed! They want to kill us! Again!

Us?Us? What did she mean by us? They wanted to kill me? Here, in Argentina? And what was her againfor? My mothers usand againwere the catalysts that thrust me suddenly, at age 50, into the roles of being both an heir to the legacy of the Holocaust and a Jew. Puzzled and surprised, I had to understand. In my quest for answers, I met children of survivors and we began to disclose to each other information about who we were. After so many years, I felt as though I had finally begun my journey home.

Our identity is not a static, monolithic conditionbestowed at birth, once and for all. It is an ongoing construct, forged from our gender, ethnicity, nationality, profession or vocation, ideology, age, hobbies, skills, and the myriad other aspects of our ever evolving lives. The Jewish identity I have cultivated for myself ever since that fateful Monday morning—is intertwined with the knowledge that I am a daughter of Holocaust survivors. This merger of my previously concealed identities brought to light some lost pieces of the puzzle of who I was – or who I thought I was – based on what had been meaningful to me earlier in life. But, to my surprise, this “new” Jewish identity had, in reality, always been there. Lying dormant, waiting patiently for me, it fit as snugly a second skin. Bewildered, I had discovered just how Jewish we were, despite the fact that we had never spoken of it growing up.

I live in Buenos Aires in a secular Jewish microcosm of people who do not base their identity upon religion. For most religious Jewsas for the Israelisthere is no need to contemplate their Jewish identity. But for the secular diaspora, the question of identity thirsts for answers. As the old joke goes, if you have two Jews, youll have three synagogues, and so arriving at a consensus regarding identity will always be an uphill battle. Now that the world is more welcoming to Jews than ever before, the temptations of assimilation, intermarriage, and secularism have put the feeling of a common Jewish identity at stake. If not religion, what binds us together to give us a sense of community within this heterogeneous, individualistic, and highly opinionated collective?

For many, the Holocaust seems to fill that void. The Nazis defined very specifically what it was to be a Jewproud or self-hating, converted or not, in acceptance or denial. For them a Jew was a Jew. There was no debate. And as every Jew was targeted for extermination, Judaism equaled victimhood. Jewish identity was unambiguously imposed not only by the Nuremberg Laws, but also by the common prospect of death.

With religion no longer a common denominator among secular Diaspora Jews, identifying ourselves as heirs to the Holocaust is a tempting alternative. It was our worst suffering ever, andin an absurd waythis low-hanging fruit is now subconsciously ready to be used to homogenize us into a common identity. But while being a victim then was not a choice, it is today.

After decades of silence, hundredsif not thousandsof papers, dissertations, books, museums, exhibitions, films, and survivorstestimonies have sprung to life and thrust the Holocaust onto the world stage. Society has finally opened its ears, shut for so many years. For us, the Holocaust family, justice has been accomplished and our painful past can now be re-contextualized in a meaningful way. 

Anti-Semitism still exists today and overlaps with anti-Zionism. Highlighting anti-Jewish attacks is important to keep us alert, our eyes open. But I sometimes find people deriving an almost perverse pleasure from hearing that there has “again” been an anti-Jewish attackthe Holocaust has become the lens, the central pillar of identity that beckons to be mentioned at every possible occasion.

This Holocaust identitydirectly links being Jewish with being a victim; so by definition there is an imperative need to be attacked regularly in order for this identity to be justified and validated. This attitude is, in my opinion, counterproductive. How can we free ourselves from the shackles of victimhood if we insist on using that very victimhood as the primary means by which we define ourselves?

I am Jewish, and I refuse to let myself be defined as a victim. As the daughter of survivors, I believe that we must place ourselves in the positive context of Jewish values and that we must continue teaching not only about not succumbing to being a perpetrator of evil, but also how to affirmatively choose not to become a victim. As historian Yehuda Bauer said in his January 27, 1998, address to the German Bundestag, we should add three new commandments to the original ten: not to be a perpetrator, not to be a bystander, and not to be a victim -- again.

Diana Wang

Published in "God, Faith and Identity in the Ashes. Reflections of Children and Grandchildren of Holocaust Survivors" (2014)  Menachem Rosensaft (editor). Jewish Lights Publishing.

El Holocausto y la identidad judía. Un dilema.

Traducción del original en inglés en: “The Holocaust and Jewish Identity. A dilemma”.
  • Publicado en "God, Faith and Identity in the Ashes. Reflections of Children and Grandchildren of Holocaust Survivors" (2014)  Menachem Rosensaft (editor). Jewish Lights Publishing.  
  • Publicado en Davar Nº 129, Revista Literaria de la Sociedad Hebraica Argentina. Junio 2015

Durante los primeros cincuenta años de mi vida nunca pensé que el ser judía era un tema que debía considerar particularmente. En mi infancia no se hablaba acerca de ello en casa; a diferencia de otras familias,  no pertenecíamos a ninguna organización judía. No era cuestión de negar nuestra identidad, simplemente no se hablaba sobre ello. Después de lo sufrido en Polonia durante la Shoá, el ingreso a la Argentina subrayó para mis padres la idea de que tal vez seguía habiendo algún riesgo si se era visto como judío: para ser admitidos como inmigrantes en 1947, debimos declararnos católicos, lo que fue reforzado años después por las clases de Religión -católica, por supuesto- que se impartían en la escuela primaria. Durante aquellos primeros años en nuestras interacciones cotidianas, tanto dentro como fuera de la familia, nuestra identidad judía no era un tema de conversación y no me percataba entonces cuán importante era en mi vida. Con el paso del tiempo mis padres se fueron tranquilizando y la vida judía ingresó en nuestra casa. Durante mi escuela secundaria y universitaria -a fines de la década del cincuenta y comienzos del sesenta- me sentía y me veía argentina, igual que todos los demás, una ciudadana del mundo, ni más, ni menos, ni diferente que los demás; era judía, lo sabía, no lo ocultaba pero no era un tema en el que me detenía a reflexionar ni creía que era importante o esencial.

“Perdoname,” escuché la voz temblorosa de mamá a través del teléfono ese lunes por la mañana. “Está pasando otra vez, perdoname por traerte a este país, no sabía”. No comprendía el exabrupto ni la angustia hasta que, después de recuperar el aire, entre sollozos desgarrados me murmuró “¡Bombardearon la AMIA! ¡Nos quieren matar!, ¡Otra vez!”. Era el 18 de julio de 1994.

¿Nos?… ¿a nosotros? ¿Qué quiso decir por nos? ¿A mí me quieren matar? ¿Acá, en Argentina? Y su otra vez ¿qué quería decir? ¿Se refería a allá, ¿eso me decía? ¿que era igual que allá? Estos “nos” y “otra vez” de mi mamá me cubrían de estupor y fueron los catalizadores que me arrojaban abruptamente, a la edad de 50 años, a asumirme como heredera del Holocausto y, junto con ello, como judía. De pronto, todas las prevenciones de mis padres parecieron haber desaparecido. El ataque a la AMIA tuvo para mi madre, un efecto sorprendente, fue como si se hubiera quitado todo aquello con lo que se había vestido para protegernos y me pedía perdón. Perdón por haberme protegido, perdón por haberme traído a la Argentina, perdón porque éramos judíos, perdón porque no me había instruido en ello. Aturdida y sorprendida, conmovida e interesada, me era imperioso saber y entender. 

Empecé por el otra vez, o sea, por la Shoá. Busqué y conocí a otros hijos de sobrevivientes y nos sumergimos, enredamos y acompañamos en conversaciones reveladoras y de una inimitable intimidad. Juntos fuimos reconstruyendo, con fragmentos propios y ajenos, quiénes éramos en un proceso, que fue para mi, de iluminación y honda resignificación de mi identidad judía. Después de tantos años sentía que estaba emprendiendo, finalmente, la vuelta a casa. 

Nuestra identidad no es una condición estática o monolítica instalada al nacer de manera inmutable. Es una construcción móvil y constante compuesta de género, etnicidad, nacionalidad, profesión o actividad, ideología, edad, hobbies, habilidades y una miríada de otros aspectos de nuestra vida. La identidad judía que regué yo misma a partir de esa desdichada mañana de julio de 1994, está entretejida con mi condición de ser hija de sobrevivientes de la Shoá. Esta asociación entre ser judía e hija de sobrevivientes reacomodó algunos rincones y piezas discordantes del rompecabezas de quién era, o mejor dicho, de quién creía que era basándome en lo que hasta ese momento había sido significativo para mí.  Pero, para mi sorpresa, junto con estas revelaciones, descubrí que esta “nueva” identidad judía no era tal, que había estaba siempre allí. Dormida, latente, esperándome pacientemente, se acomodó a mi piel como un traje a medida y descubrí maravillada cuán judíos éramos en casa aún cuando no habláramos de ello durante mi infancia y en mi temprana juventud.

Vivo en Buenos Aires en un microcosmos judío secular integrado por personas que no basan su identidad en la religión. Para la mayoría de los judíos religiosos así como para los judíos israelíes, la cuestión de la identidad judía ni siquiera se plantea.  Pero para los judíos seculares que vivimos fuera de Israel, la pregunta por la identidad, hecha por quienes nos rodean o por nosotros mismos, exige respuestas. Esta interpelación a una identidad común, consensuada y social que no implique la identidad religiosa, recibe múltiples respuestas, tantas como personas las emiten. Como dice el chiste “dos judíos construyen tres sinagogas”, y si la respuesta requiere un consenso identitario, pues la batalla es ardua. No solamente por el entusiasmo argumentador judío. Ahora que el mundo es más amistoso que nunca antes hacia nosotros, la tentación de la asimilación, el matrimonio mixto y el secularismo, colaboran en que una definición común, homogénea socialmente, no sea fácil. En consecuencia, ¿cómo conseguir una sensación de comunidad dentro de este colectivo heterogéneo, individualista y discutidor? ¿Si la religión no es la respuesta, entonces qué?

Para muchos pareciera que el Holocausto llena ese vacío. Los nazis definieron muy específicamente quién es judío: orgulloso o avergonzado, convertido o no, aceptándolo o negándolo, para ellos, un judío era judío y no dependía de él ni de su militancia religiosa. Sin lugar a discusión, naturalizado y legalizado. Adicionalmente, poco después todo judío fue señalado como blanco para el exterminio, luego, ser judío pasó a identificarse con ser víctima. En consecuencia, no solo la identidad judía impuesta era incuestionable sino que también lo era la prospectiva de muerte.

Si la religión no es más el común denominador entre los judíos seculares que vivimos fuera de Israel, identificarnos como herederos del Holocausto aparece como una respuesta tentadora. Fue nuestro peor sufrimiento pero, absurdamente, esta fruta madura parece estar lista para ser usada para homogeneizarnos en una identidad común. Sin embargo ser una víctima durante el nazismo no fue una elección, hoy lo es.

Después de décadas de silencio, cientos, si no miles de papers, tesis, libros, museos, muestras, películas, testimonios de sobrevivientes, han vuelto a la vida y han colocado al Holocausto en el escenario mundial. La sociedad ha abierto finalmente sus oídos cerrados durante tantos años. Para nosotros, la familia del Holocausto, la justicia ha llegado y nuestro doloroso pasado puede ser ahora re-contextualizado de una manera significativa.

El antisemitismo sigue existiendo y hoy se superpone al anti-sionismo. Iluminando los ataques anti judíos es importante para mantenernos alerta con los ojos bien abiertos. Pero encuentro a veces personas que se regodean en una especie de perverso placer luego de saber que ha habido un nuevo ataque anti judío, “otra vez”, con el Holocausto como lente y pilar central de una identidad que debe ser mencionado todas las veces que sea posible.

La “identidad del Holocausto” implica que ser judío es ser una víctima. Luego, esta misma definición se vuelve un imperativo que requiere de ataques regulares para que sea justificada y validada. Parece un camino sin salida y un riesgo peligroso. ¿Cómo podemos liberarnos de la victimización si insistimos en usarla como el elemento primordial que nos define?

Soy judía y no acepto ser definida como víctima. Como hija de sobrevivientes creo que es necesario que nos veamos bajo la luz positiva de los valores judíos y que es necesario que continuemos enseñando sobre los peligros no solo de ser un perpetrador del Mal sino también de la amenaza que represente elegir ser una víctima de ello. Siguiendo a Yehuda Bauer (discurso ante el Bundestag, Alemania, 27/1/98), deberíamos agregar tres nuevos mandamientos a los diez existentes: no seré un perpetrador, no seré un transeúnte (bystander), no seré una víctima “otra vez”.