Suenan palabras cuyo contenido o propósito no siempre está claro cuando se duda del mérito y de que la gente de bien salga a la calle. Dos formulaciones relacionadas. Entiendo lo del mérito -cada uno pensará lo que quiera- pero ¿qué será gente de bien? ¿Los bienpensantes? ¿los que unen lo bueno al ejercicio del pensamiento? ¡Excelente horizonte ético! Pero resulta que bien suele depender del pensamiento del bienpensante, lo que para el malpensante será mal. Y el otro término, pensar, que es poner en duda, puede aludir a certezas ideológicas, a verdades filosóficas, político-partidarias, religiosas y precede, justifica y sostiene la acción aunque no siempre van juntos. Hay mucho bienpensante que habla y no hace, ordena ¡levantémonos y vayan! y encima cuando hace no es lo que piensa o dice. Por eso la gente de bien, más que bienpensante es bienactuante. Parientes, pero no siempre idénticos. Hay bienactuantes que lo hacen sin pensar así como hay malactuantes que lo hacen pensándolo mucho. No hay garantías. Lo humano es así de misterioso y maleable. Los chicos aprenden de sus padres, no de las intenciones ni de lo que dicen o piensan sino de lo que hacen. Es fácil decir que uno piensa algo por más excelso que sea, pero la acción es soberana, ante lo que uno hace no hay escondite ni engaño posible. Los bienactuantes somos una cofradía heterogénea e inorgánica pero es la que sostiene una república y asegura una convivencia justa. No somos rótulos ni categorías limitadoras, somos nuestra conducta. Obramos para vivir en democracia bajo el imperio de la ley. Conversamos con quien no piensa igual porque no es un enemigo a ser destruido. Apoyamos la educación, la ciencia y la cultura, centrales para la formación de ciudadanos responsables. Valoramos por mérito y no por conveniencia. Preferimos intercambiar ideas a pelear, acusar, juzgar, humillar, señalar o avergonzar. Denunciamos injusticias, arbitrariedades o violaciones a los derechos humanos y rechazamos todo despotismo. Vivimos orgullosos de nuestro trabajo y no gastamos más de lo que ganamos. Votamos, si tenemos suerte por quien nos parece mejor y si no, por quien creamos menos peor. Respetamos las reglas de tránsito y al peatón. No nos adelantamos en las colas ni damos ni aceptamos sobornos. Somos puntuales, nos importa el tiempo de la gente. Acatamos el aislamiento y salimos con tapabocas. No robamos ni mentimos ni engañamos ni vendemos fantasías. Nos gusta quien da trabajo y no limosna. Conocemos nuestros prejuicios y los tenemos bien sujetos y domesticados. Tenemos un olfato sensible a la hipocresía, la impunidad y la corrupción. Pedimos permiso, decimos por favor y gracias. No escondemos esqueletos en el armario. Hay bienactuantes de todas las layas y colores, a uno y otro lado de la así llamada grieta. También hay malactuantes cobijados entre kas o no-kas, izquierdas o derechas, progres o liberales, coquitas o chocolinas. No hay tal pureza, son falsas dicotomías, categorías encubridoras tras las que se escudan muchos como si fueran prueba o garantía de que son gente de bien. El camino al infierno está pavimentado con lustrosas etiquetas. La gente de bien lo es según lo que haga, según su mérito. Como decía el general “mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”. Miro a mi alrededor y veo que los bienactuantes meritosos somos mayoría. Cansados pero sin bajar los brazos, seguimos regando esta tierra fértil porque es lo que hay que hacer y porque solo así nuestro país volverá a florecer.
Publicado en El diario de Leuco