La profecía del criminal – Moisés Borowicz

La Profecía del criminal es un libro cinematográfico, contado en imágenes concretas y sumamente evocadoras. He leído decenas de libros de testimonio y no es común uno encarado de esta manera. Tiene la gran virtud de no pretender contarlo todo, ni dar lecciones u ofrecerse como modelo o ejemplo de nada. Así como es Moisés, sencillo, inteligente y pícaro, se plantea su historia casi como si se sorprendiera a sí mismo de cómo se fueron dando las cosas. Contada en viñetas, en anécdotas que siguen su derrotero en la Shoá, hay distintos personajes que entran y salen de la escena con la misma humildad con la que se presenta el protagonista. Tiene la virtud de transmitir de manera descriptiva y emocional algunos momentos significativos de su vida durante la Shoá, antes y después. Desde su infancia en Sokoly pasando por el bosque, el gueto, el viaje en el tren y los siete campos de su ordalía: Majdanek, Blyzin, Plaszow, Wieliczka, Mauthausen, Melk, Ebensee, luego de la liberación el pasar por la condición de Desplazado en Italia a la espera de un destino para seguir viviendo. Las ordalías eran las pruebas que se hacían sobre las personas acusadas de brujería durante la Inquisición, por ejemplo se echaba a una mujer con una piedra pesada atada a su cuerpo a un lago, si se hundía era bruja, si sobrevivía no. Las ordalías son pruebas construidas supuestamente para probar la presencia una mujer con una pesada piedra atada puede emerger a la superficie y salvarse. ¿Cómo se salvó Moisés? El trayecto por los siete campos de Moisés es una verdadera ordalía, una prueba tras otra a la que fue sometido y de las que salió airoso, él mismo no sabe por qué. Como dicen todos los sobrevivientes, la suerte fue el factor determinante. Pero él se pregunta si no fue por la profecía del criminal, aquél austríaco que disparó a Moisés pero mató a una paloma porque al apretar el gatillo la bala no salió enseguida y anunció proféticamente “este chico va a sobrevivir la guerra, tiene destino de vivir”. Moisés nos deja la pregunta abierta que atormenta a todos los sobrevivientes ¿por qué fue que sobreviví? Y se responde, irónicamente, con el recuerdo de la profecía de uno de sus asesinos fallidos.En su libro se ve claramente la gradualidad con la que los judíos fueron siendo conducidos al camino de la muerte y la imposibilidad de una oposición efectiva frente a este enemigo organizado y con una clara determinación asesina. Relata Moisés, sin embargo, todos los intentos que hizo su familia, él mismo y otros a su lado, para evitar su destino fatal. Cuando podían huían, se tiraban de los trenes, cavaban hoyos en los bosques donde permanecían meses y meses, así fue como Moisés y su familia sobrevivieron un año entero. Uno no alcanza a imaginar lo que es permanecer acostados en un sitio incómodo, húmedo, helado o caluroso, a oscuras y en silencio rogando a cada instante no ser descubiertos, no ser denunciados, que un grupo de nazis o de antisemitas polacos no se topen con la entrada de la cueva…. Días y días con la incertidumbre del mañana. Si se desconoce cuándo finalizará el sufrimiento éste se multiplica y se hace insoportable. Los dolores de parto se toleran porque uno sabe que en poco tiempo, minutos, horas, terminará. El no saber cuándo se termina lo agiganta enormemente. Es lo que vivieron en ese año en el pozo en el bosque, una experiencia que los que no vivimos no alcanzamos a comprender. Los objetos que hacían la diferencia entre la vida y la muerte en los campos: el pote, una cuchara cuando se conseguía, el calzado, los zuecos. La vida concentracionaria es un universo tan particular que a veces sus detalles se pierden al recuperar la vida normal y no siempre se cuentan. Siempre me sorprendió que los sobrevivientes no mencionen en sus testimonios, salvo que se les pregunte específicamente, cómo es vivir sin relojes ni espejos, dos elementos que nos resultan esenciales para ubicarnos. No sabían cuándo era su cumpleaños, ni qué aspecto tenían. No eran dueños de sus cuerpos puesto que no podían responder a sus necesidades cuando lo necesitaban sino en un horario determinado y ante los ojos de los demás. La puerta del baño es un bien que nos humaniza, nos permite resguardar nuestra intimidad de la mirada de los demás. Como dice Moisés “no teníamos ropa interior”. Cosas que uno toma por normales acá no existían y la identidad, la subjetividad debía construirse con los elementos que había. Y he aquí el milagro de lo humano, se podía. Están los amigos, la policía judía, los gentiles antisemitas y los gentiles que arriesgaron sus vidas, el levantamiento armado de Bialystok, la cruel locura de la escalera de la muerte en Mauthausen, los encuentros con personajes de su pueblo, los destinos de sus familiares y amigos, Moishe Maik el amigo bromista de su hermano Yehuda, Motek Czerwonietz que protagoniza una de las escenas más conmovedoras del relato, los perpetradores con nombres, apellidos y apodos. Pero es central en el corazón de Moisés la desaparición de su querido hermano Yehuda del que nunca más supo nada luego de verlo saltar del tren. Dice Yehuda fue uno de los primeros en tirarse. Arrojó su sobretodo para que recibiera las descargas de metralla y después se lanzó él. Un instante antes de hacerlo me buscó con la mirada y alcancé a leer en sus labios: “nos vemos hermanito”. Sin evidencias de su muerte, la posibilidad de que hubiera sobrevivido y, como hipotetiza Moisés, que haya perdido la memoria y no recuerde su nombre, abre todo el capítulo de la presencia de los que no tenemos evidencia de que hayan muerto. Como los desaparecidos en la dictadura argentina cuyos padres y familiares dicen aún hoy que cuando suena el teléfono piensan “¿será….?”, Yehuda es una presencia-fantasmal , alguien siempre esperado. Al hablar de su infancia, relata sus recuerdos infantiles, sus juegos y sus compañeros de juegos, y lo hace con frescura y sencillez, permitiendo la identificación del lector porque cualquiera de nosotros hemos sido niños como él. A veces, en los relatos de sobrevivientes que cuentan las partes terribles, el horror en grado puro, producen un cierto distanciamiento en el lector o en el oyente porque ninguno se ha visto en una situación similar y el relato, aunque espantoso, está tan alejado de la realidad común que no le permite identificarse con el sobreviviente. Moisés cuenta, a lo largo de todo el libro, de un modo que hace que cualquiera que lea entienda visceralmente lo que dice, pueda identificarse con él e imaginarse cómo sería si a él le pasara lo mismo. Es, para mí, el mérito mayor del libro. En Generaciones de la Shoá hemos diseñado un proyecto para mantener vivo el relato oral de la Shoá, el Proyecto Aprendiz. En él un joven conoce a un sobreviviente, interactúa con él y se compromete a contar su historia en las décadas futuras. Nos aseguramos así que algunas de estas historias siga estando viva y puedan ser transmitidas con el calor de la presencia y con las pequeñas anécdotas que hacen de cada vida algo visible y comprensible por cualquiera. Este logro central en el libro debe ser una combinación entre la personalidad de Moisés, sus recuerdos y lo que privilegia en ellos, junto con la mirada y decisiones literarias de Daniel Izrailit. No estuve en la cocina del libro ni conozco los detalles, pero advierto el trabajo de edición y el cuidado del escritor en verter la historia manteniendo la oralidad del protagonista y dando al mismo tiempo un producto literario fluido que hace la lectura posible y rica. Me siento muy honrada de haber sido invitada por Moisés a esta nueva presentación prologada esta vez por el querido Daniel Rafecas, cuyo texto recomiendo leer especialmente. Quiero agradecer a todos vuestra presencia, a la querida Comunidad Chalom la invitación y permítanme cerrar tomando unas cosas del libro. En los agradecimientos, dice el autor: agradezco a Moisés Borowicz por concederme el privilegio de escribir su historia y por las otras historias que se comenzaron a escribir desde nuestro primer encuentro. Y Moisés le agradece a Daniel por tomarse la molestia y el trabajo de escuchar tanto tiempo, tantas cosas y escribir todo esto. Para uno es un privilegio, el otro teme que sea una molestia. Daniel Izrailit dedica el libro y hago mías sus palabras: A los que no miraron para otro lado, a los que tendieron una mano, a los que crearon un hilo de luz en el pozo ciego de la humanidad. Diana Wang