LA RESISTENCIA DE LAS OVEJAS

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•    Ania, tenía 11 años, sola, huérfana, sobrevivió en Polonia con una identidad falsa. Tenía un problema de pronunciación: no le salía la “r” y tenía miedo de que eso la denunciara como judía. Ania, vivió sola entre sus 11 y 14 años y durante ese tiempo habló fluidamente polaco evitando usar palabras con la letra “r”. •    Elke, de Bélgica, tenía 18 años y estaba de novia con Georges. Integraron una red de salvataje de niños que operaba en la frontera entre Francia y Suiza. Los recibían, los cuidaban y se ocupaban de que pasaran al otro lado. Un día un poblador de la zona los denunció y fueron enviados a Auschwitz. •    Hanka tenía 24 años y era maestra. Los nazis no interrumpieron su trabajo. Aunque estaba prohibido, en el gueto de Varsovia tenía a su cargo un grupito rodante de chicos de 10 años a los que reunía cada día en otro sitio: daba lecciones, indicaba deberes, los hacía estudiar y les ponía notas. Si los descubrían los mataban. •    Pola tenía 21 años y vivía en el lado ario con una identidad falsa. Integraba el grupo clandestino Zegota y su tarea era conseguir buenos documentos falsos para que los habitantes del gueto pudieran salir y vivir del otro lado. Si la descubrían la mataban. •    Ignaz, de Hungría, tenía 27 años, estaba en Auschwitz, trabajaba en una fábrica que hacía granadas. Su tarea era elaborar en un torno una pieza del percutor. Ninguna de las que hizo respondía a las medidas correctas: siempre faltaban o sobraban unos milímetros, nada que se viera a simple viste, pero que haría imposible que esa granada estallara.

Son solo ejemplos de personas comunes en conductas cotidianas bajo la ocupación nazi. Hoy recordamos y honramos a los héroes. Recordemos y honremos a todos los héroes. En la Shoá, así como en cualquier genocidio o asesinato masivo, distinguimos cuatro actores diferentes: •    las víctimas, •    los perpetradores, •    los observadores indiferentes y •    los salvadores. En particular respecto de la Shoá, la mayor parte de las investigaciones realizadas hasta la fecha ha sido sobre las víctimas. Hace pocos años que se está abriendo el espectro y los perpetradores están siendo puestos en la mira. También los salvadores comienzan a recibir la atención y el reconocimiento que merecen. Pero la gran mayoría, el enorme cuerpo social que permaneció indiferente y que, por miedo, por estupidez o por estar de acuerdo, son los que han hecho posible el horror y que fueron cómplices activos o pasivos por no haberse opuesto, es materia más oscura, de más difícil abordaje. Claro, toca la esencia de las sociedades humanas, nos enfrenta con un espejo en el que no nos queremos ver. El levantamiento del gueto de Varsovia honra a las víctimas, nos obliga a hablar desde allí. Y también, por qué no, a abogar por ellas y dar a conocer sus resistencias. Recordemos y honremos a los héroes. Recordemos y honremos a todos los héroes judíos que se han resistido de infinitas y muy ingeniosas maneras. Distinguimos básicamente tres resistencias: la armada, la de subsistencia y la cultural. La resistencia armada es la más conocida aunque no en toda su amplitud y complejidad. Fueron muchos los levantamientos en guetos: además del de Varsovia, en Bialystok, en Vilna y en decenas de otros, los jóvenes enfrentaron como pudieron a las fuerzas nazis y cobraron caras sus vidas. También en campos de trabajo, de concentración y de exterminio. Recordemos tan solo el levantamiento en Sobibor, la destrucción de uno de los crematorios de Auschwitz-Birkenau, la rebelión en Treblinka. Allí, en las entrañas de los sitios en donde los grados de libertad eran inexistentes, se las ingeniaron para conseguir explosivos, objetos contundentes, lo que fuera, para luchar. En los bosques, los grupos partisanos, por ejemplo el famosísimo de los hermanos Bielski en Bielorrusia cuya historia se acaba de filmar en una película que se llama “Desafío”. Y en los ejércitos aliados. Durante la Segunda Guerra Mundial participaron 1.300.000 soldados judíos en los ejércitos ruso, británico y norteamericano. Fueron condecorados 1.000 soldados judíos en el ejército Inglés, 40 mil en el norteamericano y 161 mil en el soviético. La URSS declaró como héroes de los soviets a 150 miembros judíos del Ejército Rojo. Pero la gran mayoría de los judíos no tuvo la oportunidad de tener un arma ni de enfrentarse de manera violenta con sus asesinos. Estaban ocupados en sobrevivir, en sostener a sus familias, a los niños pequeños, a sus padres, en el día a día de la vida. Desnutridos, enfermos, desempleados, la gesta de conseguir una papa para dar de comer a la familia y no ser detenidos y trasladados, consumía todas sus energías. En ese estado y en los contextos del hacinamiento en guetos, gestaron la resistencia interna, silenciosa y anónima. Por un lado la resistencia de subsistencia: alimentos, remedios, cuidado para los niños que se habían quedado solos, ollas populares en las que cada uno ofrecía lo que tenía; la comida entraba gracias al contrabando y permitía alimentar a los cientos de miles de personas. Tendremos que honrar algún día a los contrabandistas que arriesgaban su vida cotidianamente para que sus hermanos pudieran comer. Y también la resistencia cultural sostenida por artistas, escritores, periodistas, concertistas, gente de teatro, maestros, profesores. Todo lo que hacían estaba prohibido y era penado con la muerte inmediata si era descubierto. Así y todo había conciertos, conferencias, debates, obras de teatro, periódicos y publicaciones y grupos rodantes de escuelas tanto primarias como secundarias. La cultura fue el alimento primordial que permitió sobrevivir al pueblo judío no solo durante la Shoá. Proporcionaba aliento, mantenía abierta la esperanza y les daba fuerzas para seguir. No sólo en guetos, también en las duras condiciones de los campos de concentración la vida cultural fue el ligamen espiritual y muchas veces el sustituto del alimento. Cuenta Leonie, sobreviviente griega, que un gran entretenimiento en Auschwitz era contarse recetas de sus comidas favoritas. Con las paredes del estómago pegadas por el vacío interior, se llenaban con el recuerdo de aquellos sabores y sobrevivían un día más. Pero entre las resistencias ofrecidas por el pueblo judío, resaltemos la del salvataje de niños. Honremos los esfuerzos de cada padre y cada madre por salvar al suyo, protegerlo de la muerte segura incluso entregándolo a manos desconocidas, sabiendo que tal vez nunca más lo vería, pero asegurándose de que tuviera la oportunidad de sobrevivir que ellos ya no tenían. Las organizaciones judías que salvaron niños, que los arrancaron del camino a la muerte con osadía, con la inconciencia ante el peligro que se tiene cuando se sabe que se debe actuar ya, que se trata de vivir. Amo a las ovejas. Las ovejas tienen la inocencia del que desconoce el Mal. No están entrenadas para luchar, no saben cómo hacer para matar. Las ovejas viven y dejan vivir. ¿Cómo se van a imaginar que hay mataderos para ellas? ¿A quién se le ocurre una idea así? ¿En qué cabeza puede caber la idea de lo que estaba sucediendo? ¿Industrias de la muerte? ¿Ingenieros, médicos, abogados planificando, organizando y realizando campos de exterminio humano? ¿Maquinarias eficientes y racionales para matar a la mayor cantidad de gente posible en el menor tiempo y con el menor costo? Imposible. Eso no puede pasar. Claro, es fácil saberlo hoy con el diario del lunes. Pero las ovejas no lo sabían entonces. 4 millones y medio de ovejas adultas fueron atrapadas y engañadas. Un millón y medio de ovejitas fueron arrastradas a la muerte. Casi un millón de ovejas salieron milagrosamente vivas con sus lanas chamuscadas para siempre. Algunos se preguntan ¿por qué no se fueron? ¿por qué se quedaron? Pero aún si hubieran tenido cómo irse y adónde, nadie abandona así como así su lugar, su tierra, su idioma, su cultura, su historia. Y esto no es un tema exclusivo judío sino un tema de las sociedades humanas. Cuando algo pasa tendemos a pensar que será transitorio, que no puede durar, que no es para tanto. Nosotros, los argentinos, lo sabemos bien. Las sociedades humanas nos comportamos como aquella rana a la que pusieron en agua y luego al fuego; el cuerpo de la rana se iba acostumbrando al ascenso gradual de la temperatura, se adaptaba, tanto así que cuando el agua entró en ebullición ya era demasiado tarde. ¿Qué otro grupo humano victimizado por el nazismo se le enfrentó? ¿Los gitanos? ¿los homosexuales? ¿los eslavos? ¿Qué poblaciones civiles se levantaron en armas y cobraron caras sus vidas? Si hasta los franceses que fueron el pueblo que más colaboró con los nazis se vanaglorian hoy de que todos estaban en el Maquis. ¿Y cuántos estuvieron en realidad? Amo a las ovejas, a las personas comunes que solo sueñan con un mundo de paz, de ovejas que puedan pastar libremente, un mundo en el que la bondad y la inocencia sean lo natural y no un signo de estupidez, o pero aún, de cobardía. Quiero ser una oveja libre y vivir en un mundo que ame a las ovejas buenas, en un mundo que eduque a sus ovejitas a hacer el Bien. Ser desconfiado, escéptico, estar a la defensiva y no creer en nada parece ser el paradigma de una buena adaptación al mundo. Pues es a todo eso que me quiero resistir y es la resistencia esencial, la madre de todas las resistencias. Quiero ser una oveja mansa y buena, vivir sin temor ni prevenciones, comiendo pasto, dando mi lana, esperando la lluvia y haciendo el Bien.

Pronunciado en el ACTO POR EL LEVANTAMIENTO DEL GUETO DE VARSOVIA Convocado por el POLO DEL JUDAISMO PLURALParque Centenario – Ciudad de Buenos Aires 25 de abril, 2009