Vulnerabilidades y fortalezas de las mujeres en la Shoá

Ponencia presentada en las Jornadas sobre "La mujer en situaciones de violaciones masivas y sistemáticas de derechos humanos". Secretaría de Derechos Humanos, Ministerio de Justicia de la Nación.  4 de noviembre 2008

Introducción. Mayo, 1960, dos terremotos y un maremoto asolaron trece provincias de Chile. En pocos minutos se perdieron centenares de vidas. Parte del territorio se hundió en el mar, aparecieron nuevas islas y otras fueron borradas por el tsunami posterior. En ese contexto recorrió el mundo la foto de una mujer flaca, desharrapada, que al lado de los escombros de su casa, barría la vereda. Esta mujer que, a pesar de la destrucción que la circundaba, insistía en barrer el frente de su casa, es un símbolo que nos representa como género y es una apropiada carátula para esta presentación.

Las mujeres. La vida continúa fluyendo lo queramos o no. Las mujeres lo sabemos. Una vez por mes la menstruación nos recuerda que nuestros cuerpos son fuentes de vida. Nuestros ritmos biológicos mandan y nos refuerzan en nuestra condición de sostenedoras de vida, cuidadoras de vínculos y tejedoras de redes de sostén. De ahí nuestras características, biológicas y culturales, la capacidad de conexión, la habilidad en la consideración y el cuidado del otro, la responsabilidad por el bienestar familiar y la profunda conexión con nuestros ritmos corporales. Son nuestra fortaleza y también nuestra vulnerabilidad.

La moderna historiografía muestra un interés creciente en la historia vista desde la mujer. En un ingenioso juego de palabras, las historiadoras feministas dicen que se está cambiando la his-tory por la her-story[1].  Mirar el pasado con la lente de la mujer ilumina aspectos a menudo desechados y desvalorizados. La participación de la mujer, sea como víctima así como desde puestos de resistencia y combate, ha sido tan minimizada e invisibilizada como toda otra conducta femenina. También en la Shoá. La mirada sobre las acciones ha sido masculina y el lugar otorgado a cada una, las evaluaciones y consideraciones fueron una consecuencia de ello.

La Shoá. Como hija de sobrevivientes de la Shoá y estudiosa de sus consecuencias, me centraré en ello, sabiendo que muchas de las cosas coinciden con lo sucedido en otras situaciones de genocidios y violaciones de derechos humanos. La Shoá es un genocidio pero es un genocidio con sus particularidades. Nunca antes y nunca después, un estado ha designado a todo un pueblo al exterminio, sin excepción, tan solo por el hecho de haber nacido, sin mediar ninguna razón económica, política, geográfica o de cualquier otro orden salvo un motivo de fantasía, la teoría racial, la superchería supuestamente científica tras la cual se encolumnó el pueblo alemán en su locura asesina. Ningún judío podría salvarse: no había conversión ni arrepentimiento posible: se había definido el tema como biológico, estaba supuestamente en los genes[2]. No había límites nacionales, sea donde estuviera, sería buscado, encontrado y exterminado hasta ser eliminado de la faz de la Tierra. Son características imprecedentes y únicas.

Pero también la Shoá tiene la particularidad de ser el genocidio más y mejor documentado de la historia y es desde allí que nos ofrece múltiples posibilidades de ver, comprender y aprender sobre la conducta social y humana y el grado de abyección en el que puede caer.

Una salvedad. Será inevitable comparar conductas de hombres y mujeres a lo largo de mi exposición. El riesgo de una tal comparación es el de caer en juicios de valor sobre los grados de sufrimiento implicados. El sufrimiento y el grado de oprobio no está en discusión.  Los judíos fueron víctimas, TODOS, por ser judíos, eran asesinados ya fueran hombres o mujeres, eso no importaba, en planes y acciones de exterminio no había diferencias de género ni clase social ni condición alguna.

En general. Durante la Shoá se manifestaron hacia hombres y mujeres los mismos estereotipos que regían la mirada sobre uno y otro género en la sociedad en general.

Los primeros ataques, arrestos y redadas para trabajos forzados se dirigieron, igual que en toda guerra tradicional, a los hombres. Es por ello que las familias intentaban mandar a sus hombres lejos, en general tras las fronteras de Rusia que aún no había sido invadida por Alemania.

Bajo la ocupación nazi, las tareas administrativas y los liderazgos eran delegados a los hombres, también los trabajos más pesados y la remuneración –cuando la había- era, a igual tarea, superior para los hombres.

El trato hacia las mujeres asumió desde el principio una característica particular en relación a la sexualidad y a la maternidad. A pesar de la ley de la Rassenschande[3] –vergüenza racial- las mujeres fueron blanco de ataques sexuales. Además del daño y humillación de la violación misma se jugaban la vida porque podían quedar embarazadas. El plan nazi era el exterminio del pueblo judío, de modo que todo embarazo y nacimiento estaban prohibidos. La situación no fue igual en todas partes y en los diferentes momentos, pero la embarazada descubierta era condenada a muerte así como el recién nacido si es que llegaba a término.

En general, las mujeres siguieron su rol tradicional del cuidado de los niños y la alimentación de la familia y se ocuparon más que los hombres del cuidado personal –arreglo del pelo, maquillajes, ropa­-. Aunque fue también un arma de doble filo porque el atractivo podía ayudar a la salvación o determinar ataques y chantajes sexuales.

Actividades. La vida cotidiana tuvo en algunos aspectos ciertas diferencias entre las mujeres mismas según hubieran sido sus condiciones previas de vida: no fue igual, al menos en un principio, para las ricas que para las pobres. Las que provenían de países occidentales (Francia, Alemania, Hungría, Austria, Holanda, etc), generalmente de familias más acomodadas, mantenían los roles tradicionales en sus hogares y excluidas de los negocios, la educación superior y la política. Las mujeres de los países del este (Polonia, Rumania, Lituania, Ucrania, etc) pertenecían a las esferas más pobres de la sociedad y era usual que contribuyeran al sostén económico, ya sea en los negocios familiares o en labores industriales; como eran pobres, no podían pagar las escuelas judías, en consecuencia asistían a las escuelas comunes estatales, y así conocían bien las costumbres locales, la cultura y el idioma lo que les facilitó durante la Shoá hacerse pasar por no judías e integrarse a redes en el mundo no judío, conseguir documentación falsa, trabajo y escondites. Las mujeres de clases más acomodadas, cuando perdieron sus privilegios, tuvieron menos herramientas para defenderse porque no habían desarrollado habilidades y conocimientos que les permitieran subsistir fuera de sus círculos habituales, a la hora del encierro en guetos y campos, como no habían aprendido a coser, cocinar ni a ocuparse personalmente de la vida cotidiana, se vieron en inferioridad de condiciones respecto de las más pobres que siempre se habían ocupado de todas esas cosas.

Con estas características comunes veamos con algún detalle lo vivido por las mujeres durante la Shoá en los guetos, en los campos, en su vida con identidad fraguada, en los movimientos de lucha armada y en los actos de rescate.

En los guetos. Los hombres que quedaban en los guetos habían perdido su trabajo, su status de proveedor, sumidos en la impotencia frente a lo que sucedía, imposibilitados de defender a su familia se veían paralizados, en shock, Las mujeres, siguieron haciendo lo que habían hecho siempre: cuidar a sus familias. Tenían que trabajar y como muchas veces estaban solas su problema era la protección de los chicos que habían quedado solos. Se levantaban de madrugada para dejar su casa en orden, trabajaban más de doce horas en condiciones infrahumanas –sin abrigo ni comodidad alguna- temiendo que sus hijos hubieran sido aprehendidos durante su ausencia, hambrientas porque guardaban para llevar a sus casas la pobre ración que recibían (250g de pan dos veces por día, 3 porciones de sopa, un símil café y una porción de mermelada). En estas condiciones, algunas mujeres se entregaron al comercio sexual para poder solventar las necesidades de sus hijos.

Dice Emmanuel Ringelblum[4] en sus famosos archivos: “La perseverancia de las mujeres las hace las proveedoras principales. Los hombres no salen de sus casas. Cuando un hombre es apresado en la calle, la esposa ofrece resistencia, corre atrás de los secuestradores, pide, grita ´por favor señor´, no teme a los soldados. Es la mujer la que está horas en largas colas de donde algunas son llevadas para trabajos forzados. Cuando hay que ir a la Aleja Szucha, la sede de la Gestapo, es la hija o la esposa quien va y espera, espera… Por todos lados están las mujeres dado que los hombres han sido llevados o no salen”. El ingenio de las mujeres permitió la provisión de recursos, principalmente en los primeros tiempos. Venta callejera de golosinas, cigarrillos, pequeños objetos y por último contrabando. Sus relaciones previas en el mundo gentil, su dominio del idioma y su coraje, inconciencia y desesperación, las llevaba a cruzar las fronteras del gueto para comprar productos e ingresarlos clandestinamente, lo que era penado con la muerte si eran descubiertas. No solo arriesgaban ser descubiertas en los check points, sino por los schmaltsoviets[5], se trata de los polacos que exigían sobornos para no denunciarlas. Un cronista del gueto escribió “algún día los contrabandistas debieran tener su monumento porque arriesgaron sus vidas para salvar a los que si no, habrían muerto de hambre”. De entre los grupos de contrabandistas, es notable el integrado por las mujeres que proveían de este modo de alimento a sus familias. No solo las mujeres, también los niños participaban de ello. Las mujeres no dudaban en mostrarse seductoras, pobres, infelices, lo que fuera para recibir simpatía, arrastraban pesados carritos, a veces cochecitos de bebés cargados con bolsas de harina. Formaron parte de diferentes actividades comunitarias: huertas comunitarias, servicios de salud, cuidado de huérfanos, cocinas comunales, escuelas, orquestas, conferencias, teatro, pero en general no participaron en política. Muchos de los niños que se salvaron fueron sacados del gueto por mujeres porque podían disimular mejor su condición de judías. Ligadas a sus familias, a sus hijos y a sus padres mayores, era una constante que, pudiendo escapar, eligieran quedarse y compartir el destino de ellos. En los guetos, en todos y de manera constante y cotidiana, se trató por todos los medios de que la vida continuara y esto fue en gran parte mérito de las mujeres. La escuela, la salud, la organización del abastecimiento mediante el contrabando, tanto de comida como de armas y documentos, negociaciones con autoridades, hasta la recreación, la cultura y la celebración de las fiestas judías, fueron organizadas y llevadas a cabo por muchos resistentes anónimos, callados, que no han sido glorificados en los relatos oficiales. Hombres, mujeres, niños, en silencio, permitieron, no sólo mantener alta la moral de la población, sino que proporcionaron alguna esperanza y fundamentalmente posibilitaron que el plan de deshumanización nazi, no pudiera tener todo el éxito que sus ideólogos habían planificado y que los judíos se mantuvieran humanos a pesar de todo.

En los campos[6]. Todas las mujeres recuerdan con dolor el momento en que les afeitaron las cabezas. A ello se sumaba el no tener ropa interior –bombacha, corpiño- sin relojes ni espejos. Se veían todas iguales, los indicadores de reconocimiento y también de femineidad habían desaparecido.

La llegada era seguida por la selección. Las mujeres solían llegar con uno o más niños pequeños lo que las hacía destinadas directamente a la muerte junto con ellos. Los que las recibían les aconsejaban dejar los niños a sus abuelas, que igual serían asesinadas, y así por lo menos ellas sobrevivirían. Es un ejemplo de los dilemas éticos que una de las características a las que los nazis sometían a los judíos[7]. La mayoría no entendía lo que pasaba y se aferraba con fuerza a sus hijos y todos iban a la muerte. Los hombres no tenían que enfrentar habitualmente estas decisiones porque a su llegada se los separaba de las mujeres y los chicos.

Las mujeres seleccionadas eran destinadas al trabajo. Hacinadas en barracas multitudinarias  generaron con sus vecinas de infortunio familias sustitutas[8] en relaciones de asistencia mutua, sostén y contención emocional. El apoyo de la conversación, habilidad tan femenina, fue crucial. El hambre era tan atroz que no podía dejar de pensarse en comer. Era habitual que a la hora de dormir, con el constante dolor del hambre, las conversaciones entre mujeres fueran pasarse recetas de sus comidas preferidas.

La atención a la apariencia física, al cuidado personal, evitaba el deterioro que mataba las ganas de vivir y era la antesala a la muerte[9]. Más que los hombres se esforzaban en estar limpias, arregladas, remendaban sus ropas. Dice una sobreviviente: “Solo un día después de su llegada, las diferencias entre los géneros era sorprendente. Los hombres estaban vestidos de cualquier manera habiendo tomado las ropas que al azar se les habían entregado, demasiado cortos, demasiado largos, demasiado anchos, demasiado angostos, parecían cigüeñas tristes. Las mujeres, que también habían recibido ropa al azar, habían conseguido en 24 horas ajustar los trapos a sus cuerpos, habían cosido los agujeros de las maneras más ingeniosas”.

El arte de “pasar”.[10] La mayoría de las mujeres que sobrevivió en Polonia fueron las que fraguaron su identidad como no judías. Salir del gueto hacia el lado ario se llamaba “pasar”. Había que “pasar” y una vez del otro lado, sobrevivir del lado ario donde acechaban otros peligros. Era preciso tener documentos creíbles y un aspecto físico adecuado. El estereotipo antisemita indicaba que los judíos eran morenos, de piel y ojos oscuros, pelo enrulado, nariz ganchuda, orejas paradas, bocas carnosas. Las rubias, de piel y ojos claros, tenían una garantía suplementaria de supervivencia. Era común teñirse el pelo, tanto para hombres como para mujeres, con agua oxigenada, lo que requería una provisión contante para que no se notaran las raíces oscuras. Hablar el idioma sin asomo de acento, conocer las costumbres y los códigos usuales y estar alertas a posibles denuncias que eran premiadas con 1Kg de azúcar o una botella de whisky. Debían vivir en constante alerta para no despertar sospechas: atención ante cada persona nueva, el tramado de una historia consistente con fechas, datos, parientes, lugares, detalles que no debían ser nunca contradictorios ni podían ser dichos de manera dubitativa.

Entre los partisanos[11].  Cuando se escapaban de guetos y escondites o se quedaban solas, buscaban su inclusión en grupos, generalmente nómades. No siempre eran bien recibidas salvo que fueran jóvenes y bonitas o que trajeran un arma. También si eran enfermeras, médicas o buenas cocineras, en suma, si eran útiles a la supervivencia del grupo. Las mejores mujeres eran propiedad de los oficiales lo que les confería el mismo status.

Mujeres y resistencias[12]. Resistencia se entiende como armada y es reciente que se propusieran los actos de rescate y de cuidado cotidiano como conductas resistentes. Ambos conceptos podrían asimilarse a los estereotipos masculino y femenino.

La versión oficial de la resistencia ha sido la relatada por hombres, definida por las armas, los actos de heroísmo y arrojo, los sabotajes y las acciones militares en grupos armados organizados. La actuación de las mujeres en los movimientos de resistencia armada era secundaria, no accedían a los sitios de conducción y las actividades femeninas como el cuidado de niños a los que estaban atadas, eran vistas como de menor valor resistente que las relativas a la lucha armada. Los actos de rescate, así como las resistencias cotidianas ya mencionadas en guetos y campos a cargo mayormente de las mujeres, han permanecido invisibilizados[13].

El desconocimiento de todo ello también se debe a que la resistencia armada era pública mientras que los actos de rescate eran secretos por definición y de tono menos épico porque se trataba de salvar personas anónimas no de hechos estruendosos. Actuaron en secreto de manera efectiva tejiendo redes eficaces e imaginativas de salvación. La resistencia armada tuvo un valor importante en la moral pero poco a nivel de acciones militares, mientras que a los actos de rescate se les debe la mayor parte de los que finalmente pudieron ser salvados y estuvieron a cargo en su mayoría por mujeres y en pequeños grupos o de manera individual.

Sospechas posteriores. Pero una vez terminada la Shoá pesó sobre los sobrevivientes a un nuevo e insospechado golpe: la pregunta de cómo y por qué habían sobrevivido. Su supervivencia misma resultaba sospechosa y fueron acusados y algunos juzgados en el interior de las comunidades judías. Las acusaciones estaban teñidas de los estereotipos de género. A los hombres se los acusaba de alguna conducta en el mundo exterior, a las mujeres de algo relativo a sus cuerpos. Los hombres debían probar que no habían cometido actos de traición, delación, entrega, enriquecimiento, mientras que las mujeres debían probar que no habían entregado sus cuerpos. Similares acusaciones se han hecho sobre sobrevivientes del Proceso de Reorganización Nacional que llevó a la dictadura militar del 76 al 83 y en otros hechos similares. Las mujeres seguimos teniendo que dar cuenta de nuestros cuerpos que se vuelven objetos de interés público.

El sitio de víctimas. Tanto mujeres como hombres tenemos la fuerza y la capacidad para sobreponernos a las desgracias. Muchas desgracias no pueden ser evitadas, al menos de manera individual o voluntaria. Pero lo que hagamos con ellas es por cierto decisión nuestra. El haber sido víctima de algún hecho genocida no determina forzosamente que se elija el sitio de la victimización como un eje de identidad[14]. Está aún por verse porque no hay suficientes estudios respecto de si hay diferencias de género en la elección de persistir en la victimización o en la decisión de salir de allí. Mediante la victimización el estado de víctima se eterniza, lo que entraña varios peligros y también algunos beneficios. Ser víctima en la actualidad genera interés, solidaridad y visibilización social. Pero también fuerza a persistir en la condición de víctima y hundirse en ella. La progresiva anomia, la exclusión social y la invisibilización de los excluidos, determinaría la victimización como un espacio de reconocimiento social, negativo, pero reconocimiento al fin. Las mujeres, excluidas en tanto género e invisibles desde siempre, no veríamos la exclusión social tal vez como una gran novedad y podríamos emerger de ello urgidas además por la vida que puja y no pide permiso. Son hipótesis. O expresiones de deseo. Vuelvo a la foto del terremoto y a la mujer barriendo: me  gusta esa mujer, frente a la desgracia no se detiene en lamentos, es proactiva y resistente, se sacude el polvo del derrumbe, acomoda los escombros, emprolija un poco el frente de la casa, pone la olla al fuego y se pregunta ¿qué vamos a comer hoy?



[1] En inglés HIS es el posesivo masculino “su” mientras que HER es el femenino.

[2] No existen las razas a nivel de los seres humanos, ni diferencias genéticas entre las variadas formas en que nuestros cuerpos se manifiestan. El proyecto de genoma humano lo ha probado de manera concluyente y definitiva: nuestras diferencias visibles son solo superficiales, “detalles de terminación”, no son esenciales.

[3] La ley prohibía las relaciones sexuales entre los “arios” y los judíos.

[4] Los archivos Oneg Shabat que este historiador guardó en tachos de leche con las crónicas del gueto.

[5] Schmaltz quiere decir grasa en idish y alemán, en el argot de entonces se aludía al “untar” nuestro, como sinónimo de sobornar. Son los que buscaban los sobornos.

[6] Según investigación inédita de Raquel Hodara.

[7] “Choiceless choice”, la elección imposible de ser elegida, casi una paradoja. El ejemplo típico es el que se muestra en la película “La decisión de Sophie”. Concepto tomado de Lawrence Langer “Holocaust Testimonies: The Ruins of Memory”, 1991, Yale University Press.

[8] Las lager schwester, hermanas de campo

[9] En la jerga concentracionaria se los llamaba mushlmener, los que habían renunciado a vivir, que deambulaban con la mirada vacía, habían dejado de asearse y solo esperaban la muerte.

[10] Lenore Weitzman: “Living on the Aryan Side in Poland: Gender, Passing and the Nature of Resistance”. En Women in the Holocaust”, editado por Dalia Ofer y Lenore Weitzman, 1998, Yale University Press.

[11] Nechama Tec: “Women among the Forest Partisans”. En “Women in the Holocaust”, op.cit.

[12] Diana Wang “El silencio de los aparecidos”, Editorial Generaciones de la Shoá, re-edición 2008

[13] La invisibilización es una consecuencia de la naturalización. Es “natural” (tanto biológica como culturalmente) que las tareas femeninas sean el cuidado, la protección, el sostén, la alimentación y la salvación de sus seres queridos. Por ello, por ser “natural” no tiene mérito alguno, no se ve como digno de mención ni por hombres ni por mujeres, es lo que “hay que hacer”. El reconocimiento de estas conductas heroicas, silenciosas y humildes, el hacerlas visibles, implica la desnaturalización de lo natural, solo así podrá adquirir el status de conducta social resistente para luego ser incluido en la historia de la resistencia humana frente a la abyección.

[14] En “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”. Editorial Milá, 2003. Texto: “Victimización e identidad” de Diana Wang.