Cuando llegamos a la Argentina en 1947 éramos sólo tres: mamá, papá y yo. Durante la Shoá, habíamos perdido todo allá, en Polonia. Para mis padres dejar Europa fue una decisión muy difícil; significaba renunciar a la búsqueda del hijo que habían entregado a una familia cristiana cuando creían que les sería imposible salvarlo si intentaban quedarse con él. Nunca lo recuperamos. Para nosotros, la palabra “familia” era contundente, corpórea, nos envolvía por su dolorosa ausencia. Aprendimos a reconstruir familias acá, a generar nuevos lazos, a constituirnos a nosotros mismos en el seno de otros. Cuando era chica, veía maravillada a los que tenían primos, tíos, abuelos! La familia fue siempre más que una palabra, fue un estado de búsqueda. Hoy día vivimos el dolor de las familias que se parten: los hijos se van, los nietos crecen con otros olores, en otros idiomas, lejos de nuestros abrazos. Pero uno tiene más de una familia. Tiene la familia de la sangre y también la de los amigos, la de los compañeros de actividades, la de aquéllos que comparten iguales objetivos. Ésta, la familia de Memoria Activa, es para muchos de nosotros, una familia así. Una familia armada alrededor de un claro objetivo común. A diferencia de una familia en sentido estricto que se forma, entre otras cosas, para criar hijos y para construir un lugar protegido en el mundo donde ser y pertenecer, Memoria Activa se hizo familia desde el dolor, desde el reclamo, desde la esperanza, desde la lucha. Una familia que se encuentra una vez por semana de pie, con la mirada en alto y la firme resolución de insistir con la palabra libre en la búsqueda de justicia y la denuncia de sus agujeros negros. Una familia que ha sido capaz de establecer un foro de civilidad que, durante mucho tiempo fue casi el único, en donde los ciudadanos comunes podemos venir a compartir nuestro profundo hastío y la indignación por lo que está pasando en nuestro país.
En esta familia venimos oyendo y diciendo hace años, lo que toda la sociedad argentina grita hoy al ritmo de cacerolazos rabiosos. Ha sido ésta una tribuna en la que se ha denunciado hasta el hartazgo las mismas cosas que hoy se escuchan en las múltiples asambleas de vecinos. No quiero abundar porque todos sabemos de qué se trata. Políticos, policías y jueces, han sido temas recurrentes de denuncia en esta plaza. La desvergonzada parálisis de la Corte en la investigación del ataque a la embajada de Israel fue el prólogo de la suma de desaguisados que fue y sigue siendo, la investigación del ataque a la sede de la AMIA. Tuvimos la mala suerte de haber sido golpeados antes que otros, y no una sino dos veces. Hoy nuestro foro se está replicando por todos lados, nuestras denuncias, nuestra persistencia, nuestro empecinamiento, es tomado, junto con el de las Madres de Plaza de Mayo, las luchas por el esclarecimiento de las muertes, entre otros, de María Soledad Morales y José Luis Cabezas, como modelo de acción cívica, de protesta inteligente. Ya no estamos solos en esta convicción de que si no lo hacemos nosotros, nadie se hará cargo.
Desde este punto de vista, la nuestra ha sido hasta ahora una familia exitosa, porque se ha mantenido firme alrededor de su objetivo constitutivo y ha conseguido mantenerlo vivo, estimulante y activo.
Como en una familia, hay lugares asignados, gestos previsibles, rituales que tranquilizan y automatizan conductas y procedimientos. Fuimos sabiendo, de a poquito, quien era cada uno. Fuimos aprendiendo a tener paciencia, buen humor, y a llevar paraguas cuando veíamos nubarrones negros encima o cuando soplaba algún viento amenazador. Hemos recibido con agradecimiento a quienes tenían la capacidad, la valentía o la inteligencia de decir eso que estábamos pensando, o eso de lo que no nos habíamos dado cuenta, o eso que no sabíamos que estaba pasando. Hemos aplaudido las luchas emprendidas por Memoria Activa, hemos apoyado –cada uno según sus posibilidades- las distintas actividades y hemos defendido desde nuestros humildes lugares su propósito como uno de los más dignos que se estuvieran llevando a cabo en nuestro país en los últimos años.
Como en todas las familias, no todos hacemos lo mismo ni tenemos las mismas responsabilidades ni grados de participación. Los que estamos en el llano somos la presencia anónima, los que venimos lunes a lunes. Pero un pequeño grupo de personas trabaja entre lunes y lunes para que esto sea posible, para que el juicio pueda seguir llevándose a cabo; son –si se me permite la extensión de la analogía- como los padres de una familia, los que están en la lucha del sustento diario, los que trabajan en las sombras para que todo sea posible. Los que venimos a la plaza estamos reconocidos y orgullosos de los que han llevado esta familia adelante, del esfuerzo, la dedicación, la incorruptibilidad, la honestidad, y profundamente agradecidos porque sabemos que no se trata sólo del ataque a la sede de la AMIA, que lo que está sucediendo cada lunes acá, tiene que ver con nuestro futuro, con el de nuestros hijos y nietos, con la posibilidad de seguir siendo un país y de merecérnoslo. Es una tarea sin horarios, que lleva reuniones, llamados, más reuniones, llamados de teléfono, búsqueda infinita de apoyo económico, más reuniones y lo que sea que se imaginen y siempre más reuniones. Toma tiempo, toma esfuerzo, toma obcecación y fundamentalmente toma mucha paciencia. Sabemos que no ha sido sin dificultades. Sabemos que los escollos han sido y serán múltiples. Colaboramos, desde nuestro pequeñísimo lugar, tan sólo estando. Que no es poco.
Y así fueron pasando estos años. Casi ocho años que en la vida de una familia cualquiera es todo un número. Han pasado muchas cosas en este prologado lapso pero el mes pasado hemos sido testigos de palabras duras, enojos, gestos airados, reclamos. Vinimos un día y nos encontramos con que había un conflicto del que se nos hacía partícipes. Siguió al siguiente lunes y al subsiguiente. Y veíamos los argumentos que iban y venían como pelotas de ping-pong que nos dejaron el alma un poco machucada, porque estábamos en el medio y mal parados. Pues así es, en esta familia hay un conflicto y se ha decidido que fuera expuesto, y estamos involucrados sin conocer a fondo lo que se estaba discutiendo ni qué historia tenía ni cuáles podían ser sus implicancias. Temo que los que estamos en el llano corramos el peligro de la fragmentación buscando alinearnos de un lado o del otro. No lo permitamos. No podemos perder de vista cuáles son nuestros objetivos, por qué venimos acá, qué estamos siendo y representando. Es en momentos de posiciones encontradas, de heridas personales, cuando se pone a prueba la inteligencia de los miembros de unfamilia.
Tengo ante mí penosa la imagen por todos conocida de las sucesivas fragmentaciones de nuestras izquierdas que se han vuelto archipiélago de pequeñas islitas habitadas por gente convencida de que tiene razón, mientras la derecha firme y enérgica, silenciosa y eficaz, se relame de contento porque su frente es claro y sin grietas. Y así nos va.
Seamos tan inteligentes como lo hemos sido siempre. Y no sólo acá. Vivir en familia –me refiero a las familias de la sangre- nos ha desafiado más de una vez y hubimos de confrontar nuestras emociones con nuestra inteligencia. Aprendimos que, para sostener la unidad, la inteligencia era mucho mejor consejera. Sabemos cuánto más fácil es romper que construir, acusar que reconocer, culpar que pedir perdón.
Hemos instaurado una avanzada en el foro público de denuncias y persistencia en la lucha. Lo hecho ya no nos lo pueden quitar. Podemos ser una avanzada otra vez: argumentemos, disintamos con la misma pasión, empecinamiento y honestidad, y al mismo tiempo seamos un ejemplo de inteligencia en el sostén de la lucha, no nos distraigamos en la identificación del verdadero enemigo.