Florida (Argentina), 10 de agosto de 2000 Sr Ovadia Yosef,
De mi consideración:
El sábado 5 de agosto pasado, usted, como líder del partido israelí religioso ultraortodoxo Shas, dijo: "Los nazis no han matado gratuitamente a esos seis millones de infortunados judíos. Eran la re-encarnación de almas que habían pecado y que habían hecho cosas que no había que hacer".
Ante estas palabras, algunos lo han calificado de "viejo bobo" (legislador israelí Shinui Yosef Lapid); otros señalaron que "no puede ser tomado con seriedad teológica sino mas bien pensar que es un problema de senilidad" (rabino Daniel Goldman); otros lo protegieron arguyendo que habría que considerar el contexto en que sus palabras fueron dichas (Tzví Grunblat de Jabad Lubavich). Alegar senilidad, descontextualización o estupidez son argumentos pobres y faltos de respeto para quien es el líder de la tercera fuerza política israelí. Usted es más que eso. Hitler era más que un psicópata.
Le recuerdo algunos hechos que nos ubican y nos dicen quién es usted.
- Usted, además de rabino venerado de la comunidad sefaradí, es una pieza clave en cualquier coalición del gobierno israelí por los 17 escaños que su partido tiene en la Knesset. En la reciente elección de presidente que fue ganada por Moshé Katzav del Likud en contra del estadista y humanista Shimon Peres, los votos de Shás, su partido, resultaron cruciales.
- También, como voz de su partido, se opone firmemente a los intentos de hacer la paz con los palestinos y califica a Barak como "descerebrado" por intentarlo.
- A los 80 años –que viva hasta los 120- , no es el primer incidente que protagoniza: a principios de año había maldecido al jefe del partido Meretz diciendo que debía ser "borrado de la faz de la Tierra".
Palabras e ideas extrañas en un rabino. ¿No debiera ser un faro de humanismo que transmita el mensaje profundamente ético del judaísmo? Ha llegado a mis oídos que se lo acusa de ciertos delitos económicos y no es de despreciar la idea de que sus tristes declaraciones hayan tenido el objetivo inmediato de distraer la atención.
Pero es éste tan sólo un hecho circunstancial. Sus ideas ya estaban y no sólo en usted. Permítame decirle que no son nuevas. Los sobrevivientes y aquellos que estamos inmersos en sus experiencias, las conocemos hace mucho, especialmente durante la shoá en que algunos religiosos ortodoxos bombardeaban a las víctimas con estas ideas apocalípticas. La shoá estaba sucediendo –decían- porque los judíos se habían apartado de la "buena senda", se habían asimilado, no honraban el shabat ni los preceptos; la shoá era un castigo de Dios frente al cual había que someterse con resignación. Usaban a la shoá como perverso argumento de evangelización. Estos religiosos oscurantistas son cómplices de muchas muertes porque no han estimulado en los judíos la búsqueda de caminos de salvación acá en la Tierra. Por suerte, no fueron mayoría en la shoá. Por suerte, hubo judíos que se rebelaron, buscaron alternativas y algunos lograron sobrevivir. Quedaron, infortunadamente, los 6 millones de inocentes asesinados sin posibilidad de defensa ni de reacción que pesan sobre la conciencia de la humanidad.
Preguntarnos qué culpa podrían tener es una pregunta que no debe hacerse. Ya Raquel Hodara, que vive en Jerusalén igual que usted, nos aleccionó acerca de las preguntas que no deben hacerse sobre la shoá, porque revelan que quien pregunta no sabe nada de cómo fue la shoá. La pregunta por la culpa de las víctimas es capciosa e inyecta la posibilidad, aunque sea remota, de que esa culpa efectivamente hubiera existido.
Le recuerdo que la palabra holocausto, purificación de la víctima propiciatoria, voluntaria y en el fuego, tristemente alude a lo mismo que usted piensa: la idea del pecado y la expiación que justifica la muerte de los seis millones. Los que pensamos de otro modo, los que creemos en la inocencia esencial de las víctimas, preferimos la palabra shoá, que es sólo descriptiva de un fenómeno de desolación, destrucción y devastación. Aunque fíjese usted que tampoco esa palabra refleja lo que realmente sucedió. No existe tal palabra debido a que la palabra shoá designa una catástrofe natural, mientras que lo sucedido no fue natural, fue decisión de los hombres. Todavía no existe una palabra que lo denomine.
Surge la pregunta de si cree o si no cree en lo que dijo.
Si no cree lo que dijo, uno se pregunta por qué lo dijo. ¿Por razones y objetivos políticos? ¿Para ganar algún espacio de negociación? ¿O fue por razones pedagógicas?. como un padre que educa a sus hijos amenazándolos con castigos si se portan mal, ¿ven lo que les pasó a los seis millones que se habían apartado de la buena senda?: por eso fueron masacrados. Sólo que los judíos no somos niños que deban ser amenazados para que se porten bien. A menos que sea ésa su concepción de lo que es ser un buen judío.
Si, por otra parte, usted cree lo que dijo, me hace pensar que usted, el máximo dirigente del tercer partido político de Israel, el venerado rabino sefaradí, tiene una concepción de Dios como de un titiritero, cruel y vengativo que decide matar a los seres humanos para darles una lección.
No sé si su problema es teológico, pedagógico o político pero su palabra no es inocua y quiero decirle que aunque sea gran conocedor de la Biblia y judío, no nos representa a todos los judíos. No me representa a mí al menos. No habla por mí, no piensa por mí.
Probablemente me resultaría muy difícil hablar con usted si se diera la improbable ocasión, porque no parece sensible al diálogo. Menos con una mujer, que no califica ni para una minian. Usted representa al tipo de pensamiento totalitario, fascista y fundamentalista de los que alucinan ser poseedores de la verdad, para quienes todo aquél que no piensa igual, se le opone y se vuelve un enemigo; ¿y con el enemigo qué se hace, cómo se lo combate? De ver a un oponente como enemigo a decidir eliminarlo porque corrompe la bases de la sociedad, hay un paso, y a menudo es muy corto.
No está solo en este terreno. Son muchos los representantes de este tipo de pensamiento que han asolado a la humanidad: Hitler y Stalin son los más dignos exponentes en este siglo veinte. Pero no han estado solos, ni lo están. Los hemos visto tanto en religión como en política, tanto en el periodismo como en las ciencias.
Frente al peligro que entrañan sus palabras y su prédica, nuestra única herramienta son nuestras palabras y nuestra prédica. Los sobrevivientes y todos aquellos sensibles al tema de la shoá, los bien pensantes, los respetuosos del derecho del otro a vivir aunque piense distinto, tenemos algo que decirle a usted, que probablemente nunca nos escuche, y tenemos algo que decirle a quienes puedan sentirse tentados de escucharlo y creer en sus palabras. Debemos explicar hasta el cansancio que la shoá, como todo fenómeno social y humano, no puede ser reducido a una sola causa, son muchos los factores que convergieron para que un tal desastre fuera posible. Hoy quiero señalar tan sólo uno de esos factores: la existencia de ideologías que, alegando la salvación de algunos, propende la eliminación de otros. El nazismo fue una doctrina que proponía una reingeniería social: reinventarían una nueva sociedad, perfecta, pura, y para conseguirlo, matarían a aquéllos considerados por la misma ideología como imperfectos e impuros. Mucha gente se ha dejado seducir por ese canto de sirenas y ha colaborado con el asesinato sin darse cuenta de que se estaba matando, junto a tantos inocentes, la esencia de la democracia y la libertad, que se estaba matando los mejores ideales humanos. ¡Cómo duele observar el paralelo entre sus enunciados y las ideas nazis! Me duelen todos los muertos. Me duelen los sobrevivientes que han sido testigos de la total arbitrariedad de los nazis y que hoy deben escuchar sus ideas insultantes que los humillan otra vez con una culpa absurda e inexistente. Usted nos recuerda el viejo olor del odio, ese odio tan conocido que se ve en la mirada del antisemita. El fundamentalismo judío no es nuevo, pero este fundamentalismo que termina justificando a los nazis, haciéndose de sus mismas banderas, nos sume en la confusión y en la sorpresa. Sr rabino Yosef, como me ha pasado con otros judíos públicos que me han avergonzado, usted hoy me avergüenza. No sólo como judía, que es una parte esencial de quién soy: más que nada me avergüenza como ser humano.
Los sobrevivientes, los bien pensantes, los humanistas, los respetuosos de los derechos humanos, sean del color o grupo étnico que fueren, le decimos: señor rabino, usted tiene el derecho de pensar como quiera, de decir lo que quiera, pero su melodía es similar a los "rechts, links, rechts, links" del temido ángel de la muerte.
Usted es un ser humano como yo, pero está de la vereda de enfrente, alineado ciegamente con el ejército de la destrucción. Si pensara como usted, me preguntaría qué pecado de otra vida estará expiando por lo cual ese Dios que usted describe lo castiga con el oprobio de pensar como nuestros asesinos.
Le saludo respetuosamente a pesar de todo
Diana Wang, Hija de sobrevivientes de la Shoá