"¡¿Otra vez la Shoá?!" - Charla CLICK!

[embed]http://youtu.be/Hkgvx3YwcsY[/embed] Texto:

¡¿Otra vez la Shoá?! No quiero oír más sobre eso, basta de muertos, basta del sufrimiento del pueblo judío. Ya lo sé. No me lo tenés que volver a contar.

Tal vez haya gente que piense así. Yo misma lo siento muchas veces.

Nací en Polonia a poco de terminada la guerra. Cuando la partera me vio le dijo a mi mamá “¡qué suerte tiene señora! esta nena tan blanquita, rubiecita, cuando vuelvan los nazis, se va a salvar!”. Este fue mi primer click.

Llegamos a la Argentina en 1947. Como estaba prohibido el ingreso a judíos dijimos que éramos católicos para poder entrar.

A partir de ahí nos cuidábamos y por las dudas no andábamos diciendo que éramos judíos, tampoco en la escuela. Era obligatorio tomar clases de religión.  A los 8 años me aparecí en mi casa y le dije a mi mamá: “quiero un vestido blanco”, “¿para qué?”, “para hacer la primera comunión”. Puso el grito en el cielo. “No nena! nosotros somos judíos, no vamos a la iglesia, no hacemos la comunión, no lo dije en la escuela para que no hicieran diferencias con vos, para que fueras igual que todo el mundo”. En religión me decían que los judíos habían matado a dios. Así que yo era judía, culpable por nacimiento, y encima, nada de vestido blanco ni comunión con las otras chicas. Saber que era judía fue mi segundo click.

Aquel lunes a la mañana mamá llamó desesperada. “Perdoname nena, perdoname, no sabía lo que pasaba, yo pensaba que este país era seguro, disculpame, perdoname que te trajimos acá”.v“¿qué pasa mamá, qué pasa?”  “¿¡Cómo qué pasa? ¡bombardearon la AMIA, nos quieren matar otra vez!”. ¿A mí me querían matar? ¿otra vez? ¿qué quiere decir eso? “otra vez” para mi mamá quería decir que nos querían matar acá como en Europa. “Otra vez” para mí quiso decir que la historia de mis padres era también la mía, que era hija de sobrevivientes de la Shoá. Ese fue mi tercer click.

A partir de ahí empecé este camino de estudio, memoria y difusión de la Shoá.

La Shoá es parte de mi vida. Mis padres se salvaron escondidos durante varios años en un altillo así de chiquitito. Pero ¿qué hacer con Zenus, su hijito de 2 años? ¿cómo preservarlo de una muerte segura? Hicieron lo que tantos, confiaron una familia cristiana que lo recibió como propio. Terminada la guerra, milagrosamente vivos, lo fueron a buscar. “Está muerto” les dijeron. “¿y… su cuerpo?”, no “recordaban” donde lo habían enterrado. Para mis padres era obvio: Zenus estaba vivo y había sido apropiado. Nunca lo pudieron encontrar. Solo quedó esta foto. Lo sigo buscando, sin saber ni su nombre ni donde está. El impulsa a hacer lo que hago. Zenus y todos los Zenus salvados por sus padres, entregados a manos extrañas sin saber si lo podrían volver a ver. Los Zenus de allá y los de acá. Los de entonces y los de ahora. Los rubios, los morenos, los Zenus nenas, los varones, todos los Zenus que hay en el mundo que siguen en peligro y que debemos proteger y salvar. Por ellos importa la Shoá.

Y vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Otra vez con la Shoá?  ¿Otra vez Auschwitz, el heroico levantamiento del gueto de Varsovia, los 6 millones de judíos asesinados entre ellos 1 millón y medio de niños? ¿Cuántas veces oímos estas frases en los discursos? y cuando las oímos ¿nos detenemos a pensar en qué quieren decir?

La Shoá pareciera que está de moda. Todo el mundo sabe que hubo un Holocausto. Los judíos hemos triunfado en su rememoración y difusión. Pero, igual que con la AMIA, sigue siendo un tema judío.

Solemos decir más o menos siempre las mismas cosas sobre el Holocausto. En ámbitos judíos uno puede entenderlo porque para qué explicar más, si total nos pasó a los judíos, entonces nosotros sabemos. Sin embargo no es cierto que con que a uno le pase algo nos pase uno sabe qué pasó y por qué. Creemos que sabemos y lo que es peor, no sabemos que no sabemos. Las frases hechas, los lugares comunes caen como cáscaras vacías. Y en su vaciamiento pierden sentido, y sin darnos cuenta corremos el peligro de sumarnos a la moda y a su peor consecuencia: la banalización.

Cualquier déspota, cualquier autoritario es un nazi, un Hitler. Cualquier campaña mediática es una propaganda como las de Goebbels. Cualquier ataque o discriminación negativa sea por el tema que sea, por gordos, bullying, droga, femicidio, homofobia, es un Holocausto. Si todo o cualquier cosa es un Holocausto, el Holocausto no es nada.

Se suele llamar a los sobrevivientes a dar testimonio. Es fundamental escucharlos, honrar su sufrimiento, mantener viva su memoria y así contradecir los argumentos de los negadores. Pero si queremos saber qué fue la Shoá, como dice Jack Fuchs, un sobreviviente: “no me pregunten a mí, pregúntenle a los asesinos”.

Y es cierto. El sobreviviente sabe solo lo que vivió, y si tomamos solo su testimonio no nos alcanza para entender qué fue la Shoá. Y si no lo entendemos, el testimonio queda como algo emocionante, conmovedor, pero que no explica qué pasó y por qué.

La Shoá es un antes y un después en la historia de la Humanidad, no por el sufrimiento de sus víctimas ni por su cantidad, sino por sus causas, contextos y objetivos y metodología.

El testimonio del sobreviviente refleja sólamente  lo que sufrió y eso es fundamental porque refleja, de una vez y para siempre, que no hay límites para lo que un ser humano puede hacerle a otro ser humano. Pero explica qué fue la Shoá, no sirve para enseñar, no alcanza. Es como suponer que si escuchamos a los sobrevivientes de las Torres Gemelas vamos a saber quién fue, qué pasó, cómo y por qué.

La Shoá no es una creación del pueblo judío. Fuimos los pasajeros de un tren que chocó, no sus conductores ni los responsables de que no funcionaran los frenos. Auschwitz es obra de los asesinos, de los ideólogos del nazismo, de los intelectuales, científicos y técnicos que lo hicieron posible, de la educación y la propaganda que lavó el cerebro de casi todo el pueblo alemán, de la cobardía o el error de cálculo de las potencias internacionales que dejaron que pasara. La Shoá no es un rayo misterioso que cayó sobre nosotros. Auschwitz no está en otro planeta, está acá y es producto de nuestra civilización.

Y si lo mantenemos como tema judí, estamos en varios problemas:

  • hemos construido nuestra propia trampa y mantenemos y nos hundimos en nuestra identidad de víctimas,
  • nos perdemos la oportunidad de salir al mundo y transmitir las poderosas lecciones que tiene para toda la Humanidad.
  • facilitamos el camino a la banalización. Auschwitz va a llegar a ser un símbolo, una mercancía, como la imagen del Che en las remeras o la lengua afuera de los Rolling Stones.
  • La Shoá estuvo diseñada para matar al pueblo judío, pero si lo dejamos dentro de la esfera de lo judío, matamos a la Shoá, la vaciamos de su potencia educativa y poco a poco se va deshaciendo su sentido.

Para recuperar ese sentido, propongo que subamos un nivel lógico y que hablemos del MAL. El mal con mayúsculas porque fue este MAL el que condujo a la Shoá y a todos los otros genocidios, persecuciones y matanzas de la Humanidad. Todos.

Diferencio el mal con mayúsculas del mal con minúsculas. El mal con minúscula es ese daño que una persona le hace a otra persona en una relación de dos. Es personal, individual, emocional, se hace porque uno quiere, es reactivo y puede generar culpa.  El MAL con mayúsculas tiene otros intervinientes, es el mal que hace una persona en nombre de un sistema sobre otra persona que es parte de un grupo al que hay que destruir. El mal con mayúsculas es impersonal,  colectivo, racional o político, se hace por obediencia y no genera culpa. Este es el MAL que corroe nuestra sociedad, este es el MAL que tenemos que aprender a conocer y a reconocer.

Y entonces sí hablar de la Shoá, porque en la Shoá podemos encontrar todos los aspectos y todos los elementos que caracterizan al MAL con mayúsculas. Por eso la Shoá es el modelo del MAL. Aunque no fue ni el primero ni el último. Recordemos que antes de la shoá estuvo el genocidio armenio antes y después de la Shoá, con tantas declaraciones de nunca-mases, la limpieza étnica en los Balcanes, las masacres en Camboya, Indonesia, Ruanda, las dictaduras militares entre ellas la nuestra y decenas y decenas de hechos similares que siguen sucediendo. Y si los miramos con la lente de la Shoá, si los incluimos en la categoría del MAL con mayúsculas, tal vez algún día, pudiera encontrarse algún mecanismo para que de verdad, no pasen nunca más.

Generaciones de la Shoá está formado por sobrevivientes, hijos, nietos de sobrevivientes, docentes, estudiosos, aprendices. Nosotros sabemos en carne propia que la Shoá no es propiedad nuestra, tampoco fue una distinción que se le hizo al pueblo judío, es algo que nos pasó y tenemos la obligación de salir al mundo y de contarlo y enseñar lo que podemos aprender de esto, salir de los estereotipos, buscar otras formas de enseñar y transmitir esto que nos resulta vital.  .

Hacemos Cuadernos de la Shoá, es una publicación periódica, que encara los temas de la Shoá que habitualmente no se toman en cuenta, de manera parcial desarrollamos cada uno y abrimos el foco: hablamos de las víctimas judías, de los perpetradores, los asesinos, de la mayoría indiferente y del contexto político. Lo acompañamos con  una propuesta pedagógica, con sugerencias para el trabajo  en el aula y una lista bibliográfica y películas sobre cada tema.

Y el Proyecto Aprendiz. El Proyecto Aprendiz honra el testimonio del sobreviviente. El Aprendiz oye, oye a un sobreviviente y se compromete a seguir contando esta historia varias décadas más. En un puente hacia el futuro, armando la cadena de transmisión que permite que cada una de estas historias siga siendo escuchada. Estamos empezando el 9º grupo, tendremos más de 100 parejas de Aprendices y sobrevivientes, cada una de estas historias seguirá siendo contada con las palabras del protagonista.

En los genocidios hay algunos aspectos que son comunes y que tenemos que conocer. Uno de ellos es el destino de los niños, sus víctimas más desvalidas. Los genocidios dejan  hijos huérfanos de padres, padres huérfanos de hijos. Líneas familiares que se cortan.

Esta es Mijal, mi nieta mayor, tiene 16 años. Y esta es Cesia, mi mamá, Cesia, su bisabuela cuando tenía su misma edad. Me conmueve ver el parecido de estas dos mujeres, en estas fotos tomadas con 90 años de distancia.

Rosita no tiene una foto de su mamá, no puede hacer esta comparación. Rosita nació en el gueto de Varsovia cuando los nacimientos judíos estaban prohibidos. Había que salvarla a toda costa. Sus padres tomaron la dura decisión de entregarla, no había otra salida. Consiguieron documentos a nombre de Wanda y un muchacho que se atrevió a sacar a la bebita de pocos meses en una bolsa fuera de los muros del gueto. Rosita no sabe cómo llegó al orfanato de monjas donde estuvo hasta sus cinco años. Lo único que se acuerda es que un día llegó un señor que dijo que era el papá. “¿Y cómo sé yo que usted es el padre de Wanda?” preguntó la madre superiora con mucha desconfianza.  “Porque mi bebita tiene una marca de nacimiento en la oreja izquierda. Vaya a ver”. Y la marquita estaba ahí. Wanda volvió a ser Rosita, recuperó a su papá y su identidad judía. Pero nunca conoció a su mamá, había muerto en la deportación y no quedó ninguna foto de ella. Rosita se pregunta cómo habrá sido para su mamá el momento en que le dijo adiós, cuando la arropó, cuando metió su nariz adentro de su cuerpecito y le dió un beso por última vez. Rosita no tiene memoria ni del olor de su mamá, ni de su voz, ni de su cara. Tiene dos hijos y varios nietos. Y en cada uno sigue buscando indicios: ¿se parecerá a mi mamá? ¿habrán sido así sus ojos? Nunca lo sabrá.

Rosita es una niña salvada. El mundo está lleno de niños en peligro. En cada uno que se salve se salva un mundo.

La Shoá puede ser lápida o trampolín.

Elijamos el trampolín.

Que así sea.

Setenta años y ninguna lección

Nota para publicación Tercer Sector. Aquel esperanzado “Nunca Más” al fin de la 2ª guerra no abre aún los oídos adecuados: la Humanidad sigue presa de sus peores demonios. Continuaron las matanzas. Caín sigue sin considerarse guardador de su hermano Abel.

El Genocidio Armenio, el Holodomor en Ucrania, fueron trágicos antecedentes del Holocausto. Pero el exterminio del pueblo judío cambió el umbral de lo posible, estableció que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro. El asesinato de grupos designados como enemigos continuó y floreció en “creatividad”, crueldad y horror. En Europa, Asia, África y América millones de personas han sido masacradas esgrimiendo “razones” de estado. Las Naciones Unidas han fracasado en la prevención de los genocidios, su magnífico propósito fundacional de 1948.

Pero no todo es tan decepcionante. La Shoá gestó una nueva conciencia universal acerca de los genocidios. La Corte Penal Internacional tiene la potestad de juzgar a los perpetradores sea del país que fuere. El MAL está empezando a ser considerado.

Hace setenta años que terminó la guerra y con ella el Holocausto del pueblo judío. Confiemos en que esta nueva conciencia universal conduzca más temprano que tarde a una sociedad humana basada en el respeto, en la dignidad y en la responsabilidad de todos por todos.

Lic. Diana Wang
Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina

Charla TED/TED Talk: Los aprendices de la Historia-The History Apprentices

To see the English subtitles go to settings and choose English there.

Todas las fotos del evento https://www.flickr.com/photos/tedxriodelaplata/sets/72157651871523725/

Abrir para ver la transcripción en castellano. Clicking "Continuing reading", are both transcriptions of the talk: first in Spanish and then in English.

Transcripción (a continuación de la versión original está la traducción al inglés)

Ania se quedó solita en Polonia durante la guerra. A los 12 años. Pidió limosna, sirvió en casas de familia, aprendió a rezar. Pero vivía aterrada porque pronunciaba mal la errey se le había metido en la cabeza que por esa causa descubrirían que era judía y la iban a matar. Con sus ojitos celestes casi transparentes y su voz finita y delicada, me contaba cuando yo era chica que se pasó todos los años de la guerra sin usar ninguna ni una palabra con erre. Me parecía imposible. Mi mamá me decía: “es posible! eso y mucho más. Ojalá que la vida nunca te desafíe”.

Hanka tenía 7 años. Escondida con su mamá en un ropero, contenían el aire mientras escuchaban los gritos en alemán. “¿Por qué nos tenemos que esconder mamá?. "Porque si nos descubren nos matan".“Y ¿por qué me quieren matar si me porté bien?”.

Historias como éstas acompañaron mi infancia, con preguntas acuciantes que no me dejan dormir.

Soy hija de la guerra. Nací en Polonia cuando en Japón caían las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Mis padres se habían salvado escondidos en un diminuto altillo durante varios años. Llegamos a la Argentina en 1947. Mis cuentos de hadas fueron historias como esas, algunas maravillosas, heroicas otras negras, terroríficas, que les oía contar a los sobrevivientes sentados alrededor de una mesa, tomando el té, con masitas y tortas.

Yo no viví la guerra pero siempre tuve la sensación que lo más importante de mi vida había pasado antes de que yo naciera. La guerra misma. La milagrosa supervivencia de mis padres. La pérdida de Zenus, su primer hijo, mi hermano mayor al que nunca conocí. Debieron entregarlo a una familia cristiana para asegurar su salvación, la de ellos parecía imposible. Cuando terminó la guerra lo fueron a buscar; “está muerto” les dijeron. Pidieron su cuerpo. No “recordaban” dónde lo habían enterrado. Era obvio, Zenus estaba vivo y había sido apropiado. Lo buscaron, lo buscaron. Pero nunca lo pudieron encontrar. Su ausencia fue una presencia tangible en mi casa en la única foto que se conservó. Es raro vivir con la sensación, de que tengo tal vez por ahí, alguien de mi familia, que se me parece y que no sabe quién es.

¿Tener que entregar a un hijo para que se salve? ¿Qué pudo haber hecho un chiquito de dos años? ¿de qué se acusaba a mi hermanito, a Ania, a Hanka? ¿Por qué me quieren matar si me porté bien?

Preguntas que me hicieron pensar en el MAL, no en el Mal interpersonal, el cotidiano, este que nos hacemos en medio de un enojo, de una emoción. No, no. En el MAL con mayúsculas, el impersonal, sistemático, político, el que hace alguien en nombre de un sistema sobre otro que es parte de un grupo al que hay que destruir, el que se hace obedeciendo órdenes, que produce guerras, matanzas, genocidios, pero que no genera culpa.

¿Cómo responder a la pregunta por el MAL con mayúsculas?

Creo que la respuesta está en la educación. En una educación que incluya de manera central la dimensión ética. Ni las religiones ni los abordajes voluntaristas han podido hacer nada con el MAL con mayúsculas y se nos va la vida en ello. Debería integrar toda currícula educativa. Pero si así fuera ¿cómo introducir un tema así como el MAL en la escuela? y además ¿Cómo enfatizar su importancia para que no sea una materia más: a las 9 lengua, a las 10 gimnasia, a las 11 genocidio?

¡El protagonista! El protagonista en el aula es la llave. El que está atravesado por la Historia, con su voz y su presencia nos atrapan nos abren las orejas y nos permiten conocer lo que hay de humano en todo hecho histórico.

Pero ¿cómo será cuando ya no quede ninguno? ¿Qué pasará con historias como la de Ania o Hanka? Perdidas en algún libro de historia, inalcanzables. ¿Cómo mantener viva la potencia motivadora del testimonio vivo en la clase?

En “Farenheit 451” Bradbury describe un mundo en el que los libros están prohibidos. Los rebeldes deciden aprenderse cada uno un libro de memoria para que siga existiendo.

Esa es la solución, como aquellos rebeldes, rebelarnos contra la marea del olvido y asegurarnos de que cada una de las historias siga siendo escuchada. Y así nació el Proyecto Aprendiz.

Una idea muy simple: juntar a dos personas, una que tiene algo para contar otra que la quiere escuchar y que se compromete a seguirlo contando. Como el Maestro zapatero que transmite su arte a un Aprendiz, así el protagonista entrega su experiencia y su historia a un testigo que la recibe e incorpora a su propia vida.

Contagié mi entusiasmo a la gente de Generaciones de la Shoá, una organización que se ocupa del Holocausto, y empezamos a trabajar. Al principio no teníamos idea de como hacerlo   pero el proyecto enamoraba, insistimos y a fuerza de ensayo y error aprendimos y ¡lo estamos haciendo!

Se trata de una conversación entre dos personas: el ojo en el ojo, la piel en la piel. A un testimonio escrito o filmado no se le puede preguntar, a quien uno tiene delante, sí. Y nos cuenta historias como las que conté, humanas, universales, que cualquiera puede entender No importa dónde fue ni en qué circunstancia, permiten que nos pongamos en la piel del otro. Es algo vibrante, como en el teatro, cuando la gente está acá, y lo que pasa nos atraviesa a todos. Esto no puede ser registrado por ninguna cámara, es energía pura.

El Proyecto se difunde de boca a boca. Los candidatos son adultos jóvenes de entre 20 y 35 años. Hacen primero una capacitación y llega luego el momento tan esperado: la Reunión de Emparejamiento. Ese día cada Aprendiz conoce a quien será su Maestro. Se arman las parejas y cada pareja sigue luego su propio camino, se encuentra donde quieran, cuando quieran y por el tiempo que precisen. La única condición es que el Aprendiz debe llevar un diario, una bitácora del viaje que emprende: su memoria para el futuro. Las parejas se encuentran muchas veces y la culminación se da en la Reunión de Cierre: Un ritual de pasaje ante familiares y amigos de Maestros y Aprendices. A lo largo de los encuentros cada pareja ha construido una relación muy intensa que se concreta ese día ante la presencia de todos con la firma de un compromiso ético: cada historia seguirá siendo contada.

Hasta hoy, 90 parejas, terminaron el proyecto 90 son los Aprendices que incorporaron la historia de su Maestro a la suya propia. En los cinco años que van desde que comenzamos aprendimos muchas cosas.

Aprendimos que es más fácil hablar con desconocidos que con parientes.

Cuando Dora murió, sus nietos rodearon a Sol, en el velatorio y le pidieron “contanos lo que te dijo la abuela porque a nosotros no nos contó nada”.

Aprendimos que además de mantener vivo el relato oral, se tejen nuevas relaciones de parentesco, nietos y abuelos postizos, invitaciones a fiestas, celebraciones, familiares de unos que se conocen con familiares de otros.

Gabriel dice feliz “Tengo una nueva nieta.”

Ariana invitó a Eugenia a ser testigo en su boda.

Brian bailó la historia de Lea hecha coreografía.

Aprendimos que estas conversaciones entre Maestro y Aprendiz son un puente entre el pasado y el futuro.

Aprendimos que los viejos somos depositarios de un archivo imprescindible. Somos como somos porque antes pasó lo que pasó. Seremos como seremos si aprendemos de los remeros   a ganar fuerza para avanzar mirando hacia atrás.

¿Se imaginan la potencia que puede tener contar en el aula con el testimonio vivo de un testigo de culturas en vías de extinción, la guerra de Malvinas, de la dictadura militar, de la trata de personas?

Los Aprendices son esas voces de la Historia.

Pame le preguntó a Judith si alguna vez durante la guerra había tenido vergüenza. Sorprendida por la curiosa pregunta Judith le dijo:

“sí, sabés que sí? y lo había olvidado Fue  el día que entramos en Auschwitz. Cientos de mujeres agolpadas en este horrible lugar y nos ordenaron que teníamos que desnudarnos. Yo tenía 14 años, nunca me había desnudado delante de nadie. Me moría de vergüenza, pero el miedo era muy grande, imité a todas y me empecé a sacar una a la ropa la ropa que tenía puesta hasta que me quedé en ropa interior, no podía más. pero enfrente de mí estaba este soldado alemán,   era un muchacho … no tenía ni 20 años, rubio, de ojos celestes, lindo como un sol, que cuando me vio en ropa interior, levantó su arma   y con ferocidad me dijo “¡todo! ¡todo!”. Temblando me saqué la camiseta y cuando me bajé la bombacha   vi con horror que tenía sangre. y que él también lo vió. Me quise morir. Fue lo peor que me pasó en Auschwitz, ya sé que no me vas a creer. Pero fue peor que los piojos, peor que el hambre, peor que la sed. Mi intimidad estaba ahí sobre el piso, a la vista de todos yo tenía 14 años y había dejado de ser dueña de mí.

Estas palabras hablan sobre la deshumanización con mayor elocuencia que cualquier tratado. Judith se murió cuando yo estaba preparando esta charla. Pero su relato sigue vivo en mí. Lo cuento toda vez que puedo. Nunca nunca lo olvidaré.

Y ahora que lo conté, tampoco ustedes lo podrán olvidar.

y esta es la esencia del Proyecto Aprendiz:

¡El que escucha a un testigo se convierte en testigo!

 

ENGLISH VERSION.

Ania was left alone in Poland during the war. She was 12 years old. She begged for handouts, served as a domestic in homes, and learned how to pray. But she lived in terror because she mispronounced the sound of the letter “r” and convinced herself that that was how they were going to discover she was Jewish and kill her. With her nearly transparent, baby-blue eyes and her tiny delicate voice, she would tell me when I was a child that she spent all the years of the war without using any word containing the letter “r”. I found that impossible. My mom said “it is possible, as is so much more. Let’s hope that life never challenges you”.Hanka was 7 years old. She was hiding with her mother in a closet they held their breath as they listened to the shouting in German. “Why do we have to hide momma?” “Because if they find us they’ll kill us.” “And, why do they want to kill me if I’ve been good?”Stories like these accompanied me during my childhood, with questions that would harass me and not allow me to sleep.I am a child of the war. I was born in Poland while the bombs fell in Japan over Hiroshima and Nagasaki. My parents survived by hiding in a tiny attic for several years. We arrived in Argentina in 1947. My fairytales were stories like these ---some miraculous, heroic; other sad, terrifying--- that I would hear the survivors tell, sitting around the table while drinking tea with pastries and cake.I didn't live the war, but I have always had the feeling that the most important things in my life had happened before I was born. The war itself. The miracle of my parents’ survival. The loss of Zenus, their first son, my older brother who I've never known. They had to give him away to a Christian family to ensure his survival as theirs seemed impossible. When the war was over they went back for him.  "He’s dead", they were told. They asked for his body. The family claimed not to "remember" where he had been buried. It seemed obvious, Zenus was still alive and was being kept by them. They searched and searched. But they never found him. His absence was a tangible presence in my house in the only photo that remained. It's strange to live with the feeling that maybe somewhere, there is someone with my blood who looks like me yet doesn't know who he is.

Imagine having to leave your children behind to save their life. What conceivable threat could a two year-old child pose? What were my little brother, Ania, and Hanka accused of? Why do they want to kill me if I’ve been good?

These questions led me to think about EVIL. Not the interpersonal evil, the everyday one, uttered in the midst of an argument or a heated moment. No, no. Uppercase EVIL: impersonal, systematic, political. The EVIL perpetrated by someone in the name of a system against others belonging to a group targeted for destruction.The one done by obeying orders, that manufactures wars, massive killings, and genocides, but without any guilt.

How do we answer the question posed by uppercase EVIL?

I believe the answer relies on education. An education where ethics is central. Neither religions nor cultural norms have been able to prevent uppercase EVIL yet humanity depends on this. It should be part of every curriculum. But if it were to be, how to introduce something like EVIL at school? And also, how can we highlight its importance in order that it not become just another class: 9am: English, 10am: Gym, 11am: Genocide?

The “protagonists”! Those who experienced it being in the classroom is the key. The one who was there, shaped by history. Their voice and their presence touch us It opens ears and helps us to see the human perspective in every historical event. But what will  it be like when none of the witnesses to a given event are left?   What is going to happen to stories like Ania’s or Hanka’s? Buried in the page of some history book. Unreachable. How can we keep alive that motivating force of the live testimony in the classroom?

In Fahrenheit 451, Bradbury describes a world in which books are forbidden. Each rebel decides to learn a book by heart in order to keep it alive. This is the solution: like those rebels, let us rebel against tides of forgetfulness to ensure that each story continues to be heard. And this is how the Apprentice Project was born.

A very simple idea: bringing two people together---one who has something to tell, and another who wants to hear it and commits to continue telling it. Like the master shoemaker who teaches his art to an Apprentice,   so too the “protagonists”, as Teachers, pass on their experiences and story to a witness, who masters that account and embodies it as their own.

I transmitted my enthusiasm to the people at Generations of the Shoah, an organization that deals with the Holocaust, and we began to work. At first, we had no idea how to tackle it, but the project enthralled people, we persisted, and through trial and error we learned, and we are doing it!

It’s a simple conversation between two people, eye to eye, in the flesh. You can’t ask questions to a written or recorded testimony, but if someone is sitting in front of you, you can. And they tell stories like the ones I told earlier, human, universal, stories that anyone can understand. It doesn’t even matter where or under which circumstances they happened, they allow us to inhabit someone else's shoes. It’s something vibrant, like in the theater, when people are here   and what’s happening touches all of us. This can’t be registered on any camera, it’s pure energy.

The project is spread by word of mouth. The candidates are young adults from 20 to 35 years-old. They first complete a training before the long-awaited moment arrives: the Pairing Event. That day each Apprentice meets their Teacher. The matches are made and each pair chooses its own path. They meet wherever they want, whenever they want, and for as long as they need. The only requirement is that the Apprentice must keep a journal, logging the memories of the journey---their memory for the future.

The pairs meet several times before the final moment arrives at the Closure Event: a rite of passage in front of friends and family of both the Teachers and the Apprentices. Throughout their meetings, each pair has developed a powerful relationship that is formalized that day in front of all those in attendance by signing an ethical commitment: that each story will continue to be told.

To this point, ninety pairs have completed the project. Ninety are the Apprentices who have made their Teacher’s story a part of their own lives.

Since we began five years ago, we’ve learned many things.

We have learned that it’s easier to talk with a stranger than with your own family.

When Dora died, all her grandchildren surrounded Sol at the wake and they asked “tell us what grandma told you, because she never told us anything”.

We’ve also learned that on top of keeping oral storytelling alive, new kinship networks were created: “foster” grandchildren and grandparents, invitations to parties, celebrations, the Apprentice’s family meeting the Teacher’s family.

Gabriel happily says “I have a new granddaughter”.

Ariana invited Eugenia to be a witness at her wedding.

Brian danced Lea’s story in choreographic form.

We’ve learned that these conversations between Teacher and Apprentice are a bridge between past and future.

We’ve learned that we old people are the owners of an indispensable archive. We are how we are because of what happened before. We will be who we will be if we learn from the rowers to gain the power to move forward by looking back.

Imagine the power produced when sharing the live testimony of witnesses of: a culture in danger of extinction, the Malvinas/Falklands War, military dictatorships, or human trafficking.

The Apprentices are these voices of History.

Pamela asked Judith if she had ever felt ashamed during the war. Surprised by the curious question, Judith said: “You know what? Yes, I have, and I had forgotten. It was the day when we first arrived at Auschwitz. Hundreds of women cramped in that horrible place. And we were ordered to strip. I was 14 years old. I had never stripped in front of anyone before. I was dying of shame, but amidst the terror I imitated the others and kept removing my clothing piece by piece until I was down to my underwear. I had reached my limit. But in front of me there was this German soldier, he was a young man...who couldn’t have been more than 20. Blond, light blue eyes, handsome as could be. When he saw me in my underwear, he pointed at me with his gun and fiercely shouted “everything, all of it!” Shivering, I took off my undershirt, and when I pulled down my panties I was horrified to see that there was blood, and that the soldier saw it as well. I wanted to die. That was the worst thing that happened to me in Auschwitz. I know you won’t believe me. But it was worse than lice, worse than hunger, worse than thirst. My intimacy was there lying on the ground in front of everyone. I was 14 years-old and was no longer the owner of myself.”

These words speak about dehumanization with more eloquence that any essay could. Judith died while I was preparing this talk, but her story is still alive in me. I tell it every time I can. I will never ever forget it. And now that I’ve told it, you won’t be able to forget it either.

This is the essence of the Apprentice Project:

When you listen to a witness, you become a witness!

 

Dos videos de Generaciones de la Shoá

Habiendo completado los primeros diez años de Generaciones de la Shoá, ver acá un breve resumen de gran parte de lo hecho en ese lapso. Es un orgullo y una gran alegría ver cuánto puede se puede conseguir con entusiasmo, inteligencia y voluntad.
Va también el video realizado para la presentación de Cuadernos de la Shoá 5: Mujeres. Vidas y Destinos. En éste se puede ver y oír el testimonio breve y conciso de 15 de nuestras sobrevivientes sobre la conducta de sus madres, uno de los temas centrales de este 5º número. Cliquear acá.

 

Generaciones de la Shoá cumplió diez años.

Palabras pronunciadas en el acto del 18 de noviembre de 2014 en la Legislatura de Buenos Aires: Equipo completo de Cuadernos de la Shoá: Fernando Ender, Melisa Berlin, José Blumenfeld, Natalia Rus, Feigue Machabansky,  Susana Luterstein, Aida Ender, Diana Wang, Angela Waksman, Rosa Rotenberg, Viviana Rosenthal, Ruthy Fleischer, Jonathan Karszenbaum y Karen Rofchuc.

Hoy cumplimos diez años pero existíamos antes, 7 años antes, nos reuníamos de manera informal, espontánea en nuestras casas, éramos los “niños de la Shoá”. Hace diez años nos organizamos formalmente y nos pusimos Generaciones de la Shoá porque además de sobrevivientes había hijos de sobrevivientes. Fue en 2004 cuando gestamos De Cara al Futuro. Nos reuníamos en la Fundación Memoria del Holocausto, después nos mudamos a la Wizo en la calle Larrea gracias a una invitación de Amalia Pollack y finalmente José Moskovits, presidente honorario de Sherit Hapleitá, nos invitó a seguir su legado en la sede de Paso. Y allí estamos, honrando lo mejor que podemos el compromiso asumido.

Somos sobrevivientes, hijos, nietos, parientes y amigos de quienes han sufrido el Holocausto. Todos tenemos familiares perdidos en Europa, nuestra relación con la Shoá es personal. También nos acompañan docentes especializados en la temática y los jóvenes que se han ido integrando.

Las mujeres somos, como verán, mayoría, pero somos educadas y de tan amplio criterio que recibimos gentilmente a algunos hombres. Vieran cómo se sorprenden de que podamos estar hablando de cuatro cosas al mismo tiempo, no solo sobre lo que hay que hacer sino también sobre el estado de salud de cada uno, qué hija está embarazada o qué nieto tuvo un éxito en la escuela o mucha fiebre la noche anterior.

Esto hace que seamos una institución diferente y un tanto rara. Los mismos que integramos la CD participamos en las distintas áreas institucionales, discutimos, pensamos y firmamos cheques y cuando hace falta, tomamos una escoba y barremos el piso. Generamos materiales educativos y bajamos a abrir la puerta, inventamos proyectos innovadores y estamos atentos a que no falte el café ni el té ni el mate ni el edulcorante ni las galletitas. Son reuniones fértiles, donde siempre pasan cosas en un clima amable en el que da gusto estar. Y también hacemos celebraciones, festejamos los cumpleaños, nos acompañamos en las tristezas y nos alegramos con las alegrías… constituimos una impensada familia, tal vez una compensación de la que a algunos nos faltó en nuestras infancias.

Uno termina de conocerse cuando se compara con la forma en que es visto por el afuera. El reflejo que recibimos es de valoración de este clima desacartonado, de este acercamiento sin tabúes ni falsos prejuicios a lo más doloroso que hemos vivido. Aprendimos de nuestros padres y sobrevivientes, a transformar la tragedia en motivo de vida. Lo que hacemos en la institución es lo mismo que hacemos con nuestras propias historias: sostenemos una filosofía que privilegia la vida y le da sentido, orientamos nuestro esfuerzo a contar y transmitir, a veces hasta con alegría, lo que hemos aprendido. Muchos de los amigos que hemos hecho en estos diez años están acá hoy con nosotros y veo sus caras diciendo que sí, sus sonrisas relajadas y siento en mi piel sus abrazos.

Honrando esta mayoría femenina, nuestra mesa de trabajo es una gran cocina alrededor de la cual, a veces con ingredientes mínimos, inventamos -modestia aparte- exquisitos manjares. Los Cuadernos de la Shoá, que todos conocen y que ya son quintillizos, surgieron alrededor de esa mesa.

También el Proyecto Aprendiz, primero la simple idea de que el día de mañana haya alguien que cuente cada una de las historias de los sobrevivientes a lo que cada año, cada grupo, cada experiencia agregó un detalle, algo diferente que mejora el resultado. Lo que parecía que iba a ser un budincito se convirtió en una torta elaborada de varios pisos con distintos rellenos y sabores. Ya son 90 las parejas constituidas.

Entre los ingredientes de nuestra mesa, también está la tecnología, no solo no le tenemos miedo sino que la usamos como si hubiéramos nacido con ella: facebook, twitter, whatsapp, email, power points, mp4, nada de esto nos es ajeno. Nuestra lista de correo electrónico todosgeneraciones llega a cientos de suscriptores, hacemos fotos, grabamos audios y videos con nuestros celulares, internet es una de nuestras herramientas más ricas.

Los lugares comunes, las mentiras y la utilización de la Shoá para fines ajenos a ella, nos producen agudas reacciones alérgicas. Frases como “nunca más”, “recordar para no repetir”, “para las siguientes generaciones”, y tantas otras que escuchamos a diario, nos llevan una y otra vez a explicaciones y desmitificaciones. Rectificamos permanentemente informaciones falsas que distribuyen las redes sociales y las cadenas de mails. Luchamos contra la banalización cuando se menciona al nazismo, a Hitler o a Goebbels, como un sustantivo común, como un insulto. Levantamos nuestra voz contra el abaratamiento y el uso político y falaz de estos hechos y personas. Protestamos ante la espuria comparación entre la Shoá y la política del Estado de Israel señalando que el hoy llamado antisionismo es el mismo antisemitismo travestido. Salimos al cruce de estas declaraciones que toman los hechos a la ligera y superficialmente, de un modo que los tergiversa e impide revelar y comprender su contenido y alcance.

Aportamos lo que somos y lo que sabemos, los materiales que producimos y los testimonios a escuelas y universidades. Dialogamos con distintos grupos, aprendemos y enseñamos, integramos el capítulo argentino de la Alianza Internacional para la memoria del Holocausto, acompañamos con capacitaciones, testimonios y con nuestros sobrevivientes al programa Marcha por la Vida recientemente declarado de interés educativo por el gobierno de BsAs.

Como nos enseñan nuestras tradiciones, en toda fiesta hay que recordar también los momentos tristes. Hemos visto en el video inicial, las caras y los nombres de quienes nos acompañaron y ya no están con nosotros. Pero en estos diez han nacido nietos y bisnietos y cada embarazo, cada nacimiento es una celebración mística. No somos muchos pero sí muy prolíficos, en estos diez años nacieron 30 pimpollos, todo un ramillete de promesas de continuidad.

Durante la Batalla de Inglaterra, Sir Winston Churchill se refirió a quienes lucharon diciendo que “nunca tan pocos habían hecho tanto por tantos”. Generaciones de la Shoá, como aquel escuadrón de la RAF, está integrado por apenas un puñado de personas, las que ven acá. Sus voces son pequeñas, pero crecen y se amplifican, se vuelven fuertes y potentes en su persistencia por mantener viva la memoria de la Shoá.

Y, como decía Luis Sandrini -esto es solo para mayores de 60-, “mientras el cuerpo aguante” seguiremos insistiendo, desafiandonos con nuevas ideas y formas de llegar, transmitir y enseñar en la ilusión de que estamos haciendo una diferencia, de que no es solo porque hacer lo que hacemos nos es esencial para seguir viviendo sino porque tal vez, alguna vez, algo cambie y nuestros nietos y los nietos de nuestros nietos vivirán en un mundo mejor.

publicado en vis a vis   

Ni polacos ni rusos, ucranianos.

Colaboración para el libro "Mi Cocina Judía" de Silvia Plager. Ed. Sudamericana 2014.

Captura de pantalla 2014-11-02 a las 11.57.15

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Polaca. Judía. ¿Qué otra cosa que papas y cebollas podrían ser mis ingredientes preferidos? Y de entre todo lo que se puede hacer con ello, los varénikes son, definitivamente, mi comida preferida. Se presentan en distintas versiones, con diferentes rellenos y variados acompañamientos. También tienen distintos nombres. En mi casa se llamaban piroshki, el diminutivo de pirogui que es como se dice en polaco (se escribe pierogi).

Mamá me contaba que en Polonia los pirogui son una de las comidas más populares. La masa era siempre igual pero su contenido podía ser de carne, de repollo, de papa y hasta de cerezas u otras frutas, se comían con diversas combinaciones de salsas e incluso dentro de sopa. Era un concepto neutro que podía adecuarse a diferentes rellenos y momentos de la comida, podía ser un plato por sí mismo o el postre.

No conocí la palabra varénikes hasta mi adultez, en realidad, hasta que me casé con un hombre cuya familia venía de Rusia. En su casa mis piroshki se llamaban varénikes, la papa del relleno tenía cebolla frita y mucha pimienta y se acompañaba con cebolla frita en manteca y a veces con higadito de pollo.

No era así como los hacía mi mamá. Decía que de todas las versiones posibles prefería la que le hacía su mamá. El relleno era de puré de papa con un poco de ricotta o queso blanco y luego de hervidos se los cubría con crema de leche espesa. Alguna vez hizo relleno de carne o repollo y, ante la repulsa unánime, abandonó el intento. Todavía no conocíamos las empanadas de carne y la posibilidad de hacerlas fritas o al horno, no sabíamos lo ricas que eran y cuánto nos iban a gustar con el paso de los años.

La rivalidad entre los poilishe (nosotros) y los rusishe (la familia de mi marido) que se aplicaba tanto a pronunciaciones de idish como a hábitos y comidas fue un paso de comedia habitual hasta que descubrimos que ambas familias eran oriundas de lo que es hoy Ucrania. Nuestras supuestas diferencias regionales se diluyeron con la redistribución de fronteras posterior a la segunda guerra. Ni polacos ni rusos: ucranianos.

A mis 50 años hice un viaje a Polonia y a Ucrania junto con mi hermano. Nuestra familia provenía de Stryj, una ciudad polaca que a poco de terminada la guerra pasó a estar en Ucrania, pero en nuestro relato familiar Polonia era nuestra tierra de origen, el olor de la infancia de nuestros padres. Fue una fiesta caminar por Varsovia y Cracovia. Nos impresionaban muchas cosas pero lo que más nos impactó fue el aspecto físico y la gestualidad de la gente. Veíamos en ellos a mamá y a papá y a sus amigos, en pequeños detalles, en cómo tomaban la taza de té, en cómo encendían un cigarrillo y aspiraban y expelían el humo, en cómo se sentaban y en cómo miraban. Todo nos resultaba sorprendentemente familiar. Cuando visitamos alguna casa y vimos el abigarramiento, los dorados y los rojos, las carpetitas, las fuentecitas, los cristales, los adornos y adornitos, los cuadros y cuadritos, entendimos que el estilo de decoración de las casas de nuestros padres y las de sus amigos, un estilo del que nos burlábamos un poco por cursi, por sobrecargado, venía de allí, cada uno de ellos reproducía en su casa argentina la estética polaca que le era conocida. Todo nos resultaba familiar y, al mismo tiempo ajeno. Sentíamos que éramos de allí pero al mismo tiempo que no. Sabíamos que si no hubiera pasado lo que pasó nos veríamos como todos los que andaban por las calles, hablaríamos su idioma, nos miraríamos como se miraban ellos; pero al mismo tiempo estaba claro que no se podía volver atrás, que hablábamos castellano, nos gustaba el tango y el mate y en nuestro cielo conocido siempre esperábamos encontrar a la Cruz del Sur. Fue una experiencia hondamente extraña y conmovedora.

En los ecos y reflejos el pasado seguía vivo en nosotros, todo lo que veíamos nos era extrañamente conocido. Todo salvo los piroshki. El primer día entramos temblorosos a un restaurant, tomamos asiento y pedimos un menú. En nuestro elemental polaco encontramos la palabra “pierogi” y nos entusiasmamos al unísono: “¡Piroshki! ¡Tienen piroshki!”. El menú indicaba muchas variedades pero no encontrábamos los de papa. Preguntamos al mozo y nos dijo que esos se llamaban russki, o sea, rusos y que se servían con cebolla frita. Nos llamó la atención que no fuera con crema, pero igual los pedimos. Esperábamos re-encontrar el sabor y el olor de la infancia pero lo que vino en el plato y lo que gustamos no lo fue, ni de lejos. Masticamos nuestra desinflada ilusión y pedimos los rellenos con cereza como postre, para ver si la cosa mejoraba. No los pudimos terminar. Arrastrando la mochila cansada de la añoranza, nos dijimos que teníamos que probar en otro restaurant, que nos habíamos equivocado de sitio. Pero pasó lo mismo en todas partes. No encontramos ni en Varsovia ni en Cracovia los piroshki con crema de nuestra infancia.

Nuestro siguiente destino era Ucrania, específicamente Lwów (o Lviv, su actual nombre ucraniano). En la primera noche, en el mismo restaurant del hotel decidimos intentarlo nuevamente. El año era 1995, Ucrania recién emergía del dominio soviético, era pobre, se veía un creciente deterioro por todas partes, una ciudad ajada con gente gris y sombría. Nos sentamos a la mesa del Grand Hotel sin ninguna expectativa, mirando desolados el enorme salón casi vacío, los reflejos de un sitio que supo ser elegante y lujoso y que a duras penas subsistía apelando a sus viejas glorias entre bocanadas de ahogado. Pedimos el menú y nos trajeron uno escrito en ucraniano, o sea con caracteres cirílicos. No entendíamos nada. Por suerte conseguimos un ejemplar manuscrito en inglés y bajo el título de“Main Dishes”, o sea, platos principales, no solo no había mención alguna de pierogi con carne, repollo o frutas sino que decía clarito y rutilante: “Varenikes with Smetene”. Así. Literalmente. Y uno que creía que ambas eran palabras en idish… ¡¡¡y resulta que eran en ucraniano!!! Esperamos la llegada del pedido con muda y anhelante anticipación temiendo sufrir una nueva y triste decepción. Pero el plato que apareció delante de nosotros, los piroshki cubiertos de crema, se veía y olía igual que lo que nos solía servir mamá en nuestra casa de Floresta en la frías noches de invierno. Con miedo, nos servimos una puntita para probar no fuera a ser que nos volviéramos a desilusionar. Pero no, el aroma sublime no había mentido, el puré tenía el mismo gusto, la masa la misma consistencia y sabor y estaba todo todito cubierto con una crema espesa deliciosa, igual a aquélla que se compraba en la fiambrería de la vuelta de casa después de escuchar el Teatro Palmolive del Aire o, si se nos había hecho tarde, antes del Glostora Tango Club. Repetimos el suceso en todos los restaurantes en los que entramos en nuestra visita a Ucrania. En todos, los varénikes con smétene eran los nuestros, los que nos hablaban de canciones de cuna con muchos ai-lu-lus, de sonidos familiares, de risas cómplices, de caricias cicatrizantes y de pesadillas que terminaban con un abrazo de mamá y su voz que decía “ya está, fue un sueño, dormite…”. Fue en Ucrania que, cerrando los ojos, volvió a nosotros el dulce sabor perdido y que tan fielmente llevábamos guardado en nuestra memoria.

Cuadernos de la Shoá

Colección publicada por Generaciones de la Shoá en Argentina. Se entrega de manera gratuita. Solicitarlo a dirección@generaciones-shoa.org.ar

Tapas de cada ejemplar y enlaces para verlos en pdf y en youblisher.

Nº 1: Justos y Salvadores (2010)

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Nº 2: Las dos guerras del nazismo (2011) 

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Nº 3: Resistir y Sobrevivir (2012)

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Nº 4: Caras de lo Humano (2013)

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