Foto y nota revista Ohlalá diciembre 2015
Terror en Paris. Un peldaño más.
Carta de Lectores publicada en La Nación, edición impresa del domingo 15 de noviembre de 2015. La Shoá, el paradigma del MAL del siglo XX, fue un genocidio con algunas características sin precedentes en la historia de la Humanidad. Una de ellas es que las víctimas serían asesinadas donde estuvieran, no había límites geográficos para la cacería. La derrota militar de Alemania en la II Guerra impidió que este programa de horror se hiciera realidad. Estado Islámico aplica en su guerra santa ese aspecto de la Shoá, decidido a acabar con el infiel donde sea que esté, sin límites geográficos ni frontera alguna. En París o Túnez, en Kuwait o Nueva York, en Siria o Pakistán, la Tierra entera es su teatro de operaciones y acción. Pero, sube un peldaño más por sobre el precedente de la Shoá, al ensanchar la mira y globalizar a las víctimas. Son ahora: musulmanes que no respetan a rajatablas la sharía, cristianos, judíos, hinduistas, budistas, shintoistas, taoístas, brahamanistas y el resto del mundo.
Para Estado Islámico no hay fronteras, igual que con la Shoá y, dado que ahora todos somos las víctimas designadas, ha establecido un nuevo parámetro de lo posible en la estructura del MAL.
La Shoá fue un antes y un después en la conciencia de occidente. Estado Islámico pone en duda el después de la Humanidad.
Link en La Nación: http://goo.gl/KaGylV
Camino a Auschwitz
En las tres historias de Camino a Auschwitz, el nuevo libro de Julián Gorodischer ilustrado por Marcos Vergara, está presente la sexualidad, pero en ninguna de las tres es una sexualidad políticamente correcta. Es un trabajo sensible y valiente. Encara con piedad las vulnerabilidades humanas en aquel contexto infernal. Se atreve a contar y mostrar cosas y momentos que suelen quedar en las sombras, glorificados con un silencio perdonador, puestos entre paréntesis. Quedan las historias de sobrevivientes como monumentos congelados de pura victimización y pasividad. No pasa esto acá. Los protagonistas asumen como pueden las conductas que hacen, se las apropian y son responsables de ellas. Los secretos, los dilemas éticos, los pasos y contrapasos están expuestos descarnadamente y son como un espejo en el que, si nos atrevemos a mirarnos, seremos más humanos. Pero la Shoá y lo judío no suelen exponerse en la misma categoría de lo falible, de los imperfecto, de lo humano. La Shoá está sacralizada, es intocable; los malos son todos, siempre y absolutamente malos, los buenos son todos, siempre y absolutamente buenos. Entre los judíos no hay putas ni ladrones, ya se sabe. Este libro se mete en sitios cenagosos y oscuros, para andarle con cuidado porque hay culebras venenosas escondidas.
Una de las cosas que siempre preguntaba a los sobrevivientes cuando era chica era por su sexualidad, y siempre me sorprendía de que hubiera existido, como si yo también me hubiera comido el relato de la prístina pureza (entendiendo que si había sexo la pureza se ensuciaba) de las víctimas, que no podía ser interrogada ni cuestionada. Por suerte entre mis padres y sus amigos la cosa era más liberal, menos moco social, y la sexualidad era parte de las conversaciones. Supe, entonces, desde siempre que la vida en la Shoá, en todo su transcurso y en las diferentes etapas, se vivía con todo el cuerpo.
Una amiga de mis padres era lesbiana. La salvó una mujer católica que era su pareja y vino con ella a la Argentina. Dormí en su casa muchas veces, escuché ahí los primeros boleros románticos en discos de pasta que ellas escuchaban a toda hora. La pobre Eva había sido ametrallada y perdió una pierna. Tenía una ortopédica y usaba pantalones. De pelo corto, hombruna, un poco brusca, la policía la detenía cada dos por tres por “conducta indecente”; mis padres la sacaron de las seccionales una punta de veces. Nos resultaba indigna y estúpida la moralina de la sociedad argentina, tan diferente de la tanto más liberal de las grandes ciudades polacas. Eva habría sido feliz con este libro. Lo agradezco por ella mientras evoco en mi memoria el chirrido de la púa y las canciones de amor que escuchábamos por las noches.
Hay otra historia que ilustra esa moralina santurrona. Mis padres y sus amigos adoraban ir al teatro ídish. Se vestían para la ocasión como lo habían hecho en Polonia, con sus mejores galas, tacos altísimos, medias con raya, sombrerito con tul que tapaba media cara, cigarrillos con boquilla (todas fumaban, era muy chic) y hablaban polaco.
En los teatros los miraban con desprecio, les hacían el vacío, a veces los insultaban. No entendían qué pasaba. Yo lo entendí años más tarde. Por un lado, el polaco era un idioma casi prohibido para los que habían inmigrado en los veintes o antes; los que vivieron en Polonia en los treintas conocieron otra vida, se asimilaron, casi despreciaban el ídish como lengua del atraso, soñaban con ser cosmopolitas, hablaban en polaco. La ropa que usaban evocaba en las mujeres locales, a las putas de la Zwi Migdal, organización que se había disuelto en 1930, pero que seguía en el imaginario colectivo judío como lacra y vergüenza. Estas mujeres maquilladas, empilchadas, fumando y hablando el polaco, evocaban a aquellas otras que solían ser exhibidas por los proxenetas en los sitios más caros de los teatros.
Julián ha vuelto a mi memoria a esta gente de carne y hueso, a recordar que el sufrimiento no cambia a nadie, no los hace ni mejores ni peores, los hace sufrir y cada uno sufre como es, como puede y sale de su sufrimiento igual, como es y como puede. Ni gloria al dolor ni adjudicarle camino de iniciación alguno. El dolor solo duele mientras duele. Usarlo como justificación de conductas ulteriores es mucho más común de lo que uno podría imaginar, como si los sobrevivientes dejaran de ser responsables de sus vidas posteriores porque el sufrimiento ha marcado un camino del que no se pueden desprender. Recordé a mis padres y a sus amigos, a sus ganas de vivir y disfrutar de cada minuto, a la felicidad de aquellos encuentros en los primeros años, cuando todavía el recuerdo estaba fresco y cada logro era un nuevo corte de manga a la sentencia de muerte de la que habían sido salvados. Julián y sus tres parientes, Paie, Berl y Luba me trajeron de vuelta ecos de mi infancia como hija de sobrevivientes del Holocausto y me hizo tener presente, otra vez, la belleza de ser libre y poder decidir -o creer que uno decide- a cada paso su propio destino.
entrevista en La Nacion - Conversaciones
Los Diez Mandamientos para el “Nunca más”. explicados
El código moral derivado de los Diez Mandamientos, las Tablas de la Ley, fundamenta la posibilidad de la convivencia, sus imperativos éticos legislan en contra del mal. No son siempre respetados pero su incorporación como mandato cultural ha permitido que, en general, convivamos entre nosotros sin matarnos a cada paso. Los Diez Mandamientos [1] les hablan a una segunda persona sobre la conducta que debe o no debe asumir respecto de otra persona. Apelan a su voluntad para dominar e impedir el mal de su naturaleza, poner freno a las conductas que podrían llevar a un conflicto interpersonal. Se trata del mal entre dos personas, individual, voluntario, emocional, reactivo y potencial generador de culpa.
Sin embargo, el devenir de la Humanidad, en especial en el pasado siglo XX, ha revelado que hay un mal que excede la esfera interpersonal y doméstica y que atenta contra la vida de manera aterradora y, hasta ahora, imparable. Son los genocidios, persecuciones y matanzas masivas (el genocidio armenio, la Shoá, Camboya, Ruanda, los Balcanes, Guatemala, Congo, Indonesia, dictaduras militares entre decenas y decenas más) que no están considerados en los Diez Mandamientos bíblicos como un mal a impedir. Sin estar enunciados no integran nuestra cultura ni cosmovisión, quedan afuera de la órbita de la educación, tanto de la religiosa como de la secular. Solo la frase estupefacta, un “nunca más” afónico, invita a la toma de conciencia y la oposición activa contra este horror caído sobre la Humanidad como las diez plagas bíblicas, ahora globalizadas y planetarias. Las Naciones Unidas siguen naufragando en tsunamis de horror tras horror y aquel declarado “nunca más” voluntarista se ha vuelto un “otra vez y otra vez y otra vez” de espanto y desolación.
Las grandes masacres son de otro orden que el mal, pertenecen a la esfera del MAL con mayúsculas. Ya no es entre dos, una conducta interpersonal, sino que emana de un sistema -un gobierno, un estado, fuerza paraestatal- que ordena matar a quienes pertenecen al grupo que el sistema mismo ha designado como enemigo y que hay que destruir. El MAL ya no individual, es impersonal y colectivo, se hace por obediencia, no es reactivo o emocional puesto que responde a un objetivo racional/político/religioso y no genera culpa. Las religiones no lo han tomado aún como parte de sus enseñanzas o disciplinamientos. Algunos de estos hechos son consecuencias de objetivos religiosos y las religiones tienen la conciencia sucia. Pero también es cierto que recién ahora comienza a ser considerada esta distinción entre el mal y el MAL lo que puede determinar el encuentro de los mecanismos que lo impidan. Uno de ellos es el Tribunal Penal Internacional que actúa sobre los hechos consumados; su pena y castigo pueden ser, en el largo plazo, una medida disuatoria siempre y cuando esté reforzada y sostenida con una integración del tema a la educación y a la cultura.
Si no incluimos el MAL en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, seguiremos tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener los procesos genocidas.
Sabemos que se trata de entramados complejos que incluyen motivaciones geopolíticas y económicas, que el simple enunciado de lo que hay que cambiar no es suficiente. Pero por algún lado hay que empezar.
Los nuevos Diez Mandamientos, ahora contra el MAL contienen, igual que los anteriores contra el mal, prohibiciones y mandatos.
No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.
No obedecerás ninguna orden que no compartas.
No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.
No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.
No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.
Diferenciarás lo legal de lo legítimo.
Desconfiarás de la propaganda.
Conocerás y revisarás tus prejuicios.
Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por ti mismo.
Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.
Cada uno de estos mandamientos podría formar parte de un proceso reflexivo para ser cabalmente comprendidos, clases especiales en donde se evalúe cada proposición, se la ilustre con diferentes ejemplos, se trabaje con situaciones concretas de la vida diaria con una participación activa para que puedan ser aplicadas y comprendidas como parte esencial de la vida y de la posibilidad de su continuación.
Los Diez Mandamientos Judíos:
Yo soy el Eterno, tu Dios, quien te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud.
No tendrás ni reconocerás a otros dioses en mi presencia fuera de mí. No te harás una imagen tallada ni ninguna semejanza de aquello que está arriba en los cielos, ni en la tierra, ni en el agua, ni debajo de la tierra. No te postrarás ante los ídolos, ni los adorarás.
No tomarás el nombre de El Eterno, tu Dios en vano.
Recuerda el día de shabat, para santificarlo; no harás ninguna labor, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sirvienta, ni tus bestias de carga, ni el extranjero que habita dentro de tus murallas.
Honra a tu padre y tu madre.
No asesinarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No brindes contra tu prójimo falso testimonio.
No codiciarás los bienes ajenos, la casa de tu prójimo, la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.
Los Diez Mandamientos Cristianos:
Amarás a Dios sobre todas las cosas.
No dirás el nombre de Dios en vano.
Santificarás las fiestas.
Honrarás a tu padre y a tu madre.
No matarás
No cometerás actos impuros.
No robarás.
No darás falsos testimonios.
No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
No codiciarás los bienes ajenos.
PARA UN TRABAJO EN EL AULA (SUGERENCIAS)
Una vez enunciados los mandamientos, ¿cómo utilizarlos para que sean una herramienta formativa y educativa?
He aquí una propuesta para su trabajo en el aula viendo el racional de cada uno de los mandamientos.
Dos consideraciones previas:
¿Por qué el formato de Mandamientos?
El código moral derivado de las Tablas de la Ley, los Diez Mandamientos, fundamenta la posibilidad de la convivencia, sus imperativos éticos legislan en contra del mal. No son siempre respetados pero su incorporación como mandato cultural ha permitido que, en general, convivamos entre nosotros sin matarnos a cada paso. La humanidad ha conocido en el siglo XX el MAL globalizado y planetario ante el cual seguimos naufragando en tsunamis de horror tras horror y aquel declarado “nunca más” voluntarista se ha vuelto un empecinado “otra vez y otra vez y otra vez” que nos llena de espanto y desolación. La distinción entre el mal y el MAL puede determinar el encuentro de los mecanismos que lo impidan. Si no incluimos el MAL en nuestro horizonte de entendimiento y expectativas, como se ha hecho con los Diez Mandamientos siglo tras siglo, seguiremos tropezando, sufriendo y muriendo sin poder ni prevenir ni impedir ni detener los procesos genocidas. Sabemos que se trata de entramados complejos que incluyen motivaciones geopolíticas y económicas, que el simple enunciado de lo que hay que cambiar no es suficiente. Pero por algún lado hay que empezar. Estos diez Mandamientos contra el MAL contienen, igual que los bíblicos, prohibiciones y mandatos.
¿Qué quiere decir “para el Nunca Más”?
Terminada la Segunda Guerra Mundial, y conocidas las atrocidades cometidas por el nazismo, el grado de deshumanización alcanzado y el asesinato industrial, la sociedad tomó conciencia del profundo ataque a la Humanidad que todo ello implicó. Se enunció el “Nunca Más” como paradigma a seguir a partir de ese momento y que sería uno de los ejes de las Naciones Unidas, organismo que se instaló en esa época con el propósito de prevenir, anticipar e impedir hechos genocidas como había sido la Shoá. Pasados más de 70 años del fin de la guerra, advertimos con dolor que estos propósitos están todavía muy lejos de ser una realidad. El “Nunca Más” aludido aún es una esperanza que no se concreta. No se ha arbitrado todavía una línea formativa en el aula para prevenir en cada joven, en cada alumno, la tentación a adherirse a un gobierno totalitario y a obedecer órdenes asesinas. Estos mandamientos apuntan a la concientización, de los procesos involucrados en las campañas de lavado de cerebro y en la explotación de las carencias y vulnerabilidades personales y sociales.
Mandamiento 1: No asesinarás ni torturarás ni encubrirás crímenes aunque te sea ordenado.
El mandamiento conocido como “no matarás” se traduce correctamente del arameo original, para el judaísmo, como “no asesinarás”. Es el 6º mandamiento también para el cristianismo. Matar es quitar la vida pero asesinar es quitar la vida sin una justificación. Esto quiere decir que a veces, matar es el único camino posible como hacerlo en defensa propia o en defensa de algún familiar o persona en peligro. A este mandamiento se agrega ahora el concepto de la orden recibida. Es preciso reflexionar acerca de uno de los fundamentos de la educación, que es la obediencia a un adulto o alguien con una jerarquía superior. Esta obediencia, como ha sido probado por la experiencia de Milgram de la década del 60 en la U. de Yale, es parte de la estructura social de nuestra sociedad y de nuestra condición gregaria. Se contraponen así dos elementos: la orden impartida por una autoridad reconocida y la acción que atenta contra la moralidad social. El trabajo deberá ser revisar ambos elementos para darle a la convicción moral más peso que a la orden recibida.
Mandamiento 2: No obedecerás ninguna orden que atente contra los DDHH esenciales.
Es preciso revisar y conocer cuáles son los DDHH esenciales que están perfectamente enunciados en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre establecida en 1948 por Naciones Unidas que, de manera resumida, son:
Los derechos de las personas serán iguales para todos, sin distinción alguna de etnia, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen, posición económica, condición política o jurídica, a circular libremente y a la propiedad, a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, a la salud, la alimentación, la educación gratuita, la vivienda y la asistencia médica. Nadie estará sometido a esclavitud, servidumbre, o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Se presume que toda persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario.
El mismo criterio del trabajo en el primer mandamiento se aplica a éste pero ya no se trata de las convicciones morales subjetivas sino de los derechos declarados y convenidos en este organismo internacional.
Mandamiento 3: No aceptarás la delegación de la responsabilidad por tus actos.
Una de los más efectivos argumentos de los sistemas totalitarios es que el individuo se debe someter a la sociedad y acatar lo que supuestamente es bueno para ella aún cuando no esté de acuerdo, y que nada de lo que haga le será reclamado porque lo ha hecho no por propia voluntad sino obedeciendo órdenes superiores. Es preciso dejar claro que toda acción humana es responsabilidad de quien la ejecuta y que el hecho de haberle sido ordenada no exime en nada su responsabilidad. Algunos miembros de los Einsatzgruppen no aceptaron ser partícipes de las matanzas porque su conciencia no les permitía masacrar a los civiles.
Mandamiento 4: No aceptarás justificaciones sobre muertes, torturas y detenciones arbitrarias.
Los estados totalitarios infunden y difunden por medio de la propaganda la idea de que sus conductas perpetradoras, las muertes, torturas y detenciones arbitrarias, son consecuencias de un estado de excepción que permite hacerlo. El estado de excepción que anula los derechos de una parte de la población y la hace víctima de la represión y muerte, fue creado por ellos para encubrir las atrocidades. Toda justificación debe ser revisada críticamente e invalidada de todas las maneras posibles.
Mandamiento 5: No serás indiferente a injusticias y arbitrariedades.
La indiferencia es la ropa que cubre a la comodidad. Es comprensible que la gente común desee conservar lo que tiene, su trabajo, su lugar en la sociedad, el espacio en el que vive, la educación de sus hijos, la protección de la salud. Esa expectativa produce una tendencia a no ver las cosas que van pasando alrededor, o, si se advierten, justificarlas como parte de una política en aras del bien común. Se trata del miedo a perder lo que se tiene si se protesta o se hace pública la oposición. Se debería trabajar acerca de la comprensión de ese temor y dar como ejemplo la Alemania entre 1933 y 1939 o Argentina en los comienzos de la Dictadura Militar.
Mandamiento 6: Diferenciarás lo legal de lo legítimo.
Lo legal es lo que marca la ley, lo legítimo es lo que cada uno considera que está bien según sus normas morales. Los estados totalitarios crean el “enemigo interno” e imponen leyes para denunciarlo, apresarlo y exterminarlo. Quien se oponga y le preste alguna ayuda a la víctima designada como “enemigo interno”, escondiéndolo o simplemente no denunciándolo por considerar que no corresponde, asume una conducta ilegal pero legítima. Es lo que han hecho todos los salvadores en la historia de la humanidad, por ejemplo durante el Holocausto, arriesgando su propio bienestar en pos de lo que creían que era legítimo.
Mandamiento 7: Desconfiarás de la propaganda.
La propaganda es tan poderosa que el nazismo estableció, por primera vez, un Ministerio de Propaganda que controlaba absolutamente todos los productos culturales y formadores de opinión que hicieron posible el descomunal lavado de cerebro perpetrado sobre el pueblo alemán. El concepto proviene de la Iglesia que lo creó como herramienta para la propagación de la fe. Fue y sigue siendo utilizado por todo aquel que quiera remodelar el pensamiento y la opinión de la masa para conseguir algún fin determinado. Sus principios son los mismos que se usan en la actualidad en las campañas publicitarias para vender un lavarropas o una candidatura política. Es esencial aprender a deconstruir los mensajes y procedimientos que usa la propaganda para construir en nosotros modelos de pensamiento y expectativas. Tenemos a nuestro alcance muchos ejemplos: desodorantes para hombres que los transforman en objetos sexuales deseados por las mujeres, bebidas asociadas con la amistad y los buenos momentos, cremas antiarrugas que garantizan la juventud eterna, zapatillas como indicadores de status.
Mandamiento 8: Conocerás y revisarás tus prejuicios.
Todos tenemos prejuicios. Compartimos con los mamíferos el recelo ante quien no se nos parezca, de otra tribu, de otro color, con otras costumbres. El diferente nos levanta a todos un alerta defensivo. Pero si a la percepción de la diferencia se suma la desvalorización o directamente la atribución de maldad el prejuicio se vuelve un arma letal. Trabajar sobre los propios prejuicios, darles visibilidad y presencia, es de una gran enseñanza porque permite comprender todo este fenómeno y tener abierta la visión crítica sobre nuestras miradas y opiniones cotidianas y, principalmente nuestras conductas, que, a veces sin quererlo, afectan a quienes tenemos cerca.
Mandamiento 9: Resistirás la influencia del grupo o la multitud y pensarás por ti mismo.
El ser humano es por naturaleza gregario y depende del grupo tanto en su definición como persona como en su supervivencia tanto emocional como física. Es un deseo natural el de ser aceptado, querido y reconocido como miembro del grupo. Esta influencia es aún mayor en la adolescencia, período en el que la subjetividad se construye con lo propio y lo ajeno, con lo que viene de casa y lo que copiamos del medio y en el que la mirada del grupo de pares puede enaltecernos o destruirnos. El pensar por uno mismo exige una fortaleza mayúscula en especial cuando se opone a lo que dicta el grupo o la masa.
Mandamiento 10: Expresarás tus ideas fundadas en el conocimiento y no en tu necesidad de ser aceptado.
La necesidad de ser aceptado es esencial de la vida en sociedad, nadie puede subsistir en total soledad y aislamiento. Una consecuencia no deseada de esta necesidad es que el individuo renuncie a su opinión personal en pos de la aceptación grupal. Ante la ausencia de conocimientos, de la investigación o lecturas que den sustento a las opiniones, se puede tomar una idea del grupo y darla por válida sin detenerse a pensar en su sustento y validez. En las opiniones vertidas muchas veces es más importante la necesidad de aceptación grupal que la idea misma. Si la opinión se opone a la del grupo, la única forma de no arriesgarse a la expulsión tan temida, es tener la opinión muy bien fundamentada. El conocimiento es acá para defendernos de la temida repulsa grupal. Y si somos expulsados, podremos unirnos a otro grupo, uno que nos permita expresar nuestras ideas sin que ello represente traición alguna. Esto se advierte de manera sencilla y obvia en los partidismos políticos que se sustentan muchas veces más en emociones relativas a la lealtad o a la traición que en las ideas en que se fundamenta.
"¡¿Otra vez la Shoá?!" - Charla CLICK!
[embed]http://youtu.be/Hkgvx3YwcsY[/embed] Texto:
¡¿Otra vez la Shoá?! No quiero oír más sobre eso, basta de muertos, basta del sufrimiento del pueblo judío. Ya lo sé. No me lo tenés que volver a contar.
Tal vez haya gente que piense así. Yo misma lo siento muchas veces.
Nací en Polonia a poco de terminada la guerra. Cuando la partera me vio le dijo a mi mamá “¡qué suerte tiene señora! esta nena tan blanquita, rubiecita, cuando vuelvan los nazis, se va a salvar!”. Este fue mi primer click.
Llegamos a la Argentina en 1947. Como estaba prohibido el ingreso a judíos dijimos que éramos católicos para poder entrar.
A partir de ahí nos cuidábamos y por las dudas no andábamos diciendo que éramos judíos, tampoco en la escuela. Era obligatorio tomar clases de religión. A los 8 años me aparecí en mi casa y le dije a mi mamá: “quiero un vestido blanco”, “¿para qué?”, “para hacer la primera comunión”. Puso el grito en el cielo. “No nena! nosotros somos judíos, no vamos a la iglesia, no hacemos la comunión, no lo dije en la escuela para que no hicieran diferencias con vos, para que fueras igual que todo el mundo”. En religión me decían que los judíos habían matado a dios. Así que yo era judía, culpable por nacimiento, y encima, nada de vestido blanco ni comunión con las otras chicas. Saber que era judía fue mi segundo click.
Aquel lunes a la mañana mamá llamó desesperada. “Perdoname nena, perdoname, no sabía lo que pasaba, yo pensaba que este país era seguro, disculpame, perdoname que te trajimos acá”.v“¿qué pasa mamá, qué pasa?” “¿¡Cómo qué pasa? ¡bombardearon la AMIA, nos quieren matar otra vez!”. ¿A mí me querían matar? ¿otra vez? ¿qué quiere decir eso? “otra vez” para mi mamá quería decir que nos querían matar acá como en Europa. “Otra vez” para mí quiso decir que la historia de mis padres era también la mía, que era hija de sobrevivientes de la Shoá. Ese fue mi tercer click.
A partir de ahí empecé este camino de estudio, memoria y difusión de la Shoá.
La Shoá es parte de mi vida. Mis padres se salvaron escondidos durante varios años en un altillo así de chiquitito. Pero ¿qué hacer con Zenus, su hijito de 2 años? ¿cómo preservarlo de una muerte segura? Hicieron lo que tantos, confiaron una familia cristiana que lo recibió como propio. Terminada la guerra, milagrosamente vivos, lo fueron a buscar. “Está muerto” les dijeron. “¿y… su cuerpo?”, no “recordaban” donde lo habían enterrado. Para mis padres era obvio: Zenus estaba vivo y había sido apropiado. Nunca lo pudieron encontrar. Solo quedó esta foto. Lo sigo buscando, sin saber ni su nombre ni donde está. El impulsa a hacer lo que hago. Zenus y todos los Zenus salvados por sus padres, entregados a manos extrañas sin saber si lo podrían volver a ver. Los Zenus de allá y los de acá. Los de entonces y los de ahora. Los rubios, los morenos, los Zenus nenas, los varones, todos los Zenus que hay en el mundo que siguen en peligro y que debemos proteger y salvar. Por ellos importa la Shoá.
Y vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Otra vez con la Shoá? ¿Otra vez Auschwitz, el heroico levantamiento del gueto de Varsovia, los 6 millones de judíos asesinados entre ellos 1 millón y medio de niños? ¿Cuántas veces oímos estas frases en los discursos? y cuando las oímos ¿nos detenemos a pensar en qué quieren decir?
La Shoá pareciera que está de moda. Todo el mundo sabe que hubo un Holocausto. Los judíos hemos triunfado en su rememoración y difusión. Pero, igual que con la AMIA, sigue siendo un tema judío.
Solemos decir más o menos siempre las mismas cosas sobre el Holocausto. En ámbitos judíos uno puede entenderlo porque para qué explicar más, si total nos pasó a los judíos, entonces nosotros sabemos. Sin embargo no es cierto que con que a uno le pase algo nos pase uno sabe qué pasó y por qué. Creemos que sabemos y lo que es peor, no sabemos que no sabemos. Las frases hechas, los lugares comunes caen como cáscaras vacías. Y en su vaciamiento pierden sentido, y sin darnos cuenta corremos el peligro de sumarnos a la moda y a su peor consecuencia: la banalización.
Cualquier déspota, cualquier autoritario es un nazi, un Hitler. Cualquier campaña mediática es una propaganda como las de Goebbels. Cualquier ataque o discriminación negativa sea por el tema que sea, por gordos, bullying, droga, femicidio, homofobia, es un Holocausto. Si todo o cualquier cosa es un Holocausto, el Holocausto no es nada.
Se suele llamar a los sobrevivientes a dar testimonio. Es fundamental escucharlos, honrar su sufrimiento, mantener viva su memoria y así contradecir los argumentos de los negadores. Pero si queremos saber qué fue la Shoá, como dice Jack Fuchs, un sobreviviente: “no me pregunten a mí, pregúntenle a los asesinos”.
Y es cierto. El sobreviviente sabe solo lo que vivió, y si tomamos solo su testimonio no nos alcanza para entender qué fue la Shoá. Y si no lo entendemos, el testimonio queda como algo emocionante, conmovedor, pero que no explica qué pasó y por qué.
La Shoá es un antes y un después en la historia de la Humanidad, no por el sufrimiento de sus víctimas ni por su cantidad, sino por sus causas, contextos y objetivos y metodología.
El testimonio del sobreviviente refleja sólamente lo que sufrió y eso es fundamental porque refleja, de una vez y para siempre, que no hay límites para lo que un ser humano puede hacerle a otro ser humano. Pero explica qué fue la Shoá, no sirve para enseñar, no alcanza. Es como suponer que si escuchamos a los sobrevivientes de las Torres Gemelas vamos a saber quién fue, qué pasó, cómo y por qué.
La Shoá no es una creación del pueblo judío. Fuimos los pasajeros de un tren que chocó, no sus conductores ni los responsables de que no funcionaran los frenos. Auschwitz es obra de los asesinos, de los ideólogos del nazismo, de los intelectuales, científicos y técnicos que lo hicieron posible, de la educación y la propaganda que lavó el cerebro de casi todo el pueblo alemán, de la cobardía o el error de cálculo de las potencias internacionales que dejaron que pasara. La Shoá no es un rayo misterioso que cayó sobre nosotros. Auschwitz no está en otro planeta, está acá y es producto de nuestra civilización.
Y si lo mantenemos como tema judí, estamos en varios problemas:
- hemos construido nuestra propia trampa y mantenemos y nos hundimos en nuestra identidad de víctimas,
- nos perdemos la oportunidad de salir al mundo y transmitir las poderosas lecciones que tiene para toda la Humanidad.
- facilitamos el camino a la banalización. Auschwitz va a llegar a ser un símbolo, una mercancía, como la imagen del Che en las remeras o la lengua afuera de los Rolling Stones.
- La Shoá estuvo diseñada para matar al pueblo judío, pero si lo dejamos dentro de la esfera de lo judío, matamos a la Shoá, la vaciamos de su potencia educativa y poco a poco se va deshaciendo su sentido.
Para recuperar ese sentido, propongo que subamos un nivel lógico y que hablemos del MAL. El mal con mayúsculas porque fue este MAL el que condujo a la Shoá y a todos los otros genocidios, persecuciones y matanzas de la Humanidad. Todos.
Diferencio el mal con mayúsculas del mal con minúsculas. El mal con minúscula es ese daño que una persona le hace a otra persona en una relación de dos. Es personal, individual, emocional, se hace porque uno quiere, es reactivo y puede generar culpa. El MAL con mayúsculas tiene otros intervinientes, es el mal que hace una persona en nombre de un sistema sobre otra persona que es parte de un grupo al que hay que destruir. El mal con mayúsculas es impersonal, colectivo, racional o político, se hace por obediencia y no genera culpa. Este es el MAL que corroe nuestra sociedad, este es el MAL que tenemos que aprender a conocer y a reconocer.
Y entonces sí hablar de la Shoá, porque en la Shoá podemos encontrar todos los aspectos y todos los elementos que caracterizan al MAL con mayúsculas. Por eso la Shoá es el modelo del MAL. Aunque no fue ni el primero ni el último. Recordemos que antes de la shoá estuvo el genocidio armenio antes y después de la Shoá, con tantas declaraciones de nunca-mases, la limpieza étnica en los Balcanes, las masacres en Camboya, Indonesia, Ruanda, las dictaduras militares entre ellas la nuestra y decenas y decenas de hechos similares que siguen sucediendo. Y si los miramos con la lente de la Shoá, si los incluimos en la categoría del MAL con mayúsculas, tal vez algún día, pudiera encontrarse algún mecanismo para que de verdad, no pasen nunca más.
Generaciones de la Shoá está formado por sobrevivientes, hijos, nietos de sobrevivientes, docentes, estudiosos, aprendices. Nosotros sabemos en carne propia que la Shoá no es propiedad nuestra, tampoco fue una distinción que se le hizo al pueblo judío, es algo que nos pasó y tenemos la obligación de salir al mundo y de contarlo y enseñar lo que podemos aprender de esto, salir de los estereotipos, buscar otras formas de enseñar y transmitir esto que nos resulta vital. .
Hacemos Cuadernos de la Shoá, es una publicación periódica, que encara los temas de la Shoá que habitualmente no se toman en cuenta, de manera parcial desarrollamos cada uno y abrimos el foco: hablamos de las víctimas judías, de los perpetradores, los asesinos, de la mayoría indiferente y del contexto político. Lo acompañamos con una propuesta pedagógica, con sugerencias para el trabajo en el aula y una lista bibliográfica y películas sobre cada tema.
Y el Proyecto Aprendiz. El Proyecto Aprendiz honra el testimonio del sobreviviente. El Aprendiz oye, oye a un sobreviviente y se compromete a seguir contando esta historia varias décadas más. En un puente hacia el futuro, armando la cadena de transmisión que permite que cada una de estas historias siga siendo escuchada. Estamos empezando el 9º grupo, tendremos más de 100 parejas de Aprendices y sobrevivientes, cada una de estas historias seguirá siendo contada con las palabras del protagonista.
En los genocidios hay algunos aspectos que son comunes y que tenemos que conocer. Uno de ellos es el destino de los niños, sus víctimas más desvalidas. Los genocidios dejan hijos huérfanos de padres, padres huérfanos de hijos. Líneas familiares que se cortan.
Esta es Mijal, mi nieta mayor, tiene 16 años. Y esta es Cesia, mi mamá, Cesia, su bisabuela cuando tenía su misma edad. Me conmueve ver el parecido de estas dos mujeres, en estas fotos tomadas con 90 años de distancia.
Rosita no tiene una foto de su mamá, no puede hacer esta comparación. Rosita nació en el gueto de Varsovia cuando los nacimientos judíos estaban prohibidos. Había que salvarla a toda costa. Sus padres tomaron la dura decisión de entregarla, no había otra salida. Consiguieron documentos a nombre de Wanda y un muchacho que se atrevió a sacar a la bebita de pocos meses en una bolsa fuera de los muros del gueto. Rosita no sabe cómo llegó al orfanato de monjas donde estuvo hasta sus cinco años. Lo único que se acuerda es que un día llegó un señor que dijo que era el papá. “¿Y cómo sé yo que usted es el padre de Wanda?” preguntó la madre superiora con mucha desconfianza. “Porque mi bebita tiene una marca de nacimiento en la oreja izquierda. Vaya a ver”. Y la marquita estaba ahí. Wanda volvió a ser Rosita, recuperó a su papá y su identidad judía. Pero nunca conoció a su mamá, había muerto en la deportación y no quedó ninguna foto de ella. Rosita se pregunta cómo habrá sido para su mamá el momento en que le dijo adiós, cuando la arropó, cuando metió su nariz adentro de su cuerpecito y le dió un beso por última vez. Rosita no tiene memoria ni del olor de su mamá, ni de su voz, ni de su cara. Tiene dos hijos y varios nietos. Y en cada uno sigue buscando indicios: ¿se parecerá a mi mamá? ¿habrán sido así sus ojos? Nunca lo sabrá.
Rosita es una niña salvada. El mundo está lleno de niños en peligro. En cada uno que se salve se salva un mundo.
La Shoá puede ser lápida o trampolín.
Elijamos el trampolín.
Que así sea.
Shoah? Again?
Shoah? Again? Click! Talk. April 2015.
http://clicklh.org/charlas/diana-wang/
Audio entrevista radio
[audio mp3="http://www.dianawang.net/blog/wp-content/uploads/2015/05/DIANA-WANG.mp3"][/audio] Entrevista en Radio 10. 24 de mayo 2015. Entrevistadores: Teté Coustarot y Adrián Puente.
Setenta años y ninguna lección
Nota para publicación Tercer Sector. Aquel esperanzado “Nunca Más” al fin de la 2ª guerra no abre aún los oídos adecuados: la Humanidad sigue presa de sus peores demonios. Continuaron las matanzas. Caín sigue sin considerarse guardador de su hermano Abel.
El Genocidio Armenio, el Holodomor en Ucrania, fueron trágicos antecedentes del Holocausto. Pero el exterminio del pueblo judío cambió el umbral de lo posible, estableció que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro. El asesinato de grupos designados como enemigos continuó y floreció en “creatividad”, crueldad y horror. En Europa, Asia, África y América millones de personas han sido masacradas esgrimiendo “razones” de estado. Las Naciones Unidas han fracasado en la prevención de los genocidios, su magnífico propósito fundacional de 1948.
Pero no todo es tan decepcionante. La Shoá gestó una nueva conciencia universal acerca de los genocidios. La Corte Penal Internacional tiene la potestad de juzgar a los perpetradores sea del país que fuere. El MAL está empezando a ser considerado.
Hace setenta años que terminó la guerra y con ella el Holocausto del pueblo judío. Confiemos en que esta nueva conciencia universal conduzca más temprano que tarde a una sociedad humana basada en el respeto, en la dignidad y en la responsabilidad de todos por todos.



