Shoa

VICTIMIZACIÓN E IDENTIDAD. Reflexiones serias a partir de textos humorísticos

Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

¿RESCINDIMOS EL CONTRATO?

Ha circulado por e-mail un texto en inglés, sin mención de autor, llamado “Terminación de contrato”. Expresa, de modo humorístico la relación carnal que mantenemos los judíos con las desgracias y, en especial, una cierta vocación a ser blancos designados, a ser víctimas de cuanto cataclismo suceda o se invente. Es un texto agridulce, como mucho del humor judío que nos caracteriza. Ese humor tan judío que nos hace decir “mazltov” cuando se rompe una copa, o que nos convence de que la lluvia no arruina la fiesta sino que, por el contrario, trae suerte. “Terminación de contrato” me pareció tan paradigmático que lo traduje y lo hice circular también por e-mail, no sólo para compartirlo sino para ver qué efectos producía. El eco casi inmediato confirmó mi impresión: el texto expresaba un sentimiento colectivo, el de ser víctimas, algo que parece que nos identifica. Al menos a los judíos Ashkenazíes. No conozco cómo se expresa esta condición en los Sefaradíes. Hay quien dice que no es constitutivo de su identidad y que, por ende, su particular visión del mundo no está constituida por relatos que lo transmitan y mantengan vivo.

El texto de marras es un documento que el pueblo judío le dirige al creador en el que rescinde el contrato por el cual había sido designado como su pueblo elegido. Es una crónica exhaustiva de las desgracias derramadas sobre el pueblo judío a lo largo de su existencia documentada (las destrucciones de los templos, los griegos, los romanos, la dispersión, la diabolización en la Edad Media, las cruzadas, el nazismo, etc). Ya lo había resumido magistralmente Sholem Aleijem con su aguda frase: Pueblo elegido, pueblo elegido..., Dios mío no podrías haber elegido a otro pueblo?

OTROS EJEMPLOS.

Pero no sólo ese texto. Hay otras citas provenientes de la literatura humorística judía ashkenazí que resaltan el aspecto mencionado. A título de ejemplos:

Billy Cristal, con una sorprendente concisión dice que las fiestas judías podrían resumirse en una oración: “nos quisieron matar, no pudieron, a comer!”

Rudy, nuestro querido humorista, inventó un shtetl que llamó Tsúrenberg. Ya el nombre mismo, monte de los tsures, resume lo que tanto en nuestro folclore centroeuropeo se ha construido. Dice allí:

“Nunca fue fácil la vida en el pequeño poblado de Tsúrenberg. Dicen que fue fundado hacia fines del siglo IX d.C. a la vera del río Szmendrik, afluente ignorado del Vístula”, Shmendrik es alguien que es poca cosa, casi nada o menos que nada y encima hasta el afluente es un afluente ignorado, (...) “por un grupo de judíos que venían huyendo de los romanos que habían destruido el Sagrado Templo de Jerusalem” , o sea, en la fundación misma estaba el hecho fundante de la persecución, de la huída, de la destrucción.

(....) “el progreso llegaba a Tsúrenberg. Hasta los pogroms habían progresado. Ahora los cosacos venían uniformados, con un traductor que venía gritando en idish lo que les podía pasar a los judíos que se escondiesen”. Asocia la idea del progreso al progreso en la agresión, como si en el único momento en el que los judíos eran tomados en cuenta era cuando eran atacados.

( ...). “Llegamos así a la turbulenta primera década del siglo XX. La Belle Epoque de la burguesía francesa y la Pogrom Epoque del proletariado judío de Tsúrenberg”, mientras en otras partes, otros pueblos, tenían ricos, los judíos tenían pobres –dicho como si fueran los únicos-, mientras otros disfrutaban de cosas bellas, los judíos se hacían expertos en pogroms.

(....) “Los únicos que podían entrar a la sinagoga sin cubrirse eran los cosacos porque no entraban a rezar sino a saquear”, otra vez, para el no judío éramos sujetos a rapiñar.

(...) “Se cuenta –dice de un personaje- que fue perseguido por la policía zarista por su condición de comunista, otros creen que lo perseguían los polacos por su condición judía”, a los judíos se nos persigue por comunistas y por capitalistas, por voluntariosos trabajadores y por banqueros, por religiosos o por ateos, por intelectuales o por proletarios, en suma, se nos persigue por cualquier cosa, cualquier pretexto es bueno.

Mel Brooks explica por qué se dedicó al humor: “Observa la historia judía. La lamentación constante sería intolerable, por eso, por cada diez judíos golpeándose el pecho, Dios designó a uno para que sea el loco y divierta a los que se golpean. Desde los cinco años supe que ese loco era yo.”

Groucho Marx: “Ya lo ve, yo empecé de la nada y sin embargo ahora estoy en la miseria más absoluta.”

Y no quiero dejar afuera a esa construcción que tanto nos identifica, la idishe mame. De los infinitos chistes que se han hecho a su costa, cito dos carteles sugeridos para pegar en el auto: “Vos tocá la bocina nomás que yo sufro en silencio” y “No me choques que mi mamá sufre.” O aquel texto en la matzeive que decía: “¿vieron que era cierto que estaba enferma?” o el conocido mensaje del contestador telefónico que dice: “Este es el teléfono del consultorio del doctor Goldstein. Deje su nombre y teléfono y ojalá que lo llame pronto porque a mí, que soy la madre no me llama nunca”.

SÓLO EN IDISH.

El sufrir desgracias parece sernos tan patognomónico que en idish hubo la necesidad de distinguir con más precisión a las personas que las sufrían y se diferenció así entre el shlimazl y el shlemil. Como tuvo a bien explicarme Eliahu Toker: el shlimazl es un desgraciado en el sentido de un hombre de muy mala suerte. El shlemil, es un torpe, un infeliz al que las cosas se le caen siempre de las manos. El shlemil tropieza y se le vuelca la sopa, el shlimazl es quien la recibe sobre su traje, preferentemente recién estrenado. Tanto shlimazl como shlemil significan “desgraciado” en el sentido de “infortunado”, el que tiene mala suerte, aquél a quien siempre le suceden las desgracias. Lo curioso es que en castellano, “desgraciado” también podría corresponder a “mala persona”, sentido que no encontramos en idish.

EL HUMOR, UN FORMA DE HABLAR DE LA REALIDAD.

En esta Buenos Aires tan colonizada por el psicoanálisis, no es preciso explicar cuál es el sentido, uso e importancia del humor. Sabemos que se construye con materiales de la realidad y que permite su abordaje de una manera inteligente y amable, pero al mismo tiempo incisiva y contundente. Por ello, tanto el texto mencionado de la “Terminación de contrato” como la pequeña muestra de humor, me ha servido de punto de partida para reflexionar sobre esa noción de “pueblo elegido” ligado a la sucesión de desastres sufridos, que parece ser una de las ideas que nos constituyen como pueblo.

PUEBLO ELEGIDO.

Curiosamente, la idea original de “pueblo elegido” tenía como sentido, ser el pueblo portador de la original idea del monoteísmo y de una edificio conceptual con reglas morales, relatos y estructuras que legislaran la vida cotidiana. Este sentido ha sido tergiversado. Los judeófobos nos leen como arrogantes, creídos de ser mejores por haber sido elegidos. Para muchos de nosotros, por el contrario, el lugar de elegidos nos sume en la más negra victimización.

¿SIEMPRE PERSEGUIDOS?

La idea de que siempre fuimos perseguidos es una falsedad histórica. Hubo grandes períodos en los que no sólo no hemos sido perseguidos sino que nuestra presencia ha sido valorada, tuvimos un florecimiento e integración fluidos con el medio circundante y pudimos desarrollarnos y crecer. Menciono, por ejemplo, los siglos de coexistencia en la España de las tres culturas, período que está siendo reflotado afortunadamente por el Centro de Cultura Sefaradí. No son pocos los judíos que se sorprenden ante estas informaciones, como si la idea de la persecución constante formara parte de la definición de nosotros mismos y este nuevo dato produjera la necesidad de una redefinición.

Pareciera ser, en consecuencia, que parte de nuestra autodefinición como judíos está sustentada en la hipótesis de la victimización. Y para que la hipótesis siga viva, es necesario alimentarla constantemente.

¿TENEMOS LA CULPA?

Patricio A. Brodsky, sociólogo, que acaba de publicar “Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo”, dice que los judíos de Israel, confrontados con la afirmación de que "Los judíos -de la diáspora- poseen pautas de conducta que generan hostilidad en su contra", acuerdan en un 55% con esta proposición. En países con una fuerte tradición antisemita como Polonia, Austria, Eslovaquia o república Checa, las opiniones afirmativas con relación a este estereotipo alcanzaron sólo el 19%, el 14%, el 14% y el 6% respectivamente. O sea que los judíos de Israel triplican o cuadruplican estos valores. Los judíos de Israel creen, en un 55% de los encuestados, que los judíos que vivimos fuera de Israel hacemos cosas que nos ponen en el lugar de víctimas de ataques antisemitas. Es decir, siguiendo con el razonamiento, los judíos de Israel nos ven como buscando ser victimizados. Esta posición es consistente con el propósito explícito de construcción del nuevo judío en Israel, uno de cuyos fundamentos fue una redefinición opuesta a la condición de víctimas.

EL ALMA JUDÍA DE EUROPA.

Dice la periodista catalana Pilar Rahola: ....”el alma judía es parte esencial de Europa. Europa no puede ser explicada sin el alma judía pero tampoco puede ser explicada sin el odio a los judíos. Europa puede ser explicada por su componente judío y por su odio a los judíos....En un análisis final ¿quién, si no Europa, ha creado el problema judío para el mundo? En cierto sentido uno puede decir incluso que Europa es el fundador real del Estado de Israel.... Europa expulsó a sus judíos –a sus judíos españoles, a sus judíos rusos, a sus judíos franceses, a sus judíos alemanes... Los expulsó de su cuerpo aún cuando estos judíos se sentían profundamente europeos.”

Y no hay dudas de que nuestra definición como judíos, me refiero, repito, a los ashkenazíes, está profundamente enraizada con los siglos vividos en Europa. Si la hipótesis que propone Rahola es correcta, hemos sido para Europa su lado “víctima” en muchos momentos, chivos expiatorios, el “otro” por antonomasia. Y uno termina creyendo que es o siendo lo que ha ido viviendo.

ASPECTOS DEL LUGAR DE VÍCTIMA.

El lugar de la víctima, que tan conocido nos resulta, tiene aspectos cómodos y aspectos incómodos. Merece una mirada más detenida, pero a los fines de esta presentación, esta aproximación puede bastar.

Lo que espera la víctima. La víctima pretende y espera recibir empatía, simpatía, compasión, apoyo, sostén porque es el “padecedor” directo y concreto, es alguien sufriente. Pero para recibir lo que espera debe seguir sufriendo. Más aún si no recibe la respuesta que espera. Puede volverse entonces una persona demandadora y centrar sus interacciones con los demás desde su condición de víctima en un círculo autoconfirmatorio creciente: cuánto menos reconocimiento recibe más persiste en su victimización.

Lo que suele recibir. Generalmente recibe poco o nulo reconocimiento porque genera en su interlocutor dos sentimientos diferentes y paralelos: irritación y culpa. Estas reacciones se incrementan si se trata de alguien cercano, un hijo, el cónyuge. La irritación podría deberse a esta conducta de la víctima de sentirse con derecho a la queja, al reclamo, con una impronta de resentimiento y pesadez. La culpa podría ser una reacción tanto a la queja de la víctima que se vuelve acusación y también a la molestia por tener que escucharla.

Rechazo y manipulación. En una espiral vertiginosa también la víctima puede generar desconfianza si asume conductas manipulatorias y a veces hasta agresivas y hostiles. La persistencia en el relato de la victimización se vuelve una justificación en las relaciones que, paradojalmente, va siendo un factor de aislamiento y resentimiento creciente. La víctima que tanto reconocimiento y aceptación necesita y solicita recibe en cambio rechazo.

La deuda eterna. Desde el reclamo, la víctima propone una jerarquía en la que se ubica en una posición superior al interlocutor: a la víctima se le debe, siempre se le debe, a la víctima parecen corresponderle derechos compensatorios. Ya lo señalaba Freud respecto al Ricardo III descripto por Shakespeare cuando decía que la naturaleza había sido tan cruel con él habiéndolo construido defectuoso que ya había pagado todo lo que la vida le exigía y que ahora sólo le correspondía cobrarse de ella, que todo lo que hiciera, cualquiera fuera la atrocidad, le estaba permitido. De hecho es ésta una de las acusaciones que recibimos los judíos de parte del mundo judeófobo, que, culpable por su sentimiento anti judío y su conducta consecuente, se escuda en nuestro trabajo por la memoria y nuestra búsqueda de justicia y reconocimiento para acusarnos de manipulación y aprovechamiento.

Sujeto del otro. Pero, mirado más profundamente, la víctima ocupa esta jerarquía superior de manera superficial. Desde su definición en la relación interpersonal, es sujeto del otro, depende del otro, es el victimario quién lo define. La culpa del daño y la fuente del resarcimiento están siempre en el otro. La víctima es de una dependencia extrema, tanto así que otra de sus características es la pasividad, dado que lo que sucedió, le sucedió, le fue hecho por decisión y voluntad de otros. La noción de víctima está asociada, en un deslizamiento de sentidos, con la de impotencia, incapacidad o imposibilidad de defensa o acción activa o reactiva. Y son estos contenidos –culpa, desconfianza, pasividad- con los que solemos vernos los judíos, como si nuestra condición de víctimas fuera natural, como si formara parte de la mochila de nuestra identidad.

VICTIMIZACIÓN IGUAL A PASIVIDAD: ¿LA SHOÁ?

Pues así como es una falsedad histórica que hemos sido siempre perseguidos, es también falso que hemos recibido pasivamente los ataques. Son los relatos los que han ido modelando esta noción, los relatos nos han congelado en la victimización. Uno de los ejemplos más flagrantes de esta falsedad tomada y dada como cierta, es la conducta durante la shoá. La frase “marcharon pasivamente a su propia muerte como ovejas al matadero” es una cabal expresión de ello. Encaré en otros textos la impertinencia de la misma y lo impropio de su descripción. Ha sido precisamente al revés: ninguno de los pueblos ocupados por los nazis en Europa se ha levantado de manera espontánea del modo que lo hemos hecho los judíos. No sólo en los diferentes levantamientos armados en guetos y campos de trabajo y de exterminio, no sólo en las luchas de los partisanos, los sabotajes, sino en los mil y un aspectos de la continuidad de la vida en los largos años de la shoá. Los cien mil niños salvados, pudieron ser salvados gracias al empeño de sus padres, a las redes de salvataje tendidas en toda Europa. Permítaseme citar parte de la hagadá de la shoá que hemos escrito con Charles Papiernik: resistimos con todas nuestras fuerzas y de todas las formas posibles: en los guetos manteníamos escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, un sistema de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños; en los campos tratábamos de mantener alta la moral y fuimos capaces de conductas de solidaridad que siguen siendo ejemplares dado el grado de inhumanidad al que nos pretendían someter. Los judíos nos hemos comportado con dignidad a pesar de la aceitada maquinaria nazi que nos pretendía deshumanizar para hacer más fácil para ellos nuestro asesinato: casi no hubo suicidios entre nosotros y emprendimos las luchas que fueron posibles, salvando gente, escondiendo, alimentando, curando, consolando, desde la clandestinidad, actuamos con heroísmos cotidianos sosteniendo la vida y resistiendo a las fuerzas de la muerte, huimos cuando pudimos a Rusia y nos escondimos en bosques, casas, graneros, cambiamos de identidad, fuimos ayudados algunas veces por personas no judías, pocas es cierto, pero debemos recordarlas por su valentía, intervinimos en actos de sabotaje y debemos rendir un homenaje especial a nuestros niños, los pequeños contrabandistas que sostenían la vida en los guetos entrando alimentos primero y armas después. Morir no enorgullece a nadie, pero sostener la vida cuando todo a nuestro alrededor nos muestra su inutilidad, es un acto de heroísmo y eticidad.

DE VÍCTIMAS A PROACTIVOS.

Sin embargo, muchos de nosotros nos seguimos viendo en el lugar de las víctimas y alimentamos esta definición. Observo un cambio poderoso en la Argentina en este sentido: a partir de la bomba en AMIA, hemos salido a la calle, empezamos a dejar de llamarnos por eufemismos, “israelitas”, “hebreos” “paisanos”, “de la cole” y hoy somos “judíos” sin que ese sonido raspado de la jota caiga como una mancha en el discurso, lo estamos diciendo con naturalidad, propiedad y derecho. Las marchas públicas, los reclamos, las acciones emprendidas, no siempre con el apoyo debido de las instancias oficiales, grupos como Memoria Activa, nos están definiendo desde otro lado. La posición de víctima nos está empezando a resultar ajena, como un ropaje que se vuelve cada vez más incómodo.

EL LUGAR DE VÍCTIMA: ¿ESPACIO POLÍTICAMENTE DESEADO?

A muchos de nosotros nos resulta desgarrador el actual estado de cosas en el conflicto entre árabes y judíos en Medio Oriente donde la condición de victimización, para algunos medios supuestamente esclarecidos, se ha invertido dolorosamente en una mueca caricaturesca, una burla desgarradora. Los encargados de difundirlo son algunos medios periodísticos prisioneros por un lado de sus compromisos económicos y también por la izquierda europea, culpable, como dice la mencionada Pilar Rahola, por viejos pecados contra los judíos. Señalarnos como culpables hoy de perversidad y crueldad contra las nuevas víctimas, los palestinos, exonera de pecados a los europeos que fueron indiferentes al intento de exterminio durante la segunda guerra.

El lugar de víctima parece ser un lugar anhelado dado que permite el reclamo, da derechos, genera un espacio de demanda y reivindicación. En este mundo maniqueo de extremos, blancos y negros, buenos y malos, sólo parece caber ser víctima o victimario. Víctima es bueno, victimario es malo. Víctima es inocente, victimario es culpable. Víctima es pasiva, victimario es activo.

LA SALIDA DE LA VICTIMIZACIÓN

La salida del lugar de víctima, implica un movimiento de gran profundidad y de algún riesgo. Si la condición de víctima es una de las constitutivas de nuestra identidad judía, su cambio implicará un cambio también en la vivencia y expresión de esa identidad. La bomba contra la sede de la AMIA fue un antes y un después para el colectivo “judíos argentinos”. Pero nuestra reacción, que parecía local, trasciende las fronteras nacionales y pasa a formar una comunidad con otras, por ejemplo en estos días la francesa. Las digresiones de nuestros representantes comunitarios en oportunidad de los atentados acerca de la pertinencia o no de salir a la calle, el riesgo de volvernos demasiado visibles y por ello, blancos de nuevos ataques, están siendo replicadas en la actualidad en la comunidad judía francesa ante los más de mil ataques antijudíos sufridos en los dos últimos años; también ellos, también sus dirigentes, se cuestionan, como los nuestros entonces, qué es mejor, si esperar a que todo se calme o si salir a la calle de una manera proactiva. Se preguntan, en suma, qué hacer: seguir ubicados en el lugar de las víctimas o tomar de alguna manera las riendas de nuestro destino y hacernos oír con pleno derecho.

Los judíos argentinos hemos salido a la calle, aparecemos en los medios en nuestra condición de judíos, y hay un pisar más firme, una voz mejor timbrada, una actitud que quiebra, de manera pública y explícita la vieja condición constitutiva de víctimas. El reclamo de justicia, gritado a voz en cuello por ejemplo por los asistentes semanales a Memoria Activa, es una expresión de esta salida del estado de victimización.

IDENTIDAD

Nos resulta familiar vernos como víctimas, como víctimas casi naturales, como representantes de un pueblo que ha sufrido tortuosas y múltiples violaciones a su derecho a vivir, a restringir su residencia en lugares determinados, a asumir funciones y tener impedido el acceso a otras, a no poder ejercer con plenitud su libertad de ser y decidir. Como trabajadora en el tema de la shoá, vengo hace un tiempo reflexionando alrededor de la condición de víctimas en el intento de salir de la misma, de vernos y hacernos en otra posición. Reconociéndonos como víctimas, que lo fuimos, pero saliendo del lugar de la victimización cuando damos testimonios, cuando difundimos las lecciones de la shoá, cuando enseñamos, cuando producimos hechos de reflexión y comprensión, cuando buscamos y encontramos sentidos en la transmisión misma.

Tal vez esta mirada sobre nosotros mismos como víctimas tenga una raíz muy profunda en la poderosa exigencia ética que nosotros mismos alimentamos. No sólo hemos sido, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, el único que tuvo levantamientos y resistencias espontáneas y populares, también, y esto es esencial a esta presentación, de todos los pueblos ocupados por los nazis en Europa, somos los únicos que nos hemos cuestionado si hemos hecho lo suficiente, los únicos que nos hemos cuestionado en nuestras reacciones defensivas y hasta hemos llegado a acusarnos de cobardía o pasividad.

Tal vez de lo que somos víctimas, en un sentido hondo y esencial, es de nosotros mismos, de un relato en el que nos hemos constituido y de la resistencia a reconocernos potentes y a tener que asumir la responsabilidad que ello comporta. La victimización nos sumerge en lo más profundo del gueto impuesto de la identidad negativa. Digamos y vivamos “judío” con suavidad y firmeza. Digamos y vivamos “judío” acariciando la jota inicial que es también la de júbilo y jubileo, la de juego y juglar, la de junco, la de juntos y, por sobre todas las cosas, la de justicia.

BIBLIOGRAFÍA

Brenner, Marie: “France´s Scarlet Setter”, Vanity Fair, Junio 2003.

Brodsky, Patricio: Un estudio comparado sobre el antisemitismo contemporáneo. Publicado en “La voz y la opinión” junio 2003

Hayley, Jay: “Tácticas de poder de Jesús Cristo”. Editorial Siglo XXI, Buenos Aires,1975.

Papiernik, Charles- Wang, Diana: “Hagadá de la Shoá”. 2003.

Rahola, Pilar: Entrevista con Marc Tobiass, 2 de octubre 2002.

Rudy-Toker, Eliahu: “La felicidad no es todo en la vida, y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2001

Rudy-Toker, Eliahu: “El pueblo elegido y otros chistes judíos”. Grijalbo, Buenos Aires, 2003.

Toker, Eliahu: comunicación personal.

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[1] Presentado en el “Segundo Encuentro Internacional: Recreando la cultura judía”, Asociación Mutual Israelita Argentina, Buenos Aires, 26 al 29 de julio de 2003.

Silencio y Palabras. Sobrevivientes de la shoá en Argentina

SILENCIO Y PALABRAS. SOBREVIVIENTES DE LA SHOÁ EN ARGENTINA[1]Diana Wang[2]

“Perdoname, perdoname” decía la voz de mi madre, desgarrada, por teléfono ese lunes a la mañana “no sabía que iba a pasar esto. No sé por qué nos odian. Otra vez. No sabía. Perdoname que te traje a este país. No sabía”. Sin comprender lo que sucedía, esperé hasta que se hubiera calmado y entonces supe: “destruyeron la AMIA[3]. Otra vez nos quieren matar”.

Por qué Argentina. Vinimos de Polonia a la Argentina en 1947. No habíamos elegido venir acá, fue el último recurso luego de la imposibilidad de ir a Israel o a los Estados Unidos. En la Europa arrasada y caótica de la posguerra emprendimos una búsqueda desesperada de visas. Sólo pudimos conseguir una para Paraguay, palabra que evocaba frutas exóticas, imágenes desconocidas. El barco se detenía en el puerto de Buenos Aires. En Buenos Aires, que hacía pensar en prostíbulos y delincuencia, vivía una amiga de nuestra ciudad. Ante la incertidumbre y las búsquedas sin rumbo, nos quedamos. Ilegales primero, reconocidos un poco más tarde, nos establecimos aquí con la esperanza de comenzar de nuevo. No sabíamos entonces que había una expresa prohibición para el ingreso de judíos. No sabíamos que mientras nuestro ingreso no era permitido, el gobierno de Perón buscaba activamente la entrada de nazis. No sabíamos muchas cosas que después fue imposible no saber.

Un punto de inflexión. Para mi familia, una familia de sobrevivientes como tantas otras, la destrucción de la AMIA -47 años después de nuestro ingreso al país- fue un punto de inflexión. La vida normal vivida hasta entonces, que implicaba el “olvido” de lo sucedido en la shoá, se trastocó de cuajo. El pasado volvió con una fuerza incontenible.

Las familias de sobrevivientes se comportaron de maneras diversas. Muchos, la gran mayoría, habían guardado un preservador silencio en los cincuenta años posteriores a la Shoá. Silencio incompleto, por supuesto, silencio fragmentado y que derramaba contenidos a menudo inexplicados, pero un silencio que se desbordó en 1994[4].

LOS AÑOS DE SILENCIO Es difícil conocer la cantidad de judíos ingresados en la Argentina entre 1945 y 1950. Muchos lo hicieron de manera ilegal con lo cual no han quedado registros precisos. Sabemos que adoptaron distintas formas para integrarse a la sociedad argentina en relación a la decisión de vivir como judíos en esta nueva vida. Algunos optaron por el ocultamiento de su identidad, como sucedió durante la Inquisición con los judíos españoles y portugueses, mezclándose con el resto de la sociedad (algunos de sus hijos soy hoy los que buscan conocer la historia, rearmar el rompecabezas de su origen y condición). Otros, eligieron un camino más suave; sin renegar, evitaron la exhibición de su condición judía y la participación en alguna institución comunitaria. Y otros, se asumieron plenamente como judíos e intervinieron con distintos niveles de la vida comunitaria.

Diferentes caminos. Estas diferencias pueden ser encontradas en los distintos países que alojaron a los sobrevivientes. Debemos resaltar que los judíos, tanto antes como después de la Shoá, no han sido un grupo monolítico ni homogéneo. No todos los judíos europeos habían intervenido de la misma manera en la vida comunitaria en sus lugares de origen. También hay que tomar en consideración la crisis de fe de muchos sobrevivientes que no podían responderse a la pregunta de dónde había estado Dios durante la Shoá. Esa ausencia de respuesta los condujo a un profundo y doloroso descreimiento. Otros sobrevivientes, tomaron la decisión de alejarse de cualquier manifestación judía con la ilusión de que, si no vivían como judíos, protegerían a sus hijos de los sufrimientos que habían pasado ellos. En todo el mundo, los judíos entablaron juicios comunitarios debidos a acusaciones de colaboración con los nazis sobre algunos sobrevivientes. Muchas de estas acusaciones fueron falsas, pero la ordalía de los juicios y el tener que probar la inocencia condujo a algunos sobrevivientes a desconfiar de los organismos comunitarios como espacios protectores.

Argentina, tierra de diversidades. Pero hay ciertas particularidades vividas específicamente en la Argentina para comprender las diferencias de integración de los sobrevivientes a la vida judía y su largo silencio. A diferencia de otros países latinoamericanos, la cultura en Argentina tuvo una clara hegemonía europea. La comunidad judía argentina ha sido muy numerosa, multifacética y de una gran pluralidad política y cultural. Religiosos y no religiosos, de izquierda y de derecha, sionistas y no sionistas, idishistas y hebraístas, sefaradíes y ashkenazíes, la expresión judía en la Argentina ha cubierto casi todos los aspectos de su vida cultural y profesional. Esto puede corresponder a cualquier gran población cosmopolita, pero hay factores que distinguen a los judíos argentinos de otros: el enorme poder de la Iglesia Católica local, el terror y la represión sufridos en la Guerra Sucia (la Dictadura Militar entre 1976 y 1983) y los dos grandes ataques antijudíos, la destrucción de la embajada de Israel en 1992 y la de la AMIA dos años después, el mayor ataque sufrido por la comunidad judía después de la Shoá.

Antisemitismo. Argentina es una sociedad eminentemente católica y los argentinos católicos han recibido por siglos sermones antijudíos en las iglesias y las pequeñas parroquias. Los judíos éramos mirados, aunque no explícitamente, con desconfianza y sospecha. Si bien los ataque antisemitas eran, salvo algunas excepciones, verbales, había posiciones que nos resultaban inalcanzables, lugares donde no podíamos pertenecer. El argentino común, descendiente de italianos y españoles llegados en la gran ola inmigratoria de fines del siglo XIX igual que muchos judíos, es tolerante y amable; tiene un antisemitismo que llamaría latente pero que, hecho conciente, no reconoce ni defiende. Los focos antisemitas en la actualidad pueden ser hallados en las fuerzas de seguridad especialmente, la policía, el ejército, las fuerzas “protectoras” de la sociedad y en grupúsculos marginales acotados.

La Guerra Sucia. Durante la dictadura militar que sufrió la Argentina entre 1976 y 1983, un altísimo porcentaje de los desaparecidos era judío. Según el informe de la CONADEP, Nunca Más[5], sobre la cifra estimada de 30.000 desaparecidos, más de un 10% eran judíos -diez veces más que la proporción en relación a la población general.

Fela es frágil, pequeña y canta con nostalgia y melodiosidad las viejas canciones húngaras de su infancia en Budapest. Sobrevivió a Auschwitz, o, como ella suele decir “siguió viviendo”. Llegó a la Argentina en 1948, se casó, tuvo tres hijos, un varón y dos mujeres. En agosto de 1976 su hija mayor, que estaba por casarse, no volvió una noche de la universidad. Cuando la espera se hizo insoportable, dada la dictadura militar, Fela comenzó a llamar a las amigas. Nadie sabía nada, la hija había salido de su clase como siempre, a la misma hora. No volvió esa noche. Lo que siguió fue lo que tantas madres pasaron: búsquedas en oficinas, en destacamentos, malos tratos, ninguna explicación ni noticia. Fela se unió al primer grupo de lo que después se llamó Madres de Plaza de Mayo. Su propia vida no tenía importancia, no temía los riesgos de su búsqueda: debía encontrar a su hija. Luego de varias semanas milagrosamente lo consiguió. Tuvo la suerte que otras madres no tuvieron. Lo curioso es que Fela no lo quiere contar (éste no es su nombre verdadero porque prometí guardar el secreto de su identidad).´No lo quiero contar´, me dice, ´porque nunca se sabe qué es lo que puede pasar en el futuro y no quiero poner en peligro su vida ni la de sus hijos´. Los judíos, como prisioneros, sufrían torturas suplementarias, más humillaciones y crueldades que los demás[6]. Esto fue para los sobrevivientes una confirmación de lo peligroso de mostrarse judíos, peligro que podía hacerse extensivo a los hijos. Algunos sobrevivientes han tenido, efectivamente, la cruel desdicha de haber tenido hijos en condición de desaparecidos y siguen sin saber nada de ellos. No hay datos ciertos sobre su número porque como Fela, muchos no lo han querido contar. Conozco personalmente unos diez casos así que supongo que habrá algo más que eso.

LA RUPTURA DEL SILENCIO Los judíos ganan la calle: AMIA. El atentado y la impunidad posterior que aún persiste han instalado el tema de los judíos en la Argentina como nunca antes había sucedido[7]. La sede de la AMIA era el corazón de la vida social judía. El golpe ha sido tan profundo que los judíos en pleno nos volcamos a las calles a demostrar nuestra oposición e indignación. Nunca como antes la presencia judía fue tan evidente para los argentinos. Nunca como antes la presencia del sentimiento antijudío fue una realidad más evidente para los judíos. Nunca como antes muchos argentinos no judíos pudieron expresar su repudio a semejante ataque. La palabra “judío” empezó a ser pronunciada con un tono renovado. Había sido hasta entonces, una palabra que, pronunciada, afectaba al resto del discurso de un modo muy particular. Se empezó a llamar “judíos” a los judíos en lugar de los eufemismos habituales, israelitas, hebreos, paisanos, rusos. Comenzamos a salir a la luz, a exponernos en tanto judíos, a ser escuchados en tanto judíos, tal vez, por primera vez, a ser conocidos. También nuestras instituciones adquirieron un lugar protagónico en los centros urbanos porque están protegidas por bloques de cemento para impedir otro ataque con un coche bomba como los sucedidos. De esta manera, nuestros lugares, con la pretensión de ser preservados, están marcados. Una re-edición lúgubre de la estrella con la palabra Jüde.

La legitimación de Spielberg. No sólo el atentado a la AMIA, “La lista de Schindler” tuvo también un peso decisivo en la apertura del dique tras el cual los sobrevivientes vivían protegidos de sus recuerdos. Fue en ella que por primera vez se vieron legitimados y pudieron hablar. Así como en otras partes del mundo, el film de Spielberg legitimó la existencia de los sobrevivientes de la shoá y les permitió salir del encierro del silencio.

Nuevos oídos. La sociedad, paralelamente, se mostró progresivamente interesada en conocer nuestras experiencias. Fuimos y somos llamados a escuelas y diversas instituciones, judías y no judías. Los sobrevivientes tienen hoy presencia en la sociedad en general. Distintos grupos e instituciones que se ocupan de estos temas[8] llevan adelante la tarea de difusión y de enseñanza en ámbitos judíos y no judíos[9].

Hoy, nuevos problemas. La Argentina está viviendo su cuarto año de recesión económica. Esta profunda crisis ha destruido prácticamente a la clase media y muchos sobrevivientes enfrentan nuevos desafíos y penurias. La devaluación sorpresiva, el desempleo, el elevado costo de los gastos en general y los médicos en particular, resultan en que un tercio de los sobrevivientes deben recurrir a la ayuda económica. Pueden cubrir sus necesidades básicas gracias a la Fundación Tzedaká de Buenos Aires que distribuye el dinero provisto por organizaciones judías locales e internacionales. Por otra parte, los sobrevivientes, como tantos adultos mayores en Argentina, ven a sus hijos y nietos en un camino de emigración, con lo cual deben vivir, otra vez, el desgarramiento que implica la separación de sus seres queridos. Según estimaciones, cerca de 200 hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá están entre los 20.000 judíos que se fueron de la Argentina en los últimos dos años.

Las siguientes generaciones. Hoy los sobrevivientes de la Shoá saben que el destino de la memoria está en nuestras manos, en las manos de sus hijos y de sus nietos, acá o donde sea que la vida nos haya llevado. Igual que en otras latitudes, en la Argentina algunos de sus descendientes asumimos nuestro lugar en la cadena dorada con la esperanza de dejar nuestro mensaje ético y humanista.

[1] Versión en castellano del texto publicado en “Jewish Renaissance. Summer 2003”, Julio 2003, Londres como “Silence an Speech, Holocaust Survivors in Argentina”. [2] Con la colaboración editorial invalorable de Natasha Zaretsky , doctoranda en antropología en la Universidad de Princeton -su tesis está centrada en la memoria y la violencia en la comunidad judía de Buenos Aires-, quien, con calidez y paciencia, mejoró mi versión en inglés e hizo algunas sugerencias muy atinadas respecto del texto. [3] AMIA, Asociación Mutual Israelita Argentina, institución social y cultural central de la comunidad judía. Se ocupa de la red de escuelas judías, de los cementerios, de la cultura y las artes, de la asistencia social de los necesitados y enfermos, bolsa de trabajo, el sostén del asilo de ancianos, la biblioteca, la vida cultural, la representación comunitaria. [4] En “El silencio de los aparecidos” Acervo Cultural, Buenos Aires 1998, describo las diferentes razones –personales, familiares, sociales- para este silencio. [5] Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas. Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1984 [6] Mario Villani: Nazismo y antisemitismo en los campos de concentración de la Argentina. Informe presentado al Juez Garzón, Madrid, España, en abril 1999 y en el Ministerio de Justicia de Israel con la intención de someter a los genocidas a juicio en un tribunal internacional, cosa que aún no se ha conseguido. [7] Es imprescindible mencionar, que durante los años de la dictadura militar, hubo una reacción de algunos miembros de la comunidad judía liderados por el Rabino Marshall Meyer y el periodista Hermann Schiller y crearon el Movimiento Judío por los Derechos Humanos, que tuvo el coraje de exponer sus denuncias y exponerse a pesar del enorme riesgo que ello implicaba en aquellos momentos. [8] Sheirit Hapleitá, la Fundación Memoria del Holocausto-Museo de la Shoá, el proyecto de tomas de testimonios de la Survivors of the Shoah Visual History Foundation de Spielberg, Fundación Raoul Wallenberg, Centro Simon Wiesenthal, March of the Living, grupos de Niños de la Shoá y su film testimonial “Aquellos niños” dirigido por Bernardo Kononovich y el grupo de segunda generación de sobrevivientes [9] El pasado martes 15 de abril, el grupo “Niños de la Shoá en Argentina” ha sido honrado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su trabajo en la “construcción de una Argentina ética y humanista” en un acto público en el que cada uno de sus miembros recibió de manos de los legisladores un diploma de agradecimiento. La mayoría de los honrados había entraron ilegalmente al país dado que la política de inmigración de entonces prohibía el ingreso de judíos. El reconocimiento oficial habla a las claras del cambio en la relación no sólo de los judíos con las esferas oficiales sino específicamente de los sobrevivientes de la Shoá respecto al sentido de testimoniar su experiencia.

Odio a los judíos: virus mutante - Edward Rothstein

Traducción libre: Diana Wang En el congreso sobre antisemitismo que tuvo lugar esta semana en el Center for Jewish History (Centro de Historia Judía), un panelista contó este chiste judío clásico: Un judío se ofreció como anunciador en una radio y fue rechazado. Un amigo le preguntó por qué. “Es sencillo” y agregó con un agónico tartamudeo: “anti-s-s-s-semitismo”. El chiste se burla de la idea misma del antisemitismo y también de la excesiva sensibilidad judía sobre las frustraciones.

Lejos de una idea burlona sobre el antisemitismo, el congreso -organizado por Leon Wieseltier y Martin Peretz del New Republic y Leon Botstein, presidente del Bard Collage-, encontró el viejo virus colándose vital y fresco por el tejido de la cultura occidental, tomando nuevos senderos, buscando nuevos huéspedes y proponiendo nuevas amenazas.

Auspiciado por el IWO, Instituto de Investigación Judío, el congreso de cuatro días incluyó una lista impresionante de historiadores y académicos de las ciencias sociales, estudiosos del antisemitismo, periodistas y dirigentes de organizaciones judías. El tema del resurgimiento del antisemitismo también inspiró otro congreso esta semana, en París, organizado por el Centro Simon Wiesenthal y la UNESCO. Y el mes pasado, un simposio de un día sobre el mismo tema fue llevado a cabo en Ámsterdam en la casa de Anna Frank.

Esta confluencia de preocupaciones es también evidente en las siguientes publicaciones: "The Anti-Semitic Moment: A Tour of France in 1898" (El momento antisemita: una gira por Francia en 1898) por Pierre Birnbaum (Hill & Wang) y el que está a punto de aparecer, "The New Anti-Semitism: The Current Crisis and What We Must Do About It" (Jossey-Bass) (El nuevo antisemitismo: la crisis actual y lo que debemos hacer sobre ello) por Phyllis Chesler.

Tanto interés expresa preocupaciones que no son infundadas. En Francia, durante los últimos dos años, sucedieron cientos de incidentes antisemitas con sinagogas quemadas y ataques físicos a personas entre otros. En el congreso del IWO, el escritor judío, Konstanty Gebert, que usa solideo, dijo haber soportado más insultos durante unos meses en Paris que los recibidos en toda su vida en Polonia. El historiador Simon Schama contó que cientos de tumbas judías, entre las que estaban las de su familia, habían sido profanadas en el cementerio judío de Inglaterra dos semanas antes. Los ejemplos más paradigmáticos, sin embargo, vienen del mundo árabe donde florecen por doquier tiras cómicas al estilo de Der Stürmer y de los libelos sangrientos de la Edad Media.

Muchos de los incidentes de Europa occidental son ejecutados por jóvenes criados en comunidades musulmanas que convirtieron a los judíos en su principal objetivo de ataque. Pero los incidentes y las reacciones oficiales han generado una mayor amplificación del fenómeno del antisemitismo. Durante un cierto tiempo, el gobierno francés fue renuente a encararlos como actos antisemitas. En algunos casos los ha justificado o explicado como reacciones contra la política de Ariel Sharon en Israel o por la guerra contra el terror del presidente Bush. No sólo el gobierno, sino también la condena de estas políticas desde la izquierda europea han producido una benevolencia contagiosa.

Una cierta forma intelectual del antisemitismo asociada con la aguda crítica a Israel se hizo más frecuente. Por supuesto, la crítica a Israel no es forzosamente antisemita, y no es válido acusar de antisemitismo a toda crítica a Israel. Pero la crítica es antisemita cuando demoniza al sionismo, lo iguala al nazismo o justifica a organizaciones como Hamás y Hezbolá uno de cuyos propósitos constituyentes es la destrucción de Israel. Si la analogía nazi se aplica tan ávidamente a Israel podríamos pensar que es porque parece aliviar y absolver al acusador mientras que condena al estado de Israel al nivel más profundo del infierno. Pronto, la acusación se hace extensiva a los otros judíos.

En esta transformación del antisemitismo, los viejos mitos y nociones del pueblo paria reaparecen a menudo con nuevos disfraces. Por ejemplo, la idea de que los judíos se sacian con la sangre de los gentiles para objetivos rituales, se ha reencarnado en el chiste gráfico del diario The Independent de Londres el pasado enero que generó una firme protesta del gobierno israelí. Mostraba en una caricatura goyesca a un Ariel Sharon dibujado con rasgos étnicos propios de las imágenes antisemitas, engulliéndose la cabeza de un niño palestino mientras helicópteros israelíes tiraban bombas a su alrededor. "¿Cuál es el problema?" gruñe Sharon. "¿No vieron nunca antes a un político besando a un niño?"

¿Por qué estas nuevas formas de antisemitismo se volvieron familiares en Europa? ¿Por qué prosperan aún cuando el antisemitismo tradicional es abiertamente condenado?

En el congreso del IWO, Mark Lilla, que enseña Historia Intelectual Europea en la Universidad de Chicago, argumentó que los brotes antisemitas estuvieron asociados en la historia de la humanidad con crisis políticas. Con el conflicto entre la Iglesia y el estado en la Edad Media, con el Iluminismo en el siglo 18, con la crisis del totalitarismo en el siglo 20. Ahora, continuó, está sucediendo otra transformación, Europa se rebela contra la idea misma del estado-nación.

En la conciencia europea, el estado-nación está asociado a la fuerzas diabólicas del nacionalismo, la xenofobia y el fascismo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, dijo el Sr Lilla, Europa pudo dejar de pensar en el tema de la soberanía; los EEUU y la NATO se hicieron cargo del paquete. Una de las consecuencias, agregó el Sr Lilla, es que las organizaciones no gubernamentales son vistas como un ideal político en contra de los estados-nación soberanos. En este escenario, Israel aparece como una anomalía, una nación-estado joven que insiste en su status, fuerza y soberanía, violando esa visión internacional contemporánea. Tal vez sea una de las razones para que Israel fuera tratado como paria en las Naciones Unidas, imposibilitado incluso de pertenecer a la Comisión de Derechos Humanos (su lugar lo ocupa Libia) y que sea sujeto de resoluciones que confirman la legitimidad de la lucha armada en su contra.

El Sr Lilla desarrolla argumentos propuestos por Robert Kagan sobre las diferencias entre los EEUU y Europa. Dice que tanto al anti-norteamericanismo como al anti-sionismo son la expresión de la oposición a la noción moderna de nación-estado que insiste en viejas ideas de poder. Europa no niega de plano los temas de soberanía. Por ejemplo apoya la inviolabilidad de las fronteras o la necesidad de un estado palestino. Pero son excepciones examinadas raramente con seriedad. En palabras del Sr Lilla: “Incluso el apoyo a los palestinos tiene una extraña cualidad apolítica en Europa”.

Pero no es sólo cuestión de ideología política. Alain Finkielkraut, el intelectual francés, sugirió que luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó obsesionada con el “nunca más”: “Nunca más políticas de poder. Nunca más nacionalismo. Nunca más Auschwitz”. Mientras los Estados Unidos podían celebrarse a sí mismos abiertamente, para Europa el recuerdo de la Segunda Guerra abría “un abismo”. Entonces, Europa se reivindicó a sí misma imaginando un mundo nuevo “un mundo tan humano, tan desprejuiciado, tan libre-pensador” en el cual la idea misma de un pueblo enemigo no era tomada con seriedad.

Pero entonces, en medio de este sueño ideal, aparecen los judíos. Sólo que esta vez “no son acusados de persistir tenazmente en su judaísmo sino de traicionarlo”. El nacionalismo israelí, su ejército y obstinación ofenden al universalismo de la izquierda europea y las simpatías antiglobalizadoras y evocan el pasado catastrófico.

Un antisemitismo de derechas sigue siendo injustificable, pero pasa a ser virtuoso cuando se sostiene en este pretendido universalismo antiglobalizante. Dice el Sr .Finkielkraut que son acusaciones que invocan las viejas tradiciones antisemitas: “Ven a los judíos como ese pueblo tan creído e intoxicado con su condición de elegido que rehúsa la idea de la humanidad universal”. En este pretendido rechazo, el judío, en su caricatura, termina siendo el racista arquetípico, o sea, el enemigo, el nazi.

Mientras que el judío fue otrora atacado por su asociación con la modernidad y el internacionalismo, ahora lo es por no aceptar el post-modernismo y el internacionalismo. Estos ataques, se sobreimprimen al antisemitismo más tradicional de radicales islámicos y nacionalistas palestinos que, paradójicamente, desconfían de la modernidad liberal universalista, cantan “muerte a los judíos” y proponen su propia imaginería sobre el nazismo.

Pero a pesar de todo esto, observamos también signos de cambios positivos a la luz de los eventos recientes. En el ultimo año, bajo la presión norteamericana algunas características concretas del gobierno palestino fueron revisadas. El mes pasado, Yigal Carmon, cuyo Instituto para la Investigación de los Medios en el Cercano Oriente ha traducido regularmente material del mundo árabe relacionado con los conflictos con EEUU e Israel, argumentó que hay ahora “significativos precursores de cambio en el discurso antisemita en el mundo árabe” (www.memri.org), con una disminución notoria de expresiones de extremo antisemitismo.

Algún día, tal vez, el viejo chiste judío sobre el locutor tartamudo podría tener menos niveles de lectura y ser expresión de que el antisemitismo se ha vuelto, tan sólo, motivo de broma.

Texto original en inglés: http://www.nytimes.com/2003/05/17/arts/17CONN.html?ex=1054183828&ei=1&en=23f285696d65b00c

El pianista (2002)

Yo, que soy una llorona, no lloré. Como el protagonista de “La naranja mecánica” en su proceso de rehabilitación cuando lo obligaban a mirar escenas de violencia, tenía los ojos bien abiertos frente al deslizamiento progresivo del Mal. No lloré. Tampoco escuché llorar a mi alrededor en el cine. Es que “El Pianista” no es una de llorar. “El Pianista” es una de pensar, de sentir, de dejarse penetrar por esa historia, nuestra historia. Polanski toma el relato de Szpilman y lo mezcla con sus propios ecos y le habla a los míos. No nos quiere contar la shoá, no se propone como historiador ni transmisor de mensajes. Tampoco hace un documental supuestamente objetivo, aunque hay un ahorro de comentarios y golpes bajos que uno agradece a cada paso. Nos cuenta la historia de la supervivencia de un judío durante la shoá, uno solo, con su pequeño universo de complejidades, sus cobardías y sus grandezas. Nos dice: “miren lo que nos fue pasando, miren quiénes éramos y cómo nos fueron haciendo deslizar en lo que nos era imposible anticipar” y nos muestra los seis años de reinado del Mal.

Cuenta la historia de Władek Szpilman un judío que se salvó. Como mis padres. Su historia, como todas las historias de sobrevivientes, se parece y no se parece, es siempre la misma y siempre es algo diferente. Vemos su camino particular y concreto que nos permite acompañarlo paso a paso, ser testigos del progreso en el plan de destrucción de la vida judía y observar, mudos y agradecidos, al azar que le permitió seguir viviendo contra toda expectativa.

La historia de la supervivencia de Władek Szpilman transcurre desde septiembre de 1939, en la Varsovia floreciente, hasta 1945, entre lo que quedó, las ruinas y su desgarradora soledad. La vida de los judíos en la Varsovia de fines del treinta, cosmopolita, urbana, sofisticada, nos es devuelta en imágenes y sonidos. La cotidianeidad, la ropa, los muebles, los adornos, los carteles, los pequeños detalles son lenguajes sensibles que evocan sabores, olores, aquello más primario del recuerdo. Vemos los nombres de las tiendas, los carteles, los afiches, los anuncios, en polaco y algunos también en idish con tal sensación de realidad que uno espera oír polaco, oír idish. Y muestra cómo esa vida va siendo atacada y se desliza en una caída fatal hacia la abyección y la muerte. El traslado forzado hacia el gueto, las restricciones progresivas, las humillaciones, las deportaciones, el “paso” al lado ario, los caminos tortuosos de la supervivencia y, para algunos pocos, la salvación.

Una vida puede ser relatada en pequeños detalles, detalles que nos permiten atisbar algo de ese mundo del gueto, de la persecución, de la impotencia, del miedo que nos es tan desconocido, del que la mayoría sólo tenemos un registro intelectual. ¿Cómo comprender desde nuestra “seguridad” cotidiana la progresión del hambre, del frío, el desamparo, la sed, de las pérdidas de personas, objetos, refugios, “seguridades”, “certezas”? En “El Pianista” están esos detalles que atraviesan las palabras y le hablan directamente a nuestra piel.

Temas caros a los sobrevivientes como las vergüenzas y los actos de arrojo –tanto de judíos, polacos, nazis-, las inconciencias y el puro azar, el horrible, maravilloso, injusto y arbitrario puro azar. Sin baraturas ni simplificaciones, no se nos ahorran las miserias ni las grandezas humanas. Se ve el sufrimiento judío pero también se ve su aprovechamiento por otros judíos. Se ve el judío que actúa como corrupto y en otro momento como salvador. Se ve la complicidad de la población polaca pero también se ve la ayuda que algunos proporcionaron. Se ve la crueldad de los nazis pero también la conducta de alguno que lo contradice. Polanski se atreve con la vida y con las cosas como de verdad son: grises mayores, grises menores, grises grises.

Los sobrevivientes se preguntan si “El Pianista” servirá para algo, si conseguirá acercar la experiencia a los afortunados que la desconocen. Difícil responderlo. Tal vez para muchos, incluso para muchos judíos, esta película será la primera aproximación a una de las irreparables pérdidas de la shoá: la vida judía polaca en su riqueza y complejidad. Lejos del habitante del shtetl, (esa imagen algo romántica del judío ingenuo, bonachón, crédulo y religioso de comienzos de siglo), en los varsovianos judíos de los años treinta vemos a los citadinos, a los profesionales, a los estudiantes, a las amas de casa, a los comerciantes, a los militantes, a los subversivos, y también a los criminales, los mafiosos, los aprovechadores. Los judíos, igual que cualquier otro grupo humano, se ven como fueron, en su diversidad real, dolorosa, compleja.

Se puede tener una idea de las dimensiones y alcances del monumental, abigarrado y superpoblado gueto de Varsovia, de las diversidades que anudaba, los interiores de las casas, las actividades, las ambigüedades y contradicciones, la confrontación de la opulencia de algunos frente a la total desesperación de otros... una pintura sin pretensiones de moralejas ni estridencias. El famoso muro, frontera de la vida y la muerte, escenario del heroico accionar de los pequeños contrabandistas que se jugaban la vida cotidianamente entrando comida primero y armas después, es un protagonista mudo y elocuente. Se ve también el puente que unía el gueto grande con el gueto chico y no puedo resistirme contar una anécdota que refleja el modo en que uno se va integrando a lo que le toca vivir, aún a lo más terrible: una sobreviviente que tenía diez años cuando se cerró el gueto, me contó que cuando cruzaba ese puente con sus amiguitas, jugaban a correr y no ser alcanzadas por las balas que disparaba algún nazi “divertido” desde abajo y cuando llegaban al otro lado lanzaban un triunfal “no me dio!”.

La película no es de llorar. No vi gente llorando en el cine. No tiene golpes bajos, es despojada, cruda, sin comentarios ni explicaciones. El protagonista parece transitar por su historia con cierto desapego, como si no creyera que eso le está pasando realmente. Muchos sobrevivientes cuentan la historia de la misma manera, sin dramatismos ni sobreactuaciones, ni iluminados protagonismos, como pidiendo perdón por el atrevimiento de contar.

Se les pregunta a los sobrevivientes cómo es posible que hayan continuado sus vidas casi normalmente, cómo es posible que la shoá no los haya convertido en monstruos o en psicóticos irrecuperables. Władek solo, escondido, desgarrado, digita en el aire escalas mudas, practica pianos ausentes, mantiene su cordura, arroja anclas que lo conservan humano, con obstinación, con sencillez. Lo hace sin heroísmos, sólo acunado por la fuerza de la vida. Y no se vuelve loco, no se vuelve un monstruo.

Suelo describir al período vivido por los sobrevivientes en la shoá como “el bache”. “El bache” es ese accidente que sobrevino de pronto, sin esperarlo, sin estar preparados, que los arrancó de sus vidas normales hacia esa otra legalidad desconocida y arbitraria, un pozo negro en el que fueron cayendo sin saber cuándo terminaría la caída o si alguna vez tendría fin. Al cabo de un tiempo infinito, un día tan misterioso y sorpresivo como el primero, salieron de “el bache” y fueron relanzados a la normalidad que ya creían haber perdido para siempre. Lo que habían sido y vivido en “El bache” quedaría sin procesar, sin poder ser integrado entre los normales pues debían reintegrarse a la vida, olvidar. Władek toca un concierto en la radio antes de entrar en “el bache” y lo vemos en el mismo lugar una vez afuera. “El bache” quedó en su corazón, encapsulado, guardado, esperando que el milagro de la música, de nuestra oreja, de nuestra compasión, preste algún sentido a lo que parece haberse perdido para siempre.

Un comentario final sobre la vida, su fuerza e irracionalidad sublime. Me refiero a la escena en la que nuestro protagonista toca el piano ante el oficial nazi: él no sabe, como no solían saberlo los judíos, qué haría el oficial con él, tal vez matarlo, tal vez burlarse. “Toque el piano” le había ordenado A uno se le detiene el aliento: ¿cómo hará para tocar? ¿cómo conseguirá volver del infierno y saltar en una vuelta carnero imposible de vuelta a la “civilización”? ¿recordará las armonías, volverán los acordes? ¿le responderán los dedos? ¿el hambre, el frío, el deterioro, la falta de práctica no le impedirán hacer lo que tiene que hacer? Las manos bajan lentamente sobre el teclado, dudando de sí mismas, se apoyan en algunas notas tímidas y pudorosas, y se dejan llevar por la misma música que sucede casi por propia voluntad en la voluntad de imponerse por sobre el horror, y se despliega y asciende y nos dice que sí, que milagrosamente la vida continúa, que la pérdida de lo humano es transitoria, que será olvidada y superada. La vida seguirá viviendo con la inconciencia de lo primitivo, de lo que no tiene razón.

EEUU y la Shoá. Ayudamemoria

Un esquema para conocer la cronología de una indiferencia criminal

1935

Leyes Raciales de Nürenberg

1938

Anschluss de Austria-Kristallnacht

1939

Pacto Alem-URSS – Invas. Polonia

1941

Ruptura pacto Alemania-URSS – Invasión de territorios del Este. Comienzo del exterminio

Asesinato de un millón y medio de judíos por los Einzatsgruppen

Enero 42

Conferencia de Wansee: Solución final (industria de la muerte)

Julio 42

Comienzo de deportaciones de Varsovia a Treblinka – construcción de Auschwitz

Agosto 42

Cable secreto al Depto de Estado y al rabino Wise

Enviado por el Dr Gerhardt Riegner (representante del World Jewish Congress en Berna) en donde le informaba de lo que estaba sucediendo y de los planes de exterminio de judíos a tres semanas del comienzo de las deportaciones. El Depto de Estado lo mantuvo en secreto e impidió que le llegara al rabino Wise. Éste finalmente supo de su existencia por fuentes británicas y exigió conocerlo, pero le pidieron que no lo hiciera público.

Octubre 42

Jan Karki con líderes judíos en Varsovia

Supo entonces del alcance de las acciones. Fue aleccionado para difundir por el mundo el estado de cosas y conseguir socorro. Llevó la información a Londres.

Febrero 43

Telegrama # 354 a los consulados

Clave de toda la denuncia de la inacción fue este memo que se enviara a todos los consulados norteamericanos ordenando reservar las informaciones relativas al destino de los judíos.

Julio 43

Jan Karski con Roosevelt

Transmite la información de las masacres al presidente, otros miembros del gobierno y de la comunidad Judía. Dio más de 200 conferencias con cobertura de la prensa y publicó un libro en enero del 44, “Story of a Secret State”, que fue el Libro del Mes.

Enero 44

Roosevelt se entera oficialmente

18 meses después del telegrama de Riegner, el 13 de enero, Henry Morgenthau (Secretario del Tesoro) entrega el “Personal Report to the President”. Se reveló el ocultamiento de la información y la falsedad de las explicaciones oficiales de la criminal inacción norteamericana. Basado en una tarea de investigación de un abogado del Depart. del Tesoro, Josiah DuBois, el memo fue firmado por su superior, Randolph Paul, el Consejero General del Tesoro. Junto con esta denuncia, Morgenthau presenta una propuesta para el rescate de judíos y se constituye el War Refugee Board financiado por fuentes privadas, no con dinero estatal.

Hipótesis de la inacción norteamericana y el ocultamiento deliberado de la información:

- antisemitismo del miembros del Departamento de Estado

- relativa impotencia y desunión de los judíos norteamericanos

- decisión de priorizar los esfuerzos bélicos basado en la idea de que la única forma de salvar a los refugiados era ganar la guerra.

Los chicos de Hitler. William E. Grim

Traducción: Diana Wang[1]

No soy judío. Ningún miembro de mi familia murió en el Holocausto. El antisemitismo ha sido siempre para mí uno de aquellos fenómenos que mi radar no registra, como los asesinatos tribales en Ruanda, esas cosas terribles que le pasan a los demás.

Pero vivo en una pequeña ciudad en las afueras de Munich en una calle que hasta mayo de 1945 se llamaba Adolf-Hitler-Strasse. Trabajo en Munich, una agradable ciudad metropolitana de algo más de un millón de habitantes cuyo encanto bávaro tiende a oscurecer el hecho de que fue la cuna y capital del movimiento Nazi. Cada día, cuando voy a trabajar, paso por los lugares donde vivió Hitler, edificios que aún existen, donde fueron tomadas las decisiones de matar a millones de personas inocentes, plazas y espacios en donde se quemaron libros, desfilaban las tropas de los SS y gente fue ejecutada. La proximidad del mal concentra y focaliza la atención porque antepone la realidad física a las narrativas escritas de los horrores perpetrados por los alemanes.

Luego suceden las pequeñas cosas que se suman y en la suma, se convierten en algo siniestro. Estoy en un ómnibus y un adolescente le pasa a un compañero un ejemplar de “Mi Lucha” que pertenecía a su abuelo, encuadernado en cuero rojo; el receptor dice “genial!” y saca de su mochila un video producido en Suiza de “Los Grandes Discursos de Joseph Goebbels." Pocas semanas después, estoy en una reunión de trabajo con cuatro alemanes jóvenes y sofisticados, que se conducen de manera amable y educada. Cuando el tema de conversación pasa a ser un convenio comercial con un hombre de Nueva York llamado Rubinstein, sus narices se distienden, sus modos adquieren un aire amenazador y uno de ellos dice, y lo cito textualmente, “El problema con los Estados Unidos es que los judíos tienen todo el dinero." Todos ríen y otro dice, "sí, a los judíos les importa mucho el dinero."

Encuentro que este tipo de referencia antisemita en mis tratos profesionales con alemanes se vuelven pronto un leitmotif (tomando prestado el término que hizo famoso Richard Wagner, otro notorio alemán antisemita). En mis encuentros privados con alemanes, sucede con frecuencia que se aflojan después de un tiempo y revelan opiniones personales y tendencias políticas que se suponía que habían dejado de existir en aquel bunker en Berlín un 30 de abril de 1945.

Tal vez se deba a que soy rubio y a que mi apellido suena alemán, el que los alemanes sientan que soy “uno de ellos”. También muestra cuánto comprenden de lo que significa ser un norteamericano.

Cualquiera sea la razón, las conversaciones tienen generalmente uno o más de los siguientes componentes:

(1) Fue desafortunado que los Estados Unidos y Alemania lucharan como enemigos durante la Segunda Guerra, dado que el enemigo real era Rusia.

(2) Sí, los Nazis cometieron excesos, pero en las guerras suceden cosas terribles. Al mismo tiempo, el panorama del Holocausto ha sido muy exagerado por los medios norteamericanos que están dominados por judíos.

(3) La CNN está controlada por judíos norteamericanos y es anti palestina. (Sí, ya sé que suena increíble, pero incluso entre los alemanes más inteligentes, aún aquéllos con clara influencia sajona, hay una creencia extendida de que la red de noticias fundada por el mejor amigo de Fidel Castro, Ted Turner, quien hasta hace poco estaba casado con la hanoísta Jane Fonda, es un enclave de la propaganda pro israelí )

(4) Casi todos los alemanes se opusieron al Tercer Reich y nadie en Alemania sabía nada sobre el asesinato de los judíos; los judíos mismos fueron los responsables del Holocausto.

(5) Ariel Sharon es peor que Hitler y los israelíes son Nazis. Los EEUU apoyan a Israel sólo porque los judíos controlan al gobierno norteamericano y a los medios.

Por primera vez en mi vida, fui conciente del antisemitismo. Por cierto que el antisemitismo existe y ha existido en otras partes pero en ninguna sus consecuencias han sido tan devastadoras como en Alemania.

Mirándolo de la manera más objetiva posible, 2002 ha sido un año ejemplar para el antisemitismo en Alemania. Ataques a sinagogas; profanaciones en cementerios judíos; el gran best seller alemán fue la novela de Martin Walser “Muerte de un crítico”, un texto ligeramente velado que contiene claves maliciosas y ataques antisemitas sobre el conocido crítico literario Marcel Reich-Ranicki (sobreviviente tanto del gueto de Varsovia como de Auschwitz); el partido Democrático Libre ha adoptado extraoficialmente el antisemitismo como campaña táctica para atraer a la minoría musulmana; y los historiadores revisionistas alemanes están empezando ahora a definir a la perpetración alemana en la Segunda Guerra y al Holocausto no como Crímenes Contra la Humanidad sino como tempranas batallas (con lamentables pero comprensibles excesos) en la guerra fría contra el comunismo.

La situación es tan mala que a los judíos alemanes se les sugiere no usar en público nada que los pueda identificar como judíos porque su seguridad no puede ser garantizada.

¿Cómo puede ser posible? ¿No es ésta la “Nueva Alemania” que durante 57 años no tuvo Holocaustos ni pogroms, en donde la verdad, la justicia y el estilo alemán prevalecen por sobre el bienestar económico, el alto standard de vida que es la envidia de los vecinos europeos y una constitución que garantiza la libertad para todos sea cuál sea su raza, credo u origen nacional? ¿Qué cambió? La respuesta es: absolutamente nada.

My hipótesis es muy simple. Mientras Alemania no tiene ya el poder militar para avalar la ideología racista Nazi y mientras las manifestaciones extremas del Nazismo son oficialmente ilegales, las condiciones internas –esto es, las actitudes, la cosmovisión y las presunciones culturales- que llevaron al surgimiento del partido Nazi en Alemania están todavía presentes porque constituyen componentes básicos de la identidad alemana. El Nazismo no era una aberración; era la destilación de la psique alemana en sus elementos esenciales. El Nazismo externo puede haber sido derrotado en mayo de 1945; el interno, sin embargo, permanece, y siempre permanecerá, una amenaza potencial siempre que exista una entidad política y/o cultural conocida como Alemania.

Esperen un poco, escucho mucha gente decir “no podés sostener que los alemanes son tan antisemitas hoy como lo fueron durante los años 1933-1945”. Es verdad que la Alemania de hoy es muy diferente que la del Tercer Reich. Lo que cambió es que debido a su total derrota ante los aliados, Alemania hoy es un estado cliente de los Estados Unidos y debe hacer bien los deberes. Esto significa la represión del antisemitismo abierto. Es malo para los negocios.

La otra cosa que ha cambiado es que, aunque Hitler perdió la Segunda Guerra, tuvo un éxito fenomenal en el terreno ideológico. Alemania, y por cierto Europa entera, está esencialmente Judenfrei (libre de judíos) hoy debido a la eficacia y celo de los alemanes mientras perpetraron el Holocausto durante el Tercer Reich. Se podría, de hecho, plantear de manera muy convincente que el Nazismo es uno de los programas políticos más exitosos de nuestro tiempo. Cumplió más objetivos en corto tiempo que cualquier otro movimiento político comparable y cambió de manera permanente la apariencia y estructura política de varios continentes. Alemania es rica, estable, inexorablemente burguesa y para todo propósito e intención, libre de judíos.

Sí, hay una pequeña minoría de judíos, ubicados en su mayoría en Berlín, y sí, ha habido un número de judíos procedentes de la ex Unión Soviética que han emigrado a Alemania, pero la mayoría de los inmigrantes de Rusia no son judíos practicantes y hacen poco o nada para promover una identidad judeo-alemana. El resultado de todo es que Alemania hoy puede cosechar los beneficios de las políticas antisemitas de Hitler mientras paga el precio verbal y declarativo de la “necesidad de recordar”.

El joven Fritz no precisa ser abiertamente antisemita hoy gracias a que la generación de su abuelo hizo un trabajo tan exhaustivo durante el Holocausto. No hay ya tantos judíos para odiar, y además, los alemanes tienen a sus viejos camaradas, los árabes, para que actúen de odiadores en su lugar. El gran apoyo que los palestinos reciben de los alemanes podría ser entendido como una forma de antisemitismo por delegación.

El gobierno alemán ha hecho pagos en efectivo al Estado de Israel así como a judíos individuales, para compensar por asesinatos, tortura, prisión, trabajo esclavo y genocidio. Hablen con la mayoría de los alemanes y verán pronto que creen que la cuenta entre Alemania y los judíos ya está saldada, que de alguna manera, la recuperación de una parte de lo que los alemanes le robaron a los judíos es una recompensa adecuada por el asesinato deliberado de millones de personas. Si piensan que los alemanes lamentan sinceramente por lo que le hicieron a los judíos, piensen otra vez. No hubo nunca un oficial "tut mir leid" (me apena, lo lamento) ofrecido por los alemanes a las víctimas del Holocausto y sus descendientes porque ello implicaría la admisión de la culpabilidad. Alemania ha pagado los reclamos sin expresar responsabilidad, de la misma manera que la Ford Motor Company acepta el reemplazo o la indemnización por partes dañadas de sus automóviles. Se hace para evitar la responsabilidad civil.

He mencionado antes que los alemanes apoyan de manera abrumadora a los palestinos como opuestos a los israelíes, y que este apoyo abrumador representa una forma de antisemitismo por delegación. Los alemanes pueden argumentar que apoyan a los palestinos porque creen que son un “pueblo oprimido”, pero seamos honestos, apoyan a los palestinos y a sus dirigentes árabes porque comparten los mismos ideales que los Nazis.

Hay una larga historia de la cooperación alemana con los árabes. En 1942, Hitler personalmente aseguró al Mufti de Jerusalém que tan pronto como Alemania conquistara Gran Bretaña, los judíos de Palestina (que estaba entonces bajo control del Mandato Británico) serían exterminados.

Debemos recordar también que los terroristas árabes que perpetraron las atrocidades del 9 de septiembre, planificaron sus acciones en Alemania. Hay varias razones para ello. La primera es el caos desmañado y descentralizado de la burocracia federal alemana donde, literalmente, la mano “izquierda” no sabe lo que hace la “derecha”. La segunda es que los terroristas árabes pueden contar con un número sustancial de alemanes que comparten sus creencias anti norteamericanas y antisemitas. Los ex miembros de las SS y los guardias pretorianos de Hitler, junto con los simpatizantes neo-Nazis que se reúnen semanalmente en cervecerías de Munich, hicieron a Osama ben Laden “ario honorario” después del ataque del 9 de septiembre.

Mein Kampf (Mi lucha) es también un best seller en el mundo árabe, especialmente en Arabia Saudita, el “amigo” putativo de los Estados Unidos. Efectivamente, hay pocas diferencias entre la cháchara antisemita de Hitler y la de los así llamados “líderes espirituales” de al-Qaeda, Hamas, y Fatah. Los árabes le deben mucho a Hitler y a los alemanes. Hitler eliminó a los judíos y Konrad Adenauer y sus descendientes “democráticos" los reemplazaron con turcos. Sí, los turcos no son árabes, pero son musulmanes y aunque Turquía sea miembro de la NATO y tenga relaciones con Israel, muchos turcos se identifican con sus correligionarios radicales árabes y los apoyan. Turquía es una democracia frágil como lo fue la República de Weimar durante los veintes. No sería muy difícil para los turcos deslizarse hacia el lado oscuro del extremismo musulmán.

El resultado final de la inmigración turca a Alemania tiene dos caras: (1) permite a Alemania fingir liberalismo y apertura a la libertad y a la diversidad y (2) al reemplazar a los judíos que asesinaron con musulmanes que, en su mayor parte son tan perversamente antisemitas como lo fueron los Nazis, los alemanes han asegurado cínicamente que los pocos judíos que viven en Alemania estén imposibilitados de reconquistar el poder político aún en un rol minoritario.

Un argumento final que me gustaría hacer en relación al resurgimiento del antisemitismo en Alemania es uno que podría tomarse como dispar con la evidencia prima-facie o incluso aparecer como estirando los límites del sentido común. Aún así, pido consideración cuidadosa a mi línea de razonamiento.

En muchos sentidos Alemania se salió con las suyas sin pagar demasiado. Sí, muchos alemanes murieron como resultado de la perpetración alemana en la Segunda Guerra y el Holocausto, y sí, hubo mucha destrucción física en el país, pero la situación se parece a la del chico que roba una galletita de la bandeja en la que se enfría sobre la mesada de la cocina. Por su acto podría recibir de su madre una palmada en la mano pero la galletita robada ya fue comida.

Después de haber cometido el peor crimen en la historia de la humanidad, los alemanes obtuvieron el permiso de recuperar su soberanía después de tan sólo diez años; su infraestructura fue completamente reconstruida gracias a la generosidad del pueblo norteamericano; y relativamente pocos alemanes fueron llevados a juicio por sus crímenes monstruosos. Aún aquéllos que fueron juzgados y sentenciados recibieron penas relativamente breves o las redujeron o conmutaron en amnistías generales. Por ejemplo, algunos miembros de los Einsatzkommandos (fuerzas especiales), los alemanes que, antes de la construcción de los campos de exterminio, cazaron y asesinaron a cientos de miles de judíos, recibieron penas tan breves como cinco años de prisión.

Si hubiera verdadera justicia en el mundo, Alemania no debería existir como país independiente y tendría hace bastante su territorio dividido y dispersado entre los aliados. Fue una coincidencia histórica infortunada que la Guerra Fría comenzara justo cuando Alemania estaba por ser llevada a los estrados por sus muchos delitos, crímenes y atrocidades desde la Primera Guerra Mundial. La nueva amenaza de la Unión Soviética tuvo preeminencia sobre un arreglo justo de las cuentas con Alemania. El resultado trágico es que muchos de los países violados y expoliados por Alemania, tales como la República Checa y Polonia, están recién ahora emergiendo de décadas de declinación económica, mientras Alemania –gorda, saciada, arrogante, autosatisfecha y esencialmente Judenfrei (libre de judíos)- ha disfrutado cuatro décadas de prosperidad económica inmerecida.

No podemos volver atrás el reloj para rediseñar los errores históricos que han sido cometidos por los alemanes, pero hay una cantidad de cosas que pueden ser hechas para asegurar que Alemania no pueda estar otra vez en la posición de amenazar al resto del mundo civilizado.

Primero y principal es la hecho de que, mientras no todos los alemanes son antisemitas, hay una tendencia antisemita en la cultura alemana que se extiende en el pasado hasta los tiempos de Martín Lutero. Los alemanes son instintivamente antisemitas del mismo modo en que los norteamericanos son instintivamente amantes de la libertad. El antisemitismo ha sido y, desafortunadamente sigue siendo, la ideología por default –natural- del pueblo alemán. Si todo siguiera igual, los alemanes apoyarían instintivamente a los enemigos del Estado de Israel. Por ello, los Estados Unidos necesitarán monitorear cuidadosamente y estar listos y decididos políticamente para intervenir con rapidez en los asuntos alemanes cuando se vea que Alemania se desliza hacia el antisemitismo.

Adicionalmente, debiera ser un objetivo de la política exterior norteamericana, la oposición y aceleración del desmembramiento de la Unión Europea. No debemos permitir la dominación alemana sobre la UE para conseguir, por medio de maniobras parlamentarias y arreglos privados lo que Hitler y los alemanes no pudieron en el Tercer Reich. Dado el resurgimiento del antisemitismo alemán (y el de Francia también) una Unión Europea fuertemente dominada por Alemania que tolera e incluso estimula aún tibiamente el antisemitismo, y es un aliado diplomático del mundo árabe, es la mayor amenaza potencial al judaísmo desde la Alemania Nazi y la mayor amenaza para los Estados Unidos también.

Los enemigos de Israel son los enemigos de los Estados Unidos. Que todos los judíos y todos los norteamericanos estemos unidos al proclamar “nunca más” tanto al Holocausto como al 9 de septiembre.

William E. Grim es un escritor que vive en Alemania y es nativo de Columbus, Ohio. Puede ser contactado en wgrim@myrealbox.comand.

Más sobre Willian Grin en The Official William E. Grim Website (www.williamegrim.tripod.com).

[1] A pesar de no coincidir con la totalidad de los planteos de su autor, en especial en relación al lugar que asigna a los Estados Unidos, consideré que sus reflexiones y aportes provocadores y valientes son merecedores de una traducción para que pudieran ser conocidos por quienes no leen en inglés. En la vieja polémica sobre la culpabilización del pueblo alemán, es éste un texto disparador de debate que agrega puntualizaciones de actualidad al complejo universo de lo judío en el mundo con sus ingredientes económicos y geopolíticos. Diana Wang

Limpieza étnica - Moacyr Scliar

publicado en Folha de São Paulo, 29 de abril de 2002 - Traducción: Diana Wang -

Al final, después de mucho tiempo, sucedió: accedieron al gobierno. Y, de inmediato, resolvieron implementar lo que consideraban su sagrada misión: limpiar el país de todo elemento extranjero, un elemento extraño, sospechoso, que sólo traía violencia y dificultades.

Primero echaron a los africanos. Cosa relativamente fácil: se los identificaba por el color. Además, como eran recién llegados, no podían protestar. De modo que fueron embarcados, por millares, y despachados a sus lugares de origen.

Después fueron los musulmanes. También muchos y también relativamente fáciles de identificar. Igual procedimiento: fletaron grandes naves a bordo de las que los llamados indeseables iniciaron su viaje de regreso.

Después de los musulmanes, los judíos. Elección obvia, incluso para que no se dijera que el gobierno mostraba alguna parcialidad en el conflicto de Medio Oriente. Surgieron algunos problemas: muchos judíos eran recién llegados –estaban en el país desde hacía medio siglo apenas- pero otros podía mostrar árboles genealógicos que se remontaban a la Edad Media. No sirvió de nada sin embargo tal argumentación. La comisión que investigaba sumariamente los antecedentes étnicos de los ciudadanos declaró que aquello no confería a la nacionalidad ningún grado de pureza. De modo que esos judíos arcaicos –un término usado por la comisión- fueron colocados también en naves (o en trenes: una excepción exclusiva creada para ellos) y fueron echados del país.

Consultando los manuales de historia, la comisión constató la presencia en la antigüedad de otros intrusos: los romanos. Era, naturalmente, todo un problema. Pero fue establecido un llamado perfil latino, con parámetros tales como altura, color de ojos y de pelo, apellido, que permitían descubrir, con razonable grado de seguridad, a los descendientes de los antiguos invasores. Que fueron, igual que los otros (si bien con un poco más de respeto) expulsados.

Pero, antes de los romanos, ya existían los galos. Como los otros grupos, habían venido de afuera; también ellos podrían ser considerados forasteros. Claro que la tradición gala era muy sólida, expresada en simpáticos personajes como el de Asterix, pero la comisión decidió que un principio era un principio, y de este modo todos los que podrían tener cualquier residuo de sangre galesa en las venas fueron expulsados.

Ya entonces no sobraba nadie en el país. Ni siquiera la comisión, cuyos miembros se habían declarado alienígenas y se habían echado. Y la cuestión era: ¿quién, al final, podría denominarse auténtico habitante del país?

Es un problema. Se sabe que, en una caverna de heladas montañas, existe el cadáver bien preservado de un hombre que estuvo allí durante millones de años. Con células de ese nativo podrían fabricarse clones que, estos sí, constituirían el embrión de una nacionalidad auténtica.

Un procedimiento relativamente simple.

Pero no queda nadie para llevarlo a cabo.

http://www.uol.com.br/fsp/cotidian/ff2904200207.htm

El héroe deconstruido

Andrea: “Qué desdichada es la tierra que no tiene Héroes”

Galileo: “No. Desdichada es la tierra que necesita Héroes”. Bertold Brecht (Galileo Galilei)

La construcción y erección del Héroe, ese personaje público que hablará con palabras universales y eternas, que actuará con conciencia de su trascendencia histórica y morirá proverbialmente joven, es una estrategia manipuladora conocida y profusamente abordada tanto por los fascismos como por los diferentes sistemas políticos autoritarios y dictatoriales. Corporizado en estatuas gigantescas que lo muestran con gesto emprendedor, la mirada fija en un punto del futuro venturoso, el pecho pleno del aliento contenido presto a estallar en alguna acción dirigida al inequívoco bien común, el Héroe es el supremo ejemplo, la figura a imitar, “pedagógicamente” simplificada, maniquea y rectora indudable de los destinos de la comunidad.

ORIGEN DEL CONCEPTO El teatro era uno de los pilares en la constitución de la subjetividad del ciudadano griego. Aristóteles nos ilustra acerca de sus contenidos y características. Distingue a la tragedia de la comedia. La tragedia se ocupa de temas trascendentales, la vida y la muerte, el odio y el amor, la lealtad y la traición. La comedia se ocupa de situaciones particulares y cotidianas, de las debilidades y vulnerabilidades, de las dudas e inseguridades del diario vivir. Mientras la tragedia trata sobre el destino del hombre, la comedia trata sobre la falible condición humana. La tragedia cumple la función de enseñanza, la comedia la de la identificación, ambas condiciones necesarias para la constitución del ciudadano de la polis griega. La tragedia está protagonizada por dioses y héroes –semidioses-. La comedia, por el contrario, está habitada por gente común.

Pensando en el concepto de Héroe propiamente dicho, Tzvetan Todorov (“Frente al límite” 1993) agrega otros dos elementos, la necesidad del relato y el tema de la muerte. Respecto del primero dice que el héroe se manifiesta en el mundo exterior a sus actos en forma de relatos que expresan su gloria; sin relato que lo glorifique, el héroe no es héroe. En relación a la muerte, señala que en la elección entre una vida sin gloria y la muerte en la gloria, el héroe optará siempre por la muerte; la muerte está inscripta en el destino del héroe.

HÉROES DEL GUETO DE VARSOVIA. Es en este contexto de ideas en el que pretendo re-pensar la noción de héroes del gueto de Varsovia. Sin poner en duda la valentía y ejemplaridad de la conducta de Mordejai Anilevich y el resto de los combatientes, me propongo reflexionar sobre el concepto de héroe propiamente dicho y la necesidad de su construcción e implementación. Los combatientes del gueto de Varsovia, los otros de otros guetos, los partisanos así como los que protagonizaron rebeliones o atentados en los campos, lucharon como expresión de convicciones y militancia y en un contexto profundamente desalentador y de total desesperación. Sabían que su único camino era la muerte. No quisieron dejarla en manos de sus victimarios. En un supremo acto de libertad, decidieron por sí mismos cuándo y cómo morir. Así fue que lucharon, sabiendo que no cambiarían el curso de las circunstancias. No se llamaron a sí mismos “héroes”. Fue ésta una denominación surgida a posteriori y profusamente utilizada. Me preguntó por qué. Me pregunto para qué.

Desdichados los pueblos que necesitan héroes, decía Galileo en la obra de Brecht.

Desdichados los judíos si necesitamos de héroes para convalidar nuestra identidad.

LAS OVEJAS Y EL MATADERO. Abba Kovner en su célebre llamamiento a la lucha conminó a los judíos del gueto de Vilna a no dejarse llevar a la muerte como ovejas al matadero. Frase encendida y provocativa, dictada por la desesperación y la impotencia del que sabe y no consigue que los demás, más temerosos, le crean. No sé cuánto éxito tuvo en esta convocatoria. La desdichada frase tuvo, sin habérselo propuesto, un éxito contundente luego de terminada la Shoá y la Segunda Guerra Mundial, una vez conocidos el grado de las atrocidades y el número de los asesinados.

El mundo, y en especial el mundo judío, no salía de su asombro y estupor. Los relatos de los “aparecidos” y los primeros documentales que mostraban filas y filas de gente que iba, inexplicablemente si oponer resistencia, mansamente, a su propia muerte, no dejaban de atormentar a los que habían estado lejos de la ocupación nazi en Europa. Siglos de acusaciones antisemitas que los describían como cobardes y pasivos se abatieron sobre los judíos de la posguerra. Duramente cuestionados en la dignidad y el orgullo ¿cómo convivir con la identidad judía ante tamaña evidencia? ¿La cobardía proverbial del judío, tan propagada por las arengas antijudías, se mostraba al mundo entero de manera incontrovertible? ¿Por qué se dejaron matar? ¿Por qué no lucharon? ¿Por qué esa insolente pasividad que salpicaba a todos los demás?

LA VERGÜENZA. Para muchos judíos del mundo, después del horror y el dolor, lo que sobrevino fue la vergüenza. Esos judíos que “se dejaron llevar como ovejas al matadero”, esos judíos impotentes, inoperantes, individualistas, inermes e inútiles, amenazaban con representar para todo el mundo a todos los judíos, amenazaban cubrir con vergüenza a toda la condición judía. Eran los años de la efervescencia con el regreso a Israel cuando en el seno de los movimientos sionistas, se intentaba refundar al nuevo judío que levantaría su dignidad y honra ante todos los pueblos del mundo. Esta nueva imagen fue lacerada con las que llegaban desde el hondo horror de la Industria de la muerte. Las voces de los constructores de la nueva identidad se levantaron enfáticas: ése era el judío que había que erradicar, el judío “guético”, el sometido, el pasivo, el humillado. Hay testimonios de la vergüenza y el desprecio por este tipo de judío –curiosa y dolorosamente muy parecido al judío pintado por el imaginario nazi- en diarios israelíes de 1945 y 1946 que me eximen de todo comentario, muchos de los cuales fueron expresados por Ben Gurion mismo. Fue ésta una de las razones por las cuales, luego de los primero momentos catárticos, los sobrevivientes decidieron callar.

EL LAVADOR DE LA VERGÜENZA. El “Héroe de la Resistencia” surge entonces como el contrapeso que permite mantener el equilibrio, será quien demostrará con énfasis que hay otro judío posible. Se trata del combatiente del gueto y de los bosques, el partisano, alguien cuyo valor no puede ser puesto en duda, cuyo compromiso y claridad ideológica, cuya involucración social y comunitaria y cuya decisión de cobrarse cara la vida dejaba un mensaje inequívoco de coraje y determinación al mundo entero. Era el nuevo faro en la trágica y vergonzosa oscuridad dejada por quienes, supuestamente, se habían dejado matar.

No voy a detenerme acá en lo inapropiado, ofensivo e impertinente de la frase “se dejaron llevar como ovejas al matadero” ni en el exiguo sustento fáctico de la vergüenza ni en las preguntas clásicas de por qué no se defendieron porque excedería el propósito de estas líneas. Tan sólo menciono a Raquel Hodara quien dijo que el que se hace estas preguntas o propone tales conceptos revela su total desconocimiento de cómo fue la Shoá.

HÉROES Y RESISTENCIA ARMADA El concepto de héroe está directamente relacionado al de resistencia armada. Tan fuerte fue esa proposición que dejó en las sombras a todas las otras Resistencias, en especial, las que se ha dado en llamar actos de rescate.

Hay una línea en la historiografía actual liderada por mujeres que plantea la necesidad de revisar hechos del pasado a la luz de una mirada no sólo masculina. Aunque etimológicamente no corresponda, proponen que la his-tory –la historia- también sea una her-story para poder construir una our-story que refleje más acabadamente otros aspectos de la realidad usualmente pobremente considerados.[1]

Desde este punto de vista, si abordamos el concepto de resistencia armada, veremos que sigue los parámetros de cierta subjetividad “tradicional” masculina: la conducta beligerante, el uso de armas, la acción en la esfera pública. En la his-story, o sea, el punto de vista masculino de la historia, se han glorificado aquellos actos que responden a los parámetros mencionados, tomando como paradigmático, a la “Heroica Sublevación del Gueto de Varsovia”.

Desde el punto de vista tradicional –hegemónico y masculino- de resistencia hubo muchas otras sublevaciones en distintos guetos (Bialistok, Lodz, Vilna, etc), en varios campos (Treblinka, Sobibor, etc), incluso la dinamitación y destrucción de uno de los crematorios de Birkenau (Auschwitz II). Hubo muchas rebeliones individuales que permanecen desconocidas porque sus protagonistas fueron muertos en el acto. Pero también hubo otras resistencias, menos espectaculares, menos públicas, más silenciosas, más “femeninas” (otra vez, en el sentido más “tradicional” de su concepción genérica). En los guetos, en todos y de manera constante y cotidiana, se trató por todos los medios de que la vida continuara. La escuela, la salud, la organización del abastecimiento mediante el contrabando, tanto de comida como de armas y documentos, negociaciones con autoridades, hasta la recreación, la cultura y la celebración de las fiestas judías, fueron organizadas y llevadas a cabo por muchos resistentes anónimos, callados, que no han sido glorificados en los relatos oficiales. Hombres, mujeres, niños, en silencio, permitieron, no sólo mantener alta la moral de la población, sino que proporcionaron alguna esperanza y fundamentalmente posibilitaron que el plan de deshumanización nazi no pudiera tener todo el éxito que sus ideólogos habían planificado y que los judíos se mantuvieran humanos a pesar de todo.

ACTOS DE RESISTENCIA Y RESCATE. Pero los actos de resistencia más profusos y los que lograron más éxito en números concretos, fueron los actos de rescate. Es difícil encontrar un solo sobreviviente de la Shoá que no deba su supervivencia, en algún momento, a alguien, judío o no judío, que lo escondió, que lo alertó, que lo protegió, que lo alimentó, que le consiguió documentos falsos, que le dio dinero o datos vitales, que lo salvó. Se estima que por cada judío escondido se precisaba de una red de sostén y mantenimiento de otras diez personas. ¿Quién se ocupó de que ese ejército en las sombras funcionara? Los movimientos de resistencia franceses, belgas, holandeses así como los polacos que se ocuparon de salvar judíos, contaron con gente en la población que asumió el riesgo de proteger judíos pero fueron casi invariablemente los mismos judíos los gestores de cada uno de los salvamentos y muchas veces sus planificadores y estrategas. Hubo redes judías de escape y organización para conseguir documentos y refugios. Hubo incluso grupos judíos que se ocuparon de rescatar gente de los aparentemente inviolables campos de concentración. Lejos, muy lejos del judío vergonzante, estos judíos se mantuvieron alertas siempre. Actuaron en secreto de manera efectiva tejiendo redes eficaces e imaginativas de salvación. Claro que sus actos no podían ser dados a conocer, eran por definición secretos y, lamentablemente permanecieron así. Los gestores del concepto de héroe parecen no haber comprendido el valor de los actos de resistencia y rescate, por ello sólo glorifican la resistencia armada.

En números concretos de vidas salvadas, (se estima que han sobrevivido algo menos de un millón de judíos) han sido las resistencias menos espectaculares y en especial los actos de rescate, los que hicieron posible la supervivencia de la mayoría de los sobrevivieron.

Al concepto de “héroe” le debemos el relato glorificado que permite construir monumentos ejemplarizadores. A la existencia de los actos de resistencia y rescate les debemos la vida de los sobrevivientes.

OTRA CARA DEL MANIQUEÍSMO: HÉROES VERSUS JUDENRAT. La construcción del Héroe precisa del antiHéroe, del traidor. El antiHéroe proporciona la contracara que destaca aún más el protagonismo del héroe. De entre los antihéroes de la Shoá, los supremos e imbatibles son los miembros de los Judenräte. Los miembros de las dirigencias comunitarias en Europa, forzados y en las peores condiciones imaginables, trataron en su abrumadora mayoría de salvar la mayor cantidad de vidas posibles; sufrieron más tarde una campaña de desprestigio y abominación tan profunda y exitosa que en Argentina, en ciertos círculos supuestamente esclarecidos, decir “Judenrat” es sinónimo de traidor.

Otra vez, como en el tema de las resistencias, se distorsiona, se ideologiza la historia, no se quiere saber. Conocer los hechos y las circunstancias, ponderar cada suceso según el contexto no permitiría la simplificación que cualquier polarización facilita en su intento de manipulación social: buenos y malos, ángeles y diablos, todo está claro, la línea divide claramente el Bien del Mal. Se pretende mantener la experiencia lejos de la posibilidad de identificación porque la verdadera reflexión lo hace insoportable. Sigamos con héroes, antihéroes y tragedias, no pensemos en personas comunes, en las debilidades e incertidumbres que determinan que hagamos sólo lo posible en cada circunstancia. Para los urgidos en borrar la vergüenza, el escenario de la tragedia es proverbial porque presenta una realidad simplificada, sencilla, que se entiende de un golpe de vista, sin complejidades confusas. Sobretodo evita ponernos frente a las angustiantes opciones, a los dilemas éticos, las choiceless choices[2], de las que estuvo llena la Shoá y en especial las atormentadoras decisiones de los dirigentes comunitarios miembros de los Judenräte. Los críticos, los puros, los enjuiciadores, los opinadores blanco-negro, los linchadores, los que nunca tuvieron que tomar decisiones que implicaran las vidas de otra gente –y que ojalá no se vean en la obligación de tomarlas nunca-, no tienen problemas, les basta ver la realidad en las dos dimensiones que necesitan y emiten sentencias sumarias como si la Shoá –o cualquier experiencia humana- respondiera a una ecuación matemática con una fórmula sencilla y aplicable a todos los casos en todas las circunstancias.

LA COMPLEJIDAD DE LA SHOÁ Lamento desilusionarlos. La conducta de los judíos en la Shoá no es un teorema lógico que se pueda resolver con la fórmula adecuada ni con estructuras de razonamiento exteriores a ella. Ha sido un fenómeno móvil, cambiante, con sus particularidades específicas según el momento, el lugar, los participantes y las circunstancias. Se habla de LA SHOÁ como si se trata de un hecho unívoco, como si en su transcurso las condiciones y leyes hubieran sido uniformes, como si se las podría medir con los parámetros de la vida normal. Se habla de LA SHOÁ y sólo se conoce, y superficialmente, lo que se ha constituido en monumentos congelados que la han vaciado de sentido: Auschwitz, hornos crematorios, seis millones, levantamiento del gueto de Varsovia, Hitler. Se habla de LA SHOÁ como si hubiera sido igual en Polonia o en Hungría, en Holanda o en Francia o en Transnistria. Se habla de LA SHOÁ como si hubieran sido iguales las circunstancias en 1939, en 1941 o en 1944. Se habla mucho de LA SHOÁ, se la usa profusamente, especialmente en discursos llenos de buenas intenciones en los que la voluntarista frase “nunca más” es cita obligada. Para el mundo entero, LA SHOÁ es hoy el representante inequívoco del Mal Absoluto, de lo que sin lugar a dudas, nadie quiere que vuelva a suceder. El contenido efectivo de lo que sucedió, los grados de complejidad y de los dilemas éticos que tuvieron que sobrellevar sus protagonistas permanece sin embargo en las sombras tal vez porque todavía sea insoportable sumergirse en el desgarro para la condición humana que representaría conocerlo.

SABER PARA OPINAR Adentrarse en ello precisa dedicación, paciencia, conocimiento, y especialmente, capacidad de ponerse en el lugar del otro. Son condiciones de una gran exigencia que requieren de un interés particular que el común de la gente no tiene y no tiene por qué tener. Con la Shoá sucede como con muchos otros temas de la vida: no podemos ser expertos en todo. Se habla de economía pero son muy pocos los que saben efectivamente de qué se trata, cómo funcionan, entre otras cosas, las redes financieras y bancarias, ¿cómo pretender, similarmente, que se sepa a fondo cómo fue la Shoá? A poca gente le interesa de verdad saberlo. Y no está ni bien ni mal que así suceda. Es un hecho y debemos tomarlo de ese modo. El problema es que, igual que con la economía, el tema de la Shoá, nos afecta de tal modo, especialmente a los judíos, que nos sentimos con derecho a opinar, a juzgar y a criticar, porque hemos sido sus víctimas y porque nos involucra en nuestra propia definición. Y la mayor parte de nosotros, lo que sabe y frente a lo que reacciona es ante la indignación del sufrimiento de lo que ha escuchado por sus familiares, opina según las visiones parciales de quienes han sido sus testigos, o por libros y por películas y no pondera que eso debiera ser comprendido en un contexto más amplio, para lo cual se requiere información precisa y acudir a la extensa bibliografía existente y que se incrementa día a día. La Shoá es unos de los hechos de la historia mejor documentados. No sólo los hoy más de cincuenta mil testimonios videograbados de la Fundación Spielberg, ni los miles de libros escritos por los sobrevivientes, sino cientos de trabajos de tesis doctorales de historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos hasta las investigaciones específicas de académicos de la Shoá. También hay una profusa cantidad de films documentales rodados in situ especialmente por los nazis y una extensa cantidad de documentación diversa como cartas, diarios, archivos de periódicos y textos de resoluciones gubernamentales por no mencionar los testimonios en los diferentes juicios desde el célebre de Nüremberg hasta el reciente de Priebke. Para comprender, para opinar, para tener una cabal idea de lo sucedido, es preciso abrevar en esas fuentes. Los testimonios de algunas víctimas, aún siendo ciertos, no alcanzan a cubrir el complejo espectro de la Shoá, no alcanzan para comprender las diferentes facetas que implicó

Honremos a los jóvenes que mostraron a los nazis y al mundo que la condición humana tiene recursos infinitos pero devolvámosles su humanidad y rescatemos a su lado, a los miles de luchadores anónimos y silenciosos –judíos y no judíos- que colaboraron en la salvación casi imposible de la mayoría de nuestros hermanos. La gesta de la dignidad y la salvación no precisa de héroes ni de antihéroes: han sido personas comunes, como usted, como yo.

[1] Juego de palabras en inglés, his es adjetivo posesivo masculino (su), her es femenino (su) y our es el plural (nuestro) [2] “Las elecciones que no se pueden elegir” como caracteriza Lawrence Langer a lo dilemas éticos que debían enfrentar los judíos durante la Shoá

HAGADÁ DE LA SHOÁ - Papiernik y Wang

hagadá.jpg

(para ser leído en Pesaj luego de la lectura de la hagadá tradicional)

Recordamos hoy también lo que nos sucedió en la Shoá. La Shoá fue el asesinato planificado y organizado de 6 millones de judíos en el seno de casi 50 millones de muertos ocurrida durante la segunda guerra mundial en Europa entre septiembre de 1939 y mayo de 1945. Un tercio de los judíos vivos en el mundo fuimos masacrados, un millón y medio de nuestros niños, nuestras madres, nuestros padres, nuestros hermanos. En Polonia, Hungría, Rumania, Francia, Bélgica, Checoslovaquia, Austria, Alemania, Holanda, Grecia, Italia, Lituania, Bielorrusia, en ciudades, en pueblos, en aldeas, fuimos arreados, engañados, torturados, hambreados, humillados, avergonzados y sometidos a cuanta indignidad fuera posible. Sea que viviéramos como judíos o no, sea que fuéramos religiosos o no, fuimos los objetivos privilegiados de la máquina de destrucción emprendida por los nazis en una guerra contra nosotros, liderados por Hitler con la complicidad abierta o inconsciente de gente común de todo el mundo que no levantó su voz en oposición y que muchas veces intervino activamente en nuestro asesinato. Se implementó contra nosotros un plan de exterminio con el propósito de crear lo que llamaban la raza superior. Fuimos el primer grupo étnico designado, después seguirían, en su plan maestro, lo que llamaban las razas inferiores, las siguientes víctimas (gitanos, negros, amarillos, marrones). Erigidos en dioses, pretendían crear un ser humano y una sociedad perfectos, como creían que eran los que llamaban arios. Ideas falsas, mentiras y prejuicios disfrazados de verdades científicas fueron la fuerza ideológica que llevó a cientos de miles de personas a ser sus cómplices en este delirio asesino. Recordemos sus instrumentos: el hacinamiento en guetos, el hambre, la insalubridad, los fusilamientos en masa, los crueles experimentos médicos, las humillaciones y el control de nuestras necesidades corporales, la industrialización de nuestra muerte en las cámaras de gas y nuestra posterior cremación en los hornos. La creación de los campos de exterminio, esa industria cuyo producto era la muerte, es una de sus obras supremas: en Treblinka solamente, cada día, recibían a 3.000 de nosotros, nos mataban, clasificaban nuestras pertenencias, nos sacaban los dientes de oro y otros valores que podían haber quedado en nuestros cuerpos, nos quemaban y dejaban el campo ordenado para recibir a los nuevos tres mil del día siguiente. Recordemos los guetos como el de Varsovia, de Łódź, de Vilna, de Cracovia entre otros cientos, y los Campos de Exterminio de Auschwitz-Birkenau, Majdanek, Treblinka, Chelmno, Bergen Belsen y tantos otros Campos de Concentración y Trabajo y Mixtos. Los Mengele, los Eichmann y otros asesinos se convirtieron en dueños de nuestras vidas y de nuestras muertes ante el silencio de los líderes internacionales, especialmente los de las grandes religiones. Sin posibilidad de anticipar lo que nos sucedía, sin entrenamiento ni ideología militar, pobres, pacíficos, trabajadores, no teníamos ninguna posibilidad de defendernos. Cada uno de nosotros luchó como pudo. Hubo levantamientos armados en Auschwitz, en Treblinka, en Sobibór, en los guetos de Vilna, de Bialystok, de Varsovia. En este último durante casi tres semanas, luchamos contra el ejército alemán con el mismo heroísmo de nuestros hermanos Macabeos, con la misma fuerza, con la misma desesperación. Empezamos el primer día de Pésaj y sin armas, sin alimentos, sin esperanzas, cobramos caras nuestras muertes. Aún cuando la lucha era imposible, luchamos. Hicimos lo que pudimos, resistimos con todas nuestras fuerzas y de todas las formas posibles: en los guetos manteníamos escuelas clandestinas, conferencias, conciertos, debates, coros, decenas de publicaciones, un sistema de ayuda social y comunitaria, comedores populares, enfermería y medicina social, grupos de trabajo y de cuidado de niños; en los campos tratábamos de mantener alta la moral y fuimos capaces de conductas de solidaridad que siguen siendo ejemplares dado el grado de inhumanidad al que nos pretendían someter. Los judíos nos hemos comportado con dignidad a pesar de la aceitada maquinaria nazi que nos pretendía deshumanizar para hacer más fácil para ellos nuestro asesinato: casi no hubo suicidios entre nosotros y emprendimos las luchas que fueron posibles, salvando gente, escondiendo, alimentando, curando, consolando, desde la clandestinidad, actuamos con heroísmos cotidianos sosteniendo la vida y resistiendo a las fuerzas de la muerte, huimos cuando pudimos a Rusia y nos escondimos en bosques, casas, graneros, cambiamos de identidad, fuimos ayudados algunas veces por personas no judías, pocas es cierto, pero debemos recordarlas por su valentía, intervinimos en actos de sabotaje y debemos rendir un homenaje especial a nuestros niños, los pequeños contrabandistas que sostenían la vida en los guetos entrando alimentos primero y armas después. Morir no enorgullece a nadie, pero sostener la vida cuando todo a nuestro alrededor nos muestra su inutilidad, es un acto de heroísmo y eticidad. Recordemos esta noche los nombres de quienes lucharon, de quienes dejaron sus testimonios, de quienes mantuvieron en alto nuestra dignidad contra los intentos de demolerla así como los nombres de cada uno de los familiares y familiares de familiares que hemos perdido.

Los nazis fueron vencidos, en 1945. Sobrevino así nuestra “liberación” después de un tiempo de infierno infinito. Una vez libres aprendimos que nunca nos libraremos del dolor de lo perdido y del recuerdo del horror. Con cada uno de nuestros seis millones de muertos se ha ido una parte nuestra. La Europa judía ya no existe, la cultura generada en su seno fue destruida junto con las cinco mil pequeñas y grandes comunidades judías. El alto valor que le adjudicamos a la vida humana impidió que recurriéramos a actos de venganza colectiva. Los que quedamos vivos, tuvimos la suerte de ver el nacimiento del Estado de Israel, un lugar en el que nuestro derecho a vivir no precisa ser declarado pero que debe ser defendido. Recordemos hoy tanto a los asesinados como a los que sobrevivieron, a sus hijos y nietos, porque todos somos descendientes de la Shoá. Nos comprometemos a mantener viva su memoria para las futuras generaciones.

SHOAH HAGGADAH - Papiernik and Wang

(To be read during Passover after the reading of the traditional Haggadah) Today we also remember the tragedy that befell us during the Shoah.

The Shoah was the planned and organized murder of 6 million Jews out of nearly 50 million people who perished in WWII in Europe between September 1939 and May 1945. Our mothers, our fathers, our brothers, a million and a half of our children, a third of all the world’s Jews were killed. In Poland, Hungary, Romania, France, Belgium, Czechoslovakia, Austria, Germany, Holland, Greece, Italy, Lithuania, Belarus, in entire cities, towns, villages we were herded together, tortured, hungered, humiliated and subjected to every conceivable indignity. It did not matter whether we were observant. It did not even matter whether or not we identified as Jews. We became the preferred targets of the Nazi machinery of destruction, which they created in the war they waged against us. They were following Hitler, and they did this with the open or tacit complicity of the common people of many countries who not only did not raise their voices against it, but too often took an active role in murdering us.

The purpose of their plan to exterminate us was to perpetuate what they imagined as “the superior race”. We were the first ethnic group designated victims, and in their master plan, after us, they would target what they referred to as “the inferior races” (Gypsies, blacks, yellows, browns). Believing that they were gods, they pretended to build a “perfect” human being, living in a “perfect” society; that is - Aryan. False ideas – prejudices – disguised as scientific truths were the ideological force that drew in hundreds of thousands of people as accomplices in this murderous delusion.

Let us remember the tools they used against us: overcrowded ghettos, hunger, massive killings, cruel medical experiments, humiliation, and control over our bodily functions.

Let us remember the cruel industrialization of death, our death in the gas chambers and our final cremation in the ovens. The extermination camps, the industry whose only product was death, was their supreme masterpiece. In Treblinka alone, 3,000 of us were taken in daily. They killed us, classified our belongings, took out our teeth and any other valuables that could have remained on our bodies, burned us, and left the camp neat and ready for the new group of 3,000 of us arriving the next day.

Let us remember the ghettos of Warsaw, Lodz, Vilna, and Krakow, among hundreds, and the extermination camps of Auschwitz-Birkenau, Majdanek, Treblinka, Chelmno, Bergen-Belsen, and so many other concentration and labor camps.

Let us also remember the Mengeles, the Eichmanns, and the other murderers that owned our lives and decreed our deaths in plain view of political and religious leaders around the world, who remained silent.

We were unable to conceive of what was going to happen; we did not have any military training or fighting ideology; we were poor, peaceful, working people, and we had no chance to defend ourselves. Each one of us fought back within the limits of what was possible, even when it was impossible. There was armed resistance in Auschwitz, Treblinka, Sobibor, in the Vilna Ghetto, and in other ghettos such as Bialystok and Warsaw. In Warsaw, we fought for nearly three weeks against the German Army with the same heroism our Maccabbean brothers and with the same strength and desperation. We began on the first day of Passover, without guns, without food, without hope. We made them pay for our deaths. Even though victory was impossible, we fought. We did the best we could. We resisted will all our strength in all possible ways. In the ghettos, we kept underground schools, we organized lectures, concerts, debates, choirs, dozens of publications, community and social systems of assistance, food shelters, infirmaries and free clinics, community working groups and childcare. In the camps, we tried to keep up our morale, and we had exemplary behaviorial solidarity, given the inhuman conditions in which we were kept.

We behaved with dignity even though the well-oiled Nazi system was geared to dehumanize us in order to make it easier for them to murder us. There were very few suicide attempts among us, and we did what we could to save people by hiding, feeding, healing, and comforting them. From the underground, we acted with daily heroism, preserving life and resisting the forces of death. We ran to Russia when we could, and we hid in forests, houses, and barns. We changed our identities. Some Gentiles helped us, very few, but we must remember them for their courage. We took part in sabotage and armed resistance. Our children in the ghettos deserve special honour. The little smugglers kept us alive inside the ghettos by bringing in food and then guns. No one feels proud for being killed, but we felt proud fighting for our lives in the face of hopelessness. Clinging to life is a heroic and ethical act.

Let us remember tonight the names of our fighters, of those who left testimonies, of those who maintained our dignity in the face of outrage.

Let us remember the names of all our relatives and our relatives´ relatives that we lost.

The Nazis were defeated in 1945. Our “liberation” came after a period of infinite evil. When we freed ourselves from the Nazi yoke, we learned that we would never be able to free ourselves from the horror and the pain they inflicted upon us. We shall always treasure the memory of our lost people. With each of our six million murdered, each of us lost something of our own. Jewish Europe no longer exists. The culture we built there was destroyed together with the 6,500 small and large Jewish communities of Europe. We seek no manner of collective revenge because we value human life very highly. Those who remained alive had the good fortune to witness the birth of the state of Israel, a place where our right to live does not need any further justification, but must be sustained.

Let us remember tonight the murdered and the living, their children and grandchildren, because we are all descendants of the Shoah. We hereby make a pledge to keep their memory alive for future generations.