Sholem Aleijem ya perfuma el Rosedal

Hacia fines de los cincuentas y principios de los sesentas, el Rosedal era para mí un lugar secreto donde podía pasar una tarde apacible en días de semana. Sí, debo confesarlo: no sólo una vez fui adolescente, sino que también, a veces, me hacía la rata. Nos íbamos –con el que era mi novio, claro- al Rosedal y nos sentábamos sobre una rama viejísima al borde del lago. Nos dejábamos pasar la tarde y la vida convencidos de que la juventud sería eterna. Desde el domingo pasado, el Rosedal tendrá un nuevo sentido para mí. Un Rosedal algo diferente al de mi adolescencia por cierto. Limpio, cuidado aunque para ello debió ser cercado por una verja para frenar nuestra incultura ciudadana.

Desde el domingo pasado, el Rosedal también me habla en idish.

“Do ligt a id a posheter” -aquí yace un judío, un hombre como cualquiera- el epitafio que Sholem Aleijem escribiera para sí mismo entonado por el Coro Popular Judío Mordje Guebirtig (¿quién podría cantarle mejor?) acompañó el descubrimiento de su busto emplazado en el rincón de los poetas del Rosedal, en el Parque 3 de Febrero, en la Ciudad de Buenos Aires. El domingo 25 de noviembre de 2001. A la mañana.

Los habituales corredores y paseadores domingueros se detenían ante este grupo de gente sonriente, -entre quienes estaban Norberto Laporta y Ben Molar y que me disculpen aquellos que no alcancé a ver-, y se sorprendían al vernos congregados a hora tan temprana para honrar a un poeta, para cantarle, para compartir la alegría de vernos representados. Desde un busto vecino, Borges no veía la hora de que semejante algarabía cesara para poder tener un mano a mano con el nuevo integrante y aprender algo de idish.

Debemos la idea al IWO (Instituto Científico Judío) y a la Legislatura y Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la persona de la ex-legisladora Raquel Kismer de Olmos (Kelly), la posibilidad de llevarla a cabo.

El busto, donado por el Dr. César Hoffman es obra de su padre, el escultor entrerriano Israel Hoffman autor entre otros, del monumento a Hernandarias que encabeza el túnel subfluvial Santa Fe–Paraná.

Saúl Drajer, presidente del IWO, nos recordó que Sholem Aleijem fue el nombre de pluma de Sholem Rabinovich y que prohijó singulares arquetipos de la vida judía del centro-este de Europa y los inmortalizó con su particular gracejo y ternura. También nos hizo sonreír cuando mencionó que la postergación del acto de inauguración por las inclemencias del tiempo parecía

traer a uno de los personajes de Sholem Aleijem, Tevie el lechero, popularizado por la comedia musical “El violinista sobre el tejado”. Lo imaginaba a Tevie en ese lugar un par de domingos atrás diciéndole a Dios: “Hace falta lluvia en tantos lugares de la tierra y tenías que mandarla toda junta hoy y aquí?”

Tevie ciertamente estuvo y bailó con nosotros con el violín mágico del maestro Szimsia Bajour que nos envolvió en una caricia íntima y emocionada. Las melodías despertaron ecos tan primarios como el gusto de un honek leikaj y el aroma de un iúj de gallina o las siempre ocupadas manos de mamá. Sonidos, gustos, olores que nos hablan de infancias, de sustentos y de verdades. La música, esa portentosa diosa capaz de hablar sin palabras y llenarnos de sentido, nos hermanó en la nostalgia de lo que ya no está y en la vigencia de lo que aún vive. La fibra del idishkait que nos constituye en una vibración colectiva.

La música también vino de la mano del Coro Popular Mordje Guebirtig, al que me honro de pertenecer. Su directora y alma mater, Reyzl Sztarker, con su habitual empuje y entusiasmo, nos convocó a poner nuestras voces y presencia, como siempre hace cuando el aliento del idish pide ser respirado.

Abraham Lichtenbaum, ofició no sólo de maestro de ceremonias. Su presencia, sus palabras, expresaban y transmitían la profunda alegría y plenitud –farguinign se dice- que produce la concreción de un sueño.

El acto había sido planificado para el domingo 28 de octubre en el marco de la Semana del Idish en la Argentina , simposio organizado por la Fundación IWO. La lluvia forzó su postergación para el domingo pasado. Debido a ello, Asher Porat, Presidente Honorario de la Natsionale Instanz far Idisher Kultur (la Instancia Nacional para la Cultura Idish de Israel) sólo pudo estar presente con un texto que fue leído por Saúl Weisberg. Trazó allí un singular paralelo entre la obra de nuestro “humorist y shraiber” y el Martín Fierro de José Hernández.

La ex-legisladora Kelly Olmos, habló de la significación tanto personal como cultural del homenaje. Concluyó con un “Aleijem Sholem” de paz y esperanza.

Las nubes se fueron corriendo y apareció el sol entre un cielo límpido y transparente. A nuestro alrededor, rumores de hojas movidas por la brisa, cantos de pajaritos, aires buenos y caras de gente agradecida.

El Rosedal huele más perfumado a partir del último domingo. La presencia judía en la cultura argentina ha recibido un nuevo reconocimiento. Los argentinos judíos ya lo sabíamos. Ahora, también lo podrá saber cualquiera que pasee distraído por el parque 3 de febrero.