La felicidad no es todo en la vida y otros chistes judíos

de Eliahu Toker y Rudy - Presentación del libro - Benéi Brith, 10 de Octubre de 2001 Vivimos días difíciles, de caminos entorpecidos y tormentas inclementes, calles en las que uno debe caminar apurado y mirando, por las dudas, a los costados. Es cuando hay dificultades que se valoran más los refugios. Necesitamos detenernos, descansar al cobijo, dormir y soñar, para poder rearmarnos, recuperar nuestro aire y nuestras fuerzas y volver a salir. El refugio debe ser amable, amable de amor, un lugar en donde uno pueda dejarse estar, donde no sea necesario cuidarse. Familiares, amigos, actividades, encuentros, ilusiones, sueños, recuerdos, estos refugios pueden tener distintas formas y circunstancias. Mi relación con Eliahu es uno de estos refugios. Esta presentación que compartimos hoy en el medio del ruido del mundo, también lo es. Este libro es, definitivamente, un saludable refugio, una caricia fraternal.

Me gusta estar acá con Eliahu y con Rudy. Me gusta contarles cómo me gustó el libro que han construido. Me gusta este libro. Seguramente ellos lo hicieron también porque les gustaba. Y acá ya estamos frente a un problema, porque se trata de cosas relativas a lo judío y el gusto no es una legítima motivación judía. ¿Dónde se vio que un judío se pregunte si quiere o si no quiere? La pregunta por el deseo no parece ser una verdadera pregunta judía. Un buen judío se mueve por el deber, por la tradición, por el consenso, por la fidelidad, la pertenencia, la búsqueda de aceptación, pero nunca por sus deseos. Esa fue, creo, la gran revolución de Freud, -con permiso del colega Rudy-. Freud, entre sus múltiples atrevimientos y provocaciones, tuvo la ocurrencia de proponer al deseo como motor de la conducta. ¡Nunca visto antes en un judío! No me extraña de Freud, un ieke. ¿Saben de dónde viene la palabra ieke? Resulta que a mediados del siglo XIX muchos de los judíos de Alemania y el Imperio Austro Húngaro decidieron salir del aislamiento endogámico, integrarse a la sociedad, modernizarse y adoptar las modas y estilos usuales a su alrededor. Entre otras cosas, dejaron de usar sus largas levitas características y las reemplazaron por sacos comunes. Saco en alemán se dice "jake" (jäke es el plural de jake). De manera algo despectiva, los judíos tradicionalistas, los que se veían a sí mismos como los "verdaderos" judíos, pasaron a llamar iekes a los modernos, los que se habían aggiornado, los asimilados. Decía entonces que Freud era un ieke, o sea, un judío no muy judío y que por eso no me extrañaba su propuesta tan poco judía de que el deseo era el gran rector de nuestras vidas. ¡Vaya osadía la de Freud! Siglos de tradiciones, de obligaciones y fundamentalmente de culpa, amenazaban con irse por los drenajes de la modernidad. De ahí a hablar de sexo, no le faltó ni un paso. Con razón fue recibido con tanta resistencia. Mi mamá tenía sus opiniones sobre el deseo. Me decía: "mirá nena, si tenés ganas o si no tenés ganas, igual tenés que cocinar, así que mejor no preguntar ¿para qué sufrir?". Además mamá contaba que su papá, o sea, mi abuelo, decía que cuando uno hacía una pregunta, tenía que estar preparado para escuchar la respuesta, o sea, que mejor no preguntar aquello que uno prefería no saber. Entonces, ¿para qué preguntarse por las ganas? Las ganas llevan al gusto, el gusto a los deseos, los deseos al sexo y otra vez estamos en el mismo lugar donde nos había dejado Freud. Aunque por suerte nos dejó la culpa, gracias a la cual muchos hacen humor, otros hacemos psicoterapia y las idishes mames se reciclan sin descanso.

Los judíos, históricos habitantes de ajenidades, hemos construido nuestra subjetividad desde el lugar del visitante, hemos aprendido a desconfiar de los contextos, a aprender de las desgracias, a superar las arbitrariedades y de alguna manera milagrosa, a tomar lo que teníamos, subsistir y crear. El humor ha sido una vieja compañera para los judíos, tanto de infortunios como de alegrías. No sólo no tememos ejercitarlo en cualquier circunstancia, sino que lo esgrimimos especialmente cuando nos desafía la injusticia o el dolor.

Supongo que todos ustedes conocen tanto a Eliahu Toker como a Rudy y que disfrutarán de esta recopilación, de esta felicidad que nunca es suficiente, del mismo modo en que lo he hecho yo.

Eliahu Toker el poeta, el empecinado trabajador de la cultura, el traductor, y uno de los héroes que mantuvo despierto al duende del idish, a su literatura, su sal y su pimienta, cuando había caído en el descrédito de estar fuera de moda.

Rudy, lúcido humorista que ha expuesto tan vívidamente muchas características de nuestro ser judío-argentino hoy es también un lucido editorialista que suele resumir las noticias del día en Página 12, en su chiste de tapa al que viene agregado, después, el diario.

Con "La Felicidad no es todo en la vida y otros chistes judíos" han hecho más que una recopilación, han construido una especie de sinfonía. Muestran tanto la amplitud como las distintas expresiones de lo que es ser judío de tradición centroeuropea hoy. Reconozco cuatro vertientes diferentes: los judíos centro-europeos de shtelaj y ciudades encabezados por Sholem Aleijem, los judíos norteamericanos, los judíos israelíes y los aportes autóctonos. Estas cuatro expresiones de la herencia judía centroeuropea y su viva vitalidad resumen en gran medida, los actuales polos de identidad de lo judío ashkenazí, del idishkait devenido siglo XXI. Los ordenaron por categorías con chistes relativos a los shtelaj, a los pecados, a las idishes mames, a los restaurantes, a las enfermedades, a los pobres y los ricos, a los israelíes, y otras categorías más. Incluyen citas desopilantes de algunas personalidades muy conocidas como por ejemplo Woody Allen, Groucho Marx, Sam Levenson, Bashevis Singer, Billy Crystal. Hay varios textos sabrosísimos de Rudy en donde muestra la forma en que el humor judío se construye en la Argentina hoy. Hay muchas otras cosas con las que no los quiero abrumar porque están en el libro pero no quiero dejar de mencionar el rescate que hacen de un rubro tradicional de lo judío popular, que es el de las maldiciones. Una sola para muestra: "que los inspectores de impuestos descubran tu contabilidad en negro".

Al final el glosario-shmosario que es una pieza humorística por sí misma. Por ejemplo: definen Kigl como un budín de fideos con pasas de uva, que puede ser dulce o salado, La diferencia entre un kigl y cualquier otro budín es que el kigl no tiene gusto a budín sino a kigl. O la palabra shalom: literalmente "paz" en hebreo. Se usa como saludo, equivalente al "hola" y también al "chau", ya que un judío nunca sabe si está llegando o está yéndose.

Se han juntado dos personas inteligentes y sensibles y nos ofrecen este cálido y tierno cobijo en el que nos encontramos a nosotros mismos con frescura, inteligencia e ironía. No es poco en estos duros tiempos de incertidumbre e irracionalidad. El título mismo, "La Felicidad no es todo en la vida y otros chistes judíos" es una declaración de principios de este pueblo buscador, inconformista, condenado a pensarse y repensarse, a revisar sus defectos y volverse a definir, a tomar su transitoriedad como su esencia y sacar de allí si no un tratado de filosofía, al menos una sonrisa.

Aristóteles distinguía en los géneros teatrales, a la tragedia de la comedia. La primera, la tragedia, era el dominio de los héroes, de las grandes verdades, del bien y del mal con mayúsculas de los juicios supremos, de la vida y de la muerte, de las historias ejemplares y moralizadoras que sirven como lección. La comedia por el contrario, era el dominio de las personas comunes, de las pequeñas circunstancias de la vida, de la vulnerabilidad, de la fragilidad de lo humano, de aquello con lo que cualquiera se puede identificar y que puede servir amablemente como consuelo. El humor vive en el dominio de la comedia, en el dominio de lo frágil y perecedero, si menciona a la vida siempre se trata de la vida con minúsculas, si se ríe de la muerte, se trata de la muerte más cercana, la de la vida que se va, la tuya, la mía.

Como buenos poilishe galitsianer, en casa la comida era agridulce. Igual que nuestro humor. Mamá cocinaba el gefilte fish con un poco de azúcar y muchos rincones de nuestras vidas tuvieron esa impronta, un toque de amargo, un toque de dulce, una lágrima, una sonrisa. Por ejemplo, cuando se enfermó y estaba internada. Entraba y salía de un estado de inconciencia que los médicos no acertaban a diagnosticar. Decían que parecía haber un conflicto con sus ganas de vivir, que no sabían qué curso tomar ni cómo tratarla. Con mi hermano no nos poníamos de acuerdo: el día en el que él pensaba que mamá se quería morir, yo creía que no era así, que estaba luchando por vivir. Argumentábamos tan bien que nos convencíamos mutuamente, entonces al día siguiente era al revés: él estaba convencido de sus ganas de vivir y yo de que ya no, de que era el final. Un atardecer, después de varios días de silencio, mamá se incorporó, nos miró fijamente y dijo: "terminé".¿Había decidido morir? ¿nos informaba que ya era la hora? ¿nos invitaba a despedirnos, a decir las últimas cosas, esas cosas definitivas que sellan una historia?. "¿Qué es lo que terminaste mamá?" le preguntamos en un murmullo casi inaudible. Parecía no entender qué era lo que no entendíamos y repitió sin parpadear "terminé". Ya desesperados dijimos en una voz: "¿qué terminaste mamá?, por favor: ¿qué?". Se tomó su tiempo, aspiró profundamente y dijo: "jota, dama, rey, as: terminé" y se volvió a dormir.

Los médicos dijeron que fue una alucinación. Nosotros sabemos que fue su último chiste. Mamá nos dejó ese chiste como remate de su vida, una vida ganada a la desgracia, una vida que a pesar de todo fue como la de cualquiera, de comedia, una comedia de malos entendidos, casualidades, equivocaciones, ilusiones, sueños y algunas insistentes utopías. Ganar puede ser perder, perder puede ser ganar. Puro azar de juego de naipes que nos esforzamos en ordenar y en imaginar como trascendentes y significativos.

El humor se yergue sobre la expectativa de eternidad y trascendencia como el recordatorio de lo frágil de nuestra vida; se opone a la locura del matar y morir con la exhibición impúdica de nuestra humanidad entrañable hecha de defectos y vulnerabilidades compartidas. Para los judíos, una copa que se rompe es buena suerte, si llueve el día del casamiento, es buena suerte, si se derrama el vino, es buena suerte. Hemos tenido la virtud de cambiar el signo de los hechos infaustos y los hemos vuelto augurios de buena suerte. Es parte de nuestra fuerza.

El humor judío es, quizás, otro de los grandes aportes que hemos hecho en tanto pueblo a la humanidad. Y no es que hayamos hecho pocos. Por mencionar tan sólo los más evidentes: el monoteísmo, las tablas de la ley y la Biblia, la importancia de la lectura y la escritura, los beneficios de una dieta alimentaria saludable, la higiene, la monogamia, las comedias musicales, el arte de la argumentación y las exégesis, m´hijo el dotor. En un mundo recurrentemente trágico y estúpido, este ejercicio burlón de inteligencia ha mostrado que sonreírse de sus propios tsures tal vez no consiga cambiarlos, pero puede colaborar en que uno tenga ganas de abrir los ojos todos los días, levantarse de la cama y ver con qué novedades nos recibe el mundo hoy.

Gracias Eliahu.

Gracias Rudy.

Y ustedes, disfruten del libro.