Una de las tradiciones judías ha sido el sentarse a pensar en qué consiste la condición judía. Siglos de argumentaciones en distintos idiomas y cambiantes geografías y la cuestión sigue sin tener una respuesta unívoca. Algunos están convencidos de que se trata de una religión. Otros que es una cultura. Unos que es un pueblo, otros, una nación. Están hasta los que creen -no sólo los nazis- que se trata de una cuestión genética. Así, somos judíos porque nacimos, judíos porque nos lo dicen, judíos porque lo sentimos, judíos porque nos duele, judíos porque no hay otro remedio, judíos porque nos gusta, judíos porque nos señalan... en infinitas variedades de ser y sentirse judío. Los que lo niegan y hasta los que dicen “soy de origen judío”, que no se sabe si quiere decir, “no soy judío” o “mi familia es judía y yo no” o “nací judío pero yo no lo soy” y también los que no viven como judíos y no les importa, ni lo cuestionan ni lo piensan. Son tantos los matices, colores y diferencias de una misma trama que, lejos de mí la idea de tratar de definir la condición judía. Para lo que a mi vida-y este artículo-concierne, soy judía y así está bien.
Pero los judíos -les guste o no a los antijudíos, les guste o no a algunos judíos, lo sepa o no la mayoría de la gente- hemos dejado algunas improntas indelebles en la civilización occidental. Tal vez sea presuntuoso - aunque, ¿por qué no serlo?- pero hemos sido en cierta manera los propulsores de cosas tales como la importancia de la dieta alimentaria y de la higiene, de la lectura y la escritura como actividades del hombre común, del razonamiento y la argumentación, de la discusión y el respeto por el que más sabe, del humor frente a la catástrofe y la vulnerabilidad humanas, de la comedia musical, de los latkes, el gefilte fish y los beigalej, de las idishes mames, de Groucho Marx y Woody Allen. Vaya hazaña la del pueblo judío! Hemos conseguido que muchos de nuestros valores pertenezcan a toda la civilización. Pero todavía falta. Y lo que falta no es misión exclusiva de los judíos, pero es algo de lo que venimos hablando hace muchísimo tiempo, mucho antes de que existiera lo que hoy se llama la civilización occidental.
Dice Mark Twain en un texto sorprendente publicado en 1899 (1):
“Si las estadísticas son correctas, los judíos constituyen sólo el 1% de la raza humana. Este número revela que son una insignificante y ligera mota de polvo de estrellas en el destello de la Vía Láctea. Ciertamente, el Judío debería pasar desapercibido. Pero se lo ve y escucha. Y siempre se lo ha visto y escuchado.
Es tan prominente en el planeta como cualquier otro pueblo. Tomando en cuenta su pequeñez numérica, su importancia comercial fuera de toda proporción es sorprendente. Sus contribuciones a la lista mundial de grandes nombres en literatura, ciencia, arte, música, finanzas, medicina y pedagogía exceden también toda suposición.
En todas las épocas ha protagonizado una lucha maravillosa y lo ha hecho con las manos atadas a su espalda. Podría sentirse envanecido consigo mismo y ser disculpado por ello.
Los egipcios, los babilonios y los persas aparecieron, llenaron con sonido y esplendor el planeta, luego se desvanecieron en la materia de los sueños y desaparecieron.
Los griegos y los romanos los siguieron y también hicieron mucho ruido y también se fueron.
Otros pueblos han surgido y sostenido sus antorchas en alto por un tiempo. Pero también se agotaron y permanecen en alguna nebulosa o han desaparecido.
El Judío los vio a todos. Los venció y está ahora como siempre estuvo, sin exhibir ninguna decadencia, ningún deterioro debido al tiempo, ningún debilitamiento de sus componentes, ningún retardo en sus energías, ningún aplacamiento de su mente alerta y activa.
Todas las cosas son mortales menos el Judío. Todas las otras fuerzas pasan, pero él permanece”.
Y me pregunto y es lo que quiero proponer a los lectores para este número especial de Pesaj, si esta capacidad de permanencia no será también una característica de la condición judía, de ésa que, como dije antes, es tan difícil hablar. Permanencia significa fuerza, determinación, firmeza, convicción, valores. Dicen nuestros sabios: “Si sobrevivimos al faraón, sobreviviremos también a esto”.
¿Qué es “esto”?
“Esto” puede ser cualquier cosa.
“Esto” es todo aquello que uno cree que no va a poder soportar.
“Esto” es ese desafío mayor de la vida, ese gran obstáculo frente al cual oponemos la suprema decisión de seguir viviendo.
“Esto” es hoy, nuestro país, nuestras agudas y dolorosas circunstancias que nos sumergen en el desánimo y la desazón.
“Esto” es el dolor de ver la nueva fragmentación familiar de los hijos y nietos que se van ante esta realidad expulsiva.
“Esto” es el clima de desánimo y desesperanza generado por la ruptura del pacto social y la desconfianza en cualquier figura e institución públicas.
¿Qué hacer frente a este “esto” en estos días de Pesaj?
Pesaj nos recuerda que fuimos esclavos en Egipto.
Pesaj nos despierta del letargo y la parálisis, un sentimiento de impotencia que no puede generar nada.
Pesaj nos susurra que hay que defender al débil y al oprimido y hacerle un lugar en nuestra mesa.
Pesaj en la mesa familiar, los olores, los gustos, las caras que vemos en la luz de las velas, el orden de las cosas que evoca la permanencia, lo que está igual, lo que seguirá igual. Aunque en la mesa falten manjares, ojalá que todas las mesas puedan ser cubiertas con un mantel blanco y que las familias puedan compartir un trozo de matse y kneidlaj, un guefilte fish hecho de merluza y cebolla y dos velas.
Pesaj, estamos juntos y hablamos de las cosas que están y seguirán igual.
Está y seguirá igual el respeto por los valores familiares, el amor filial, la amistad y el matrimonio.
Está y seguirá igual la voluntad del diálogo y la resolución de conflictos mediante la conversación.
Está y seguirá igual el amor por la lectura, por la música y por la escritura.
Está y seguirá igual la consideración por los viejos -que así sea, porque ahora los viejos somos nosotros- y el ideal de verdad, justicia y dignidad para todos.
Alguno tal vez piense que soy una ilusa, que el enunciado de estos valores es sólo retórico, que los estamentos que deciden por nosotros no atienden más que a su propio beneficio, que nos están pasando por encima. Tiene razón. Soy una ilusa. Pero querría que todo lo que me da felicidad de la condición judía, que es la condición humana hecha libro -más enunciada que cumplida, es verdad- siguiera siendo un faro de luz, que se instalara y siguiera estando para todo el mundo.
El martes 26 de marzo estrenaremos el documental “Aquellos niños”. Hablamos allí de todas estas cosas, y no en el aire sino corporizadas en personas que saben lo que dicen porque la vida las ha doctorado en experiencias de avasallamientos y abyección. Pero estos sobrevivientes hablan sobre las personas que hicieron posible su supervivencia, los justos, los salvadores, los que se atrevieron allí donde la mayoría se asustaba. Son ellos, los rebeldes, los incorruptibles, a los que acudo cuando siento flaquear mi confianza en el género humano. Hay gente sensible, inteligente y valiente en este mundo tan golpeado. Es más: hay gente buena.
En la cena de Pesaj, saquemos de los armarios los utensilios y platos limpios de jametz pero también démosle una pulidita a nuestros viejos valores, los más simples, los que hacen que la vida valga la pena, regocijémosnos con ellos y transmitámoselos a nuestros nietos antes de que nuestros hijos se los lleven lejos de nuestros abrazos.
A guitn Peisaj far alemen: zai far cristn zai far idn! (Buen Pesaj para todos: sea cristianos, sea judíos).
(1)Sobre el pueblo judío. Mark Twain, Harper´s Septiembre 1899. Este artículo fue escrito como respuesta a un fuerte antisemitismo en los Estados Unidos. Compañías importantes no admitían judíos. Tampoco ciertas universidades los recibían o, al menos, limitaban su ingreso a estrictos cupos de admisión. Gente “respetable” como Henry Ford y Thomas Edison, expresaban abiertamente sus sentimientos antijudíos.