Querido Nico[1], Los 18 de julio, desde hace cinco años, son para mí, al mismo tiempo, un feliz cumpleaños y un triste aniversario. El mismo día en que nos agolpábamos llenos de rabia e indignación porque hacía un año del ataque a la AMIA, naciste vos, promesa de futuro, tierno y desvalido, pregunta abierta, como nacemos todos.
Hoy cumplís cinco, uno menos que el atentado, y se te acaba de caer tu primer diente de leche. ¡Qué rabia cuando advertiste que te lo habías tragado! El ratoncito no te iba a traer nada... Pero no fue así. Al despertar por la mañana, encontraste algo debajo de tu almohada. Tu ratoncito es protector, confiable y bueno. Nosotros, que nos hemos tragado junto a nuestra pérdida, la impotencia y la indignación, ya casi hemos perdido la esperanza de despertar una mañana y encontrar una respuesta. Nuestro supuesto protector no nos protege. ¿Será confiable? ¿Será bueno?
Cada 18 de julio, la celebración de un nuevo año de tu vida me brinda la oportunidad de regocijarme con la esperanza, pero se me vuelve a abrir la misma pregunta: ¿qué es lo que te estamos dejando, qué país, qué sostenes, cuál será tu futuro?
Con tu diente de leche, se ha empezado a caer tu inocencia. La nuestra se cayó hace tiempo. Fue cacheteada, vejada, torturada, muerta y cremada. La Shoá fue el comienzo del fin de nuestra inocencia: “no hay nada que un hombre no pueda hacerle a otro” ha sido su más insoportable lección. Pero no la quisimos escuchar. No te voy a contar paso a paso nuestros tropiezos. Llegamos a este fin del siglo XX maltrechos, sedientos pero aún con cierta esperanza vigente: no se nos podía proteger de los ataques, pero se descubriría a los culpables. Hoy, después de seis años, el esclarecimiento del ataque a la AMIA representa la última oportunidad que le damos a nuestro protector para que haga lo que debe hacer, protegernos. Nuestra capacidad de creer está herida de muerte.
Y nos quedamos casi desnudos, querido Nico, y muy solos.
La vieja inocencia, hecha trizas, y encima no nos queda en qué o en quién creer.
Cinco años y ya tenés por delante toda esta desesperanza. ¡Qué comienzo más difícil! ¿Qué vas a ser cuando seas grande? ¿Cómo va a ser “ser grande” cuando seas grande? ¿Te irás a dormir alguna vez soñando en un mundo mejor? ¿Te dejaremos siquiera la posibilidad del sueño?
¡Feliz cumpleaños querido Nico! Un nuevo año de pasos nuevos, de habilidades adquiridas, de ir conquistando tu lugar en el mundo y el amor de quienes te rodean.
Sexto aniversario del ataque a la AMIA. Un nuevo año vacío de realizaciones, más hondo el escepticismo, como la piel de zapa, más y más encogida la esperanza.
Pero vos, Nico, sos nuestro futuro. Así como en los cuentos infantiles en que las hadas acudían a brindar sus dones al recién nacido, ¿qué regalarte?
Tengo algo. No es mucho. Es una cosita así de chiquita. Ponela en la palma de tu mano. Con cuidado. Mirala con cariño. Acariciala. Dejala crecer y dale aliento de vez en cuando. Lo que tengo para darte es nuestra débil y moribunda esperanza, nuestra última frontera. Y no está sola. Con ella va nuestra -¿empecinada? ¿quijotesca?- insistencia. Seguiremos reclamando justicia para que aquél que nos promete protección, cumpla y nos proteja, señalando de frente y sin dobleces a los culpables.
¡Por la vida!, Diana.
[1] Nico es el nieto mayor de mi querida amiga Sarita.