La vida es bella (1998)

La Controversia es Bella

Los judíos nos ponemos de acuerdo en muy pocas cosas. "Junta doce judíos y tendrás trece partidos políticos" dice una conocida frase. Esta tendencia a la discusión podría ser una de nuestras características más salientes: la profunda rebelión que sentimos frente al autoritarismo, a cualquiera, especialmente al de la imposición de una idea.

Raquel Hodara, académica y estudiosa de la Biblia muy conocida en nuestro medio por sus apasionadas y eruditas conferencias acerca de la shoá, dice:

"hay gente que cree que la Biblia tiene una sola posición sobre cada tema lo cual es un error. La Biblia está llena de polémicas, no sólo la de Abraham con Dios en la que pretende salvar a los justos de Sodoma; la discusión de Job con Dios, las discusiones entre distintos sectores de la Biblia acerca de si sostener a un rey o no, si tener un templo o no, acerca de las mujeres (por ej. en Proverbios dice: "quien encuentra a una mujer encuentra el bien" mientras que en Eclesiastés dice: "más amarga que la muerte he hallado a la mujer"). La Biblia dejó estas discusiones y de ahí se puede inferir una de las características más importantes del pueblo judío, la controversia como valor; el judaísmo respeta el amor a la discusión, piensa que la cultura sólo es posible si es fermentada por la discusión, dice que la discusión entre sabios aumenta la sabiduría. Dice por ahí que Dios nos dio las leyes y que puedan ser interpretadas de infinitas maneras con lo cual se evita el peligro del autoritarismo que comporta una religión monoteísta".

"La vida es bella" es un ejemplo de ello.

En esta nueva festividad de Pesaj, fiesta de un contenido profundamente humanístico, tomo esta película para festejar a mi manera, la libertad y nuestras luchas cotidianas por defenderla.

La película me gustó tanto que recuerdo que al escuchar el primer comentario adverso, sentí un golpe sorpresivo. No son muchas las personas que encontré a quienes no les haya gustado, pero son suficientes para que me haga la pregunta de por qué. Entre estas personas, algunas expresaron su molestia en forma moderada, "me molestó", "me angustió", mientras que otras lo hicieron de manera taxativa, "es una burla, un insulto" pasando por "si la ve alguien que no sabe nada creerá que así fue la shoá, un lugar en donde un padre podía inventar un juego así", "es darle alimento a los negadores de la shoá que podrán seguir diciendo que no fue para tanto", "con la shoá no se juega", etc.

Lo cierto es que "La vida es bella" no deja a nadie indiferente y lo que me parece mucho más interesante que la película misma, es el fenómeno de las reacciones que produce. Quiero intentar comprender las objeciones que ponen aquellos a quienes no les gustó y reflexionar junto con ustedes.

¿Qué genera la incomodidad, la angustia, la irritación, el enojo?

¿Qué nos toca esta película frente a lo cual saltamos como si nos hubieran golpeado?

Escuchando los argumentos de los que se oponen observé que Benigni nos enfrenta con algunos desafíos: el desafío de desacralizar a la shoá, el desafío de enfrentarnos con la banalidad del mal, el desafío frente a la necesidad de mentir, el desafío frente a los que no saben, el desafío frente a los negadores de la shoá, el desafío de ser libres y de respetar la libertad de los demás.

Veamos uno por uno.

El desafio de desacralizar la shoa

En relación a la sacralización de algunos temas, Raquel Hodara cuenta que:

"Hubo hace un tiempo un escándalo en la Kneset -el parlamento israelí- porque Shimon Peres criticó una de las conductas del rey David, cuando comete adulterio con Betsabé y después manda a matar al marido. Dijo Peres que no todos los actos de David debían ser tan respetados lo cual produjo un espantoso escándalo; fue atacado por los círculos religiosos diciendo que no podía ofender a una figura santa. Me hizo acordar a una frase de un profesor de historia de la Universidad Hebrea, un religioso, el prof. Bensasón, que dijo: "si el David de la Biblia y el David de los intérpretes posteriores se encontraran en la calle no se reconocerían, necesitarían de alguien que los presentara".

Hay temas que, para algunos, son sagrados. "Con la madre no se juega" dice los ya míticos abrevadores del complejo de Edipo. "Con Cristo no se juega" decían los católicos espantados por el film de Scorsese "La última tentación de Cristo". "Con la shoá no se juega" dicen los que han sacralizado a la shoá.

La shoá ha sido puesta por alguna gente en el altar de lo intocable, del tabú, de lo que puede ser aludido sólo del modo que esa misma gente considere políticamente correcto. Ya expuse en una nota anterior que la shoá parece ser tomada por muchos como un nuevo eje de lo judío, cosa que veo como un peligro puesto que nos define sólo negativamente por lo que nos hicieron, nos define como víctimas. Hay una forma oficial, sagrada, de tratar a la shoá, una forma que ha sido subvertida por el irreverente Benigni (que ya tiene una profusa historia anterior de irreverencia). Desde el establishment de lo oficial, se suele hablar y pensar acerca de la shoá como si se tratara de algo congelado allá y entonces. "Allá" es Auschwitz, porque siempre es Auschwitz, vieron? como si Auschwitz hubiera sido todo, más que un símbolo porque es un símbolo que se ha comido al resto y lo ha hecho desaparecer; también se habla de los hornos, los seis millones, el levantamiento del gueto de Varsovia y tres o cuatro cosas más, y ya está, la voz oficial queda tranquila, con la conciencia aliviada, creyendo que dijo, creyendo que sabe. En mi libro "El silencio de los aparecidos" quise ponerles voz y conceptualización al millón de sobrevivientes y a sus hijos. Quise, quiero, que hablemos de lo que hemos aprendido con su supervivencia y de lo que ello nos puede enseñar. Veo con dolor que las conmemoraciones que se hacen de la shoá siguen siendo las mismas: ceremonias que se copian unas a las otras y que omiten a los sobrevivientes salvo en el relato del horror -contar una y otra vez la misma historia de lo que nos hicieron, nuestra victimización- y que deben callar, como si avergonzara, el hecho de haber sobrevivido, la fuerza que les requirió, la suerte que los acompañó, la incomprensión del resto del mundo, sus dudas y silencios, sus pensamientos torturantes que los acompañan aún hoy.

La shoá no parece ser sagrada para Benigni. La shoá no es sagrada para mí y espero no herir a nadie con estas palabras. La shoá, para mí que soy hija de sobrevivientes, está hecha de materia viva, de carne y de sangre, de caca y de pis, de vómito y pústulas, de fuerza y esperanza, de dignidad y denodados esfuerzos por sostenerse humanos ante los constantes dilemas éticos a que estaban expuestos (recuérdese, a modo de ejemplo, en "La decisión de Sophie" el terrible dilema de una madre que debía elegir a cuál de sus hijos salvar, si al varón o a la niña. Evítesenos a cualquiera de nosotros el tener que estar ante una tal decisión). La shoá no es un tabú para mí. No le debo nada a nadie con la shoá. No tengo que demostrarle nada a nadie con la shoá. La shoá es mía porque es de toda la humanidad y todos tenemos el derecho de meternos en el barro, ensuciarnos en él y -cosa que raya con lo insoportable- ver cuánta de su suciedad nos es propia. Porque no nos olvidemos que la shoá sucedió entre personas, entre seres humanos. Si algo podemos aprender de la shoá es que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro. Podemos y debemos aprenderlo, soportarlo en toda nuestra ensoberbecida humanidad y luchar contra ello no sólo con palabras y bellos discursos, sino en cada acto de nuestra vida cotidiana, en cada gesto de avasallamiento que nos brote, en cada dejo de autoritarismo que nos aparezca, en cada intento de sojuzgar al más débil, de humillar al necesitado. Nosotros también, no sólo los nazis. No dejemos la suprema maldad en sus manos. Los nazis fueron un producto, entre otras cosas, de un sistema socio político que planteaba la legitimidad de deshumanizar al diferente, al enemigo. Estemos alertas.

El desafío de enfrentarnos con la banalidad del mal

Hannah Arendt enunció el concepto de "banalidad del mal" luego de presenciar las declaraciones de Adolf Eichmann en el célebre juicio en Jerusalém y ver su total ausencia de culpa, la tranquilidad con la que insistía en que "había cumplido órdenes". Es casi insoportable enfrentarse con la idea de que no se requieran características monstruosas para ejercitar el mal. En las versiones oficiales de la shoá, los nazis aparecen como brutales, con lo cual, en el fondo, nos tranquiliza puesto que eso explica las cosas y además nos salva a nosotros puesto que no somos ni sádicos ni crueles ni tampoco somos nazis. Benigni se animó a enfrentar al toro y nos lo muestra. En "La vida es bella" el médico nazi, el único nazi bien delineado de la película, nos revela el aterrador espanto de la esencia del horror que la humanidad aún no puede digerir: un hombre sensible, inteligente, culto, amable que a pesar de ello es totalmente indiferente respecto del destino de otros seres humanos. Participar en matanzas después de haber escuchado y disfrutado a Schumann. Es lo patognomónico del nazismo y lo que lo hace tan indigesto. Es la esencia de la negación del derecho a vivir del que no es como el Estado dice que "debe ser", un Estado surgido en la cultura del siglo XX, en plena modernidad. El mal puede ser ejercido de este modo banal porque se sustenta en la deshumanización de la víctima. No sólo nuestros seis millones, también es el sustento de otros asesinatos previos -la conquista de América por ejemplo y el genocidio indígena- y posteriores - por ejemplo los treinta mil desaparecidos de nuestra dictadura militar-.

El desafío frente a la necesidad de mentir

Esta película nos enfrenta sin tapujos y sin anestesia con la necesidad de mentir que podemos tener en algún momento. Nos enfrenta con la pregunta de si, a veces, no es mejor mentir que decir la verdad, de cuánto necesitamos de la ilusión para sostener la esperanza. Nos fuerza a preguntarnos a nosotros mismos si de verdad, -pero de verdad de verdad eh?-, sin trampas, si de verdad estamos en condiciones de escuchar siempre la verdad. Si somos capaces de decir siempre la verdad. Si tenemos la fuerza de escucharnos decir siempre la verdad y asumir las consecuencias que eso puede tener en nosotros mismos y en los que amamos. Nos enfrenta con mucha de nuestra mejor hipocresía y lo hace con tal desenfado que uno puede no darse cuenta de la enormidad del planteo ético que representa. Este tema de la mentira merecía todo un tratado por sí mismo. La mentira y el cuidado del otro. La mentira y el cuidado de uno mismo. La complicidad entre el que miente y el que cree. La complicidad entre el que miente y cree que el otro se lo cree. ¿Quién cuida a quién? La mentira y la verdad ubicadas en polos extremos y en el medio todo el territorio de la existencia, a veces ambiguo, siempre inquietante, nos obliga a ver en cuánto lo que "debe ser" se corresponde con lo que "es". Es un tema polémico y que espera ser abordado alguna vez con valentía.

El desafío frente a los que no saben

Ante el temor de que para los que no saben nada acerca de la shoá, esta película sea peligrosa puesto que da una versión "edulcorada", banalizadora, me es difícil opinar con seriedad porque no he tenido la oportunidad de hablar con gente que no sepa acerca de la shoá. Tal vez sea un reparo legítimo y, en todo caso, me alegro de que se plantee porque puede permitir que surja la necesidad de hacer saber, de inventar modos inteligentes y atractivos de transmitir estas nociones, bajándolas de las estatuas y los discursos y de este modo muchos de los que hoy no saben puedan saber. Porque nadie pretende que una película por sí misma dé cuenta de todo lo que sucedió, ¿no es verdad? Pretenderlo me parece algo desmedido. Ni esta película ni otras son culpables de que los que no saben no sepan. Bienvenida esta controversia entonces.

El desafío frente a los negadores de la Shoá

Cada vez que se dice algo que subvierte la versión oficial y políticamente correcta que los judíos "debemos" mostrar para evitar que los antijudíos nos ataquen con los argumentos que nosotros mismos les damos si decimos lo que no hay que decir, aparece el temor de alimentar a los negadores. Yo me pregunto si les hace falta. "Noche y niebla", "Shoah", "Europa, Europa", "La lista de Schindler", por citar sólo algunas de las películas, son tomadas por los negadores como propaganda sionista que tergiversa las cosas y que da su versión magnificada y mentirosa de lo que sucedió. El prejuicio no es soluble en la razón. El prejuicio es una construcción compleja que contiene anticuerpos poderosos y muy resistentes que ha llevado varias generaciones de producción. Al prejuicio se lo puede combatir sólo con un proceso lento y constante de educación, desmitificación y reflexión. El prejuicio antijudío espera de las conductas adecuadas en este sentido de toda la comunidad -los medios masivos, los gobiernos, la escuela-, y, especialmente en países católicos, del trabajo cotidiano en las iglesias.

El desafío de ser libres y respetar la libertad de los demás

Muchas veces, las cosas que son como son pueden ser entendidas de variadas maneras (la distinción entre el dominio de la ontología -el estudio del ser- o el de la epistemología -el estudio del conocer-). La comprensión de las cosas, la mirada que tengamos acerca de ellas, nos enfrenta con el desafío del ejercicio de la libertad visto como la aceptación de la mirada del otro, y junto con ello, la aceptación del derecho del otro a opinar distinto. Respeto profundamente a quienes disienten con mi visión de la película y de la shoá. Comprendo la irritación, la molestia o incomodidad que pudo haberles producido. Yo misma me he preguntado de qué y cuánto sería capaz para defender a un hijo; por suerte la vida no me ha enfrentado con la necesidad de responderlo. Yo misma me he preguntado cómo habría hecho para sobrevivir en el medio de tanta ignominia, de tanta abyección, en donde se me era negada mi humanidad, mi derecho a elegir y a decidir, en donde la lógica era que yo y mis hijos deberíamos morir con una muerte "lógica", justificada como razón de estado. No sé cómo habría hecho. Por suerte hasta ahora no lo tuve que saber. Sólo sé que los sobrevivientes de la shoá hicieron lo que pudieron y pudieron mucho más de lo que se cree.

Conclusión en forma de agradecimiento

Por enfrentarnos con todos estos desafíos y hacernos pensar y cuestionar y revisar ideas preconcebidas, gracias Roberto Benigni.

Gracias por mostrarnos de una manera amable, con un engañoso tinte de ingenuidad y comedia (comedia en sentido aristotélico como oposición a tragedia, no como comicidad o humor), el horror del fascismo y el nazismo así como las conductas, a menudo locas, estúpidas, imposibles y sorprendentes, de los sobrevivientes que, como Guido, hicieron cosas que nunca imaginaron que podrían llegar a hacer, se atrevieron a cosas increíbles, soportaron y disimularon lo inenarrable, aprovecharon del mínimo descuido, de la más pequeña brecha en la maquinaria nazi para seguir vivos.... No todos los que se condujeron así lo consiguieron, pero todos los que sobrevivieron, en algún momento, tomaron decisiones no tradicionales para vivir. Algunos nos lo han contado, sorprendidos todavía de haber sido capaces.

Gracias Roberto Benigni por tu irreverencia y frescura. Gracias por considerarnos inteligentes y creer que no necesitamos que nos bajen línea, que confíes en nuestra inteligencia y sensibilidad y nos muestres la sordidez y lo siniestro en un más tolerable envoltorio de ternura y amor.

Gracias por dejarnos alguna puerta abierta en este horror del que somos todos sobrevivientes. Esta puerta hacia la esperanza y la confianza en el género humano quizá sea LA mentira suprema, es cierto, pero es una idea sin la cual yo misma no podría seguir viviendo.