Carta al Sr. Dirigente Comunitario y al Sr. Activista judío

Sr Dirigente Comunitario judío, Sr Activista:

Usted entrega su tiempo y esfuerzo para trabajar en lo que considera más útil y necesario para la comunidad y está preocupado porque la gente joven no se acerca a la vida comunitaria y también por el progresivo desinterés hacia lo judío, en especial lo judío comunitario, de los judíos argentinos en general. Dice que quiere que la gente vuelva a acercarse y recuperar la pujanza de las instituciones judías en el pasado. En función de esta preocupación, que me parece genuina, me dirijo a usted con un humilde aporte desde mi particular perspectiva.

I) los judíos de adentro y los judíos de afuera, los intereses, el idioma.

Formo parte de los judíos argentinos integrados a la sociedad general, que no participamos en instituciones comunitarias y que vivimos nuestro judaísmo con cierta nostalgia ancestral, lo mantenemos vivo básicamente con algunas comidas, una que otra canción y la sensación, a veces difusa, otras más claramente recortada, de que somos vistos como “sospechosos” en la sociedad argentina. ¿Cuántos somos? Si ustedes, los judíos argentinos que tienen activa participación en las cuestiones comunitarias son cinco mil, diez mil, veinte, cuarenta mil, serían, en un cálculo generoso, el veinte por ciento de la totalidad de los judíos argentinos. Quedaríamos, entonces, un 80% que son como yo.

Formo parte, entonces, de una gran mayoría que no conoce los nombres y las características de los partidos políticos en Israel. Una gran mayoría que no sabe quién es quién en la vida comunitaria, quién estuvo acá, quién estuvo allá, en quién se puede confiar, en quién no, cuidando qué intereses y desde qué contexto habla cada uno. Una gran mayoría que no lee las publicaciones habituales de la comunidad ni las conoce, que sólo sabe lo que le informan los medios masivos comunes. Una gran mayoría que no sabe que las reuniones de la DAIA son los lunes a la noche y que se sorprende cuando desde allí se producen declaraciones que supuestamente nos representan a todos. Una gran mayoría que no conocía la existencia de tantas instituciones judías, sabía sólo de algunos clubes, escuelas y sinagogas, y descubre sorprendida en su recorrido por la ciudad la enorme cantidad de puertas marcadas con pilotes de los lugares judíos. Una mayoría que comprende sólo castellano y probablemente se pierda en el “comunitariés” en que usted habla con un discurso mechado de palabras en hebreo, de tnuás, sheliajes, keilás, vaadhajinujes, bitajones, que no sepa la diferencia y la distancia entre un rabino conservador y otro ortodoxo, que ignore las fracturas entre los religiosos y los laicos.

Como muchos de esa mayoría a la que pertenezco, el atentado a la sede de la AMIA significó mi reconversión. Me acerqué a aquello de lo que siempre había estado alejada. Me acerqué buscando un lugar más protegido en un país que nuevamente me estaba diciendo que era blanco de asesinos. Busqué a los míos para que me sostuvieran ante posibles réplicas del terremoto. Y ahí me encontré con usted, miembro activo comunitario, que me recibía con los brazos abiertos y me decía que era bienvenida, que trajera por favor a gente como yo, que sería bueno que volviéramos a ser muchos, que nos volviéramos a reunir.

Y traté de ver qué podía hacer, cómo juntarme con los míos. Y me resulta difícil, muy difícil, porque me parece que hablamos distintos idiomas, que nos interesan cosas diferentes.

Me da la impresión de que usted, puesto que está siempre entre gente igual a usted, no sabe en qué estamos los que no somos como usted y tiende a suponer que estamos interesados por las mismas cosas que usted. Y resulta que no. No sé cómo decirlo, pero hay muchas cosas que ustedes discuten que a nosotros no nos resultan importantes. No digo que no sean cosas importantes; creo, por el contrario, que probablemente nos falte la conciencia debido a que no hemos reflexionado debidamente acerca de ello. Si así fuera, es una pena que nos lo estemos perdiendo.

Fui a los actos que organiza la comunidad y no podía creer su estética perimida, solemne y declarativa. No es difícil entender por qué la gente que los llena es siempre la misma, la que forma parte de alguna instancia comunitaria; todos se conocen entre sí, se saludan, decodifican rápidamente las claves y nadie presta demasiada atención. También se comprende la razón de que se trate del grupo etario de los mayores de cincuenta años; en el mundo del videoclip, del zapping, de lo audiovisual tan potente y veloz, la oratoria y el panfleto forman parte de un discurso anacrónico, que no sólo no informa sino que, aún peor, ahuyenta.

Decía un sabio pedagogo que cuando un alumno no aprende, es el maestro el que no ha aprendido la forma de enseñarle a ese alumno. Parafraseándolo, creo que la gente no se acerca porque usted no le habla en el idioma que entiende ni de aquello que le interesa. Se ha preguntado ¿quiénes somos? ¿cuántos somos? ¿qué queremos? ¿qué nos preocupa? ¿qué nos mueve a la acción? ¿qué nos hace permanecer indiferentes? Me parece que son preguntas que debieran ser contestadas antes de emprender nada.

Es verdad que los judíos argentinos que estamos alejados de la vida comunitaria no tenemos muchas cosas en común. Nos diferencian, igual que a los otros grupos étnicos, diferencias sociales, culturales, económicas y educativas. Si usted quiere hablarnos y que le escuchemos, hágalo acerca de las cosas que nos pueden interesar a todos. Es cierto que son pocas.

A mí -y no sé cuán representativa soy- se me ocurren tan sólo dos que creo que nos tocan un nervio, que nos pueden provocar alguna reacción:

1) El tema de la AMIA que nos es común a todos y nos ha golpeado hondo y parejo. Todos queremos saber quién fue, me refiero a la conexión local. Todos queremos saber qué resortes gubernamentales funcionan como obstáculos, quiénes son los responsables y cuáles son las complicidades. En parte la protesta de los lunes de Memoria Activa nos representa a todos y, aunque existan desacuerdos instrumentales o tácticos, no vamos a encontrar un solo judío argentino que no tenga opinión formada y preocupación acerca del atentado a la AMIA y que no se sienta profundamente involucrado. La prueba es que en cada aniversario la convocatoria es multitudinaria.

2) Algunos judíos públicos y el sentimiento antijudío. Otro tema que probablemente nos inquiete, es la controvertida conducta de algunos judíos en la vida pública argentina y el modo en que ello nos implica -nos guste o no- a nosotros. En un país en donde los judíos tenemos para muchos un tinte “sospechoso”, cualquier judío público pasa a ser, rápidamente, “los judíos” y nos quedamos desnudos ante esta alusión. ¿Cómo enfrentar la velada acusación de que somos objeto cuando el personaje es acusado? ¿qué hace la comunidad judía organizada para ayudarnos en este sentido? No me refiero a declaraciones o apelaciones a la racionalidad que nadie escucha. No seamos ingenuos, el prejuicio no es soluble a la razón. El prejuicio debe ser diluído con programas educativos, con un trabajo paciente y constante, con el compromiso de sectores extra judíos del país. ¿Hay algún programa en este sentido? ¿se ha convocado a expertos en temas de prejuicio, en medios masivos, en manipulación para que nos ayuden a comenzar a desenredarnos de esa tela de araña pegajosa? Pues esto sí que nos resultaría importante a esta mayoría de judíos que caminamos por las calles. Lo mismo con el sentimiento antijudío y su intensidad tóxica en la sociedad argentina. ¿Hay planes para trabajar con las instancias religiosas católicas en la formación de curas, catequistas? ¿en las fuerzas armadas, en la policía? ¿con los maestros? Parecen haber sólo intentos aislados (por ejemplo los juicios a los skinheads y a Suárez Mason llevados por abogados de la DAIA, el trabajo extracomunitario e interreligioso de esclarecimiento que hacen Marcos Aguinis y Mario Rojzman entre otros) pero nada que venga con fuerza y peso de la comunidad organizada.

No se me ocurre otra cosa en la que podríamos converger todos.¿La shoá?, ¿los monumentos?, ¿la red escolar judía?, ¿la asistencia social?, ¿los cementerios?, ¿las peleas de facciones y grupos?, ¿la política cultural?..., no sé a cuántos les importa de verdad, cuántos harían algún esfuerzo por dedicar tiempo y energía a ello. No sé incluso a cuántos les importa los vaivenes de la política israelí, cuántos sepan a qué se llama izquierda y a qué derecha en Israel, lo que sé, es que para el judío común, ése de la mayoría que va por la calle, los partidos políticos de Israel están lejos del centro de su inquietud; Israel existe como reaseguro para muchos de ellos, como referente y como posible refugio en caso de necesidad.

Los que estamos afuera tenemos que encontrar razones para querer formar parte activa de la comunidad, no crea que no lo hacemos por perversidad o estupidez. Estamos ocupados en mantener nuestros trabajos o en buscar alguno, en poder pagar el pre-pago médico, en darle educación a nuestros hijos, en poder cuidar de nuestros padres. Algunos, no todos, ni siquiera sé si la mayoría, estamos preocupados por la envergadura de la corrupción a distintos niveles de nuestra realidad argentina y de cómo ello ha reformulado las reglas del juego, el contrato social, lo que está bien y lo que está mal. Los que podemos, corremos entre el country y el centro comunicados por teléfonos celulares; otros estamos sin trabajo y no podemos siquiera pagar el alquiler. Recuerde que, como decían nuestros abuelos, “azoi vi es cristl zij, azoi yidilt zij”,-así como los cristianos, así los judíos- es decir, los judíos nos comportamos como lo hace la sociedad en la que vivimos, por cierto, un contexto que no es hoy amable ni protector, más bien en un sálvese quien pueda salvaje que no fomenta lazos solidarios ni compromisos. Las prácticas sociales de los últimos años nos hacen vivir a nuestra realidad de manera discepoliana, escéptica y nihilista lo que nos ha vuelto descreídos, desconfiados y nos aleja de cualquier cosa que sugiera que podemos ser usados, maltratados y descartados.

Sr Dirigente, Sr Miembro Activo, háblenos de manera transparente de las cosas que nos importan. Si tiene ganas, si tiene tiempo, si tiene capacidad, conquiste usted su lugar en la constelación de la vida política comunitaria, defiéndalo, pero no nos meta en las intrigas palaciegas, no entendemos nada y no nos importa, nos hace huir. Si usted tiene compromisos con alguna instancia empresaria que puede tener vinculaciones políticas o económicas extracomunitarias, por favor, dedíquese a su actividad lo mejor que pueda, pero no se complique la vida y no nos la complique a nosotros asumiendo también un lugar de liderazgo comunitario pués podría chocarse con algún conflicto de intereses; debe haber profesionales liberales, comerciantes, intelectuales capaces, con tiempo, voluntad y capacidad que pueden trabajar para la comunidad, déjelos a ellos, va a ser mejor para todos. Sr Dirigente, háblenos de lo que nos importa, muéstrenos que nos conoce, que le importamos.

Sólo entonces, quizás, algunos tengamos ganas de escuchar.

II) la cultura de la indiferencia.

La primera parte de mi carta fue “optimista” -no es una ironía- pues me dirigí a usted como si todo el problema estribara en usted. Quiero ahora, a fuer de realista, reflexionar acerca de la segunda parte del problema, la gente común, aquellos a quienes usted debería dirigirse para moverlos a participar. Ésta es una parte pesimista. Lo siento.

La pregunta sería: ¿cuánto puede hacer usted por nosotros, los que estamos afuera, cuando de nuestro lado hay indiferencia? Hay una cultura de la indiferencia que trasciende a lo judío y que lo incluye, un aire postmoderno a muerte de ideologías, a pérdidas de sentidos, abonadas y sostenidas por una realidad social salvaje, la salida se ve como individual. La gente común puede sentir como decía Minguito, que “s’égual”, que nada de lo que se haga cambia nada, que no se puede creer en los políticos, en los jueces, en ninguno de los referentes habituales. La gente común generaliza peligrosamente algunas prácticas corruptas a toda la sociedad. La mentira, la defraudación, la desilusión reiteradas junto a la desesperanza y el escepticismo llevan a este estado de cosas. Esto, entre otras cosas, puede haber determinado esta crisis general de participación. ¿Por qué suponer que la comunidad judía puede sustraerse a la crisis general de participación? Vivimos aplastados por el peso del hecho consumado, de la inutilidad o imposibilidad de cualquier reacción o apelación a la ética, la constatación del pragmatismo amoral y la evidencia del envilecimiento de cuanto aspecto era antes respetado en el contrato social. Éste es un contexto en el que los medios masivos generan la ilusión de una participación merced a un llamado telefónico o ir a una manifestación; la gente prefiere seguir delegando en algún otro que sepa más, que pueda más, que haga mejor, que haga, que otros tomen las decisiones y a quien, después, se podrá criticar y juzgar impiadosamente. ¿Comodidad? ¿Pereza? ¿Descreimiento? Tal vez un poco de cada uno, pero de eso se trata, las cosas son así y no podemos considerar planes o conductas o supuestas representaciones desconociendo esta realidad.

¿Cómo entender la pasividad, la no participación, la reclusión en pequeños mundos privados, la indiferencia a cuestiones comunitarias o políticas? Probablemente, como siempre, lo mejor sea huir de las explicaciones simplistas y solicitar ayuda a los que saben para poder empezar a pensar. Pero, mientras tanto, no podemos soslayar la sólida realidad de la no participación de la gente. Esto es así. Tal vez los estilos participativos conocidos están perimidos y se estén buscando otros más legítimos. Tal vez la gente no se sienta representada por ninguna de las instancias tradicionales.

Por todo ello, si le pido, Sr dirigente, que tenga las manos limpias fuera de toda duda o sospecha; si le pido que nos inocule con un torbellino de ética, con lecciones de sobriedad, seriedad y riqueza intelectual; si le pido que genere movidas culturales potentes, convocantes, actualizadas y que reflejen y nos permitan compartir los tesoros del pensamiento judío aplicados al mundo de hoy; si le pido que salga a la calle con la mirada realista y nos busque a todos estos que no somos como usted y nos despierte el apetito por todo lo que usted sabe y posee, y que lea en nosotros lo que nos falta, lo que de verdad necesitamos; si le pido todo esto sin recordar que tal vez usted esté cansado, desanimado, estaría siendo injusta.

Pero se lo pido, se lo pido sabiendo que es difícil, sabiendo que es incierto su esfuerzo, pues creo que vale la pena hacerlo, aunque no convoque a todos, aunque se acerquen unos pocos. Primero son unos pocos, pero si encuentran eco, si hay un espacio, si lo que sucede tiene sentido, vendrán más, porque de alguna manera estamos buscando algo que nos renueve la esperanza y el sentido.

Arremánguese -y perdone la confianza-, llame a los que son como usted y a otros más frescos, con menos desgaste, cálcense los multifocales que les permitan ver a variadas distancias y pongan a funcionar la usina de pensar pensamientos e inventar caminos atractivos, sólidos, de genuino interés, con sentido positivo y veamos si la dura costra de la resignación que nos ha cubierto puede ser conmovida.