matrimonio

Ocho preguntas antes del divorcio

Del gran Tute.

Del gran Tute.

Las cosas no están bien. Estás pensando en separarte, en divorciarte, en dejar la convivencia. El sexo ya no es como era antes. Las ganas de verse y estar juntos están cubiertas con la rutina, los lugares comunes, lo previsible. No hay sorpresas. No hay misterios ni enigmas a descubrir. Conocés a tu otro como la palma de tu mano, o eso creés al menos. Tu otro cree lo mismo, tanto que casi dejó de tener sentido preguntarse ¿qué tal? ¿cómo estás? porque cada uno cree que lo sabe sin preguntar. En lugar de saber, adivinan, suponen, atribuyen. Todo eso en el mejor de los casos.

También podría darse que lo que al principio eran desencuentros divertidos se han transformado en batallas campales que terminan en una vorágine violenta y desgastante. Que en lugar de generar cariño se irriten, se molesten, se ofendan. Gritos, desprecios, descalificaciones, agravios. Cualquier cosa, por más nimia que sea, dispara el arsenal habitual y se desata el infierno. No se puede aguantar más. Ya no sabés qué hacer. Inmersos en la desdicha de no sentirse deseados, esperados, acariciados se fueron deslizando hasta una situación de tal agresión que se ha vuelto insoportable. Todo es oscuro, no se ve salida por ningún lado, la separación es el mejor -y sentís que el único- camino.

Y a veces lo es, aunque no es fácil tomar esa decisión. Pero dejemos eso para otra oportunidad. Ahora enfoquémonos en quienes optan por la separación buscando alivio instantáneo ante un estado de situación que tanto duele. Como quien tiene clavado un clavo en el dedo gordo del pie y lo único que quiere es que se lo saquen y se detenga el dolor de una buena vez. Separarse es un alivio. Pero a veces es transitorio porque cada uno sigue llevando el germen de lo que llevó a la desdicha.

Por eso, antes de tomar esta drástica decisión, te invito a que te hagas algunas preguntas y que pienses con serenidad tus respuestas.

  1. Sobre el amor. ¿Qué pasó? Estaban tan enamorados…. tal vez creas que el amor se acabó, como si fuera algo finito que se usa un tiempo y un día se termina, una idea del amor como algo que, mágica o misteriosamente, está o no está, viene de afuera, te sucede involuntariamente, que no depende ni de vos ni de las circunstancias. ¿Seguís añorando aquella pasión arrebatada del comienzo? ¿eso es para vos “el amor”? ¿esperabas que fuera así siempre? Si se ha reconvertido en un vínculo amoroso de compañeros de ruta, ¿eso quiere decir que se terminó el amor?

  2. Sobre la mirada y la queja. ¿A quién mirás? ¿Solo al otro? lo que te hace, lo que te deja de hacer… ¿y levantás el dedo acusador mientras te quejás, demandás, protestás..? ¿y dónde estás vos en esa interacción? ¿expresaste tus necesidades y carencias de un modo que el otro pudo escuchar? ¿las tenés identificadas? ¿sabés qué te hace falta? ¿sabés lo que precisa y espera tu otro?  ¿alguna vez lo hablaron frontal y francamente? ¿Sabés exactamente qué te hace daño en la relación? Si no sabés todo esto, es probable que cambies de pareja y repitas tu penuria porque seguirás esperando lo que no tenés bien claro qué es o lo que el otro no puede darte porque no lo tiene o porque no le es posible.

  3. Sobre el otro. Si sabés qué es lo que necesita, ¿creés que respondiste a esa necesidad o tan solo esperabas que satisficiera la tuya? Cuando decidiste no responder a lo que necesitaba, ¿te guió el resentimiento y la venganza? O jugabas al ¿por qué tengo que empezar yo, por qué no el otro? que es un juego parejicida sin salida. Si esperás que sea el otro y si el otro espera que seas vos, ninguno da el primer paso y ambos se derrumban. ¿Importa tanto quién empieza? ¿Es acaso el empezar un indicio de rendición? Si fuera así, ¿son enemigos? ¿cuál es la guerra?

  4. Sobre las expectativas. La cultura hace que se espere demasiado, que uno se crea el cuento de las perdices. ¿Cuáles eran/son tus expectativas de la convivencia? ¿esperabas la felicidad rotunda, definitiva y eterna? ¿creés que son expectativas realistas? ¿cuál es tu modelo de pareja? ¿conocés a alguien que lo ejercite?

  5. Sobre el sesgo emocional. Uno ve lo que sus emociones le permiten ver y cuando son fuertes lo son tanto que no se advierte que uno está siendo sujeto de ellas. Es trágico porque uno no ve que no ve. Cuando no te sentís feliz dejás de ver lo que está bien, lo que se fue construyendo y funciona y solo tenés encima la nube negra de lo que está mal y todo es negro y oscuro. La pregunta sería ¿Ves lo que hay o ves lo que te dictan tus frustraciones? ¿Podés ver lo que está bien entre ustedes (familia, hijos, ideología, formas de ver el mundo, moral, etc), lo que fueron construyendo y tejiendo juntos? Si hacés el esfuerzo de enfocarte también en eso tendrás una posibilidad más realista de tomar una decisión sensata.

  6. Sobre el futuro. A la hora de esperar alivio no suele considerase todo lo que se perdería… ¿tenés claro cómo seguiría tu vida respecto a hijos, manejo del dinero y recursos, vida cotidiana -limpieza, alimentos, ropa, trámites-, familia, amigos, trabajo? ¿estás dispuesto/a a ocuparte de todas las cosas de las que se ocupa el otro? ¿cómo tenés pensado manejarlo con tus hijos?

  7. Sobre la soledad. La soledad puede ser un alivio pero también puede volverse un peso insoportable que te lleve a buscar rápidamente otra pareja y repetir la desdicha, ¿te ves viviendo en soledad o correrás a buscar a alguien que la compense? Y si llevás tu vulnerabilidad y fragilidad encima, si tus expectativas sobre el amor y la convivencia siguen igual de irreales ¿cómo saber si un nuevo otro será mejor que el otro que dejaste?

  8. Sobre la felicidad. Una vez superado el alivio de la presencia de tu otro ¿seguro te vas a sentir feliz? ¿seguro que tu infelicidad era una consecuencia de estar con un otro equivocado? ¿no será que tiene que ver con logros propios no alcanzados, con pasiones no desarrolladas, con sentidos en la vida que no pudiste encontrar?

Yo sé que cada una de las preguntas abren archivos en los que no es fácil meterse. No lo hagas en soledad o solo introspectivamente. Si no tenés con quien hablar y revisar cada uno de estos puntos, está bueno hacerlo por escrito. Muchas veces, escribir sobre emociones, estados de ánimo y dudas se transforma en una eficaz manera de ponerlos afuera; permite una especie de diálogo con uno mismo y abre la revisión y reflexión sobre cosas en las que uno no suele detenerse, especialmente si está cubierto por la desdicha, la queja y el reclamo.

Antes de separarte, tomate el trabajo de ver todo esto.

Si lo podés hacer junto con tu pareja, ¡chapeau! por ambos.

Tal vez decidan que separarse es lo mejor.

Tal vez descubran que hay cosas que no entendieron, que no intentaron, que esperaban de manera irrealista y puedan mirarse con nuevos ojos, más aceptadores y realistas y elegirse nuevamente.



Violines y perdices quedaron en los cuentos

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"¡Estoy harta!", dice Graciela mientras le echa edulcorante al cortado que tiene enfrente y revuelve la negrura del café con la esperanza de que aclare. Emite un hondo suspiro, mira hacia la lejanía, y agrega: "Siempre igual, todos los días, no quiero más, así no quiero más.". Se le humedecen los ojos cuando murmura: "Lo sigo queriendo, no quiero encontrar a otro, pero esta rutina no, no quiero más, me asfixia, me agobia, me odio en esta vida que estoy teniendo".

Graciela expresa lo que cada vez más mujeres sienten luego de dos o tres décadas de matrimonio. En mi experiencia de los últimos años son casi siempre ellas las que piden una terapia de pareja o quienes plantean una separación.

No parece pasarles lo mismo a los hombres. Aún cuando la felicidad de la convivencia y la pasión hayan quedado en el pasado, pilotean la rutina y el todos-los-días aparentemente bastante mejor que sus compañeras. Al menos no suele ser ese un motivo de queja.

Es que la convivencia se inicia con diferentes expectativas de género que determinan el grado de contento según se satisfagan o no.

Es común que al comienzo los hombres vean con desconfianza la idea del matrimonio. ¿Temen firmar un compromiso que creen difícil de sostener? ¿Temen perderse a todas las mujeres cuando elijan solo a una? ¿Temen sentir que el matrimonio monógamo sea una especie de prisión perpetua?

Pero, aún con esas preguntas y temores a cuestas, una vez que dan el paso, que dicen "sí, quiero" y firman la libreta, renuncian sin tanto sufrimiento a esos horizontes de libertad infinita en pos del armado de una familia, de un nido previsible y amable. Sus expectativas pasan por el mandato cultural y familiar de ser un proveedor eficaz que asegure el cuidado, sostén y desarrollo de todos que, cuando no puede ser satisfecho es una fuente de angustia. Pero si más o menos lo consiguen, basta con que se sientan necesitados, valorados y reconocidos por su esposa, para que el tejido del resto de la vida cotidiana, las actividades, interacciones familiares o sentimientos y emociones no se ponga en cuestión. No pasa por allí su medida de satisfacción y éxito, sino por el rol de proveedor. Sea empleado, empresario, artesano, comerciante, emprendedor, artista, científico, ese espacio será el primordial foco de interés y atención.

Son muy diferentes en general las expectativas asumidas por las mujeres. Investidas de personajes como Blancanieves o la Bella Durmiente, están programadas culturalmente para que la felicidad, la realización personal, la valoración y autoestima sean consecuencias directas y exclusivas de un matrimonio feliz. Junto al mandato biológico y cultural del maternaje luego del nacimiento y crianza de los hijos, aunque tenga un desarrollo personal en el mundo exterior, caen sobre ellas la responsabilidad del sostén emocional y la responsabilidad y el cuidado de los miembros de la familia. Si todo va bien, pasadas dos o tres décadas, el hombre estará más o menos asentado en su rol de proveedor y el matrimonio será para él un espacio tranquilo y de baja exigencia. La mujer, por el contrario, ya sin hijos a criar, volverá la mirada hacia su compañero, abstraído en el celular o el televisor pegado al control remoto y se preguntará dónde ha quedado aquella felicidad prometida.

El marido no la ve. Siente que para él es transparente, parte del mobiliario, alguien que está pero no alguien buscada para agasajar, halagar o conversar. Ni princesa, ni príncipe azul, ni perdices, aquel anhelo de lo que iba a conseguir en el matrimonio se disuelve en rabia y angustia. La frustración tiene cara de mujer.

La institución matrimonial, instituida cuando la gente no superaba los 45-50 años, está siendo desafiada con la extensión de la expectativa de vida. Superados los 50, aún atractivas, las mujeres esperan más que lo que hay. Lo dicen sumidas en llanto ante la mirada sorprendida de sus maridos que no entienden lo que está pasando. Si todo funciona, se dicen, si por suerte están sanos, si los hijos están bien, si no hay penurias económicas ¿de dónde sale ese sufrimiento? ¿qué pasó?

Veo con alegría que más y más chicas ya no compran la ilusión de los cuentos de hadas, no ponen todas las fichas en la pareja y toman su desarrollo personal también como eje protagónico de sus expectativas de reconocimiento y felicidad. El modelo Susanita sigue existiendo como imaginario social, pero ya no como el único y exclusivo modelo de vida ni como la llave dorada de la felicidad.

Veo también un cambio en los hombres que acompañan más y más esta movida y aprenden a disfrutar de la paternidad y de las responsabilidades caseras cotidianas. Estos maridos, a diferencia de los clásicos, saben dónde están las cosas porque comparten la tarea de ordenar y guardar.

Los violines y las perdices van quedando en los cuentos. Más realistas y escépticos, menos románticos, ya no esperan la prometida y engañosa felicidad total y constante que tanto hace sufrir cuando no se cumple. En la avanzada de un cambio social inédito, la frustración expresada mayoritariamente por mujeres, es un alerta sobre la institución "matrimonio", un desafío epocal sin precedentes ni estructuras referenciales que exige el encuentro de nuevas alternativas.

Publicado en La Nación online, https://goo.gl/i6EGWT