Te pregunto si se lo dijiste y me contestás: “¡Miles de veces pero no me oye, yo hablo pero no podemos conversar!”. ¿Creés que hablar es conversar? ¿No será que lo hacés para ganar? Veamos cómo funciona la no conversación demostrada por reducción al absurdo.
Para ganar es preciso estar bien entrenado, tener los reflejos rápidos y la actitud apropiada, listo y afilado el estado de ánimo previo. Así:
Entendé todo lo que diga o haga el otro como dirigido a vos, un ataque a tu autoestima, capacidad, inteligencia y atractivo. Olvidate que el otro tiene sus propios problemas, dificultades, necesidades y angustias, vos sos el centro de su vida. Hasta si sufre de algún problema físico te lo hace a vos, a propósito, para molestarte, atraer tu atención y mostrarte que no le servís.
En el sistema planetario familiar sos el sol. No es preciso que digas lo que te pasa, lo que necesitás y estás esperando, lo tiene que adivinar. ¿Cómo no lo va a saber? Si no lo hace es porque es tan egoísta que no quiere y porque no le importás.
No te quiere. Pasá lista y tené presente todo lo que no te satisface o te molesta de su conducta como evidencia de que no le interesás, no te considera y no le importás. Decitelo varias veces por día, dos o tres veces por hora sería lo ideal. Olvidate de lo bueno que vivieron juntos, no dejes que interfiera en el estiramiento del músculo bélico. Si se te cruza la pregunta de por qué sigue a tu lado, respondete que es por comodidad, miedo o conveniencia. Nunca porque quiera estar con vos.
Habituate a revisarle el celular, la computadora, el teléfono y los bolsillos buscando la prueba de que está viendo a otra persona mejor que vos. Si tenés la suerte de encontrarla, pegale un mordiscón y no aflojes, apretá los dientes, quedate ahí, insistí y guardalo bajo la manga para mostrarle lo mala persona que es.
Siempre tenés razón, es un don natural con el que naciste, poseés la verdad de como son las cosas. No te olvides entonces que no sos vos quien tiene que cambiar, es el otro. Y si se opone y discute, es por perfidia, maldad y capricho.
Tiene la culpa. Acentuálo con patologías que te sirvan para probar que está enfermo. Narcisismo, negación, autismo, depresión, aislamiento emocional y tantas otras que, a modo de armas, te permitirán sumar la acusación de locura a la de maldad. No te compadezcas ni intentes ponerte en sus zapatos, mandalo a hacer terapia.
Siempre el problema es del otro. Todas las parejas están convencidas de que es preciso cambiar al otro. Sé como todos: creéte que sos de lo mejor, amable, complaciente, tolerante, un océano de comprensión y convencete de que el otro es imposible, hostil, agresivo y maltratador.
Ahora que sos una víctima inocente e indefensa y nadás en la furia tu estado de ánimo está a punto caramelo. Conducta a seguir en el campo de batalla:
Hablá siempre en segunda persona. Enunciá todo lo que decís con un “porque vos…” Nunca uses, ni soñando, la primera persona. Hablá siempre en reclamo, crítica, juicio, queja, que tu dedo erguido señale al culpable. Y sé espontáneo, vomitá lo que se te venga a la cabeza sin filtro alguno, tenés derecho a hacerlo porque sos la víctima.
Jamás menciones lo que necesitás, lo que te gustaría y no podés. Además de que, como ya dijimos, el otro seguro que lo sabe, que no se te vaya a caer la corona hablando de tus miedos y vulnerabilidades. ¡Atención! porque la tortilla se puede dar vuelta, se pondrá en evidencia tu imperfección y te acusará de locura.
Arrinconalo, avergonzalo, atacalo activa o pasivamente, desprecialo, a solas y ante los demás, que se vea como una cucaracha infecta, inútil y despreciable. Contale a su familia lo insoportable que es. Amenazalo con separarte y si aún insiste en seguir siendo como es y no cambia, castigalo: vengate, no le hables ni sientas deseo sexual.
Imponete siempre. Nunca digas “por favor”, “disculpame” o “¿puedo?” Sé terminante, respondé con un rotundo ¡NO! que suene a cachetazo definitivo. No vayas a reconocer ni agradecer nada que pudo haber hecho bien, focalizate sólo en todo lo que está mal.
Tampoco le tengas lástima ni caigas en la tentación de ser razonable con un “¿te parece?” o “mmmm… lo voy a pensar” o “no se me ocurrió verlo de esa manera”. Revela tu inseguridad y debilidad cosas que nunca podés mostrar. Tu posición debe ser siempre la del luchador aguerrido, reactivo e impaciente, un gladiador en el circo romano, firme, en guardia, es matar o morir.
Si mantenés tu entrenamiento al día y persistís en estas conductas tendrás el éxito asegurado, te será imposible conversar, habrás ganado todas las peleas y dejarás a tu alrededor un tendal de muertos. Y los muertos no discuten, ¡siempre nos dan la razón!
A ver si entendiste. “Se lo dijiste miles de veces y no pueden conversar”. Si lo que querés es eso, tendrás que construir un espacio de confianza y aceptación que lo haga posible. Es fácil: no hagas nada, absolutamente nada de lo que dije.
¡Que es lo que queríamos demostrar!
Fue lo que dije en Vivan las Ideas cuando se habló del arte de conversar: