Presentación del libro “Sí, estoy viva” con la vida de Sofía Noëlly Ordynanc. Museo del Holocausto, 24 de octubre de 2019.
La historia de Noëlly nos invita a reflexionar sobre el lugar de los padres, la memoria, la identidad y la culpa. El título de su libro, “¡Sí, estoy viva!” es una potente reafirmación de alguien que no solo sobrevivió a la Shoá, alguien que sobrevivió a lo que siguió después de la Shoá.
Los que vivimos una vida normal tenemos una sola mamá. Noëlly tuvo tres.
La mamá uno, Adèle Ordynanc, su mamá biológica, que previendo lo que estaba por suceder la entregó a sus tres años confiando en que sería cuidada y salvada.
La mamá dos, Anna Eloy, la mamá de Georgette y Julia, pero principalmente Georgette, con quienes estuvo hasta sus 9 años.
Y la mamá tres, Adela Fernández, con la que vivió hasta casarse con Buye.
No le fue fácil a Noëlly integrar, organizar y ubicarse en estos tres escenarios tan diversos y complejos, los nombres, los apellidos, las historias, los linajes. ¿Quién era? ¿De dónde era? ¿A qué grupo pertenecía? ¿Era judía? ¿Judía sefaradí o judía ashkenazí.
De su mamá uno no tiene memoria. No recuerda los años vividos con sus padres, con Salomon y Adèle, ni el nacimiento de Marcel ni el momento de la desgarradora despedida. ¿Cómo habrá sido ese momento para su madre? Durante la Shoá hubo una forma diferente de ejercicio del amor, había que renunciar a la posesión y al control, entregar a los hijos para asegurar su salvación, sin garantía alguna, sin tener la posibilidad de saber qué pasó o cómo fue, desprenderse del bebé o del chiquito que uno parió, acunó, dió de mamar, cuidó en sus enfermedades, acompañó en su maduración y adquisición de nuevas habilidades… El amor de estos padres supera al amor mismo. Es un amor desprendido, generoso y valiente. Sin recuerdos de sus padres, nunca olvidaré el día en que Noëlly recuperó sus fotografías y pudo ponerles imagen a esos nombres, su cara resplandeciente mostrando el increíble tesoro que había recuperado, conocer las caras de su mamá y de su papá.
De su mamá dos en casa de los Eloy en Achet, tiene la memoria feliz de años de juegos, mimos y tibieza. Por lo que nos cuenta Georgette, Ana y Georges, sus padres, tenían adoración por esa chiquita recibida con la misión de protegerla, alimentarla y salvarla. Y lo hicieron con alegría. Todo el pueblo sabía que era judía y hasta lo respetó el cura que, cuando Noëlly quiso hacer la comunión consideró que debían respetar su identidad. Su intención fue la mejor pero terminó siendo desgarradora para Noëlly.
Terminada la guerra, las instituciones judías fueron al rescate de los muchos niños que habían sido entregados a familias católicas para reintegrarlos a sus padres si es que hubieran sobrevivido, a sus familiares o a una familia judía que los quisiera recibir, para asegurar que volvieran a la vida judía luego del intento nazi del exterminio total. Era urgente recuperar a estos niños y devolverles sus nombres, historias y linajes. La decisión del cura de Achet señaló a Noëlly como uno de esos niños a ser rescatados. Fue una situación dolorosa, cruel e injusta pero eran años de caos y desesperación. Noëlly fue arrancada de la casa de los Eloy sin preparación alguna, sin informarle nada, sin que supiera o pudiera entender qué estaba pasando, dónde la llevaban, con quién, para qué.
Fue arrancada de su familia de origen por los nazis, los malos y luego fue arrancada de su familia salvadora por los buenos. ¡Que complicado para procesar a los 9 años!
Se puede hacer daño con las mejores intenciones. En este caso se debe al contexto histórico porque en aquellos años los niños no tenían la entidad que tienen hoy, no eran vistos como sujetos con derecho a explicaciones ni argumentaciones, eran solo adultos chiquitos que debían ser alimentados y protegidos. Si las instituciones que fueron al rescate y los Fernández hubieran sido asesorados como lo son hoy las familias que transitan la restitución de los niños apropiados por la Dictadura Militar, tal vez la historia habría sido otra y Noëlly no habría debido esperar tanto tiempo para sonreír.
Pero no fue así. Noëlly perdió a sus amados Eloy y en el trayecto hacia ese lugar ignoto y lejano que era Buenos Aires, descubrió que se llamaba Sofía y que tenía un hermano, Marcel, del que no guardaba memoria alguna. Llegaron a Buenos Aires y fueron recibidos con amor y dedicación por Roland y Adela Fernández. Coincidencias misteriosas, Adela, su mamá tres se llamaba igual que su mamá uno, Adèle.
La familia tres, era de muy buen pasar y les dió buenas escuelas, ropa delicada, cuidados y atenciones por doquier. Como sefaradíes estaban muy alejados de la comunidad ashkenazí y sabían poco o nada de lo sucedido en la Shoá, no era un tema relevante ni sabían cómo encararlo. Probablemente creyeran que el bienestar que les daban iba a ser suficiente para compensar sus pérdidas y devolverles la felicidad perdida. Pero otra vez el diablo metió la cola porque alguien, no sabemos quien, aconsejó que se cortara el contacto de Noëlly con los Eloy a quienes extrañaba en francés. El nuevo lugar, el nuevo idioma y la ausencia de información fueron un segundo desgarro que ensombrecía tanto su vida que le hacía imposible disfrutar de los beneficios de la nueva familia.
Las cosas no fueron fáciles para los Fernández dado que Marcel por otra parte tenía una alteración neurológica que determinó preocupaciones inesperadas.
Habían rescatado a estos chicos generosa y amorosamente y, a pesar de todos sus esfuerzos y dedicación, les era muy difícil apaciguar las almas de Noëlly y de Marcel.
¿Qué nos pasa a los padres cuando vemos que nuestros hijos no son todo lo felices que esperamos? ¿Cómo viven nuestros hijos nuestra conducta hacia ellos? El abandono vivido por Noëlly de su mamá uno no fue por falta de amor sino por amarla muchísimo. Los que la sacaron de la familia dos, buscaban que fuera restituida a la vida judía que le había sido robada. Su mamá tres la cuidó, protegió y alimentó y fue obediente a los consejos que recibía creyendo que ello garantizaría su felicidad.
Noëlly nos hace pensar en los grises de la conducta humana porque podemos ocasionar penas intentando hacer bien las cosas.
Muchas veces las mejores intenciones no resultan en las mejores conductas. Pero como Noëlly nos demuestra con su libro y su presencia hoy, la historia siempre puede reescribirse. Se puede hacer porque uno decide qué hacer con lo que pasó. El pasado no es un destino fatal, podemos reconstruir los datos de nuestra vida, sumar personajes y situaciones, comprender contextos y dibujar la vida que cada uno de nosotros quiere vivir.
¡Qué hermoso sería que Adèle y Salomon Ordynanc, Ana, Georges, Georgette y Julia Eloy y Adela y Roland Fernández, las tres familias de Noëlly, pudieran verla hoy, con sus hijas y nietos, sus familiares y amigos, resplandeciente, agradecida, finalmente feliz y sonriendo a la vida!