Me echaron del Paraíso. También yo decidí comer el fruto del Bien y del Mal y pensar por mi misma. La serpiente tentadora fue el imperativo moral de mantener despierto el juicio crítico y no someterme a lo que alguien - ¿Dios? ¿un partido? ¿un medio?- quiere que yo piense. Heme aquí, deportada como Adán y Eva al Este del Paraíso, avergonzada de mi desnudez y teniendo que ganarme el pan con el sudor de mi frente.
En rigor de verdad no fui echada. Me fui. Me fui solita y sabiendo que los que se autodenominan bienpensantes me harían un jerem, -así llamamos los judíos a la excomunión-, me desterrarían del Edén.
Yo también soy bienpensante. Además de lo básico, no mentir ni robar ni matar, también creo que la justicia social debe ser central en cualquier política pero no solo en declaraciones y frases movilizadoras. También creo que el poder económico es codicioso y solo busca su rédito, que no se detiene ante cosas “abstractas” como la ética o la justicia sino que opera a través de ellas, las usa y bastardea.
¿Cuál es el Paraíso del que estoy desterrada? El Paraíso de los bienpensantes de la antigua izquierda que siguen reconociéndose por ese nombre aunque cada vez sea más oscuro a qué principios representan. Pero están convencidos de que su mirada y su camino son los únicos. Parte de ellos en su momento apoyó a Videla y otros hoy apoyan de manera incondicional y maniquea al anterior gobierno. Hablan en nombre de los pobres, de los desposeídos, de los impotentes, a quienes pretenden empoderar y elevar en su condición de vida con trabajo, educación y salud para todos, defensa de los derechos humanos, desarrollo de la ciencia y la industria. ¿Quién puede no estar de acuerdo con estos propósitos? Yo lo estoy, cien por ciento. Algunos fueron cumplidos en el gobierno anterior, como la política de DDHH y la de la ciencia y lo aplaudo toda vez que puedo. Lo curioso es que hay quienes, en el apoyo a estas mismas cosas y con el afán de que continúen, han suspendido su juicio crítico ante tantos desaguisados que vinieron en la misma canasta; aceptaron mansamente los robos, la corrupción, las presiones al poder judicial y a los medios, la subsidiarización que aseguraba los votos, el aislamiento internacional, el establecimiento de una entente con Venezuela e Irán, las mentiras, los ocultamientos, el lavado de dinero, la droga. No solo lo aceptaban sino que lo justificaban con la flagrante autoacusación de que “para hacer política hay que hacer caja”.
El fin no justifica los medios. Todas las utopías del siglo XX apelaron a la indignidad, al atropello y a la muerte para tratar de concretar sus loables propósitos para el pueblo. El stalinismo y el nazismo, por mencionar solo a dos, asesinaron a millones por el bien de la sociedad, por el pueblo. Porque siempre se trata del pueblo. Ese concepto sagrado y tabú, supuesta posesión exclusiva de los bienpensantes, que las más de las veces fue pretexto para cuanta indignidad y abyección se pueda uno imaginar pero que a la hora del discurso seductor endulza los oídos y rinde sus frutos.
En “La vida de Brian”, la película de Monty Python de 1979, los rebeldes judíos decididos a enfrentar al Imperio Romano deben elegir un nombre. “Movimiento judío popular”, “Movimiento popular judío para la liberación”, “Judíos junto al pueblo”, “Movimiento de liberación del pueblo judío”, “Movimiento de lucha por la libertad popular”, y así sucesivamente, se van desgranando nombres mientras el ejército se acerca. El remate de la escena es aquel dirigente que dice: “¡Levantémonos y vayan!”.
Y así está nuestro pueblo y la mayoría de los pueblos del mundo que siguen esperando trabajo, salud y educación mientras los preclaros voceros del pueblo discuten eternamente dibujando fronteras de limpieza étnica entre amigos y enemigos. O algunos, cuando acceden al poder político lo colonizan como propio y se creen con derecho a hacer de las suyas sin tener que rendir cuentas. ¡Claro! Lo hacen por el pueblo.
Pobre el pueblo.
En ese Paraíso del que fui echada tengo amigos queridos, familiares, gente que aprecio y que respeto. Para algunos he pasado de ser una persona considerada y apreciada a una bruja medieval poseída por algún demonio altamente contagioso, me acusan de haberlos traicionado, de haberme alejado de las filas del bien para torcerme rumbo a la derecha caníbal, xenófoba y capitalista.
Algunos se sorprendieron de que mi nombre estuviera en la solicitada. Sorpresa porque “acompañaba a notorios antisemitas” -sic-, no sé quiénes serían pero sí sé que antisemitas hay en todos lados. Sorpresa porque le hubiera creído a “un periodista arrogante” - sic-, como si hubiera sucumbido ingenuamente ante campañas mediáticas y no pudiera o no supiera pensar por mí misma. Sorpresa porque ¿cómo firmaba en contra de alguien como Daniel Rafecas que “tenía como tema el Holocausto, escribió un libro, hizo un seminario en Yad Vashem, enseña sobre ello?” -sic-, todo lo cual es cierto y por ello estuve muy cerca suyo todos estos años. Pero eso no justifica su fallo desestimando la denuncia de Nisman; por el contrario, para mí y para muchos sobrevivientes del Holocausto que lo veneraban, lo ensombrece porque su compromiso era más fuerte que el de otros jueces.
Una querida amiga se sintió muy herida con mi decisión y me dijo que “había pasado la raya”.
La raya, querida amiga, se viene pasando hace rato.
La raya se pasó con la bomba que destruyó la embajada de Israel y mató a 22 personas y sigue impune.
La raya se pasó con la bomba que destruyó la AMIA y mató a 85 personas y sigue impune.
La raya se pasó con el encubrimiento de la conexión local y la internacional.
La raya se pasó con el pacto con Iran luego de que el gobierno mismo declarara ante la UN su oposición al terrorismo generado en ese país.
La raya se pasó con la muerte -¿asesinato?- de Nisman haciendo imposible su comparecencia ante el Congreso para dar cuenta de su denuncia contra la ex presidenta y el ex canciller.
La raya se pasó con el fallo de desestimación de la denuncia.
La raya se pasó cuando Rafecas se negó a la reapertura del caso.
La raya se pasó todas esas veces.
Sí, pasé la raya, la pasé cuando sentí que para mí era basta.
Sabía que mi decisión de firmar tendría consecuencias. No firmé en un arrebato de inconsciencia sino después de pensármelo mucho. Daniel Rafecas también lo sabía cuando decidió su fallo y también se lo pensó mucho.
Y acá estoy.
En el Este del Paraíso.
Y desde el Este es que se puede ver el nacimiento del sol.