Papas y rabinos, libro de Rudy

El universo tsurembergueano creado por Rudy. (Prólogo)

El shtetl[1]. Rudy nunca estuvo en un shtetl. Como casi ninguno de nosotros. Los shtetlaj dejaron de existir poco después de la Primera Guerra Mundial cuando el imparable progreso llegó hasta los más pequeños villorrios alejados. El positivismo y la tecnología de la mano de la radio, el teléfono, los libros, el activismo político, el teatro, el cine, irrumpieron en los caseríos de la Europa oriental cambiando para siempre lo que ahora idílicamente se añora. Los emigrantes de entonces guardaron los shtetlaj en sus memorias tal como los habían conocido y los mantuvieron vivos en sus relatos, intactos en la quieta eternidad acariciada por la nostalgia. Pero el artificio de mantener un hecho inmóvil sólo sucede en la imaginación y abre un doble territorio de realidad. Por un lado, el lugar siguió viviendo, con la gente que permaneció allí, modificándose, lugar y gente. Por el otro, nació un lugar, narrado, recordado y revivido por siempre, guardado por los que se fueron, sin cambios, suspendido en la añoranza. Este retrato mítico y nostálgico fue el que transmitieron a su descendencia. Experiencia reiterada de la migrancia pues lo mismo ha sucedido con los otros pueblos inmigrantes venidos de la Europa de comienzos del siglo pasado. Cuentan, por ejemplo, los hijos y nietos de gallegos que vuelven hoy a las aldeas de sus mayores, el impacto que les produce el encuentro de la pujante Europa del siglo XXI, tan lejos de lo que fuera la añorada y pobre aldea, tan distante de los relatos escuchados, tan diferente y a menudo, tan extraño.

En el caso de los shtetlaj judíos sólo quedaron “vivos” los que se volvieron relatos. Los verdaderos, los que llegaron hasta el primer tercio del siglo XX, a poco de empezar a cambiar fueron destruidos, sus objetos, sus monumentos y testimonios, sus habitantes, sus testigos y relatores, convertidos en cenizas en la locura desatada en Europa contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Los shtetlaj formaron parte de las cinco mil comunidades judías arrasadas por la Shoá. Los judíos que allí vivían fueron masacrados y el dar testimonio de su existencia se transformó en una misión para los que se había ido. Los shtetlaj siguen vivos merced a estos relatos que transmitieron a hijos y nietos, nacidos ya en otro mundo, con la nostalgia del terruño y la cultura perdidos. Esta nostalgia, esta persistencia, esta verdad, está retratada en el entrañable Tsúremberg[2], cuyo segundo volumen de crónicas sigue a continuación.

Hermana menor de Kasrílevke, la aldea eternizada por Sholem Aleijem, habitada por gente pobre pero alegre[3], encontramos en la Tsúremberg de Rudy unos personajes que se nos parecen mucho y que viven en aquel medio añorado, con sus/nuestros mismos conflictos, sueños, pesares, amores y esperanzas. Ubicados Allá, en aquel lugar que no hemos visto ni vivido, nos hablan en un idioma familiarmente evocador, el idioma del lugar de donde venimos. Sueña, teje, imagina, inventa, vuela y construye un Tsúremberg habitado por tsúrelej[4] vestidos de nuestras miserias y silencios, nuestras músicas y esperanzas. Tsúremberg está Allá. Pero también está acá. No sólo porque los problemas, las penas, los tsures, son el bien mejor distribuido del planeta. Nos invita a visitar un mundo que fue pero que ya no está. Y sin embargo –he aquí su encanto- está, lo llevamos puesto. Ha conseguido, por arte de magia, tocar un rincón de identidad en el que nos vemos retratados.

Buenos Aires, siglo XXI. Los tsúrelej somos nosotros, aquí, en Buenos Aires, no sólo los judíos pero especialmente los judíos. Retóricos, verseros, argumentadores, laicos, seculares o irreverentes, buscadores de fe y de salvadores, convocadores de misterios, tan parecidos a estos antepasados míticos, tan talmúdicos, vulnerables y tiernos, tan crédulos en nuestra esperanza y descreídos en nuestras posibilidades, tan contradictoriamente iguales a través del tiempo. También vivimos preocupados por los pogroms, esa nube negra amenazadora que puede sobrevenir sorpresivamente disfrazada de dictaduras militares, AMIAs, corralitos o de mentiras y latrocinios multicolores varios, corporizados en los zares –metáfora de los poderosos/intocables/absolutos-, contra los que no hay forma de defenderse.

Las noticias se derramaban a la ligerísima velocidad del rumor en Tsúremberg y generaban innumerables discusiones y argumentaciones. En los viejos shtetlaj, cada novedad era una potencial amenaza. Cualquier invento, decreto, rumor o cosa nueva era recibido con el consabido: “¿Eso es bueno para los judíos?” Sabían en carne propia sobre su perpetua transitoriedad –desgraciadamente no sólo en sentido filosófico-. Duramente habían aprendido que si los caprichosos poderes de turno les dirigían alguna atención no era para nada bueno, en consecuencia, ante cualquier novedad había que ponerse en guardia. El pogrom tiene una presencia trágica, en el sentido de eterna y fatal, sin discusión, dada, con el peso del destino, aparece a todo lo largo del texto, en comparaciones, a veces en comentarios marginales. Se resumen aquí todos los males posibles. En un mundo que aún desconocía lo que sobrevendría con la Shoá, era el pogrom el absoluto del Mal. Nuestros pogroms y zares tiene hoy otras caras, pero bien que comprendemos a los pobres e inocentes tsúrelej que, en manos de Rudy, más que violinistas en el tejado hacen malabares con papas parados en un pie sobre el borde de una cornisa.

Rudy reformula refranes y maldiciones y nos inventa un nuevo espejo. Como en los mapas de Guillermo Kuitka que siguen recorridos geográficos imposibles, mezclando localidades en colchones desgastados, estos universos recreados por Rudy se nos enredan en el alma, tan fácilmente reconocibles en sus amores y odios, envidias y sueños, ideologías y tradiciones, progreso y ciencia. Este Tsúremberg parece haber crecido con los pies firmemente apoyados en Buenos Aires. Nuestra particular cultura, preocupaciones y sabores se filtran y condimentan en cada palabra. Imagino a Rudy en el Ramos, o La Paz, La Comedia, El Coto o El Florida, bares de mi adolescencia y juventud. Veo las mesas rodeadas de jóvenes barbudos fumando con fervor y chicas de pelo batido y ojos lánguidos, libros, apuntes, gestos enérgicos, discusiones, las palabras recién horneadas del último “maestro” de Francia, el más revolucionario, el más críptico, el más provocador, la intelectualidad narcisista y bohemia, El Lorraine y los ciclos de Antonioni o Bergman. Las crónicas de Tsúremberg traen de vuelta las discusiones de política, el psicoanálisis, las argumentaciones, la ingenua convicción y soñada ilusión de estar a la vera del gran cambio del mundo. Un mundo que, igual que Tsúremberg, quedó atrás, en el recuerdo y la nostalgia. Y nos fuimos poniendo viejos.

El idioma. Quien haya leído el primer volumen, “La circuncisión de Berta” (si no lo hizo, corra ya mismo a comprarlo), está familiarizado con lo que sucede en sus páginas con el idioma y que señalara EliahuToker en su prólogo. Está escrito en castellano pero se oye en idish. ¿Cómo se llamará este idioma? ¿Castellidish?, ¿idishllano?, ¿idishino?, ¿argenidish?, ¿idioñol?, ¿espanidish?. El texto está en castellano, con su ortografía y sintaxis mantenida y correcta, las palabras y las ideas son brotes del cemento de Buenos Aires, de una clase media deteriorada y empobrecida y su particular forma de vivir lo judío. Pero la melodía que se oye es el idish. Como aquella maravilla de creatividad gestada por Les Luthiers cuando combinaron una quena, un charango y un bombo con una orquesta de cuerdas alternando un carnavalito con un “concerto” barroco[5], el idioma en el que transcurren las crónicas de Tsúremberg, combina las palabras, la sintaxis y la conjugación del castellano, con la melodía, la gracia, el desparpajo y la intención del idish. Lo judío de la Europa oriental transplantado al sur de nuestra América del Sur, lo judío en clave de cultura, de cosmovisión, lo judío hecho literatura, teatro, chistes, formas de hablar, formas de sentir, formas de pensar. Esa modalidad argentina de vivir y ser judío que nos es tan particular y que difícilmente se encuentra en otras latitudes. Letra y música, música y letra. La palabra misma Tsúremberg, es una resultante de esta confluencia. Si fuera una trasliteración del improbable término en idish, habría sido “Tsúrenberg”, con “n” que es la terminación correcta en idish. Dado que la escritura es en castellano y como todos sabemos antes de “p” o “b”, nunca va “n” sino “m”... este querido shtetl se llama Tsúremberg. Lo dicho: castellidish.

La pobreza judía. La pobreza es una de las grandes protagonistas de esta comedia humana, uno de sus ejes centrales. Ya había desbaratado uno de los ingredientes del prejuicio antijudío con el temido pogrom que contradice la acusación del judío “sinárquico organizador de complots mundiales.” A ello se agrega otro ingrediente del estereotipo, la suposición de que los judíos, todos los judíos, son ricos (usureros, miserables, explotadores). Claro que hay judíos ricos, como hay italianos ricos, españoles, armenios, alemanes... pero también los hay pobres, y no son pocos. El tema de la pobreza judía fue sacado a luz hace no muchos años por el servicio social de AMIA para sorpresa incluso de no pocos judíos argentinos. Hacer a la pobreza judía protagonista y tejer con ello una trama colorida puede ser hasta una proposición política que nos cuenta otra historia sobre nosotros mismos. Encara con valentía y frescura la búsqueda de dinero, esa “valija llena de sueños”, protagonista desde su ausencia. El dinero, medio móvil por excelencia, permitiría, además de vivir mejor –lo que para un típico tsúrele significa dedicarse sólo a estudiar la Torá- escapar cuando fuera preciso. Y tarde o temprano lo será. La falta de dinero y la papa, la única posesión de Tsúremberg, nos hablan de la inventiva ante la adversidad. La papa, el producto americano que prosperó en Europa y constituyó la base de su alimentación popular, es al shtetl lo que “lo arreglamo con un poquito de alambre” es a nosotros, testigos y actores en esta comedia de eternas improvisaciones. Pogroms, zares y papas terminan siendo analogías de otros tsures que pueden evocarse junto al sonido del afilador de cuchillos que pasaba a la hora de la siesta soplando la flauta de Pan.

La conversación. Frente a la definición negativa de lo judío, es de resaltar lo positivo de lo judío que hay en estas crónicas. La inventiva para superar los desafíos, la creatividad para salir adelante ante carencias y dificultades, la alegría de vivir, los valores de la familia y la lealtad al grupo, la importancia del uso de la lógica, el razonamiento y la argumentación. Y el aventurado cronista lo hace como corresponde, con preguntas y réplicas, repreguntas y contrarréplicas, manteniendo vivo el arte de la conversación y la discusión, tan propio de lo judío, conversación de transcurso particular dado que no pretende llegar a conclusiones ni tener razón, tan solo la continuación del juego, que la conversación siga. Define en el delicioso capítulo “El cartel” a los judíos como “un pueblo que discute entre ellos y se defiende de los demás”.

Los nombres. A la desopilante lista de nombres del primer tomo, Rudy agregó varias nuevos, desopilantes, imaginativos y tiernos. A los ya conocidos como, por ejemplo, Erinque Groistsures[6], Motl Gueltindrerd[7] –el emprede(u)dor- Pílequele, Kíjele, Beigale, Tzibele, Kiguele[8] –los chicos de Tsúremberg-, suma ahora los nuevos personajes o persotsures como por ejemplo Hershel Cloranfenikolsky, Kolnidre Medarfloifn,[9] Reb Latque Gutekartofel[10]. A los shtetlaj “antiguos” de Vuguéistemberg[11], Lomirkvechn[12] y Gueshtorbeneshpilke[13] agrega Guerátevetkétzale[14], Chuprinemaine[15]. Ya el Tsúreldique Tzaitung no está solo pues ha venido a acompañarlo el Naie Linkeraje[16]. El glosario del final, es un capítulo en sí mismo, recopilación del ingenio desplegado en todas las páginas y aguda síntesis de las proposiciones humorísticas (es decir, cosas serias vestidas de saltimbanqui). Cuando llegue allí, tenga a mano alguna bobe o algún zeide[17] para que le ayude a traducir y a disfrutar cada una de las invenciones. Si no lo tiene, llámeme que disfrutaré junto a usted de volver a reírme de nosotros mismos.

Relatos con historia. Como hizo Víctor Hugo en “Los miserables”, comienza varios de los capítulos con un relato que pone en contexto histórico el texto posterior, contándonos parte de la historia del pueblo judío, de un modo claro, sencillo, sintético y desenfadado. Por ejemplo en el capítulo en el que Shloime Gueshijte[18] se dirige al juez Honorable Kapoc Czwczczczecztskn (sí, impronunciable, como son impronunciables muchos apellidos eslavos y como es impronunciable el lugar del poder omnímodo y autosuficiente en una retórica florida que revela su impotencia) con la argumentación con la que pretende liberar a su hijo preso por manifestar con una bandera roja, me evoca el viejo chiste judío de la mujer que le reclama a su vecina que la olla que le devolvió estaba rota, a lo que la primera argumentó: “primero, la olla que me prestaste y te devolví estaba sana; segundo, la olla ya estaba rota cuando me la prestaste y tercero, nunca me prestaste una olla”.

El lugar del inocente. Los tsúrelej hablan con la ingenuidad y falta de malicia del niño del cuento de Perrault, el de los trajes nuevos del emperador, que ignora que debe hacer como que no ve lo que sus ojos le revelan, dice en voz alta “pero... el emperador está desnudo” y desnuda la hipocresía disfrazada de sofisticación y savoir faire. En el desopilante diálogo sobre Moisés se las ingenia para que los niños pregunten sobre la lucha de clases, desnudando consignas que todos hemos oído, frases hechas que se repiten sin comprender, ataca el tema de los dogmas, los estereotipos y cómo se estrellan contra la lógica de la sensatez y la cotidianeidad. Puede decir, gracias al artilugio de ponerlo en boca de niños y de niños tsurelianos, cosas que no suenan políticamente correctas y que exhiben crudamente lo manipulativo de las simplificaciones panfletarias vacías de contenidos. “Moisés tenía conciencia”. “De que era un príncipe?”. “No, de que era proletario”, “Pero si acabás de decir que vivía como un príncipe! Cuando un proletario adquiere conciencia de clase se vuelve más proletario todavía, pero si un príncipe adquiere conciencia de clase, ¿no debería volverse más príncipe?”.

Y más. Reescribe parte de la historia judía, bromea no sólo con el psicoanálisis sino también con figuras reconocidas de la historia universal – como el Edipo y la tragedia -, reflexiona sobre la guerra, sobre la injusticia, y hasta nos da recetas de cocina –todas con papas y cebollas, por supuesto -. Resume la ética judía de manera simple y concluyente cuando dice por ejemplo que “cada tsúrele, cada lomirkvéchale[19], cada judío de cada shtetl se sentía personalmente responsable del buen funcionamiento del universo”. En el más cabal sentido aristotélico, estas crónicas son una comedia, habitada por personas como nosotros, con quienes nos podemos identificar, cariñosamente, en nuestra más amable y vulnerable humanidad.

El humor judeo-argentino[20]. Rudy ha abierto una nueva puerta al humor judeo argentino. Y lo hace sin mencionar a la Argentina (salvo como destino de la emigración bajo el nombre de Gute Shtinken[21]).

El humor judeo-argentino tiene antecedentes de nota. Por mencionar unos pocos, Jorge Schussheim en algunas ingeniosas y tiernas evocaciones de lo judío de su infancia, Tato Bores, lo cierto es que no ha habido hasta ahora nada que se propusiera como EL humor judeo-argentino. Tal vez ello se deba –en mi particular visión- a la muy reciente exposición de los judíos luego de decenas de años de cauteloso resguardo. Hasta el nefasto atentado a nuestra mutual, la AMIA, manteníamos en general una reserva, una cierta opacidad a los ojos de la sociedad en general. Si ni siquiera nos llamábamos “judíos”. La misma mutual se llamó “israelita” (Asociación Mutual Israelita Argentina) y recién después del atentado asumió la palabra “judía” en su logo. Como bien dijo el Dr José Itzigshon, el atentado derribó también muros invisibles en la relación de los judíos con la comunidad en general. En los Estados Unidos, por otra parte, Woody Allen y Billy Cristal, por citar a dos de los más conocidos, forman parte de un grupo de humoristas que han expresado y transmitido lo judío en la confluencia con lo norteamericano y han creado una manera particular de hacer humor que suele tomarse como típico del humor judío en general. Se trata sin embargo del sabor y el color de la idiosincrasia judía desarrollada en los Estados Unidos y que ha tenido una importante difusión en el cine, en libros, en la televisión –con, por ejemplo, el personaje de The Nanny - La niñera.

Rudy marca un hito con estas crónicas en la confluencia de lo judío con lo argentino, y nos habla de la agridulce y salpimentada identidad judeo-argentina en unos textos que tienen la virtud de hablarnos de nosotros, de las cosas que nos importan, en un idioma que entendemos, desde un lugar que nos es añoradamente familiar.

Ñatishe Jaknishtmerachaiñik[22] (fuera de Tsúremberg: Diana Wang)



[1] Sthetl: villorio, aldehuela.

[2] Tsúremberg: nombre ficticio formado por “tsure”, propiamente problemas, complicaciones y “berg”, monte, o sea “monte de los problemas”.

[3] Tomado del prólogo de Eliahu Toker para el primer volumen “La circuncisión de Berta y otras crónicas de Tsúremberg”, Astralib, marzo 2004.

[4] tsúrelej: palabra ficticia para denominar a los habitantes de Tsúremberg. La terminación “j” es una de las formas del plural en idish (de ahí también el plural de shtetl es shtetlaj).

[5] Concerto Grosso alla Rústica (En: “Sonamos pese a todo” Vol I, sept. 1971)

[6] Erinque Groistsures: Arenque Grandesproblemas

[7] Motl Gueltindred: Marquitos Dineroperdido

[8] Pílequele, Kíjele, Beigale, Tzibele, Kiguele: Pelotita, Galletita, Masita, Cebollita, Buñuelito

[9] Kolnidre Medarfloifn: Kolnidre (hebreo: todas las promesas), oración de Iom Kipur - Día del Perdón -, Medarfloifn: Hayquehuir

[10] Latque Gutekartofl: Buñuelo Papabuena

[11] Vugueistemberg: Vu: dónde, gueiste: vas, o sea, Monte de Adónde Vas

[12] Lomirkvechn: Apretémosnos

[13] Gueshtorbeneshpilke: Alfiler muerto

[14] Guerátevertkétzale: Gatito Salvado

[15] Chuprinemaine: Mi Chuprine

[16] Tsúreldique Tzaitung; el Diario de Tsúremberg, Naie Linkeraje: Nuevo Izquierdaje

[17] Bobe: abuela, Zeide: abuelo

[18] Shloime Gueshijte: Salomón Historia

[19] tsúrele, lomirkvéchale: habitantes, respectivamente, de Tsúremberg y de Lomirkvechn

[20] En realidad debería llamarla judeo-porteño, o judeo-bonaerense dado que corresponde a la vida urbana judía desarrollada principalmente en Buenos Aires. Como en tantas otras cosas, se toma Buenos Aires como si fuera LO argentino. Tomo la denominación judeo-argentino siguiendo lo que se estila, por ejemplo con el humor judío proveniente de Estados Unidos que, aunque se origina en los judíos de Nueva York, se lo conoce como judeo-norteamericano.

Por otra parte, ¿a qué llamamos humor judío? ¿al hecho por judíos? ¿sobre judíos? ¿con temas judíos? O ¿en un estilo judío? Aquí uní todo en un manojo y llamé judío al humor hecho por humoristas judíos sobre temas judíos con protagonistas judíos en un estilo judío.

[21] Gute Shtinken: Buenos Olores

[22] Ñatishe Jaknishtmerachaiñik: Ñatishe, de “ñata” que evoca “nárishe”, tonta, Jaknishtmer, no golpees más, a chaiñik, la pava, o sea, Ñatonta Norrompasmás