¿Y Dónde Están las Mujeres?

Llenan conferencias, coros, talleres literarios, grupos, actividades múltiples, pero brillan por su ausencia en los lugares de conducción. Se revela una vez más, lo que ya conocemos en diferentes áreas y esferas de acción pública: la ausencia casi total de mujeres. Aunque no se trata de un problema exclusivo de las instituciones judías, los judíos particularmente no podemos darnos el lujo hacer la vista a un costado cuando se deja de lado a un grupo humano. Tomé a título de ejemplo, los listados de candidatos propuestos para la reciente elección de autoridades de la AMIA. Del total de candidatos de las 4 listas sumadas, el 13% correspondió a mujeres. El porcentaje se reduce aún más para los cargos titulares, sólo un 9% y por orden de aparición, figuran muy lejos de los primeros lugares. (Abajo, para quién le interese, los crudos números, lista por lista) (1)

El estereotipo de hombre=cosa-pública y mujer=esfera-privada, es desafiado por el estilo femenino que está siendo valorado por su forma particular de percepción, comprensión y abordaje, su cosmovisión, diferente de la masculina, que debieran complementarse y potenciarse mutuamente. El estilo de diálogo entre lo intelectual y lo emocional que caracteriza lo femenino, está siendo crecientemente requerido en los medios académicos, políticos, sociales y laborales. No todavía en las instituciones comunitarias.

Pilar Rahola (2), una ferviente luchadora por el lugar de la mujer y que suele convocar multitudes en sus visitas a la Argentina, dice: “el poder es masculino, quizás es la isla más indómita de masculinidad, el último trono de absoluto dominio, defendido con uñas y dientes contra la mancha de aceite femenina. … Y dentro del poder, el poder del pensamiento. El pensamiento es hombre en sentido puro, masculinidad en la medida que solo lo masculino tiene derecho a la inteligencia, al éxito y al prestigio. …. las mujeres del pensamiento no pintan casi nada, no son nunca escuchadas, por supuesto nunca son llamadas a gloria institucional y, si existen en alguna asesoría perdida, lo son casi por inercia de cuota. ¿Toca mujer en la era de las mujeres? Pongamos una que quede bien en el decorado de lo políticamente correcto..” Suena fuerte pero se confirma en las estadísticas que están abajo, observen como aumenta el porcentaje de mujeres en los cargos suplentes, los que no importan, los de “relleno”. Sigo con la cita de Pilar: “Pero pensar que las mujeres piensan, que hay un pensamiento escrito en mayúsculas y escrito en femenino, eso no lo piensa casi nadie en este país. Ellos son los llamados a pensar sobre el mundo, sus contradicciones, sus sociedades, sus religiones, sus mitos, sus liturgias, sus… Y nosotras, que hemos conseguido dejar de fregar el suelo de las ideas –para algo se inventó la fregona-, ahora nos hemos convertido en las florecitas del paisaje. ….”

Florecitas del paisaje. Bonitas, elegantes, perfumadas, sonrientes y en silencio. ¿Por qué están tan ausentes en los puestos de conducción, por ejemplo en las escuelas? Si son las que van y vienen con los chicos y cae sobre ellas mayormente la responsabilidad de su escolaridad, ¿por qué son tan pocas las que están en las comisiones directivas de las instituciones educativas? ¿y en los countries? ¿es que no les gusta, no quieren, no les interesa? ¿es que no son invitadas, respetadas, consideradas?

No hago mía una cierta argumentación feminista que atribuye todo al machismo acendrado y autoritario. Creo que se trata de un fenómeno más complejo, una cuestión cultural que seguimos construyendo y manteniendo juntos, hombres y mujeres como colectivos sociales. Veamos algunos argumentos.

Tal vez muchos hombres se sientan cómodos en los juegos de conquista, política y poder, ese mundo masculino con sus olores y códigos, sus licencias, su idioma y reglas, al estilo de los clubes ingleses elitistas y exclusivos donde se habla de política y economía, de la pasión por el fútbol, un mundo en el que se compite por los alcances de la cuenta de banco, del coche o de algún adminículo corporal y donde las mujeres, no sólo no tienen cabida, sino que están, por definición, absolutamente de más. Tal vez algunos precisen del alimento narcisista de imaginarse trascendentes, de codearse con importantes, de recibir honores y pisar alguna alfombra roja y tener el honor de no precisar mostrar los documentos. Tal vez otros sientan el compromiso genuino de hacer algo por los demás, de dejar su impronta en el mundo cumpliendo su destino de trascendencia. También puede suceder que haya algunos que simplemente quieran tener algo que hacer, donde ir, después del trabajo porque no es su casa un lugar suficientemente realimentador de su autoestima.

Lo cierto es que, sea por las razones que fuere, en ese club tradicional de saco y corbata, los hombres hablan entre sí, buscando mutua aprobación y aceptación. Felices de sentirse en tareas trascendentes, en lugares de importancia, más de uno tal vez no advierta que su mujer lo prefiera estando allí, entretenido, antes que perdido en casa, aburrido, y visualizando ante sí el amenazante tobogán de la depresión.

Una mujer que formaba parte de una comisión directiva mayoritariamente masculina y donde su presencia pasaba desapercibida, se preguntó si su inclusión servía para probar que la institución no era machista, igual que aquellas instituciones que incluyen judíos para mostrar que no son antisemitas. Dura pregunta, tanto para los hombres como para las mujeres. Pero veamos cómo colaboran éstas últimas en este estado de cosas.

Como miembros de la misma sociedad, también las mujeres estamos educadas para reinar en el mundo del hogar, no en el mundo de lo público. Este último sigue reglas de conducta masculinas, de modo que si una mujer llega allí no puede conducirse de manera femenina: el poder es masculino, luego, para ejercerlo debe masculinizarse. Las mujeres no parecemos tener este tipo de ambiciones ni apetencias por los juegos de poder, de un poder definido por un patrón machista. Conocemos la tarea sin embargo, y muy bien, porque organizar, gestionar, hacer las cosas posibles todos los días es lo que solemos hacer habitualmente en nuestras casas. ¿Qué cambia en los puestos institucionales que nos ahuyenta?

Quizá nos sintamos menos cómodas en el mundo de la esgrima política, de la conquista de espacios de poder, su sostenimiento, las alianzas y comidillas, los renuncios, en pos de momentos de gloria –que sabemos efímeros-. Frente al juego masculino del poder público, el nuestro parece ser el pequeño juego de las minucias y los detalles, de las concreciones, las relaciones interpersonales. La mujer tiene otra forma de actuar y de pensar, incluye lo emocional, se interesa en las relaciones interpersonales, está atenta a las miradas, a las intenciones, a lo sutil de la comunicación. Todo ello nos habilita para proponer tal vez una forma diferente de pensar y dirimir los problemas. Pero encontramos una fuerte resistencia.

La forma masculina, la que ha dominado el espacio resolutivo y las grandes decisiones gubernamentales, guerreras, conquistadoras, institucionales, sigue la lógica de los juegos de guerra, que genera universos de vencedores y vencidos, alternancias en el lugar del ganador, ansias de ocuparlo y estrategias para desplazar al oponente. La forma femenina, escasamente asumida en los espacios públicos, sigue la lógica de la interdependencia, de la colaboración, el equipo y el consenso, al estilo de las sociedades matriciales. Ambos niveles podrían ser complementarios en los distintos momentos de las gestiones, es decir, sin ser iguales, son igualmente necesarios. El tóxico que impide pensar y considerar a la mujer como miembro necesario lo introduce la adjudicación de un valor, cuando uno es superior y otro es inferior, uno –el masculino- valorado y el otro –el femenino- despreciado. No es “luchar como un hombre” de lo que se trata, sino de “trabajar como una mujer”, con nuestras características propias, nuestra mirada sincrética, capacidad de revitalización y empuje. Está siendo hora de abordar un cambio. No al estilo masculino según las leyes de ganar o perder sino al estilo femenino: compartido y dialogado, o si no, no será.

En palabras de Pilar: “¿Se darán cuenta de una vez que lo más revolucionario del pensamiento actual es la incorporación del pensamiento femenino? ¿Se darán cuenta que, sin él, el pensamiento moderno pasa a ser radicalmente antiguo? ¿Radicalmente inútil? … Acabo expresando mi pudor por la reflexión. Siempre que una apela a este tipo de cosas tiene miedo de parecer que pide algo. Forma parte del complejo de culpa que arrastramos las mujeres desde la Biblia. Los hombres nunca tienen ese pudor. Bien, pues sí: pido algo. Pido que también los hombres se saquen de una vez por todas, de la cabeza, ese pene dominante que durante siglos los ha hecho excluyentes. Pido que entiendan que, como dijo Mitterrand, “el hombre del siglo XXI será mujer”, y sin esa mujer el siglo no se entiende. Pido mujeres en el pensamiento oficial, y en el alternativo y en el marginal. Pido que las mujeres que ahí están, además de estar, se noten.”

Tiene razón Pilar cuando menciona el pudor de pedir, porque el que otorga es visto como superior y el que pide como inferior. Pero si lo pensamos como un pedido dirigido tanto a hombres como a mujeres, no existe la jerarquía desvalorizada y el pedido se vuelve una proclama. Le propongo un acertijo estimado/a lector/a: Un hombre que viajaba con su pequeña hija tiene un accidente de coche. El hombre muere y la niña queda en estado desesperante. Los cirujanos del hospital provincial dicen que la única persona profesionalmente capacitada para una cirugía de tanta complejidad no puede hacerlo porque le es demasiado próxima. ¿De quién se trata? Tómese su tiempo para pensarlo antes de leer la respuesta (3).

Nos espera mucho trabajo. Aires nuevos en nuestra comunidad, respuestas creativas frente a los desafíos presentes requieren tal vez del cambio sustancial de enfoque, el que podamos traer las mujeres con nuestra revolucionaria capacidad de combinar los niveles intelectuales y emocionales. Pero debemos trabajar en la instalación de estas ideas, tanto en los hombres como en las mujeres. No nos olvidemos que somos nosotras –ya lo decía Esther Vilar, ¿se acuerdan de “El varón domado”?- las encargadas de la educación en la familia, las que transmitimos y perpetuamos el lugar de lo masculino y lo femenino en la sociedad.

Termino con otra cita de Pilar: “Estoy plenamente convencida que la mujer va a cambiar, para siempre, cuando se normalice su papel social, el curso de la historia. Y creo también que lo único nuevo del pensamiento global, es la incorporación del caudal revolucionario emotivo, al motor arrollador de la inteligencia. De eso se trata cuando hablamos en femenino y a eso nos referimos cuando aseguramos que esto que está ocurriendo –la suma explosiva de lo sentimental y lo intelectual- es nuevo, catártico, creativo y grande.”

La Humanidad posee dos alas: una es la mujer, la otra el hombre. Hasta que las dos alas no estén igualmente desarrolladas, LA HUMANIDAD NO PODRÁ VOLAR

(1) Para 113 cargos, 90 cargos titulares y 24 suplentes, 456 personas postuladas. Total de mujeres 60, o sea 13%, 9% para cargos titulares y 28% para suplentes.

EN PORCENTAJES

SEGÚN Nº DE ORDEN

TOTAL

TITULARES

SUPLENTES

PRIMERA

SIGUIENTE

LISTA 1

0%

0%

0%

--------------

------------

LISTA 2

28%

23%

50%

18ª

LISTA 3

17.5%

9%

50%

21ª

30ª

LISTA 4

7%

4.5%

16%

48ª

64ª

(2)Textos de Pilar Rahola tomados de sus artículos: “El pensamiento lleva pene” y “Julia, la inteligencia emocional”.

(3) Es la madre. Si lo descubrió, felicitaciones. Si no, no se preocupe, casi nadie lo hace: parece muy difícil pensar que una mujer pueda ser la única cirujana capacitada, ¿no es verdad? Lo dicho, nos espera mucho trabajo.