El tenedor de libros de Auschwitz

Por Matthias Geyer - Traducción: Diana Wang El oficial SS Oskar Gröning sirvió durante dos años en el campo de concentración Auschwitz. Contaba el dinero de los judíos muertos y estaba de guardia en la rampa cuando los trenes de carga descargaban su desdichada carga humana. Dice que no ha cometido ningún delito. Durante los últimos sesenta años, Gröning ha buscado otra forma de llamar a la culpa.

Los pájaros están cantando en el exterior; una suave y tibia brisa viene del jardín y entra delicadamente al living. Un hombre viejo, alto y poderoso, con su pelo blanco y ojos azules, está sentado en un sillón cerca del hogar. Tres ángeles se ven bordados en un mantel. El hombre apoya su pierna derecha sobre un banquito. Es apacible, calmado y habla suavemente sobre la historia del hombre que una vez fue. "Llegó un nuevo embarque. Había sido asignado a la rampa y mi trabajo era cuidar el equipaje. Los judíos ya habían sido llevados de allí. A mi alrededor el piso estaba cubierto de basura, restos de pertenencias desparramadas. De pronto escuché el llanto de un bebé. Yacía sobre la rampa envuelto en trapos. Una madre lo había dejado tal vez porque sabía que las mujeres con niños eran enviadas inmediatamente a las cámaras de gas. Vi a otro soldado SS soldado tomar al bebé por los pies. El llanto le había molestado. Estrelló la cabeza del niño contra el borde de hierro de una carretilla hasta que se hizo el silencio." El hombre mira hacia el exterior de la ventana del living, casi inmóvil. Su pulgar va y viene sobre el borde de su asiento como un metrónomo. Afuera, el sol brilla sobre la prolija fila de casas de ladrillo de los alrededores, con jardines cuidadosamente atendidos, sin malezas. Oskar Gröning vive en un mundo prolijo y ordenado. Desabotona y levanta su manga izquierda. "Aquí," dice, "mire esto." Hay una pequeña mancha azul sobre sus codos, el recuerdo de un tatuaje. "Estaba mal hecho," dice. Se suponía que era un cero, representando la sangre tipo 0. Todos en Auschwitz estaban tatuados, tanto prisioneros como guardias. Los judíos eran tatuados con su número como internos y los guardias SS con su tipo de sangre. Oskar Gröning fue miembro de los SS en Auschwitz durante dos años. Sus sueños lo despiertan en gritos muchas veces. Los gritos se vuelven truenos, los truenos en murmullos y los murmullos en silencio. Son los sonidos de la muerte en las cámaras de gas. Un mundo organizado en medio del terror Gröning, sin embardo, no mató a nadie. No vertió Zyklon B en las hendiduras ni quemó pilas de muertos. Miró. Vio. Estuvo ahí. Shoqueado al principio. Luego indiferente. Se hizo rutina. Vivía en un mundo organizado y su orden aseguraba que el terror de los campos de concentración pudiera ser compartimentado, apartado de los fundamentos de la civilización. El terror era gestado en claras estructuras jerárquicas y esquemas de servicio estrechamente regulados, designaciones de tareas y posiciones, que determinaban que alguien fuera un torturador y otro un tenedor de libros. Gröning era un tenedor de libros, uno bien concienzudo. Contaba el dinero de los judíos, lo separaba y catalogaba y lo guardaba en una caja de seguridad. Era el tenedor de libros del terror.

Hay un álbum de fotos sobre la mesa ratona, la vida de Gröning en fotografías. Dos tercios de las fotos son en blanco y negro, el ultimo tercio en color. Pero las fotos no revelan nada de lo que quiere decir. Gröning solo quiere hablar, durante horas, días, "no importa cuánto tiempo," dice, "hablar ayuda." Oskar Gröning, nacido en 1921, es uno de los escasos miembros de las SS que hoy aún vive. Su historia, una historia alemana, es una historia de seducción y fanatismo, de victimarios y cómplices, de vivir con culpa y de la búsqueda de otras palabras para llamarla. Es una historia del intento de un hombre por superar un pasado tan oscuro que no tiene fin. Abre el álbum. Las delgadas hojas entre las páginas susurran y hojea las fotos familiares de su padre, abuela, abuelo, tía Marie, fotos de coches de bebés y de bicicletas, hasta que llegan las imágenes de hombres en uniforme. Su padre era miembro del ”Stahlhelm" (Cascos de acero), un grupo paramilitar de nacionalistas alemanes que lucharon contra el Pacto de Versalles, contra las exigencias por las reparaciones de la Primera Guerra Mundial, más tarde contra la república de Weimar entre las dos guerras y contra la democracia. "Papá actuó en obras de teatro nacionalistas que se daban en salones ubicados detrás de bares locales," dice Gröning. En una obra, un alemán recibió un disparo de un francés porque había resistido la ocupación francesa de pos-guerra en la zona industrial alemana del Ruhr. "Disciplina, obediencia, autoridad, así es como fuimos criados," dice Gröning. Su madre murió cuando tenía 4 años. Los judíos eran los comerciantes sucios" Continúa hojeando el álbum, buscando claramente algo. "Acá," toca una foto con su dedo, "mire el modo en el que acostumbrábamos a marchar." La foto, tomada en 1933, muestra un grupo de chicos usando uniformes militares, marchando tras una bandera. Una bandera con una svástica cuelga en una casa. El joven Oskar, marchando en la primer fila, tiene doce años y es un miembro del ala juvenil del "Stahlhelm." -¿Qué significaba el uniforme para usted? "Me fascinaba. Aún hoy, cuando escucho música militar…" su voz tiembla y se quiebra. "Perdóneme, pero es un experiencia tal para mi, tan elevada, aún hoy..." Cerca de la casa de su padre había un negocio de venta de objetos de hierro cuyo dueño era un judío llamado Selig. Tenía una hija, Anne, y los dos chicos solían jugar a las bolitas en la calle. Un día unos hombres de la SA colocaron en el frente del negocio un cartel que decía: "Alemanes, no compren a judíos." Luego de eso, Gröning y Anne comenzaron a jugar en el patio en lugar de hacerlo en la calle. -¿Qué pensaba usted cuando vio ese cartel?

"Nada, completamente nada," dice Gröning. Su voz se ha aquietado y es firme otra vez. Una puerta se abre y su esposa deja una bandeja con torta sobre la mesa. La bandeja está cubierta con un envoltorio plástico. "Para después," dice. Y se va. Prefiere no escuchar. Él espera hasta que su mujer ha cerrado la puerta de casa. Luego dice: "¿Ve? Para nosotros los judíos eran comerciantes sucios, como los abogados que han tenido siempre tan sombría reputación cuando se trataba de dinero. La gente decía: Los judíos siempre se aprovechan de los cristianos. Es la forma habitual en la que se conducen." -¿Acaso el padre de Anne Selig se aprovechó de la gente? "Yo no lo pensaba entonces." Oskar Gröning baja la pierna del banquito, se sienta erguido y comienza a cantar, calladamente al principio, luego más fuerte. "Y cuando la sangre judía comience a chorrear de nuestros cuchillos, las cosas volverán a estar bien." "Mi honor es la lealtad" La distinción entre el hombre de hoy y el del pasado se borran por un instante, cuando regresa al presente dice: "Entonces ni siquiera pensábamos en lo que estábamos cantando." Continúa hojeando el álbum. Tiene escrito en tinta azul bajo una foto con bordes dentados "1941, con tía Anna". Muestra al joven Gröning, alto, rubio y usando un uniforme con las letras SS cosidas en el cuello. Está sentado en el brazo de una silla y sonríe, obviamente muy orgulloso de su uniforme. Había visto imágenes de los SS en informes semanales de las noticias. Pensaba que eran inteligentes, la unidad más inteligente de todas. Se ofreció como voluntario en1940. -¿Por qué? "Era entusiasmo espontáneo, una sensación de no querer ser el ultimo del juego, de quedar afuera de todo lo que sucedía." Ya en las SS, durante dos años, Gröning trabajó en la oficina de pago. En octubre de 1942, recibió nuevas órdenes. Un oficial superior le dijo que había sido asignado a un trabajo especial, uno de la mayor importancia para el pueblo alemán, para que Alemania alcanzara la victoria definitiva. Le dijo que debía pensar en su juramento, en las palabras inscriptas en su faja. "Mi honor es la lealtad." Y le dijo por último que no podría revelar jamás la naturaleza de su nuevo destino, a nadie, por el resto de su vida.

Se oye la campanada de un reloj en el living. Son las seis en punto y Oskar Gröning ha estado hablando durante las últimas cinco horas. Come la torta y sigue hablando. En ese punto de su historia, el joven Gröning ha llegado a Auschwitz.

-¿Tal vez el viejo Gröning quiera un descanso? "No, no, no me molesta para nada," dice. Trae una botella de agua mineral de la cocina. Su esposa aún no ha vuelto. Gröning tiene 21 años cuando llega a Auschwitz en un día de octubre. Llega en un tren que viene de Katowice, y es llevado a su lugar en las barracas administrativas. Los demás, que ya estaban de antes, comienzan a poner la mesa para la cena: sardinas y jamón, vodka y rhum. Los SS están cómodos en este campo. Pero debe haber algo particular respecto de ello, piensa Gröning. Toman mucho. Después, se abre una puerta y alguien anuncia que ha llegado un nuevo transporte. Tres hombres se ponen de pie de un salto, se ajustan las fajas y toman sus pistolas.

Gröning quiere saber qué está pasando. Alguien dice: "Llegaron judíos, y en estos momentos están siendo admitidos en el campo. Eso es si tienen suerte." "¿Qué quiere decir?" pregunta Gröning. "Quiere decir que algunos serán exterminados," dice otro hombre. Gröning es conducido la mañana siguiente a una oficina. Le informa a su oficial superior que ha sido entrenado en tareas bancarias. Lo asignan pues a “Administración del dinero de los internos." Un asistente le instruye en sus nuevos deberes y le informa que los judíos deben entregar su dinero ni bien llegan al campo. Es colocado en una caja de madera y el trabajo de Gröning será ordenarlo, clasificarlo y, de tanto en tanto, llevarlo a una oficina administrativa de Berlín. Le dice también que la mayoría de los judíos son conducidos a las cámaras de gas. Al día siguiente, Oskar Gröning comienza a contar el dinero. Cree en Adolf Hitler y en Joseph Goebbels. Cree que es el deber de los alemanes la destrucción del judaísmo global. Cree que los alemanes perdieron la Primera Guerra por causa de los judíos. Y quiere que Alemania gane esta guerra. Come bien, trabaja con diligencia y duerme bien. Los hombres de las SS duermen en camas confortables cubiertos con edredones suaves. Habían pertenecido a los judíos. Luego de dos meses en el campo, Gröning recibe una instrucción adicional. Más y más trenes llegan a la rampa, y alguien debe vigilar que ningún equipaje sea robado. Es en el primer día de esta nueva asignación que presencia cuando la cabeza del bebé es estrellada contra la carretilla. Esa noche, acostado en la cama, no puede dormir. Te metiste en una situación muy fea, piensa. Dibuja una línea entre los excesos individuales y el asesinado masivo cometido por la sociedad como un todo. Cree que los excesos son barbáricos, pero que el asesinato masivo es legítimo. Se dirige al oficial al mando y le dice: "Si esta es la manera en que las cosas son hechas aquí, preferiría ser transferido." El oficial responde: "Lo que viste el otro día fue ciertamente algo fuera de lo común. Pero firmaste una carta de compromiso. Es tu deber servir donde fuiste destinado." Clasificando el dinero de los muertos Gröning vuelve al orden del terror. Es ascendido de dirigente de tropa a delegado de la compañía. Vigila la rampa cuando es destinado allí, y cuenta el dinero cuando llegan las cajas de madera. Lo llama "dinero sin dueños." Clasifica zlotys polacos, dracmas griegas, francos franceses, guilders holandeses, liras italianas, el pillaje de una comunidad global. A la noche, luego de haber completado sus tareas, Gröning cena en la barraca, juega a las cartas con sus camaradas y su oficial superior. A veces sus compañeros están borrachos cuando se van a acostar y usan sus pistolas para apagar la luz de un disparo. Gröning se une los fines de semana a un grupo para hacer gimnasia y deportes no lejos de la rampa y de la cámara de gas. Se divierten mucho juntos.

Una noche lo despierta un sonido de silbatos. Los judíos han escapado. Corre en la oscuridad hasta que llega a una granja llena de gente desnuda que es arreada dentro de la casa. Ve a un oficial superior cerrar la puerta, ponerse una máscara anti gas, abrir una lata y derramar su contenido en una abertura. Luego oye gritos. Los gritos se hacen un ruido atronador, los truenos se vuelven murmullos, y luego sobreviene el silencio. Vuelve a su barraca en compañía de otro hombre. Este dice: Conozco un atajo. En el trayecto, le cuenta a Gröning lo que sucede cuando los cuerpos son quemados en los hornos. Se estiran, se enderezan, los penes se ponen erectos, dice. El atajo hace pasar a los dos hombres por una pira de cuerpos recientemente cremados. Gröning se acerca para ver qué sucede cuando un ser humano es quemado. Envía otra solicitud de transferencia. Y luego otra. En septiembre de 1944, lo envían a una unidad de campo y lucha contra los aliados durante la ofensiva en los Ardennes. La noche ha comenzado a oscurecer el jardín de Oskar Gröning. Contó la historia de su vida en Auschwitz, sobriamente, como si relatara un documental. Se pone de pie para traer más agua mineral. "Siga adelante, pregúnteme más." Algo horrible pero necesario -¿Qué pensaba cuando se dio cuenta de que los judíos estaban siendo gaseados en Auschwitz? "Que era una herramienta para llevar adelante la guerra. Una guerra con métodos de avanzada." -Pero usted no estaba en la guerra. Estaba en una fábrica cuya tarea era un asesinato sistemático. "Si uno estaba convencido de la necesidad de la destrucción del judaísmo, ya no importa cómo se hace la matanza. Ya en 1939, Hitler dijo en un discurso que si los judíos forzaban a los alemanes a una nueva guerra, significaría el fin del judaísmo en Europa." -Pero hay una diferencia entre vitorear a Hitler como parte de una multitud anónima y trabajar en una máquina mortífera. "Sí, hay una diferencia. Pero, infortunadamente, sucedió que me llevaron, a mí, Oskar Gröning, al campo donde las cosas por las que todos vitoreaban estaban sucediendo en realidad. Y luego, en un punto uno simplemente estaba allí y el único sentimiento que quedaba es: Soy parte de este hecho necesario. Un hecho horrible, pero necesario." -¿Qué sentía cuando los judíos eran llevados a la cámara de gas? "Nada, debo decir. Porque lo espantoso no era obvio. Cuando uno sabe que está habiendo una matanza, uno también sabe que hay gente muriendo. Los horrores solo se me hicieron patentes cuando escuché los gritos." -¿Sería correcto decir que usted se habituó a Auschwitz?

"Me instalé pronto. O mejor dicho: fui parte de una emigración interna. En parte vivir en Auschwitz era perfectamente normal. Había una verdulería donde también se podían comprar huesos para sopa. Era como una pequeña ciudad. Tenía mi unidad y las cámaras de gas eran irrelevantes para esa unidad. Había ese aspecto de la vida en Auschwitz, y también estaba el otro, y ambos estaban más o menos separados." Son las 8:30 de la noche. La puerta de entrada se abre y entra su esposa. Pregunta si queremos que haga sándwiches de queso. Sugiere que podría dejarlos preparados y salir a visitar a una vecina. Cuando Gröning volvió de un campo británico para prisioneros de guerra en 1948, le dijo: "Muchacha, te pido que nos hagas un favor a ambos: no preguntes." Todavía no pregunta. Gröning me ofrece continuar con la entrevista en el hotel. Quiere seguir adelante. Quiere arreglar las cuentas. A la mañana siguiente dice que durmió profundamente. Había tomado un somnífero. Su mujer ya se fue de la casa. Hay una botella de agua mineral sobre la mesa ratona. El álbum de fotos ya no está, reemplazado ahora por documentos, documentos que podrían absolverlo. Algo así como los certificados de logros de Oskar Gröning. Un pequeño elemento en la estructura Un documento lleva como referencia el número VP-55b/9.44/Zö/IG. Es una carta del comando de los SS en Berlín confirmando su traslado. "El mencionado ha servido voluntariamente en el frente", certifica el documento. El segundo documento es una carta de la corte del distrito de Duisburg. La carta establece que Gröning es convocado para testificar como testigo contra un miembro de las SS acusado de haber asesinado a internos en Auschwitz. Oskar Gröning subrayó con tinta azul cinco palabras en esta carta. "Convocado para testificar como testigo." No como acusado. Es inocente, al menos ante la ley. Cuando Gröning volvió del campo de prisioneros de guerra, fue a vivir con sus suegros. Un día estaban a la mesa, cenando, cuando el padre de su suegra dijo: "¿Cómo sé que no estoy sentado acá frente a un asesino? ¿O de un potencial asesino?" Golpeó la mesa con la mano y respondió: "Estoy sentado acá porque no soy culpable. No fui un victimario, y en ese sentido soy un ser humano honorable." Oskar Gröning, el ser humano, un pequeño elemento en la estructura jerárquica de Auschwitz. Así es como se sentía, y así es como se siente hoy. Pero son pocos los que acordarían con él. En la noche anterior, cuando Gröning ya dormía, la televisión había pasado un documental inglés sobre la liberación de los campos de concentración. La película no diferenciaba entre los que asesinaron y los que contaban el dinero de los asesinados. Mostraba hombres en uniformes de la SS y montañas de cadáveres. Monstruos y sus víctimas. "No miro ese tipo de cosas. Es inconducente. Sé qué aspecto tienen los cadáveres," dice Gröning. Su voz es fría y ausente. Una lágrima se agolpa en su ojo izquierdo. Las imágenes cuentan otra historia. Dicen que es culpable. Las fotos que Gröning muestra son más suaves, menos radicales, no tan claras. Dicen que es inocente. Gröning debe continuar con su vida cuando vuelve del campo de prisioneros de guerra en 1948. No desea ser perturbado. Nunca miró nada, ni escuchó nada o ni leyó nada que pudiera llevarlo de vuelta al campo. No sabe sobre el juicio de Auschwitz que comenzó en 1963, un juicio que presentó por primera vez a la joven democracia alemana los detalles de la máquina de exterminio. "No sé nada sobre eso," dice.

En 1968, cuando los hijos ya adultos, estaban llevando a juicio a la generación de sus padres, sus propios hijos tenían 26 y 19 años. Fueron a la universidad y volvían poco a la casa. Sabían que su padre había estado en Auschwitz, pero nunca hablaban con él sobre eso. No tenían preguntas. "No nos importaba," dice Gröning. Ignorando el pasado En 1979, se emitió por la televisión alemana la serie norteamericana "Holocausto”. La pintura mostraba el destino de una familia judía en un relato de ficción. Fue una lección de historia para las familias alemanas y todo el mundo hablaba sobre ello. "La lista de Schindler" fue un hecho pasajero comparado con la serie "Holocausto". "Nunca supe de su existencia," dice Gröning. Hay solo alguien con quien Oskar Gröning dialoga sobre la verdad de lo sucedido en aquellos años: Dios. Quiere liberarse de algo que siente pero no sabe cómo llamarlo. ¿Culpa? ¿Es un victimario? ¿Un cómplice? O, según él cree, ¿ninguna de las dos cosas? Se hace las mismas preguntas que un país entero. Pero se las plantea a sí mismo, acá en su living. Y no recibe respuestas.

Cuando al guerra termina, Gröning comienza una vida normal, de clase media, trabajando en una pequeña fábrica como liquidador de sueldos. Nadie sabe lo que había hecho. Se siente seguro si sólo se ocupa de dinero. Fue siempre su modo de ser. Tiene un perro salchicha y colecciona estampillas. Pertenece a un club filatélico. En 1985, asiste a un encuentro anual del club. Está con otro coleccionista charlando sobre estampillas y política. Escucha el comentario: "Es increíble que estén acusando a gente que niega el holocausto, si realmente eso no pasó." Es un momento significativo en la vida de Oskar Gröning, una explosión, casi como si alguien hubiera pinchado un globo con una aguja. Gröning le dice: "Yo sé algo más acerca de todo eso; deberíamos conversarlo algún día." El otro coleccionista le da "La mentira de Auschwitz," escrito por el viejo nazi Thies Christophersen. Gröning devuelve el libro con algunas hojas escritas por él, su respuesta a Christophersen. "Yo vi todo," escribe. "Las cámaras de gas, los crematorios, el proceso de selección. Un millón y medio de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estuve allí." Era una carta para su propia conciencia. Medio año después, sus notas fueron publicadas en una periódico neo nazi. Gröning ya no podía seguir oculto. Ahora corre hacia delante y ve finalmente una forma de salvarse. Puede usar su pasado como moneda de cambio. Puede convertirse en el testigo estrella contra los acusados de difundir la mentira de Auschwitz. Busca una tarea, una misión en su futuro. Incluso también atenuantes. Se sienta y escribe afiebradamente. Desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, durante tres semanas. Llena con su máquina de escribir 87 páginas, su vida así como él la ve. En su historia, hay citas de libros de Sebastian Haffner. Pero Haffner intentó explicar el fenómeno Hitler, no el de Auschwitz. Gröning entrega las páginas a sus hijos. Cree que finalmente ha conseguido explicar algo. Que será exonerado. El padre espera ser absuelto. Su hijo mayor, ya abogado, no contesta. El hijo menor, un filólogo, escribe preguntas en los márgenes. Los hijos expresan juicios silenciosos. Buscando respuestas en la BBC Gröning vuelve a sentarse y continúa escribiendo. Debe responder a las preguntas de su hijo menor. Hace copias con su texto y se las entrega a sus amigos. Difunde su historia al mundo como si repartiera panfletos por la calle. Sus amigos opinan que Oskar se sumergió en una ordalía. Nadie hace preguntas. Nadie quiere explicaciones.

-¿Tal vez las explicaciones sean imposibles? "La gente les teme. Así es como lo veo," dice Oskar Gröning. Se pone de pie y va al cuarto contiguo. Están allí su cama, su escritorio, su computadora, su biblioteca y sus cajas. En la biblioteca hay libros sobre nazismo y una Biblia. En las cajas hay copias de sus notas y cintas de video. Una barrera invisible se yergue entre el living y el dormitorio. Los libros de cocina de su esposa están en el estante del living. Toma la caja con las cintas. "Nueve horas," dice. Oskar Gröning estuvo frente a las cámaras de la BBC durante nueve horas para la filmación del documental sobre Auschwitz. La BBC quería el relato de un miembro de las SS, y el miembro de las SS quería el perdón. Era un experimento. El miembro de las SS decía algo, y la BBC haría los comentarios. Por ejemplo, Gröning decía que Auschwitz era un buen destino para la gente de las SS, más agradable que pelear contra el Ejército Rojo en el frente oriental. El documental mostró a Gröning como quien fue, un lubricante en la máquina de la exterminación masiva. La BBC tampoco ofreció ninguna absolución. Gröning quiere pasar los videos a DVD para poder verlos en la computadora de su cuarto. No quiere monopolizar el living. Dice que su esposa no quiere ver las cintas. -¿Por qué no? "Tal vez porque tiene miedo." -¿De qué?

"Tal vez tiene miedo de la verdad." Vuelve a living y se sienta en su sillón otra vez, listo para más preguntas.

-¿Es usted culpable? Oskar Gröning mira la cinta de video que está sobre la mesa frente suyo. Reflexiona sobre la pregunta un largo tiempo. Le es imprescindible encontrar las palabras correctas. Luego dice: "La culpa tiene relación con acciones, y debido a que creo que no fui un victimario activo, no creo ser culpable." -Si no fue un victimario, ¿qué fue? ¿Un cómplice? "No lo sé. Evito la pregunta; me pone en dificultades. Cómplice es demasiado para mí. Describiría mi rol como un ´pequeño engranaje en el mecanismo total´. Si eso puede ser descrito como culpa, entonces soy culpable, pero no voluntariamente. Legalmente hablando, soy inocente." Argumentando sobre la culpa -¿Y la moral? "Desde un punto de vista cristiano, desde el punto de vista de los Diez Mandamientos, los mandamientos dicen: No matarás, ser un cómplice es ya una violación. Pero propone otra pregunta: las cosas que hice me convierten en asesino?" -Usted se hizo cargo de una función en un sistema cuyo exclusivo propósito era el asesinato. "Permítame ponerlo de otro modo: Me siento culpable ante el pueblo judío, culpable de haber formado parte de un grupo que cometió esos crímenes, aún sin haber sido un victimario yo mismo. Pido perdón al pueblo judío. Y le pido perdón a Dios." Cuando la cinta de la BBC termina, dice: "Aun no encontré una respuesta." La está buscando desde hace 60 años. Oskar Gröning dijo todo lo que puede decir. No hay más preguntas a ser preguntadas. Fue suficiente. Ahora todo lo que quiere es ser perdonado. Y si el perdón es imposible, querría al menos ser comprendido. Camina hacia el jardín. Hay una pila de pequeños platos negros sobre el césped. Gröning vertió 300 kg de alimento para aves sobre el pasto en el invierno pasado y colgó de los árboles 150 recipientes para alimentar a los pájaros. Ama a los pájaros. Uno hizo su nido hace poco en su buzón. A los pocos días apareció muerto. Alguien le había disparado con un arma. "Casi me hizo llorar," dice Oskar Gröning.

Traducido del ingles, de la versión traducida del alemán por Christopher Sultan publicada el 9 de mayo de 2005 en el número especial sobre el 60º aniversario de la terminación de la guerra en Der Spiegel. Se la puede encontrar en

http://service.spiegel.de/cache/international/spiegel/0,1518,355188,00.html