Polacos y judíos: ¿cuán profunda es la culpa? - Adam Michnik

Publicado en The New York Times. Marzo 17, 2001 - Traducción: Diana Wang

 

Adam Michnik

Adam Michnik

El 10 de julio de 1941, 1,600 judíos, casi la total población judía del pueblo polaco Jedwabne (pronúnciese iedvabne), fue asesinada por sus vecinos polacos. Algunos fueron perseguidos y asesinados con palos, hachas y cuchillos; la mayoría fue arreada a un granero y quemada viva. Aunque la matanza no fue secreta, oficialmente fueron culpados los ocupantes nazis. Había un monumento en Jedwabne donde decía: "Sitio de martirologio del pueblo judío. La Gestapo hitleriana y la gendarmería quemaron 1600 personas vivas en 10 de julio de 1941”.

El pasado mayo, Jan T. Gross, historiador en la Universidad de New York, publicó en Polonia “Vecinos: la destrucción de la comunidad judía en Jedwabne". El libro, que saldrá en los Estados Unidos en abril, documenta con escalofriantes detalles la masacre llevada a cabo por ciudadanos polacos. En un país cuyos habitantes no se consideran villanos sino mártires de guerra, el libro de Gross provocó una tormenta de debates en las esquinas, en los cafés, en las aulas y entre los dirigentes políticos y religiosos. Algunos polacos han continuado negando la responsabilidad polaca, pero la mayoría intentó enfrentar la historia nacional de antisemitismo y la pregunta sobre la culpa colectiva. El cardenal Jozef Glemp, primado de la Iglesia Católica y el presidente Aleksander Kwasniewski han pedido perdón públicamente y el jueves, fue quitado el memorial de Jedwabne. Adam Michnik es un historiador y un disidente que pasó seis años en prisión bajo el régimen comunista de posguerra, participó como consejero del líder de Solidaridad Lech Walesa y es ahora el editor en jefe del Gazeta Wyborcza, el diario más importante de Polonia. Escribió este artículo para el The New York Times que fue traducido del polaco por Ewa Zadrzynska.

 

¿Los polacos tienen tanta culpa como los alemanes por el holocausto? Es difícil imaginar un reclamo más absurdo.

No hay una sola familia polaca que no ha sido atacada por Hitler y Stalin. Los dos dictadores totalitarios masacraron a tres millones de polacos y a tres millones de ciudadanos polacos armados catalogados como judíos por los nazis.

Polonia fue el primer país en oponerse a las demandas de Hitler y el primero en enfrentar su agresión. Polonia nunca tuvo un Quisling. Ningún regimiento polaco luchó por el Tercer Reich. Traicionados por el pacto Ribbentrop-Molotov, los polacos lucharon junto a las fuerzas anti-nazis desde el primero hasta el último día. En el interior de Polonia la resistencia a la ocupación alemana se acrecentaba.

El primer ministro británico homenajeó a los polacos por su actuación en la Batalla de Gran Bretaña y el presidente de los Estados Unidos llamó a los polacos la “inspiración” del mundo. Ello sin embargo no los salvó de ser entregados a las garras de Stalin en Yalta. Los héroes de la resistencia polaca –enemigos del comunismo stalinista- terminaron en los gulags soviéticos y en las prisiones comunistas polacas.

Todas estas verdades contribuyen a la imagen que los polacos tienen de sí mismos como inocentes y nobles víctimas de la intriga y la violencia extranjeras.

Después de la guerra, mientras occidente era incapaz de reflexionar sobre lo que había sucedido, el terror stalinista calló la discusión pública polaca sobre la guerra, el holocausto y el antisemitismo. Recordemos que las tradiciones antisemitas estaban profundamente enraizadas en Polonia. En el siglo 19, cuando el estado polaco no existía, la nación moderna a punto de emerger estaba moldeada tanto por lazos étnicos y religiosos como por la oposición de vecinos antagónicos, históricamente hostiles al sueño de la independencia polaca. El antisemitismo era el adhesivo ideológico de las agrupaciones importantes del nacionalismo político. Más tarde también fue usado como herramienta por los ocupantes rusos siguiendo el principio “divide y reinarás”.

En las décadas de 1920 y 30, el antisemitismo se adueñó de la escena, como programa de la derecha radical nacionalista y podía ser detectado en los pronunciamientos de la jerarquía de la Iglesia Católica. Aunque históricamente Polonia había sido un refugio relativamente seguro, los judíos comenzaron a sentirse crecientemente discriminados e inseguros. Con la ayuda de ruidosos grupos antisemitas, tenían asientos segregados en las universidades y eran hostigados y atacados en pogroms.

Durante la ocupación de Hitler, los nacionalistas polacos y la derecha antisemita, no colaboraron con los nazis como lo hizo la derecha en los otros países europeos; por el contrario, participaron activamente en el movimiento anti-hitleriano clandestino. Los antisemitas polacos lucharon contra Hitler y algunos incluso rescataron judíos aunque ello estuviera penado con la muerte.

Tenemos entonces una singular paradoja polaca: en territorio ocupado polaco, una persona antisemita, podía ser un héroe de la resistencia y un salvador de judíos. Catorce años atrás, un texto nos recordó el muy conocido llamado a la salvación de judíos que había sido publicado en agosto de 1942 por la famosa escritora polaca católica Zofia Kossak-Szczucka. Se refería a los cientos de miles de judíos en el gueto de Varsovia esperando la muerte sin esperanzas de rescate y cómo el mundo entero –Inglaterra, Estados Unidos, los judíos de todas partes y los polacos- permanecía en silencio. “Los judíos moribundos están rodeados por Pilatos lavándose las manos” escribió, “el silencio no puede ya ser tolerado. Sin considerar cuáles son sus razones, el silencio es una desgracia”. Hablando de los polacos católicos, siguió “nuestros sentimientos sobre los judíos no han cambiado. Aún los consideramos como enemigos políticos, económicos e ideológicos de Polonia. Inclusive sabemos que ellos nos odian aún más que lo que odian a los alemanes, que nos hacen responsables de su desgracia... El conocimiento de estos sentimientos no nos alivia del deber de condenar el crimen. No queremos ser Pilatos. No tenemos la oportunidad de actuar contra los crímenes alemanes, no podemos ayudar a salvar a nadie, pero protestamos desde lo más hondo de nuestros corazones, llenos de compasión, indignación y pena... La participación forzada de la nación polaca en este sangriento espectáculo, que está siendo llevado a cabo en suelo polaco, puede alimentar la indiferencia de los que están equivocados, el sadismo y sobre todo la siniestra convicción de que uno puede matar a sus vecinos y permanecer impune.”

Este extraordinario llamado, lleno de idealismo y valor y al mismo tiempo abiertamente envenenado de estereotipos antisemitas, ilustra la paradoja de la actitud polaca hacia los judíos moribundos. La tradición antisemita, lleva a los polacos a percibir a los judíos como a extranjeros, mientras que la tradición heroica polaca lleva a salvarlos.

La misma Kossak-Szczucka describió en una carta a un amigo después de la guerra, un incidente de guerra en un puente de Varsovia: “Otra vez, en el puente Kierbedz, un alemán vio a un polaco dando limosna a un chico judío hambriento. Los detuvo y ordenó al polaco a tirar al chico al río o si no le dispararía a ambos, a él y al pequeño mendigo. -´No hay nada que puedas hacer para ayudarlo. Lo voy a matar de todas maneras porque no tiene permiso de estar acá. Vos quedarás libre si lo tirás al río, si no lo hacés, te mato también. Ahogalo o morí. Voy a contar... 1, 2...´- . El polaco no lo pudo soportar. Se quebró y tiró al chico al río. El alemán le palmeó el hombro. -´Braver Kerl´-. Se separaron tomando caminos diferentes. Dos días después, el polaco se ahorcó.”

Las vidas de los polacos que se sentían culpables de ser testigos impotentes de la atrocidad, quedaron marcadas por un trauma profundo. Se pone en evidencia en cada nuevo debate sobre antisemitismo, las relaciones judeo-polacas y el Holocausto. Después de todo, la gente en Polonia sabía en el fondo de su alma que habían sido ellos los que ocuparon las casas vacías de los judíos arreados al gueto. Y también había otras razones para la culpa: algunos polacos entregaron judíos y otros escondieron judíos por dinero.

La opinión pública polaca es raramente uniforme, pero casi todos los polacos reaccionan agudamente cuando son acusados de mamar su antisemitismo de la leche materna y de su complicidad en la Shoá. Para los antisemitas, que son muchos en los márgenes de la vida política polaca, esos ataques son la prueba de la conspiración internacional antipolaca de los judíos. Para la gente normal que creció en los años de las falsificaciones y el silencio sobre el holocausto, estas acusaciones parecen injustas. Para ellos, el libro de Jan Tomasz Gross "Vecinos,..." que reveló la historia del asesinato de 1600 judíos en Jedwabne perpetrada por polacos, fue un shock terrible. Es difícil describir la extensión y grado del impacto.

El libro del Sr Gross generó una respuesta afiebrada comparable a la reacción de la comunidad judía en ocasión de la publicación de Hannah Arendt, "Eichmann en Jerusalem". Arendt escribió sobre la colaboración de algunas comunidades judías con los nazis: "Los Consejos Judíos de los Mayores eran informados por Eichmann y sus hombres de la cantidad de judíos necesarios para llenar cada tren y ellos confeccionaban la lista de los que serían deportados. Los judíos registraban, llenaban innumerables formularios, respondían páginas y páginas de cuestionarios sobre sus propiedades para que puedan ser apropiadas más fácilmente; luego se reunían en los puntos de concentración y abordaban los trenes. Los pocos que trataron de esconderse o escapar eran acorralados por una fuerza especial de la policía judía... Sabemos cómo sentían los oficiales judíos cuando se volvieron instrumentos de los asesinos, como capitanes “cuyos barcos estaban por hundirse y consiguieron llevarlos a buen puerto tirando a gran parte de su carga preciosa por la borda". Pronto sus críticos judíos dijeron que Hannah Arendt había acusado a los mismos judíos de haber implementado su Shoá.

Algunas de las reacciones al libro del Sr Gross fueron igualmente emocionales. Un lector polaco promedio no podía creer que una cosa así pudo haber pasado. Debo admitir que yo mismo tampoco lo pude creer y pensé que mi amigo Jan Gross había sido víctima de una superchería. Pero el asesinato de Jedwabne, precedido por un pogrom bestial, tuvo efectivamente lugar y tiene un peso enorme sobre la conciencia colectiva de los polacos y en mi propia conciencia individual.

El debate polaco sobre Jedwabne se viene sosteniendo desde hace varios meses. Es un debate serio, lleno de tristeza y a veces de terror, como si toda la sociedad se viera forzada de pronto a soportar el peso de este crimen terrible de hace 60 años, como si todos los polacos tuvieran que admitir su culpa colectivamente y pedir perdón.

No creo en la culpa colectiva o en la responsabilidad colectiva o en ninguna otra responsabilidad excepto la moral. En consecuencia me cuestiono cuál es exactamente mi responsabilidad individual y mi propia culpa. Ciertamente no puedo ser responsable por la turba de asesinos que incendió el granero de Jedwabne. Tampoco los ciudadanos actuales de Jedwabne pueden ser culpados por aquel crimen. Cuando recibo la instrucción de admitir mi culpa polaca, me siento herido de la misma manera en que los ciudadanos actuales de Jedwabne se sienten cuando son interrogados por reporteros de todas partes del mundo.

Pero cuando escucho que el libro del Sr Gross, que ha revelado la verdad sobre el crimen, es una mentira que fue pergeñada por la conspiración internacional judía contra Polonia, es cuando me siento culpable. Porque estas falsas excusas no son más que la racionalización de aquel crimen.

Peso cada palabra cuidadosamente al escribir este texto y repito a Montesquieu: "Soy hombre gracias a la naturaleza, soy francés gracias a la casualidad." Por casualidad soy polaco con raíces judías. Casi toda mi familia fue devorada por el holocausto. Mis parientes podían haber perecido en Jedwabne. Algunos de ellos eran comunistas o familiares de comunistas, algunos eran artesanos, algunos comerciantes, tal vez rabinos. Pero todos eran judíos según las leyes de Nüremberg del Tercer Reich. Todos podían haber sido arreados a aquel granero que fue incendiado por criminales polacos. No me siento culpable por aquellos asesinos, pero sí me siento responsable.

No por el asesinato, no podría haberlo detenido. Me siento culpable porque después de su muerte fueron asesinados otra vez, se les rehusó un entierro decente, se les rehusaron lágrimas, se les rehusó la verdad sobre este espantoso crimen que por décadas una mentira repetida. Ésa es mi falta. Por ausencia de imaginación o de tiempo, por conveniencia y pereza espiritual, no me pregunté ciertas preguntas y no busqué respuestas. ¿Por qué? Después de todo, estaba entre los que impulsaron activamente la revelación de la verdad sobre la masacre de soldados polacos en Katyn, trabajé para decir la verdad sobre los juicios stalinistas en Polonia, sobre las víctimas de la represión comunista. ¿Por qué entonces no busqué la verdad sobre los asesinatos de judíos en Jedwabne? Tal vez porque subconcientemente temía asumir la cruel verdad sobre el destino judío en aquel tiempo. Después de todo, la chusma bestial de Jedwabne no fue única. En todos los países conquistados por los soviéticos después de 1939, hubo actos horribles de terror contra los judíos en el verano y el otoño de 1941 cuando murieron en las manos de sus vecinos lituanos, latvios, estonios, ucranianos, rusos y bielorrusos. Pienso que ha llegado el momento de revelar la verdad sobre estos actos espantosos. Contribuiré a ello.

Escribiendo estas palabras siento estoy preso de una esquizofrenia particular: soy polaco y mi vergüenza por el asesinato de Jedwabne es una vergüenza polaca. Al mismo tiempo, sé que si yo hubiera estado allí, en Jedwabne, habría sido asesinado por ser judío.

¿Quién soy yo mientras escribo estas palabras? Gracias a la naturaleza, soy un hombre y soy responsable ante otra gente por lo que hago y por lo que no hago. Gracias a mi elección, soy polaco y soy responsable ante el mundo por la maldad infringida por mis compatriotas. Lo hago por mi libre albedrío, por mi propia decisión y por el profundo apremio de mi conciencia. Pero soy también un judío y siento una entrañable hermandad con los judíos asesinados por se judíos. Desde esta perspectiva, afirmo que quienquiera trate de aislar el crimen de Jedwabne del contexto de su época, quienquiera que use este ejemplo para generalizar que así es como todos los polacos y sólo los polacos se condujeron, está mintiendo. Y esta mentira es tan repulsiva como la mentira que fue contada por muchos años sobre el crimen de Jedwabne.

Un vecino polaco pudo haber salvado a alguno de mis familiares de las manos de los verdugos que lo empujaban al granero. Y de hecho hubo muchos vecinos polacos así. El bosque de los árboles polacos en la Avenida de los Justos en Yad Vashem, el memorial del holocausto en Jerusalem, es denso.

Por esta gente que perdió sus vidas salvando judíos, me siento también responsable. Me siento culpable cuando leo tan a menudo en diarios polacos y extranjeros sobre los asesinos que mataron judíos y noto un silencio profundo sobre aquéllos que rescataron judíos. ¿Los asesinos merecen más reconocimiento que los justos?

El primado polaco, el presidente polaco y el rabino de Varsovia dijeron casi en una misma voz que el tributo a las víctimas de Jedwabne debiera servir a la causa de la reconciliación de polacos y judíos en la verdad. No deseo más que eso. Si no sucediera, también será mi falta.