La tumba de mis padres

También un lunes. “En el día de ayer se profanaron 63 tumbas del cementerio judío de Tablada” fue la noticia de esta mañana de lunes, mañana de Iom Kipur, mañana de Memoria Activa, mañana de preguntas renovadas, mañana triste.

Un golpe en la boca del estómago: la imagen de la tumba de mis padres. El recuerdo de la pena cuando murió papá, la desazón cuando unos años después se fue mamá. Las dos veces, los trámites, el papeleo, el dinero, el dolor, las lágrimas que se agolpan en el momento de las decisiones –el tipo y color del mármol, cuál fotografía, el texto de la inscripción-. En una tumba uno trata de dejar lo que quedará de ellos para la eternidad.

Un dolor conocido. ¿Estará destruida la tumba de mis padres? ¿Habrán hecho añicos esa foto que elegimos con tanto amor? ¿Estará la tapa de mármol partida, abierta impúdicamente a alguna mirada inclemente?

Imágenes que no podía evitar me invadieron toda la mañana: svástikas, manchas de alquitrán, picos y hachas, risotadas, burlas, bombas. Reacciones viscerales, incontrolables, dolorosa, perversa y pornográficamente “naturales” en este país que nos ha ofrecido estas imágenes tantas veces.

No se podía ir al cementerio, era Iom Kipur. No se podía saber cuáles eran las tumbas seleccionadas.

El dolor es un dolor tan viejo, tan conocido que cada tumba violada es la tumba de mis padres. Cada tumba resume el mismo deseo de los familiares, similares preocupaciones, dudas parecidas, ausencias lamentadas. Todos los muertos del cementerio son mis padres. Yo y todos los judíos somos sus hijos. Cada una de las tumbas rotas es la tumba de mis padres.

Las preguntas. Me pregunto qué ha llevado a un grupo de personas a meterse en un cementerio cerrado a romper. ¿El placer? ¿El odio? ¿La obediencia? ¿La necesidad económica? ¿Alguna militancia? ¿El miedo? ¿La anomia?

¿Cómo es la toma de decisión de ir a romper tumbas al cementerio judío? ¿A quién se le ocurre la idea? ¿Cómo se junta a la gente? ¿Cómo se los recompensa? ¿Cuáles son los fines? ¿Quién consigue los elementos, quién y cómo se planea y organiza?, ¿Cómo se los estimula y envalentona, con vino, con droga, con alguna promesa? ¿Cómo se vence el natural respeto a un cementerio? ¿Es gente que no tiene muertos, que no ha velado nunca a nadie, que no sabe del dolor de la ausencia de algún ser querido? ¿Terminan de romper las tumbas y vuelven a sus casas como quien regresa de trabajar y dicen “vieja, qué hay para comer”?

La obediencia debida. Recuerdo a Splengler, el comandante de Treblinka, también a Eichmann, el factotum de la “solución final” y a tantos otros que justificaron sus actos con los gélidos, burocráticos e increíbles argumentos de “cumplía órdenes”. No habían hecho lo que hicieron por odio sino por obediencia y pragmatismo. No era una cosa personal –y lo decían casi con orgullo-, “sólo” cumplían con su deber.

Dice Humberto Maturana que eso es precisamente la esencia del mal, no cuando se hace daño en medio de alguna pasión, por odio, por resentimiento, por celos, por venganza, sino que el verdadero mal, el mal social es cuando se daña sin odio, con indiferencia y se lo justifica con argumentos de la razón.

¿Serán estos perpetradores malos de este tipo de maldad? ¿Para qué hicieron lo que hicieron si no fuera así? ¿Qué pudo haber despertado el odio antisemita en estos días? ¿O lo del antisemitismo es una cortina de humo y será una maniobra para distraer la atención de algo que no se quiere que sea visto?

¿Una maniobra de distracción? Cuando no se entiende algo, a veces es conveniente buscar en el hecho que lo precedió inmediatamente. Algunos dicen que la profanación podría ser una consecuencia del torpe accionar de la policía con los rehenes que acribilló en Ramallo y de las críticas unánimes que ha despertado. Ambas cosas habrían aumentado la temperatura de alguna interna bonaerense hasta grados críticos. Un cierto sector podría haber decidido hacerse presente como fuerza que merece cuidado y atención, para lo cual habría recurrido a la “respuesta de stock”, esto es, tomar como blanco algo judío y disparar. No es una respuesta novedosa. Ni siquiera un invento argentino. Fue usado con cierto “éxito” otras veces en la historia, por ejemplo en la Kristallnacht que los del III Reich han querido hacer aparecer como una reacción “espontánea” del pueblo alemán. Nada de esto se hace “espontáneamente”. Requiere organización, planificación, dinero, herramientas, alguien que da órdenes, otros que obedecen, otros que callan cómplices.

Uno se cansa de ser “blanco” siempre. Otra vez es la semana trágica. Otra vez es Mirta Penjerek. Otra vez es el ataque a la AMIA. Otra vez es otra vez y otra vez es otra vez más. Y uno se cansa de escuchar hipócritas declaraciones de pesadumbre de nuestros gobernantes, como si se tratara de otro país, lejos de aquí, como si no fueran ellos quienes gobernaran acá, hoy y ahora, como si nadie tuviera nada que ver. Este lunes han vuelto a profanar la tumba de mis padres.