Rafecas

Presentación de Historia de la Solución Final, libro de D. Rafecas

rafecasA los rayos, esas manifestaciones esperables en las tormentas eléctricas, se los  llamó fatídicos cuando no se sabía de dónde venían, por qué ni como caían, eran fatídicos, no se los podían anticipar o impedir. ¿Era pura maldad de la naturaleza, algo azaroso? ¿se trataba quizá de un castigo divino? Por las dudas rezaban, hacían ofrendas, súplicas y promesas. Pero los rayos fatídicos eran sordos y perversos. No solo seguían cayendo sino que encima se ensañaban con las iglesias que solían estar en el punto más elevado de los poblados. Recién en el siglo XVIII Benjamín Franklin descubrió y comprendió como se generaban, por qué caían e inventó el pararrayos. Así fue vista la Shoá durante varias décadas, como un rayo fatídico que había caído sobre la Humanidad, una desgracia insólita, inédita, inasible e imposible de comprender. Nuestro problema es que, igual a lo sucedido con el rayo, mientras siga siendo fatídico, mientras no se conozca su mecanismo de generación, seguiremos estando a su merced. Rezar y hacer ofrendas calmará a quien lo hace, le dará el consuelo o la ilusión de estar haciendo algo, pero no lo detendrá. Si la Shoá no tiene explicación, si no se la estudia, analiza y comprende, no habrá forma de predecir ni te implementar las políticas necesarias para hacer más difícil su repetición o para atenuarlo sus efectos. De hecho, los genocidios no se han detenido después del nunca más de la Shoá.

Nos ha llevado décadas introducirnos en la tortuosa realidad generadora de la Shoá. Cada vez que escucho nunca más tengo ganas de llorar y miro con tristeza y desazón a quien lo enuncia. Cuando se trata de un político, la tristeza se vuelve terror, porque un político no puede no saber que los enunciados voluntaristas no cambian la realidad. No sé si habrá alguna vez un nunca más, lo dudo mucho, pero de lo que sí estoy segura es de que no lo habrá hasta que no nos metamos en el barro pringoso del ejercicio del mal como una práctica política y socialmente aceptada y aprendamos alguna lección.

A medida que la sociedad humana fue saliendo de su estupor ante la enormidad de lo sucedido, los académicos e historiadores, sacudiéndose aún las cenizas de los hornos crematorios que llevaban pegadas en sus inútiles papers de preguerra, abrieron documentos, procesaron datos, conocieron contextos, empezaron a quitarle lo fatídico al rayo. Se comienza a vislumbrar cómo, por qué y para qué se gestó y llevó a cabo la Shoá.

Estudiar la Shoá implica necesariamente compararla con otros genocidios. Hay quienes creen que no es lícita una tal comparación, que su unicidad es incontrovertible e incluso que sería una ofensa a la memoria de los asesinados el mero intento de encarar su comprensión, que comprender equivale a justificar y eso es inadmisible. Otros académicos piensan diferente, creen que nuestra única oportunidad como civilización es comprender qué pasó.

La Shoá ha sido un genocidio y como tal es comparable con otros, aunque es preciso reconocer sus aspectos distintivos que la hacen única. No me extenderé sobre ello pero quiero puntualizar que no es única por la cantidad de personas asesinadas ni por las atrocidades cometidas o los métodos empleados. Es única porque es la primera vez en la historia que el blanco era todo un pueblo, sentenciado por su partida de nacimiento, por haber nacido judío. Es única porque era no había límites geográficos ni nacionales, el judío lo era genéticamente, sería alcanzado viviera donde viviera. Es única porque no hubo como en los otros genocidios, motivos pragmáticos: ni económicos, ni geopolíticos, ni religiosos; la razón fue puramente ideológica y delirante. Por un lado la teoría "racial" en la que se basó el proyecto de reingeniería humana del Reich y por el otro la supuesta conspiración judeo-bolchevique que se cernía sobre el mundo. La teoría “racial” es una superchería científica, así como la conspiración judeo-comunista-capitalista, tristemente difundida por los Protocolos de los Sabios de Sion. Dos delirios sin asidero alguno. Ninguna razón pragmática real. Por todas estas razones es única. Pero, como dice Yehuda Bauer, aunque la Shoá no tuvo precedentes, es un precedente, una inquietante advertencia que no podemos darnos el lujo de desoír. Sabemos que esto, y cualquier otra cosa, por más inimaginable que parezca, puede pasar.

La Shoá se estudia y enseña aislada de la II Guerra. El trabajo de Daniel Rafecas tiene la originalidad de centrarse en la relación entre estas dos guerras,  la guerra mundial y la guerra contra los judíos. De evento en evento, de decisión en decisión, va mostrando como las incidencias políticas y bélicas fueron torciendo las intenciones nazis que terminaron en el asesinato masivo. Los motivos eran delirantes, pero la secuencia y planificación fueron racionales. Esta racionalidad es uno de los aspectos más aterradores del libro. La idea del exterminio no estaba al principio, fue consecuencia de un proceso que Daniel Rafecas sigue paciente y firmemente. Basado en pruebas documentales vislumbramos las internas de la jerarquía nazi y sus encrucijadas cuando las derrotas bélicas impidieron resolver el problema judío mediante la expulsión.  El Ejército Rojo, con su impensada y heroica defensa, paró el avance avasallador de la Wehrmacht. Mientras los soviéticos se resistieran no había donde enviar a tantos millones de judíos. Había que encontrar otra manera. Así se llegó a la decisión del exterminio, que debía ser sistemático, eficaz, rápido y económico.

Daniel Rafecas es abogado y docente, mira y piensa como juez, dialoga con el material mediante la indagación. Estos documentos áridos se dejan leer con facilidad gracias a la escritura diáfana del libro y su propósito pedagógico. Se sigue como una novela policial o, mejor aún, como una tragedia griega: uno sabe que muchos van a morir, que el éxito del asesino no será total y que al final será descubierto y castigado. Igual que ante una tragedia griega, uno acompaña la progresión de los hechos con la desesperación de saber que no se podrá torcer el destino fatal de las víctimas, que nada podía detener esta lógica alocada y devastadora.

Este libro se inscribe en el contexto de los nuevos descubrimientos, archivos, documentos, fosas comunes que hablan de un pasado que espera ser abierto y comprendido. Los elementos que nos propone La historia de la Solución Final serán, sin duda, una de las columnas conceptuales constitutivas del tan ansiado pararrayos. Creo que es de lectura y estudio imprescindible y que debiera ser bibliografía obligatoria en las clases de historia así como ya está sucediendo en algunas escuelas.

Por último, comparto con ustedes algo personal. Quiero, admiro y respeto a Daniel y me siento honrada de contar con su amistad y cariño y conmovida al ver el modo en el que se relaciona con los sobrevivientes, que lo aman. Como hija de sobrevivientes de la Shoá para quien este es un tema que atraviesa mi propia vida, siempre le pregunto a Daniel –y espero que me disculpe por volver a hacerlo públicamente- qué tipo de enfermedad mental le hizo abandonar la comodidad del mundo conocido de la docencia y las leyes para meterse en el barro del MAL desatado. No les voy a contar lo que suele responderme. Me gustaría que quiera hacerlo él.

Graciela Fernandez Meijide - Daniel Rafecas - Diana Wang - Ricardo Hirsch. Presenta: Luis Mesingyer

 

 

 

Colegio Pestalozzi. 10 de Abril 2013.