Cuando chica, hacía los mandados en el almacén de la vuelta de mi casa, la “Proveeduría El Pensamiento”. Don Pedro, gallego socialista escapado de la Guerra Civil, tenía libros, libros, muchos libros del otro lado de la pared del mostrador. Cuando me dejaba pasar podía espiar, embelesada, ese tesoro de lomos de diversos colores y alturas. La cultura era la mercadería más importante de “El Pensamiento”.
Hacía los mandados sin pagar. Don Pedro anotaba lo que llevaba en una libreta con tapa de hule negro y renglones rojos. Los viernes mamá pagaba y el almacenero escribía en la hoja de la semana un estentóreo CANCELADO.
La semana siguiente empezaba con la hoja en blanco. La deuda cancelada seguía ahí porque la cancelación no había destruido la libreta.
Hoy, cancelación es otra cosa, hoy se destruye la libreta. quien es cancelado es excluído, borrado, desaparecido. No se cancela su deuda con la sociedad mediante el reconocimiento, el arrepentimiento y el cambio. Se cancela a la persona.
En este mundo globalizado y enseñoreado por las redes sociales todos tenemos oportunidad de opinar y nuestros mensajes pueden llegar a muchísimas personas. Somos tantos que para no perdernos en el océano del anonimato debemos luchar por la supremacía, por ser leídos, por ganar vistos y likes que nos hagan influencers y famosos. Textos reactivos, breves, rápidos, expeditivos, provocadores, simples, binarios, nada de sutilezas. No hay grises. Blanco o negro. Nada de reflexión, ni ponderación, ni pensamiento. Aceptando esos códigos es más fácil conquistar a un público soluble a consignas provocativas. Slogans, golpes de efecto y al plexo, brillar por un instante como esos faroles en el campo alrededor de los que se agolpan los bichitos atraídos por la luz, una luz que los mata.
Todo empezó con denuncias de incorrecciones habitualmente silenciadas para visibilizarlas como primer paso para el cambio individual y social. Pero el furor de las redes pudo más. De la denuncia se pasó a la acusación y pronto le siguió la exclusión. Enojo, venganza, odio sin ponderación, tanto contra un pedófilo como contra quien no termina sus adjetivos con e. Las redes son insaciables, no dan tiempo para pensar, engullen contenidos y personas como arenas movedizas hambrientas y gana quien pega primero y mejor.
¡Que bueno sería cancelar la homofobia, el machismo, los femicidios, el racismo, como hacía don Pedro en su libreta de hule negro: ¡deuda anotada, reconocida, saldada y documentada!
Se pudo con el cigarrillo, no es lo mismo, pero se pudo. Ya no se discute airadamente si alguien protesta porque se está fumando en un espacio cerrado. Lo hemos incorporado. Las conductas, como las deudas del almacenero, se pueden reconocer y cancelar. Las conductas. No las personas.
Pero si se incurrió en alguna deuda conductual los esbirros de la corrección guardan las puertas como cancerberos feroces. En pos de erradicar conductas indeseables, se cercena a las personas. ¿Tendrán alguna oportunidad de aprender algo los echados? ¿o se llenarán de resentimiento y acusarán a los canceladores de “ejército medieval caza brujas”? ¿Qué ganamos como sociedad? Otra grieta, porque los cancelados se rebelan y quieren cancelar a los canceladores en una escalada de violencia reactiva.
Mientras tanto, las conductas a erradicar siguen más vivas que nunca. Los femicidios, los abusos a niños, el racismo, por citar solo tres, no se han detenido.
¡Cómo extraño a los Don Pedro y al almacén de la vuelta de mi casa que se llamaba “El pensamiento”!
Puublicado en Clarin
Publicado en El Diario de Leuco.
Charla TEDxCordoba de Joaquín Sánchez Mariño, noviembre 2020