Llaves oxidadas, llaves lastimadas, llaves que guardaban en los bolsillos o colgaban del cuello con un piolín retorcido. ¿Por qué las conservaban? ¿Igual que los judíos echados de Sefarad que durante siglos soñaron con volver? Sí. Soñaban volver. A su lugar, a su calle, a su puerta y la llave la abriría y allí estaría otra vez la vida normal, el sonido de las palabras conocidas, la mesa con mamá, papá, la abuela, los hermanitos y un plato de sopa de cebada, caliente, perfumado y tan pero tan rico y en la cama habría sábanas y en el baño habría un espejo y hasta tendría una puerta. Alguna parece de un cajón o de la puerta de un ropero. ¡Qué loco llevar una llave de un ropero a Auschwitz! Aunque pensándolo mejor, nada loco. Lo loco era Auschwitz. Loco de toda y total locura.
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