Pensando en las parejas, encontré esta metáfora sencilla y maleable que me resulta muy útil, tanto para la pareja conyugal como para cualquier pareja humana en cualquier actividad que hagan juntos.
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22 de octubre 2016, Tecnópolis, Buenos Aires.
Transcripción de la charla en castellano:
"En la pareja, la culpa la tiene el otro"
Estando en pareja queremos cambiar al otro. El otro tiene la culpa de todo lo que está mal. Emprendemos la tarea de cambiarlo con ganas, con optimismo, con mucha onda. ¡Vamos a poder! ¡Claro! ¡Podremos!
Pero a medida que pasa el tiempo nos vamos desanimando, porque, por más que lo intentemos, no cambia, sigue siendo tal cual es. ¡Qué frustración! ¡Qué rabia! ¡Cuánto sufrimiento! TODO MAL.
Nos quedan cuatro alternativas: el suicidio, el asesinato, la separación o la terapia de pareja, entendida, claro está como el último y desesperado intento de cambiar al otro, que es lo pedimos al terapeuta, y el terapeuta sabe perfectamente de qué le estamos hablando porque también quiso cambiar a su otro y tampoco pudo.
Después de más de 40 años de casada y de algunos más como terapeuta, encontré un modelo que me es muy útil para pensar a las parejas: el barrilete y la estaca.
Al barrilete le encanta volar lejos de la tierra, es creativo, original, estimulante, divertido, también imprevisible, inseguro, necesita probarse cosas, necesita estímulos, desafíos, cambios. A la estaca no le gustan los cambios, es rutinaria, un poco aburrida, pero es estable y ordenada, no tiene que probarse nada y está feliz con los pies en la tierra. Estas dos funciones “barrilete” y “estaca” son esenciales para que una pareja se mantenga viva. Cuando somos barrilete volamos felices y tranquilos porque está la estaca que nos sujeta y nos trae de vuelta y cuando somos estaca mantenemos todo en orden mientras miramos el vuelo colorido del barrilete que sabe que a su regreso estará todo en su lugar.
Pensarnos como barrilete-estaca nos permite elegir, a cada paso en qué escenario queremos vivir, en la guerra o en la paz. Nos regala, además, la noción liberadora de que “cada uno es como es, no me lo hace a mí” lo que baja enormemente el sufrimiento porque dejo de pedirle peras al olmo.
Si nos pensamos como barrilete y estaca no nos tomamos tan en serio, hasta podemos reírnos de nosotros mismos. Como nos pasó con mi marido, hartos de discutir por ver quién de los dos contaba la historia como en realidad había sido, ahora nos decimos: “¿cuento yo y vos corregís o contás vos y corrijo yo?”.
Claro que discutimos, cuando a los dos se nos da por ser barrilete y no queda estaca que nos sujete. O cuando diferimos acerca del largo del piolín, porque el piolín es la clave, porque el piolín mide la distancia óptima que es cómoda para vivir, cuán cerca, con cuánto control, durante cuánto tiempo. El piolín es puente y frontera entre uno como individuo y como miembro de la pareja.
En las noches o cuando nos cubren cielos tormentosos, nos cobijamos bajo una misma manta, no sin antes revisar, cm a cm, el piolín que nos une, a ver si está deshilachado, si corre riesgo de partirse en algún lugar. Y recién después lo ovillamos prolijamente y con mucho cuidado para que a la mañana siguiente, cuando el barrilete remonte vuelo otra vez, esté seguro de que tendrá donde volver.
ENGLISH TRANSCRIPTION
“As a couple, one’s partner is always to blame”.
When we’re in a relationship, we want to change the other. Whatever is wrong, they are to be blamed!. We start with enthusiasm, optimism, full of energy. We can do it! Of course we can! We will!
But as time goes by, that enthusiasm begins to wane because---despite our best efforts---our partner won’t change; they’re still the same. How frustrating! How infuriating!! EVERYTHING IS TERRIBLE.
We are left with four options: suicide, murder, separation, or couples therapy, understood---obviously---as the final and desperate attempt to change your partner, which is what we ask therapists to do. And therapists themselves know exactly what we mean because they too have tried to change their partner and failed.
After 40 years of marriage, and a few more as a therapist, I’ve found a model that is highly useful to me in terms of thinking about couples: a kite and its stake.
The kite enjoys flying far above the earth. It’s creative, original, and fun, but it’s also spontaneous, insecure; craving to prove it can do anything. The kite needs stimulation, challenge, and change. The stake, however, does not like change. It enjoys routine and is perhaps a bit boring, but it is stable and organized, with no need to prove anything, and is happy with its feet firmly on the ground. These two elements, kite and stake, are essential for the survival of a relationship. When we are the kite, we fly happily and in peace thanks to the stake, holding us firmly and reeling us back in when needed. And when we are the stake, we ensure that everything is in order while we gaze at the colorful flight of the kite that knows that everything will be in its place upon its return.
Considering ourselves as a kite-stake system allows us to choose, step by step, in which scenario we want to be: war or peace. It gives us the liberating notion that “people simply are who they are, they aren’t doing it TO me” and therefore the pain is strongly reduced for I can stop expecting pears to come from an apple tree.
If we see ourselves as a kite and a stake, we might stop taking ourselves so seriously; we can even laugh at one another. As it happened with my husband and me, exhausted from arguing over which of us was telling the “true” side of the story, we now ask ourselves instead: “shall I speak so that you can correct me, or you speak so that I can correct you?”
Naturally, there are arguments, especially when we both want to be the kite and there is no stake to hold us in place. Or when we disagree on the length of the string. Because the string is the key. It measures the optimal distance in which we feel comfortable living together: how close, how controlled, and for how long. The string is both the bridge and the border between you as a person and you as a partner in the relationship.
At night, or when stormy skies threaten us, we cuddle safely under the same blanket, not without checking first, inch by inch, the string that unites us. Is it fraying? Could it break? Then, we wind it back together, smoothly and carefully, so that in the morning, the reascending kite can be fully confident that there will indeed be a place to return to.