Busco a Zenuṥ. Sueño con encontrarlo. Lo intenté todo pero siempre llegué a callejones sin salida. No conozco el apellido de la familia a la que lo entregaron. Cuando al terminar la guerra mis padres lo fueron a buscar les dijeron que había muerto de tifus pero que no recordaban donde lo habían enterrado. Siempre creímos que había sobrevivido y que había sido apropiado.
Pero ¿Y si Zenuṥ estuviera muerto?
O peor aún, ¿si es cierto como decían sus cuidadores que se hubiera enfermado y no habría sobrevivido la guerra?
O peor aún ¿si denunciado o descubierto algún policía o nazi lo hubiera matado?
O peor aún ¿si, ante el riesgo de ser descubiertos, lo hubieran matado sus supuestos salvadores?
Jamás se me había ocurrido esta última alternativa.
Jamás.
La idea de que pudiera no haber sobrevivido estaba siempre presente, incluso la de que alguien hubiera denunciado su presencia y habría sido asesinado luego. Pero que la gente que había aceptado protegerlo lo matara, eso nunca se me había ocurrido.
En la película “EL regreso del violín” Sigmund Rolat, un sobreviviente, dice que supo después de la Shoá que un primito suyo que había sido entregado a un médico fue ahogado por el mismo médico en un río cercano. Este relato dura unos pocos segundos pero diluyó para mí el resto del film. Ya no pude ni ver ni oír nada más. Quedó mi mirada perdida sobre la pantalla mientras las imágenes se movían y había sonidos confusos que no conseguía comprender, paralizada, congelada y fundida en esa idea que ni en sueños nunca jamás se me había cruzado por la cabeza.
Y ahora voy a decir lo indecible, voy a ponerle palabras a las imágenes tortuosas, torturadas y torturantes que me acosan desde ese momento. Me da miedo lo que estoy por escribir. Me da miedo porque si lo nombro, si le pongo palabras, si lo dejo escrito, quedará ahí, afuera de mi, y me mirará y me interpelará, y me golpeará una y mil veces y tal vez otros lo lean y se espanten y me odien por ello. Pero si no lo hago, si lo dejo dentro de mí, es como un tóxico venenoso y terrorífico que temo me inunde y toque cada milímetro de mi subjetividad y me manche y corroa y no me deje vivir. Tengo que sacarlo, tengo que decirlo, tengo que escribirlo y luego leerlo una y otra vez para enfrentarme con lo peor que puedo imaginar para que las imágenes dejen de atacarme y horrificarme y para poder quitármelo de mi y seguir viviendo.
¿Matar a Zenuṥ con las propias manos? ¿Matarlo? ¿Cómo? Una cosa es decir “matarlo” y creer que uno está diciendo “matarlo” y muy otra es imaginar el hecho mismo, cómo, cada movimiento, cada momento, la decisión, el gesto, el lugar, la circunstancia, los testigos. ¿Ahogarlo en un agua, río, lago, palangana…? ¿Ahorcarlo apretándole la nariz impidiéndole respirar o estrangulándolo? ¿Con un golpe en la cabeza? ¿Un degüello? ¿Hubo testigos? ¿Qué hicieron? Veo esas imágenes sangrientas, crueles, desbordada mi imaginación, espantada, no puedo dejar de imaginar y ver las mil y una maneras en que un adulto podría asesinar a un niño. ¿Estaba dormido o lo hicieron con su ojos grandes mirándolos sin saber ni comprender qué estaba por suceder? ¿Fue en la misma casa o se lo llevaron a otro sitio? ¿Se dio cuenta de lo que iba a pasar? ¿Sonrió, gimió, gritó? ¿Cómo pudieron asesinar a ese chiquito rubiecito de cara angelical que había aprendido a taparse el pito al hacer pish para que nadie advirtiera que estaba circuncidado? Y las preguntas no se detienen ahí, me pregunto en caso de que lo hicieron ¿cómo pudieron seguir viviendo? ¿Dónde están? ¿Quiénes son? ¿Tienen alguna marca que revele esa monstruosa conducta? ¿Se les notará como a Caín que llevaba una señal indeleble? ¿Siguen siendo personas como cualquiera o tienen algo que los denuncie en su monstruosidad antinatural? ¿Se lo contaron a sus hijos? ¿Lo sabrán sus nietos?
Y vuelve aquella pregunta que me sigue atormentando acerca de la naturaleza humana. Si el llanto de un bebé es un sonido frente al cual la reacción es universal e imparable, si el cuidado de la cría está inserto en los engramas neurobiológicos de los mamíferos y de, supongo, casi todos los seres vivos, si el acudir al socorro de un cachorro en apuros es una respuesta natural y espontánea, si ante el piar casi inaudible de una avecita, el maullido tímido de un gatito, el gemido desfalleciente de un perrito salimos como disparados a ver qué pasa, para asistir a estos seres frágiles y vulnerables…. ¿cómo es posible que durante la Shoá se tomara a bebés de los pies, se los revoleara y estrellara contra una pared? ¿cómo es posible que en Guatemala se abriera los vientres de las embarazadas para matar a los fetos? ¿cómo es posible que en Irak se envíe a niños para desactivar minas personales que los mutilan o los matan? ¿cómo es posible que se manipule y drogue a niños para convertirlos en máquinas de matar?
La esperanza de que Zenuṥ hubiera sobrevivido, me doy cuenta ahora, estaba más allá que mi expectativa de recuperar a un hermano perdido. Además de eso, claro está, también había en mi corazón la esperanza de que la figura de un niño en su total, absoluta y natural indefensión hubiera sido un escudo que detuviera la furia asesina de cualquier persona. Una expectativa sobre el instinto de supervivencia de la condición humana. Expectativa que, ante la idea de que los que debían cuidar a Zenuṥ pudieron haberlo asesinado, ha estallado en lo más profundo de mi corazón.
Tengo que seguir inventándome ganchitos en la pared lisa y resbalosa del desánimo para mantenerme erguida y hacerme la ilusión de que algo de lo que hago puede alguna vez servir para algo.