Discurso al Bundestag[1].
Sr. Representante del Bundestag; Sr. Presidente de Alemania; Sr. Presidente del Bundesrat (cámara alta del Parlamento): Sr. Canciller; Damas y Caballeros; queridos amigos. El 27 de enero de 1945, el Ejército Soviético conquistó el complejo de campos de Auschwitz. Sólo fueron liberadas unas 7.000 u 8.000 personas, de la que, la mayoría eran almas en pena cuyas vidas habían evitado milagrosamente ser tronchadas por los S.S. Las otras 58.000 habían emprendido pocos días antes la Marcha de la Muerte. Fueron seguidas, durante los cuatro meses que continuaron hasta el final de la guerra, por varios cientos de miles de casi todos los campos de concentración, señalando el último impacto brutal, espástico e interminable del régimen más cruel que el mundo ha conocido nunca. El 27 de enero Auschwitz no estaba ya en manos de los asesinos, pero el horror todavía no había terminado.
¿Hemos aprendido algo? La gente raramente aprende de la historia y la historia del régimen nazi no constituye una excepción. Hemos fallado también en comprender el contexto general. En nuestras escuelas, por ejemplo todavía enseñamos sobre Napoleón y cómo ganó la batalla de Austerlitz. ¿La ganó por sus propios medios? ¿Habrá habido quizás alguien que lo ayudó? ¿Unos pocos miles de soldados tal vez? ¿Y qué pasó con las familias de los soldados caídos, de los heridos en ambos bandos, de los pobladores cuyos poblados fueron destruidos, de las mujeres que fueron violadas, de los bienes y posesiones tomados como botín? Todavía enseñamos sobre generales, sobre políticos y filósofos. Tratamos de no reconocer el lado oscuro de la historia, los asesinatos en masa, la agonía, el sufrimiento que grita a nuestras caras desde toda la historia. No escuchamos el lamento de Clío. No conseguiremos incorporar la idea de que nunca podremos luchar en contra de nuestra tendencia hacia la aniquilación recíproca si no la estudiamos y si no la enseñamos y si no enfrentamos el hecho de que los humanos somos los únicos mamíferos capaces de aniquilar a otro de su misma especie.
El sociólogo norteamericano Rudolph J. Rummel llegó a la conclusión de que entre los años 1900 y 1987, organizaciones gubernamentales y símil-gubernamentales asesinaron a 169 millones de civiles, además de los 34 millones de soldados caídos. ¿Quién cometió esos crímenes? Principalmente regímenes no democráticos. Aunque las democracias cometieron crímenes también, han sido responsables sólo de una fracción del 1 por ciento de las víctimas civiles.
Estas estadísticas son sólo útiles parcialmente. En realidad, no revelan la tragedia sino que la encubren. Sabemos que quienes fueron torturados y asesinados son personas, no estadísticas y que se trató de un número imposible de entender de gente, gente igual que ustedes y yo.
La guerra instigada por la Alemania Nacional Socialista básicamente por motivos ideológicos, costó las vidas de alrededor de 49 millones de personas, en su mayor parte, civiles. Si adoptamos la definición de genocidio de las Naciones Unidas, lo que sucedió a la nación polaca y a los Roma, llamados gitanos por otros, fue evidentemente un genocidio. Polonia como tal estaba destinada a desaparecer. La política hacia ellos fue acompañada por asesinatos en masa: los intelectuales polacos eran objetivos a ser aniquilados, universidades y escuelas fueron cerradas, el clero fue diezmado, todo el comercio importante fue confiscado, los niños de las familias polacas eran deportados a Alemania para ser “germanizados”. Los Sinti y los Roma de Alemania debían desaparecer por medio del asesinato colectivo y la esterilización. Los Roma nómades debían ser muertos donde quiera se los encontrara en Europa (los sedentarios eran tolerados). Millones de rusos y otros pueblos soviéticos, y también europeos occidentales como italianos, balcanes y alemanes, fueron víctimas del régimen.
¿Por qué? Pienso que debemos tener claro que lo que se planeó era una revolución radical, un motín contra todo lo que había habido antes. Se buscaba un nuevo orden de clases sociales, religiones e incluso naciones, una jerarquía absolutamente nueva construida sobre las así llamadas razas, en la cual la auto denominada raza maestra no tenía sólo el derecho sino también el deber de regir sobre las otras y esclavizar o asesinar a las que considerara diferente de la propia. Era una ideología universalista: “Hoy Alemania nos pertenece a nosotros, mañana al mundo entero” como decía la canción nazi.
¿Cómo fue posible que gente de la cultura centroeuropea que había desarrollado una de las civilizaciones más importantes se hubiera entregado a una tal ideología, hubiera impulsado en consecuencia una guerra de aniquilación y hubiera permanecido fiel hasta el amargo final? El terror, damas y caballero, no fue la única razón. Había consenso, un consenso sostenido por la promesa de una maravillosa utopía, una utopía de una comunidad de gente idílica que gobernaría el mundo, desprovisto de fricción, sin partidos políticos, sin democracia, un mundo servido por esclavos. Para alcanzar un objetivo así era necesario oponerse a todo lo que había antes: la moralidad judeo-cristiana y de la clase media, la libertad individual, el humanitarismo, el paquete completo de la Revolución Francesa y del Iluminismo. El Nacional Socialismo era, de hecho, la revolución más radical que haya tenido lugar nunca, un motín contra lo que había sido considerado hasta ese momento como humano.
El núcleo de la estrategia de aniquilar a todo aquél considerado diferente era el holocausto, el proyecto de la aniquilación total del pueblo judío y el asesinado real de todos los judíos que los asesinos pudieran alcanzar. Y la cosa más horrible sobre la shoá es, por cierto, no que los nazis fueran inhumanos, la cosa más horrible sobre ellos es que fueron absolutamente humanos, tan humanos como ustedes y como yo. Cuando argumentamos que eran diferentes a nosotros y luego podemos dormir tranquilos, con nuestras conciencias en paz porque los nazis eran demonios y nosotros no lo somos porque no somos nazis, nos contentamos con un escapismo barato. Un escapismo de la misma baja calaña está implícito en la idea de que los alemanes estaban de alguna manera genéticamente programados para ejecutar asesinatos masivos. Como la mayoría de la gente no es alemana, muchos pensarán que lo que ha pasado no se repetirá por otros y que sólo podía haber pasado en Alemania. Esto es racismo inverso.
Los hechos sucedieron hace casi sesenta años. Uno podría pensar que el famoso punto final debiera haberse marcado hace mucho tiempo, que el interés en este genocidio específico debería haberse agotado. Sin embargo, sucede lo contrario. Raramente transcurre una semana sin que aparezca un nuevo libro en el mundo, trátese de memorias, novelas o debates científicos, sean obras de teatro puestas en escena, poesía, programas de televisión o películas que se refieran al holocausto. Debemos preguntarnos otra vez por qué. ¿Por qué el holocausto es un tema central y no Cambodia o los Tutsis o Bosnia o los Armenios o los Indígenas de Norteamérica?
No sé si mi respuesta a esta cuestión central será mejor que otras, pero querría igual proponerla. No creo que el sadismo y la brutalidad con las que fueron maltratadas las víctimas pueda ser una explicación, porque el sufrimiento, la agonía y el tormento no pueden ser graduados. He publicado en inglés el testimonio de una mujer Sinti que había perdido a su marido y vio morir a sus tres hijos frente a sus ojos. ¿Cómo es posible comparar esto con la tragedia de un judío o de un campesino ruso o de un Tutsi o de un Khmer de Camboya? Es, seguramente, imposible decir que el sufrimiento de una persona es mayor o menor que el de otra, que un asesinato masivo es mejor o peor que otro. Una tal proposición sería repulsiva. Si es así, ¿es la brutalidad y el sadismo lo que hace tan singular al holocausto? Por cierto, la Alemania Nacional Socialista enriqueció su trágico repertorio de un modo extraordinario, pero la brutalidad no es novedad en historia. ¿Es entonces el factor diferenciador el haber sido un asesinato masivo estatal puesto en práctica con la ayuda de modernas tecnologías y prolijidad burocrática? No lo creo así. El genocidio de los armenios fue realizado con la ayuda de la tecnología existente entonces y las herramientas burocráticas, y los nazis mismos perpetraron sus crímenes contra los polacos y contra los Roma con los mismos métodos que usaron contra los judíos.
No, creo que la respuesta yace en otro lado. Por primera vez en toda la historia, gente que descendía de tres o cuatro abuelos de un tipo particular, judíos, estaban condenados a muerte sólo por haber nacido. El mero hecho de su haber nacido era en sí mismo el crimen mortal que debía ser penado con la ejecución. Esto no había pasado nunca antes, en ningún lado. Una segunda característica que hace al holocausto un evento sin precedentes, fue que cualquier descendiente de judíos era aprehendido en cualquier parte del mundo en el que la Alemania nazi tuviera influencia, sea directamente o por medio de aliados, en cualquier lugar del mundo, un mundo que mañana sería “nuestro”. El asesinato de judíos no estaba dirigido sólo a los judíos de Alemania o a los judíos de Polonia o incluso a los judíos de Europa sino contra los diecisiete millones de judíos desparramados por el mundo entero en 1939. Todos los otros casos de genocidios habían sido perpetrados en territorios definidos, aunque los territorios podían ser grandes en ocasiones, mientras que el asesinato de judíos fue constituido para ser universal, ilimitado geográficamente. Tercero, la ideología. Numerosos colegas han analizado la estructura del nazismo, su burocracia, la operatoria diaria del aparato mortal. Todos sus hallazgos son absolutamente correctos, pero ¿por qué los burócratas que trasladaban a niños alemanes por tren a campamentos de verano y a judíos también por tren a los campos de la muerte con los mismos medios administrativos hacían esto último? ¿Por qué asesinar a todos los judíos que podían encontrar y no, digamos, a todos las personas de ojos verdes que pudieran encontrar? Tratar de explicar esto recurriendo a estructuras sociales, aunque pudieran haber sido muy importantes, es inaceptable, al menos para mí.
La motivación era ideológica. La ideología racista-antisemita era el producto racional de un abordaje irracional, un abordaje que era una mutación al estilo del cáncer de la ideología antisemita cristiana que ha ensombrecido las relaciones judeo-cristianas a lo largo de sus dos mil años de coexistencia. El antisemitismo nazi era pura ideología con una mínima relación con la realidad: los judíos eran acusados de una conspiración mundial, una idea traída de la judeo fobia de la Edad Media, aunque en realidad los judíos no eran capaces de lograr la unidad, ni siquiera de modo parcial. Entre ustedes y yo, todavía son incapaces de ello. Existía una conspiración, pero no era una conspiración judía, era la conspiración nacional socialista.
Los judíos eran acusados tanto de ser agitadores revolucionarios como capitalistas, lo que significa que las diferentes fobias eran reducidas a un denominador único. Naturalmente, la mayoría de los judíos no pertenecía a ninguna de estas categorías, sino a las clases más bajas o a las medias. No poseían territorios ni comandaban poder militar ni controlaban nada de la economía nacional. No constituían una entidad sino que observaban sus tradiciones, como individuos, siguiendo interpretaciones mutuamente contradictorias dentro del marco de pequeñas comunidades étnico-religiosas o, en el caso de ser seculares o ateos, sin pertenecer siquiera a comunidades judías formales.
En todos los otros casos de genocidios conocidos, la motivación era de alguna manera pragmática, como en el caso de los armenios donde había una motivación nacionalista para el asesinato, o en el caso de Ruanda donde hay un conflicto mortal sobre el poder y el territorio. En el caso del holocausto, la ideología subyacente al genocidio era, por primera vez en la historia, pura fantasía.
Se podría agregar un cuarto elemento a las características imprecedentes del holocausto: los campos de concentración. Los nazis pueden no haberlos inventado, pero los han llevado, con toda seguridad, a una etapa totalmente nueva de desarrollo. Debemos conocer no sólo el asesinato y el sufrimiento en aquellos campos sino también el alto nivel al cual elevaron el arte de la humillación por medio del control ejercitado sobre las necesidades corporales de la gente. Esto no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Es cierto que el destino de las humillaciones y de todo lo demás no era exclusivamente destinado a los judíos, aunque los judíos era los que estaban en el nivel más bajo del infierno. Lo que los nazis consiguieron al subordinar a los judíos a ese extremo, no era la deshumanización de los judíos sino su propia deshumanización. Al establecer estos horribles campos de concentración se ubicaron a sí mismos en el rango más bajo de la humanidad.
¿Qué dejaron los nazis atrás? ¿Dónde está su literatura, su arte, su filosofía, sus logros arquitectónicos? El régimen nazi se disolvió en la nada. Dejó sólo un monumento: las ruinas de los campos de concentración y, coronándolas, el único gran logro del nazismo, Auschwitz y el asesinato en masa.
Es la falta de precedente del holocausto lo que está empezando a ser aprehendido y comprendido por el mundo. Se trata de un caso muy especial de genocidio, total, global, puramente ideológico. Podría repetirse, ciertamente no de la misma manera pero tal vez de un modo similar, incluso de un modo muy similar y no tenemos forma de determinar quiénes serán los judíos y quiénes los alemanes la próxima vez.
La amenaza es universal y al mismo tiempo, -dado que está fundada en la experiencia del holocausto- muy específicamente conectada con los judíos. Lo específico y lo universal no pueden ser separados. La condición extrema del holocausto es lo que permite su comparación con otros casos de genocidio y su uso como advertencia. De hecho ya ha sido copiado, aunque no exactamente. ¿Hay que ignorar la advertencia? ¿Servirá el holocausto como precedente para otros que quieran imponer lo mismo a algunos otros?
¿Cómo pudo haber pasado? Creo que debemos buscar en la antigua tradición incluida en el libro que viene de mis antepasados. En aquel libro está escrito que la humanidad puede elegir entre el Bien y el Mal, entre la vida y la muerte. Esto significa que la humanidad es capaz de ambos, que ambos existen en nosotros, ambos, el Bien y el Mal. Expresado de un modo moderno, significa que el impulso a la vida y el deseo de muerte, propia y de otros, está dentro nuestro. Bajo ciertas condiciones podríamos actuar como Eichmanns o como los rescatadores.
Respecto de Alemania, no estamos discutiendo sobre culpas; estamos hablando sobre la responsabilidad hacia el futuro de la cultura dentro de la cual se desarrolló este monstruo. Porque, damas y caballeros, ustedes saben muy bien que “la muerte es un maestro venido de Alemania”[2] aunque los judíos nunca fueron enemigos de los alemanes ni de Alemania. Muy por el contrario. Los judíos alemanes estuvieron orgullosos siempre de todo lo bueno que habían conseguido en la civilización alemana.
Entonces, ¿cómo puede ser explicado el régimen nazi? Pienso que una elite seudo-intelectual tomó el poder en Alemania. Las masas apoyaron su ideología potencialmente genocida debido a la situación; se trataba de una crisis muy grave y la capa de dirigentes potencialmente genocidas ofreció una salida en la forma de una maravillosa utopía. El factor determinante fue que esa capa de intelectuales, - académicos, maestros, estudiantes, burócratas, doctores, abogados, clérigos, ingenieros- se unió al partido nazi porque les prometía un futuro y una posición. Mediante la rápida y progresiva identificación de estos intelectuales con el régimen, se hizo posible y más fácil la proposición del genocidio, presentado como un paso inevitable hacia la conquista de un futuro utópico. El Sr. Doctor, el Sr. Profesor, el Sr. Director, el Sr. Párroco o Pastor o Cura, el Sr. Ingeniero se transformaron en colaboradores del genocidio; el consenso creció y fue guiado por la figura semi-mitológica de un dictador; fue fácil entonces convencer a las masas de la necesidad de los asesinatos y reclutarlos para llevarlos a cabo.
Algo similar pudo haber ocurrido en otra parte, pero en Alemania, donde al menos parte de la elite había absorbido un antisemitismo radical en el curso del siglo diecinueve y donde muchos de ellos le agregaron una ideología racista general, fue fácil para la capa de dirigentes genocidas nazis, convertir a la mayoría de los ciudadanos alemanes en cómplices. Los académicos jugaron un papel muy importante. Vuelvo continuamente a la cuestión de si hemos aprendido algo, de si no continuamos produciendo en nuestras universidades bárbaros técnicamente competentes.
¿Y qué hay sobre las iglesias? El holocausto ha iluminado una crisis profunda del cristianismo. Mil novecientos años después de que el mesías cristiano difundió el evangelio del amor, su propia gente fue asesinada por odiadores bautizados. La Iglesia, si bien no colaboró, se mantuvo en silencio.
Por otra parte, no se puede decir que en la sociedad alemana el antisemitismo radical era norma. Entre los movimientos mutuamente antagónicos masivos (social-democráticos, comunistas y centro-católicos), no-antisemitas o incluso anti-antisemitas que constituían la mayoría de la población votante de Alemania a fines de 1932, había, sin embargo, una repulsa general hacia los judíos. Esta repulsa hacía prácticamente imposible el desarrollo de una protesta generalizada contra el asesinato de judíos. No era, como se ha creído, que la dictadura era tan completamente totalitaria como para hacer imposibles los movimientos de protesta. Esto fue demostrado por dos hechos. La oposición al asesinato de los discapacitados alemanes -el así llamado “programa de eutanasia”-, forzó su interrupción en agosto de 1941, al menos parcialmente. La manifestación de mujeres alemanas en la Rosenstrasse de Berlín en febrero-marzo 1943, condujo a la liberación de sus maridos judíos. No hubo movimientos masivos de protección o defensa hacia la impopular minoría judía, lo que evidenció la fragilidad de la famosa simbiosis germano-judía.
Me parece que hay también otro factor implicado. La cultura europea tiene dos pilares: Atenas y Roma por un lado y Jerusalén por el otro. Un ciudadano común de hace dos siglos, en el improbable caso de que poseyera un libro tendría la Biblia Cristiana que, como todos sabemos está compuesta de dos partes, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ambos fueron escritos principalmente por judíos.
La literatura griega y romana, los principios jurídicos, el arte y la filosofía, son y han sido tan importantes para la civilización occidental como los profetas y los mandamientos morales de la Biblia Judía. Sin embargo, la Italia moderna y la Grecia moderna no usan los mismos idiomas de siglos anteriores; no adoran a los mismos dioses ni crearon el mismo tipo de arte ni escribieron el mismo tipo de literatura. Viven allí personas diferentes. Pero mi nieta lee hoy lo que los judíos escribieron hace tres mil años, en el idioma original sin necesidad de diccionario. Traten de hacer lo mismo con Chaucer, y eso que escribió sólo hace unos pocos siglos.
Cuando los nazis pretendieron llevar adelante su rebelión contra la cultura occidental, ¿no era a los judíos, aquellos testimonios vivos de una de las fuentes de nuestra cultura, a los que había que aniquilar? Los judíos, les guste o no, son un componente central de la autopercepción occidental. Esta autopercepción está difundida en el mundo por la así llamada civilización occidental así como por medio de la cultura kitsch, también originada en occidente.
Hay un museo de Auschwitz en un suburbio de Hiroshima. La literatura sobre el holocausto se difunde en sud América. El holocausto ha asumido el rol de símbolo universal de todo mal porque presenta la forma más extrema de genocidio, porque contiene elementos que no tienen precedentes, porque la tragedia fue una tragedia judía y porque los judíos, aunque no son ni mejores ni peores que otros y aunque sus sufrimientos no hayan sido mayores o menores que los de otros, representan una de las fuentes de la civilización moderna.
Así como lo veo, un historiador es alguien que no sólo analiza la historia pero también cuenta historias verdaderas. Permítanme entonces contarles algunas historias.
En Radom, Polonia, vivía una mujer judía con dos hijos. Su marido había ido a Palestina en 1939 para preparar la inmigración de su familia. El estallido de la guerra fracturó a la familia. El marido se hizo ciudadano palestino y trató de salvar a su familia incluyéndolos en un intercambio de colonos alemanes en Palestina. En octubre de 1942, cuando la mujer ya sabía cuál sería su destino y el de sus hijos, un hombre de la Gestapo la citó a la jefatura y le dijo que iba a ser enviada en un intercambio a Palestina. Debía regresar en una hora junto a sus dos hijos para poder dejar Polonia y salvarse y salvarlos. “Sí”, dijo la mujer, “pero mi hijo mayor está trabajando afuera del gueto”, y preguntó cómo podía hacer para llamarlo. “No es mi problema”, respondió el hombre de la Gestapo. Debían comparecer en una hora. ¿Y si no lo hacían? La mujer estaba desesperada. ¿Ella y su hijo menor debían compartir el destino del mayor? ¿O debía salvar al menos al más pequeño? Volvió a su casa en agonía. Una vecina se le acercó y le dijo: “No podés hacer nada por tu hijo, ¿por qué no llevás al mío en su lugar? Mi hijo tiene su misma edad”. Aturdida y desbordada por el llanto, la mujer se dirigió a la jefatura de la Gestapo con dos varones. El 11 de noviembre de 1942 llegó a Haifa. Los dos varones fueron, con el tiempo, ciudadanos israelíes prominentes y tuvieron hijos y nietos. La mujer hablaba poco. Era una persona orgullosa y no quería que le tuvieran lástima. Su marido murió poco tiempo después de que ella llegara a Palestina. Hasta el final de su vida tuvo un pequeño puesto al frente de la gran sinagoga de la calle Allenby en Tel Aviv. Se decía que era una sobreviviente del holocausto. ¿Había sobrevivido realmente? No estoy seguro.
El holocausto, junto con otras cosas terribles perpetradas por los nacional-socialistas, muestra no sólo el mal que el Hombre es capaz pero también, digamos que en los márgenes, su opuesto, el bien. Oskar Schindler se ha convertido en una figura controvertida desde que apareció en la conocida película. Pero vean, cuando se deja el mito afuera, algo aún permanece. Schindler no sólo fue miembro del partido nazi; había sido también espía, mujeriego, alcohólico, mentiroso y cruel explotador. Hay pocas personas a las que se podrían atribuir características tan negativas. Sin embargo contribuyó aparentemente a la salvación de las vidas de más de mil personas arriesgando su propia seguridad. Transportó con su esposa a trabajadores esclavos judíos enfermos y agonizantes en un tren congelado tratando de salvar sus vidas. No tenía por qué hacerlo, pero lo hizo. Fue a Budapest a advertir a los judíos locales sobre la shoá. No tenía que hacerlo, pero lo hizo. ¿Por qué? Porque era un ser humano, y a pesar de todo lo malo que era, también era bueno. Su historia muestra que, incluso como alemán, incluso como miembro del partido nazi, se podían asumir otras conductas que las que tomaron los ejecutores del holocausto. Schindler y otros como él, como Otto Busse en Bialystok que proveyó de armas a la resistencia judía, nos revelan que salvar vidas era posible. Las acciones de este tipo de gente revelan tanto la culpa de los otros como la esperanza que no se ha perdido.
Vean la historia de Maczek. Su nombre real era Mordechai. Su nombre es lo único que sabe sobre sí mismo. Antes de la guerra, a los tres años, fue entregado por su madre a un orfanato judío en Lódz. Esto le fue relatado más tarde. Después vino la guerra y fue criado en Cracovia por una mujer polaca llamada Anna Morawczika. Naturalmente él creía que era su madre. A los seis años, mientras jugaba en la calle, fue golpeado accidentalmente por un coche lleno de soldados alemanes. Los soldados querían llevarlo al hospital pero Anna Morawczika se opuso con todas sus fuerzas. Sabía que sería asesinado instantáneamente si se descubría que estaba cincuncidado. Cuando la guerra terminó, apareció en casa de Anna una mujer. Anna le dijo a Maczek que se trataba de su madre. En ese momento, las dos mujeres llevaron al niño y lo internaron en el orfanato judío de Lódz. La madre desapareció y nunca más la vio. Maczek fue llevado a Israel. Anna, que lo había salvado, murió al poco tiempo. Maczek no sabe hasta el día de hoy quién es. Todo lo que sabe es que una mujer polaca le salvó la vida porque lo amaba, a él, a un huérfano judío.
Existieron las Annas y los Schindlers, pero fueron pocos, demasiado pocos. Y la mayoría de los nazis eran como el hombre de la S.S. de la siguiente historia. No sé si se trata de una historia verdadera, pero aquí va: Un hombre de la S.S. le dijo a una mujer judía que salvaría su vida si ella adivinaba cuál de sus dos ojos era de vidrio y cuál era vivo. Sin dudar, la mujer señaló uno de los ojos y dijo, “Éste es el de vidrio”. “Correcto” dijo el hombre de la S.S., “¿cómo lo descubrió?”. La mujer respondió “porque parecía más humano”.
Y ahora regreso a la cuestión de si hemos aprendido algo. No mucho, o así me lo parece. Pero la esperanza persiste, aún entre la gente traumatizada, grupo al que pertenezco. Ustedes, damas y caballeros, como miembros de parlamentos democráticos, tienen una responsabilidad especial, especialmente como europeos, especialmente como alemanes. No tengo necesidad de informarles sobre lo sucedido en Ruanda o en Bosnia, acá al lado. Recordar el holocausto y sus consecuencias constituye sólo el primer paso. Enseñar y estudiar sobre el holocausto y todo lo que emanó durante la Segunda Guerra Mundial, en particular el racismo, el antisemitismo y la xenofobia, constituyen nuestra siguiente responsabilidad. Alemanes y judíos dependemos unos de los otros en llevar adelante esta responsabilidad. No se puede sostener la tarea de la memoria sin nosotros y debemos asegurarnos que aquí, donde surgió el desastre, se construya sobre las ruinas del pasado una civilización nueva, mejor, humana. Juntos tenemos una responsabilidad especial hacia la humanidad toda.
Cabría tal vez un paso adicional. El libro que mencioné antes contiene los Diez Mandamientos. Quizá debiéramos agregar otros tres: “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca perpetradores”; “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no permitirán jamás ser convertidos en víctimas”; y “Tú y tus hijos y los hijos de tus hijos no serán nunca jamás observadores pasivos de asesinatos masivos, genocidios o –ojalá que nunca más suceda- una tragedia como la que fue el holocausto”.
Les agradezco por la amable atención.
[1] Pronunciado el 27 de enero de 1998, Día del Recuerdo del Holocausto en Alemania. El Bundestag es el Congreso alemán. Publicado en: Yehuda Bauer “Rethinking the holocaust”, Yale University Press, New Haven and London, 2001, páginas 261 a 273.
[2] Del poema “Fuga de la muerte” de Paul Celan. (N. de la T.)