Shoa

Objetos desenterrados en Auschwitz. VI

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Restos de cerámica de algo que parece un recipiente y un candelero con una rosa. Una nena feliz sosteniendo un gatito junto a un enorme saxofón tras el cual se asoma la carita curiosa de un chiquito que está sin cuerpo, se rompió esa parte, solo se ven sus ojitos atentos y abiertos. Otro pedazo con palabras en húngaro, ¿es húngaro? no lo sé, pero me suena que sí. Son los últimos que llegaron. La guerra en el frente ya estaba perdida aunque los nazis seguían, imperturbables, deportando y asesinando. Entiendo el recipiente pero ¿a quién se le ocurre llevar un candelero a Auschwitz? de entre todas las cosas que se podrían llevar... ¿un candelero? Ese candelero perdido, enterrado, ahora desenterrado, nunca fue usado. ¿Cómo hacerlo en aquella noche perpetua, sin luz ni escapatoria posible? La foto nos muestra su boca abierta y huérfana a la espera de la vela prometida, aún ausente, para ver dónde está el peligro y seguir el camino de los buenos pasos.

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Objetos desenterrados en Auschwitz. V

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Cuentas, bolitas, abalorios ... ¿era un collar? ¿Cómo se llamaba la que lo había traído consigo? ¿Alegraba las tristes rayas grises con esos colores venidos de otro mundo? ¿Cómo mantenía vivo su anhelo de amor y belleza en ese desierto de esperanza? ¿De qué color era el pelo que le había sido rapado? ¿Se pinchaba un dedo para cubrir sus mejillas con el rubor de su propia sangre? ¿Se ajustaba a la cintura con un trapo sucio la tela informe que la cubría y soñaba que estaba esperando a su enamorado para bailar prendida de su brazo sintiendo sus caricias arrebatadas y todos los besos que le debía la vida?

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Objetos desenterrados en Auschwitz. IV

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Una taza de cerámica milagrosamente entera, con alambres que aseguraban que no se separaría de la mano o del lazo que hacía de cinturón. Taza fuente de vida donde cabía, si es que la había pescado a tiempo, el agua chirle sucia diaria que llamaban sopa. Taza vuelta  gema y salvaguarda que también podía servir a otros fines que mejor no evocar. Había que protegerla, esconderla, mimarla, hacerla parte del propio cuerpo porque era el pasaporte para seguir viviendo. ¿Cómo la habrá conseguido? ¿Qué habrá ofrecido a cambio? ¿un diente de oro? ¿el reloj que había sido de su padre? ¿la cadenita de oro de su hermana mayor? ¿dos cigarrillos? Los objetos a veces siguen vivos cuando las personas ya no.


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Objetos desenterrados en Auschwitz. III

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Un dedal. ¿Para qué guardar un dedal en medio de tamaña desolación? veo en cada uno de sus agujeros la huella de aquella aguja que cosía dobladillos, que ajustaba mangas, que bordaba fundas y manteles, que unía retazos inconexos, que daba forma a aquello que la había perdido, que puntada tras puntada seguía el ritmo parejo del devenir previsible y conocido. ¿Qué hacía ese dedal enterrado en Auschwitz? ¿habrá sido una especie de amuleto, de salvaguarda, de plegaria silenciosa?

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Objetos desenterrados en Auschwitz me hablan. II

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Llaves oxidadas, llaves lastimadas, llaves que guardaban en los bolsillos o colgaban del cuello con un piolín retorcido. ¿Por qué las conservaban? ¿Igual que los judíos echados de Sefarad que durante siglos soñaron con volver? Sí. Soñaban volver. A su lugar, a su calle, a su puerta y la llave la abriría y allí estaría otra vez la vida normal, el sonido de las palabras conocidas, la mesa con mamá, papá, la abuela, los hermanitos y un plato de sopa de cebada, caliente, perfumado y tan pero tan rico y en la cama habría sábanas y en el baño habría un espejo y hasta tendría una puerta.  Alguna parece de un cajón o de la puerta de un ropero. ¡Qué loco llevar una llave de un ropero a Auschwitz! Aunque pensándolo mejor, nada loco. Lo loco era Auschwitz. Loco de toda y total locura.

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Objetos desenterrados en Auschwitz me hablan. I

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Un peón de ajedrez. De madera. Perdido su color pero aún de pie, sin claudicar ni lamentarse. Un peón. La pieza menos valiosa del tablero, el protagonista menos esencial del juego de la vida y la muerte. Pero, igual que en la vida, a medida que avanza puede coronarse y llegar a ser caballo, alfil, reina y así, tener un valor renovado. El peón puede terminar haciendo jaque al rey si lo dejan, si se mete sin que lo paren, si sobrevive. ¿Habrá sobrevivido el dueño de esta pieza? ¿Junto con el peón habrá llevado las otras piezas? Imagino que su dueño era un adolescente que soñaba con ser campeón de ajedrez y que a falta de tablero dibujaba los 64 escaques en la tierra para incursionar en nuevas tácticas. Peón el mismo de un juego atroz que lo superaba, ensayaba una y otra estrategia para ver si lograba llegar a coronarse y vivir.

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