A veces no nos es fácil llegar al otro, que nos escuche, que reciba lo que decimos. Hacemos nuestro mejor intento y cuando vemos que no, que no nos escuchó, nos queda esa frustrante sensación de que la puerta de la oreja del otro está cerrada a cal y a canto.
Mi mamá decía que cada puerta tiene una llave. ¿Dónde estará la llave para abrir ésta? La que entre justo justo en la cerradura, la que se adapte a los recovecos internos y la que finalmente obre el milagro.
Si tenés algo que decir, si algo te preocupa o interesa y si querés que te escuche, mirá tu manojo de llaves y fijate si tenés ésa justa para la puerta de la oreja de tu pareja. Te aseguro que si vivís en la frustración constante de conversaciones imposibles, lo más probable es que no estés usando la llave adecuada. ¡Ya usé todas! me podrás decir, pues si ninguna funcionó tal vez tengas que encontrar una nueva.
Veamos de qué está hecha esa llave que te hace falta para que se abra la puerta de la oreja de tu pareja.
Primero tu actitud. Aunque tengas la llave justa, si te acercás con enojo, desprecio, si arremetés, no apuntarás bien a la cerradura. Tus emociones te ciegan, no pensás con claridad y la llave no entra, la puerta sigue cerrada. Para embocarla tenés que amansarte, bajar los decibeles de la frustración con la que seguro venís, evitar tirártele encima a la puerta cerrada de modo avasallador. Respirá hondo, dejá de pelear, conectate con lo que querés conseguir, ¡que te escuche, que abra la puerta de su oreja!
Una vez que estamos en modo “conversación amable”, prestá atención a cómo es tu pareja. ¿Es alguien con facilidad para las relaciones con la gente o le cuestan? ¿Puede conectarse con sus emociones o eso le angustia? ¿Es hábil hablando o suele escudarse en el silencio? Acercate de modo acorde a cómo es. No esperes que tenga tus mismas habilidades, atendé a las suyas y podrás empuñar la llave que no le amenace ni le produzca espanto o distancia.
Ya amansada tu actitud, ya claras las características de la puerta que querés abrir, prestemos atención al momento. ¿Cuándo tomarás la llave para intentar abrir esa cerradura tan hermética? Mejor no lo hagas si viene de alguna situación angustiante, o cuando el cansancio le vence o cuando recién se levanta y es de esas personas que necesita un largo rato para hablar. El momento habla de consideración, y elegir el apropiado para esa persona, hará que los goznes de la puerta se lubriquen y la llave con la que querés abrir su oreja funcione.
Por último, si amansaste tu actitud, si sabés cómo hablarle según como sean sus características personales y si buscás hacerlo cuando te puede escuchar, todavía falta una cosa más. Tener claro qué es lo que no querés que pase. Para que la llave entre, se ajuste, gire y abra esa puerta acordate de qué pasó las otras veces que intentaste y no funcionó. Lo que no querés que pase es lo que otras veces pasó. No querés gritos ni portazos, no querés silencios ni descalificaciones, no querés que te nublen tus emociones ni que las del otro hagan que la puerta se cierre aún más fuerte. Lo que no querés que pase tiene que guiar tu mano cuando empuñes la llave adecuada.
¡Pucha! me dirás, ¡cuánto trabajo! y sí, tenés razón. ¿Quién te dijo que vivir en pareja era fácil? ¿Quién te dijo que estas cosas se arreglaban espontáneamente? El vivir juntos no nos hace transparentes, no adivinamos ni nos adivinan. Así como hay reglas para hacer un huevo frito, hay reglas y procedimientos para comunicarse.
Por eso, si en el llavero está la llave justa, todavía no alcanza. Para que entre, para que funcione y para que abra esas orejas cerradas de tu pareja tenés que acercarte amablemente, en un momento apropiado y tener bien presente qué es lo que no querés que vuelva a pasar. Repito lo que decía mi mamá y doy fe de que es así: ¡cada puerta tiene una llave!