¡¿Había que pagar matrícula?!

¡Gracias Tute!

¡Gracias Tute!

Te enamoraste. Son el uno para el otro. Deciden convivir confiados en que la vida juntos será un vergel florido, el clima siempre templado, no habrá tormentas y si las hubiera serán pasajeras, cada mañana un nuevo renacer y cada noche los encontrará ardiendo en deseos y maravillados de saberse juntos. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

Empezamos la aventura de la convivencia con las mejores intenciones y la ignorancia más absoluta de quienes somos, de quién es nuestro otro y de los vericuetos y escollos de la vida cotidiana. Embriagados con la romántica idea de que el amor todo lo puede y que el deseo arrollador limará cualquier aspereza, nos arrojamos a la convivencia poco preparados para lo que se viene. No solemos acordar un contrato que especifique las condiciones y las expectativas, lo que cada uno ofrece y necesita. Pero antes que eso, hay una matrícula básica que todos debemos pagar como precondición si queremos evitar el naufragio con su tendal de heridos y el sabor amargo de la derrota.

La matrícula son tres promesas vitalicias: 

  • no intentaré que cambies

  • no entenderé todo como “me lo hacés a mí” 

  • no esperaré que adivines 

NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Sabías que había cosas que tendrían que ser diferentes pero creíste que la fuerza del amor lo haría posible.Tanto bolero y película romántica te convenció de que se podía. Pero a poco de convivir, empiezan los tironeos, los forcejeos para que tu pareja haga lo que querés o deje de hacer lo que no querés. Las diferencias del principio no son ya simpáticas, se vuelven obstáculos que crecen en la proporción inversa a la pasión. Si convivís con alguien ya habrás hecho intentos para que tu otro no sea como es sino como querés o necesitás que sea y los que hizo tu otro para cambiarte a vos. Y sabés del daño, el dolor y la frustración consecuentes. Nadie puede cambiar a nadie. Sentirte obligado a no ser quien sos te hace sentir no respetado ni considerado y genera un profundo resentimiento que mina la convivencia.

NO ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es. Cada uno hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Con la esperanza de constituir una pareja ideal, cuando lo que esperás no sucede una vez, cuando no sucede otra y empezás a darte cuenta de que no sucederá, cuestionás el amor y la bondad del otro. Si no hace lo que SABE que necesitás, debe ser a propósito, porque no quiere, por pura maldad. Sin embargo en casi todos los casos, está muy lejos de ser así. No somos el centro del mundo de nadie, no somos tan importantes. Veámonos con nuestras necesidades y carencias, nuestras facilidades y dificultades y veamos a nuestro otro con las suyas. 

Repito, cada uno hace lo que puede y no siempre lo que tu otro haga es a propósito, no te lo hace a vos. Verlo así te permite ver al otro como otro, te libera de la queja, del reclamo y la acusación y si tu otro no te hace bien, te permite revisarlo, buscar otra persona y dejar de esperar de quien no tiene o no puede. 

NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. Vivimos inmersos en nosotros mismos, habitando nuestras burbujas y sin dotes adivinatorias, sobreviviendo lo mejor que podemos. Nuestro otro está igual que nosotros. Si no decimos claramente lo que queremos, si no nos bajamos de la torre narcisista de creernos el centro del mundo, el otro puede no estar enterado de qué nos hace falta. Esperamos lo que suponemos que SABE y cuando no llega, nos quejamos o acusamos. Y el otro, que estaba en otra, no entiende nada y se siente atacado injustamente. Tal vez si hubiera sabido podría haberte satisfecho. En lugar de esperar que adivine como perversa prueba de amor, es más realista, económico y efectivo pedir.

Dos personas conviviendo son dos culturas, dos estilos y modos familiares, dos engramas biológico-sociales diferentes. No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos han hecho estos mitos con sus irreales expectativas de felicidad! ¡Qué dura la caída desde semejante ilusión cuando advertimos que ese otro puede ser frágil, vulnerable, imperfecto, necesitado igual que nosotros y que no solo no nos da lo que esperábamos sino que encima nos reclama que a nuestra vez no le demos lo que espera! Conocer lo posible nos ahorra mucha desdicha porque esperar lo imposible es garantía segura de infelicidad. 


La matrícula es obligatoria como el cinturón de seguridad. Pagarla permitirá convenir el contrato -reglas, condiciones, derechos, prohibiciones- para protegernos en caso de los accidentes de la vida y para que la convivencia sea amable, respetuosa y amorosa. Va de nuevo: 


  • no intentaré cambiar al otro 

  • no creeré que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperaré que adivine, pediré 


Publicado en LN el 22 de octubre 2019 como “Los costos de una relación”.